Capítulo 4

Vanessa soltó un bostezó. Estaba cansada, había sido un día ajetreado en la oficina y apenas podía mantener los ojos abiertos, lo menos que quería hacer era ir a una cita. Pero no le quedó más remedio que arreglarse para su encuentro con Enrico. Tenía que hacerlo para comprarse más tiempo mientras descubría una salida.

Se alistó rápido, no se maquilló demasiado y eligió un vestido sencillo, pero bonito. Si no se equivocaba con la clase de persona que era Enrico, el seguro se sentiría ofendido al verla. Seguro él lo tomaría como una falta de respeto.

Al salir de su pequeño departamento tomó un taxi que la llevó hasta el elegante restaurante donde se reuniría con Enrico. En la recepción dio su nombre y la llevaron hasta una de las mesas. Él todavía no había llegado, aunque no pudo importarle menos.  

—Desea ordenar algo, señorita.

—Vino, por favor. El más costoso que tenga. —Sabía que su cita era quién pagaría por la cena, todo por quedar bien ante su padre.

—En un momento —dijo el mesero con una sonrisa.

El mesero regresó poco después con una botella de vino y lo sirvió en su copa, mientras le describía de memoria todas las características del mismo.

Su cita llegó con casi veinte minutos de retraso. Ni siquiera le molestó su tardanza. En lo que respectaba a ella, él bien podría no haber aparecido. Se habría encargado de hacerle llegar la cuenta de todas formas.

—Hola, Vanessa —dijo él en cuánto llegó a su mesa—. Lo siento, espero no hayas estado esperando por mucho tiempo.

Si él esperaba que ella actuara como el resto de mujeres, se iba a llevar una sorpresa.

—¿Es acaso esa una pregunta sarcástica? —cuestionó con una sonrisa

Él pareció inseguro un segundo y luego sonrió como si estuvieran bromeando.

Enrico se acercó hasta ella con la clara intención de besarla en la mejilla. Antes de que se hubiera acercado demasiado, se puso de pie y le extendió la mano.

—Un gusto conocerte —dijo con una voz engañosamente dulce.

Enrico la miró extrañado, pero igual tomó su mano. Vanessa aprovechó para mirarlo de pies a cabeza.

Él llevaba gel en su cabello rubio, sin un pelo fuera de su lugar; tenía puesta una colonia que a cada segundo se hacía más y más insoportable, y su sonrisa era más artificial que las uñas postizas de muchas de las mujeres en el lugar.

Se detuvo en su rostro y casi sonrió de satisfacción al ver la ligera mueca en su rostro. Tal como había asumido, Enrico era un snob. Estaba mirando su atuendo como si estuviera fuera de lugar y quizás lo estaba un poco, pero alguien habría tenido el tino de disimular mejor.

Se sentó de nuevo en su lugar después de sacar su mano de las garras de Enrico. Sus manos se habían sentido demasiado suaves, casi como las de un bebé.

Enrico hizo una seña para que el camarero se acercara. Cuando el hombre llegó hasta ellos, Enrico comenzó a dictarle su orden, Vanessa esperó en silencio hasta que llegara su turno. No se sorprendió cuando el pidió las cosas más costosas del menú, pero no por eso las más deliciosas.

—… y para la señorita… —esas palabras la sacaron de su mutismo.

—Si me permites —dijo interrumpiendo a Enrico. Si alguien ordenaba por ella, sería porque lo permitiría. Miró al mesero con una sonrisa—. Un bistec término medio, con puré de papás y ensalada. Ah y un poco más de vino, está muy bueno por cierto. —El mesero asintió con una sonrisa—. Gracias.

Cuando el mesero se marchó un silencio se instaló en la mesa y no era ella quién pensaba romperlo. Enrico, él “partido perfecto” según su padre, podía intentar hablar con ella si así lo deseaba.

—¿Entonces? ¿Escuché que estás trabajando?

¿Enserio, eso es lo mejor que tienes?, quiso preguntar.

—Sí, estudié marketing, trabajo en la empresa de Matteo De Luca.

Vanessa sintió el preciso instante en que la hombría de Enrico se vio amenazada, así que se preparó para la diatriba que se venía. Fue bueno que en ese momento llegara el mesero a aumentar vino en su copa. No era una buena idea beber, pero con todo lo que iba a tener que aguantar, se lo merecía. Solo tenía que detenerse cuando su filtro para hablar comenzara a fallar.

Enrico comenzó a presumir sobre sus títulos, los cambios que había hecho en la empresa de su padre desde que trabajaba allí y quién sabe qué cosas más. Vanessa dejó de escucharlo en algún momento. Si él se dio cuenta de eso, no pareció afectarlo.

Mientras el continuaba con su incesante parloteo, los pensamientos de Vanessa tomaron otros rumbos. Sin poderlo evitar comparó a Enrico con Adriano y no era necesario decir quién salía perdiendo.

