Capítulo 3

Adriano no volvió a pensar en Vanessa hasta después de su reunión. Una sonrisa se coló entre sus labios al pensar en la pelinegra y su loca propuesta.

Al llegar de regreso a su oficina casi esperó verla allí todavía, aunque había pasado una hora y eso era imposible.

Durante todo el día sus pensamientos volvieron a Vanessa más veces de las que le gustaría admitir y en una ocasión llegó a pensar que hubiera pasado si habría aceptado casarse con ella. Incluso al pensarlo soltó una carcajada.

No estaba dispuesto a renunciar a su soltería, su vida estaba muy bien tal y como estaba. Una mujer siempre lo cambiaba todo. Si le quedaba alguna duda, solo tenía que mirar a sus hermanos. Ambos habían pasado de ser unos completos rebeldes a actuar de acuerdo a los deseos de sus esposas. No es que eso le resultara desagradable, por el contrario le gustaba ver a sus hermanos felices, solo que no era para él.  Tal vez algún día las cosas cambiarían, pero no es como si estuviera muy emocionado porque eso sucediera pronto.

Cerca de las ocho de la noche dio por terminado su trabajo. Apagó su computador y cogió su maletín.

Al pasar por los pasillos se encontró con la mayoría de las luces apagadas, las pocas que aún permanecían encendidas era debido a que el personal de limpieza estaba allí. Como la mayoría de los días era el último en salir.

Estaba saliendo del ascensor en el estacionamiento cuando su celular sonó. Al sacarlo vio en el identificador el nombre de Fabio. Él era su mejor amigo desde la universidad. Se habían conocido en segundo año, cuando Fabio había pedido su cambio de universidad. Aunque ambos se habían dedicado a cosas diferentes, nunca habían perdido contacto.

En algunos aspectos Fabio era muy diferente a él. Siempre andaba con una sonrisa en el rostro y no se solía tomar nada demasiado en serio. Su ley de vida era que debía disfrutar de todo mientras pudiera. Siendo Adriano alguien más reservado y serio, era raro que hubieran congeniado bien desde el primer momento, pero solo había bastado conocer un poco más de él, para saber que era una gran persona. Detrás de su sonrisa amigable y su constante gusto por perder el tiempo, había una persona lista y responsable. Algo contradictorio, pero Fabio lo manejaba muy bien.

Lo único que se podía decir que tenían en común, era su mutua aversión por las relaciones formales. Fabio seguro se reiría si le contaba lo sucedido con Vanessa, algo que obviamente no haría. Incluso si él era su mejor amigo, jamás expondría a una mujer de esa manera. No sería algo correcto.

—Hola, mi buen amigo —lo saludó Fabio apenas contestó.

—Fabio —dijo como respuesta.

—Tu emoción es contagiosa —musitó su amigo con ironía.

Una sonrisa de medio lado apareció en su rostro.

—¿Qué es lo que quieres esta vez?

—Rayos, tú si sabes cómo hacer sentir bien a las personas. No me sorprende que estés soltero con ese carácter que te manejas.

—Mira quién fue a hablar. Hasta donde recuerdo tú estás en las mismas condiciones. En tu caso se podría decir que es por tu intolerable sentido del humor.

—Al menos yo tengo uno y, para que conste, estoy solo por elección propia.

—Lo que tú digas —musitó sonriendo—. ¿Ya me piensas contar a que debo el honor de tu llamada?

—No tienes remedio —dijo Fabio soltando un suspiro de resignación—. Quería invitarte a tomar un par de copas.

—Estamos a mitad de semana.

—No recuerdo haber preguntado qué día es. Solo limítate a responder sí o no.

Una copa no le vendría mal después de su interesante día. Tal vez no podría hablar sobre ello, pero la compañía de Fabio lo distraería de pensar en la mujer que había venido a alborotar su vida.

—Está bien, ¿en el lugar de siempre?

—Por supuesto, nos vemos allí en quince minutos.

Dio por terminada la llamada y caminó directo hacia su auto. Se subió detrás del volante y no tardó en abandonar el edificio.

El viaje duró cerca de diez minutos, aparcó en coche a una cuadra y luego caminó hasta el bar en el que solía reunirse con su amigo. No era un lugar lujoso, ni de cerca. Era más como esos sitios que se veían en las películas donde se daban encuentros clandestinos. Las luces opacas, gente metida en sus propios asuntos y música de fondo que no reventaba los tímpanos. Aunque a diferencia de las películas, el lugar estaba limpio, no había ningún olor rancio y la bebida era buena.

Encontró a Fabio sentado en la barra, caminó hasta el lugar a su lado y luego se sentó en completo silencio.

—Veo que empezaste sin mí —le dijo al ver que tenía un vaso de cerveza en su manos.

—Tardabas demasiado —dijo él.

Solo sacudió la cabeza y llamó al barman.

—Lo mismo para mí, por favor —ordenó cuando él se acercó.

—¿Cómo va el trabajo? —preguntó Fabio después de que el barman le sirvió su bebida.

—Igual de siempre.

—¿Te refieres a que te sigues haciendo más millonario?

Sonrió y asintió con la cabeza.

—No creo que sea el único, me enteré de que acaban de nombrar a tu última creación, como la invención del siglo.

—Malditamente cierto. ¿Qué te digo? Soy un genio. —Fabio sonrió presumido—. Por cierto ¿cómo está tu mamá?

Maldijo en silencio, lo que su amigo quería decir en realidad con esa pregunta era si su mamá lo seguía llamando con el pretexto de saber cómo estaba para luego preguntarle si ya había encontrado a alguien.

Amaba a sus padres, de eso no había duda, pero a veces lo podían volver loco. Su madre con su constante insistencia de conseguir una esposa y su padre, alentándola sin parar. Al menos estaba claro que la amaba y por eso dejaba que lo torturara de esa manera.

—Todavía tiene la idea loca de que seré un hombre feliz en cuanto me casé y tenga hijos. En su última llamada me habló de presentarme a alguien, apenas logré esquivar el tema, pero no estoy seguro de que lo lograré la próxima vez que lo intenté.

Fabio echó la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada.

Por alguna extraña razón al pensar en el empeño de su madre por verlo casado, pensó en Vanessa. Aceptar su propuesta podría haber sacado de encima a su madre. Aunque hubiera sido un poco sospechoso aparecer comprometido de la noche a la mañana. Su madre se habría dado cuenta de que algo no iba bien.

Se preguntó si la locura de Vanessa era contagiosa, esa sería la única razón por la que estaría pensando en su propuesta. O tal vez ya había tomado demasiado.

Miró su vaso y vio que apenas iba por la mitad, muy poco para considerar que el alcohol estaba nublando su juicio.

—Siento que en algún momento terminarás cediendo, solo por complacerla o para ser más exactos para que deje de presionarte —dijo Fabio sacándolo de sus pensamientos. Lo cercanas de sus palabras a lo que acababa de pensar, casi lo asustó.

De ninguna manera, se dijo. No estaba tan desesperado. Su madre tendría que conformarse con el hecho de que no estaba listo para entrar en una relación seria.

—Ya quisiera verte a ti en la misma situación.

—Eres un mal amigo, mi madre se ha mantenido al margen hasta ahora y espero siga así por un tiempo. 

Fabio y Adriano cambiaron de tema, hablaron de cosas sin mucha relevancia y bebieron algunos tragos más.

Dos horas después ambos salieron del bar y llamaron al servicio de taxis. Siempre que bebían hacían lo mismo y al día siguiente recogían sus autos. No solo era porque le temían a tener algún accidente, sino también porque preferían evitar el sermón que les soltarían sus padres si se enteraban que habían estado conduciendo ebrios.

Ambos eran hombres adultos e independientes; pero todavía tenían respeto, y porque no decirlo también miedo, a sus padres.

El taxi dejó primero a Adriano frente a su edificio y se marchó con Fabio.

Al llegar a su departamento se retiró la ropa y entró a la ducha para despejar su mente. Mientras el agua corría por su cuerpo una imagen seductora vino a su mente. Recordó cada detalle sobre Vanessa. Su intensa mirada, su ímpetu y aquellos apetitosos labios que poseía.

Cerró sus ojos y se la imaginó besándola.

—¡Maldición! —bramó inclinándose sobre la pared, no entendía que le estaba sucediendo.

Su cuerpo comenzó a reaccionar, pero no estaba dispuesto a ceder a sus instintos. Cambió el agua caliente por fría. No fue para nada placentero ser golpeado por chorros de agua helada, pero fue mejor que ceder a los deseos de acariciarse mientras pensaba en la alborotadora.

Salió después de un rato y se fue directo a la cama. Estaba demasiado cansado y esperaba que al día siguiente todo hubiera quedado en el olvido, en especial sus pensamientos sobre Vanessa.

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