Adriano tenía un atractivo natural, no buscaba ser el centro de atención y estaba segura que nunca se vanagloriaría de sus riquezas con tanto descaro. Pero, sobre todo, sus manos eran rugosas, como las de un verdadero hombre, uno que se había tenido que ganar la vida con mucho esfuerzo.

A Vanessa no le molestaría que las manos de Adriano la tocaran en cualquier parte de su cuerpo.

Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. En los últimos dos días había pensado demasiado en Adriano, se convenció de que era debido a que aún estaba buscando una manera de volver a proponerle que se casara con ella. Aunque eso no explicaba porque había soñado con él.

—Espero, estés dispuesta a renunciar a tu trabajo cuando nos casemos. —Las palabras de Enrico llamarón su atención. No sabía en qué momento la conversación había tomado ese rumbo. Eso le pasaba por andar pensando en Adriano—. ¿Ya sabes? Para dedicarte a criar a nuestros hijos.

Él extendió la mano sobre la mesa y tomó la suya antes de que pudiera retirarla.

Estaba a nada de decirle donde se podía meterse sus palabras cuando un carraspeo llamó su atención.

Levantó su mirada y se encontró con los ojos negros de Adriano. Hubo un brillo de curiosidad en sus ojos por un momento, pero luego pareció igual de desinteresado que siempre.

—Vanessa, ¿qué bueno que te encontré? Llevo tratando de localizarte hace un buen rato. Necesito que me entregues tus avances, creí que me lo enviarías esta tarde. —Adriano habló con tanta seguridad que incluso ella estuvo tentada a creerle.  

Era obvio lo que él trataba de hacer, la había visto incomoda y había venido en su rescate. Usualmente eso la habría molestado, no le gustaba que nadie se creyera con el derecho de interferir, ella se las podía arreglar sola. Pero en ese momento se agarraría a cualquier posibilidad para escapar de esa horrible cita.

Se llevó la mano a la cabeza como si recordara de lo que él estaba hablando.

—Lo siento, lo olvidé. Prometo que no volverá a suceder.

Enrico los miraba como si esperara ser presentado, pero tendría que seguir esperando. Aguantó las ganas de reír al ver la manera en la Adriano ignoraba deliberadamente a su acompañante.

—Creí que trabajabas para la empresa de De Luca

—Ambas empresas están trabajando juntas en un proyecto —explicó Vanessa con desinterés—. Si me disculpas, me tengo que retirar —dijo poniéndose de pie.

—Tan pronto.

Enrico no parecía para nado contento.

—Lo siento, los papeles están en mi oficina y tendré que ir hasta allí primero. —Era sorprendente la facilidad con la que las mentiras salieron de sus labios.

No le importaba si Enrico se tragaba la mentira.

—Podríamos…

—Adiós fue un gusto —dijo cortándolo, estaba claro que la iba a invitar a salir de nuevo. No era tonta para someterse a una cita con él de nuevo.

Caminó por el costado de Adriano hacia la salida y él se dio la vuelta para seguirla. En silencio él la dirigió hasta su auto. Antes de subir Adriano le preguntó su dirección y ella se lo dio.

Vanessa soltó una carcajada apenas subió al auto de Adriano.

—Su rostro fue impagable —dijo y continuó riendo.

—¿Tu segunda opción? —preguntó Adriano con su usual seriedad.

—Si sonrieras más, te verías atractivo —soltó sin pensar y por primera vez en muchos años se sonrojó—. No, no era mi segunda opción, era la elección de mi padre —explicó tratando de tapar su vergüenza.

 —Aun no entiendo porque no te niegas a sus deseos como la mujer grande que eres y ni siquiera intentes decir que es por su fortuna, no eres muy buena mintiendo.

—Claro que sí lo soy —dijo tratando de distraerlo del tema principal—. Por cierto, gracias por ayudarme.

—Tampoco eres buena cambiando de tema —dijo Adriano aun serio.

—¿Qué hacías allí? —preguntó ignorando sus palabras.

—Reunión de negocios, acababa de terminar cuando te vi en esa escena incómoda.

—Oh —fue lo único que dijo.

El resto del viaje ninguno de los dos volvió a decir nada. No es como si hubiera de que hablar, apenas y se conocían… y los sueños sobre él, no contaban.

—¿Vives aquí? —preguntó Adriano en cuanto se detuvieron frente a su edificio. No era el mejor lugar de la ciudad, pero tampoco estaba mal.

—Así es. —Abrió la puerta y comenzó a bajarse.

—Vanessa… —la llamó él y ella lo miró sobre el hombro.

—¿Has cambiado de opinión sobre mi propuesta? —preguntó sin dejarlo hablar.

—Para nada

—Tenía que intentarlo —dijo guiñándole un ojo antes de bajarse de su carro. Aunque aparentó tranquilidad, se sentía decepcionada—. Adiós y gracias, otra vez —dijo antes de cerrar la puerta de su coche y marcharse rumbo a su vivienda.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo