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En las oficinas del destacamento de la policía de investigaciones, se encontraba el detective Ramos. Estaba revisando algunas de las pruebas del crimen que ya se habían adelando, cuando su asistente, el detective leo Castro, le dijo:

—¡Por fin, detective! ¿Existe la posibilidad de que haya sido un suicidio? ¿Qué dicen las pruebas hasta ahora?

El detective Ramos se dirigió a su interlocutor y con voz firme, le expresó:

 —Un suicidio no podría ser ya que, en primer lugar, si se hubiera disparado a sí misma, el disparo debió tener una trayectoria ascendente y en este caso, fue descendente. En segundo lugar, las pruebas de trazas de disparo efectuadas al cadáver, indican que fue otra persona quien efectuó el disparo. En tercer lugar, las pruebas de luminol arrojaron rastros de sangre desde la puerta hasta el baño, lo que sugiere que el cuerpo fue arrastrado y por último, no se encontró el arma en la escena del crimen.

 Su asistente frunció el ceño y mirándolo de manera inquisitiva, le respondió:

—¿Hubiera sido posible un disparo accidental? —El detective Ramos, sintiéndose seguro de los que estaba diciendo, le dijo:

—No se encontró en las manos ni en las prendas de vestir de la víctima rastros de pólvora, y como te dije, tampoco se encontró el arma de fuego, presumiblemente un revolver calibre 38.

Su asistente entonces convencido al igual que su jefe y tomándose un sobro de agua que había tomado del bebedero, agregó:

—Entonces queda como uno de los principales sospechosos, su esposo Javier.

—Por supuesto, dijo el detective Ramos, no hay que descartar a nadie, incluso también a la persona que llamó para informarnos de lo que había sucedido.

—¿Se refiere a su hermano Darío?

—Sí, incluso a él. ¡Aunque tenemos un problema! —alcanzó a decir el detective Ramos.

—¿Cuál?

—No encontramos el arma incriminatoria, el revólver con que se cometió el asesinato no aparece, de conseguirlo, podremos adelantarnos en las investigaciones, de momento queda interrogar a amigos y familiares.

Uno de esas personas a las que había que interrogar era a Darío, hermano menor de Javier y quien llamó a la policía. Este fue citado un día después de que los investigadores hablaran con Javier.

Ya en la delegación de la policía de investigación, Darío se encontraba calmado aunque un poco nervioso, pero con seguridad en sí mismo. Fue a diferencia de su hermano, sin abogados:

—Buenas tardes —se anunció en la recepción—. Soy el señor Darío González, ¿se encuentra el detective Ramos? Vengo a verlo, tengo una cita con él.

El policía que estaba de guardia en la recepción, le respondió el saludo, tomó el teléfono de golpe y dijo:

—Detective, por aquí lo busca el señor Darío González.

Luego de colgar el teléfono, se dirigió a Darío:

—Puede pasar, se encuentra en su oficina, piso 3 oficina 604.

Una vez en la oficina y con los protocolos de rigor, los dos detectives y el joven empresario se encontraban preparados. Ramos comenzó como siempre, a la hora del interrogar a testigos y sospechosos, con una estrategia distinta. En este caso, fue directo al grano.

—Señor Darío, usted fue el primero en encontrar el cadáver de su cuñada y en dar aviso a la policía. ¿Podría contarnos cómo fueron los hechos desde el momento que usted llegó a la casa hasta encontrarla muerta?

—¡Por supuesto! —dijo, luego del aclararse la garganta—. Llegué a la casa de mi hermano aproximadamente a las 6 de la tarde. Mi intención era visitarlos como casi siempre lo hago, cuando me percaté que la puerta principal estaba medio abierta. Al entrar, vi rastros de sangre en la sala hasta el baño y comencé a alarmarme. Al llegar allí estaba ella tendida en el piso y de su pecho brotaba sangre. Lo primero que hice que llamar a la policía.

—¿Cuál fue el motivo de la visita?

—Mi trabajo me obliga a estar fuera de casa y de mi familia. Cada vez que estoy de vuelta paso a visitarlos.

—¿Sabe cómo era la relación entre Javier y Amanda? —le interrogó Ramos.

—No mucho, como le dije, casi siempre estoy trabajando o viajando. Eso me limita en saber muchas cosas, por eso los visito cada vez que estoy en casa.

—¿Conoce alguna persona que se haya enemistado con la pareja? ¿Algún problema dentro del círculo de amigos o conocidos?

—No, ninguno que yo sepa —respondió, inclinando su cabeza hacia la derecha.

—¿Tiene algún vinculo empresarial con su hermano?

—Para nada, él se dedica a la construcción y al negocio inmobiliario, y yo al turismo.

—¿Puede describir la relación de su familia con la de Javier y Amanda?

—Mi esposa Jennifer y yo teníamos una relación normal con ellos, a veces nos reuníamos para compartir de vez en cuando en su casa o en la nuestra.

El detective Ramos estaba un poco impaciente. El hombre parecía una pared de concreto. Era impenetrable, no sabía nada, era como si viniera de otro planeta, pero siguió insistiendo.

—Hay un dato que recogimos entre los amigos y familiares, que Amanda estaba muy deprimida.

Rascándose la cabeza, Darío dijo:

 —No sé, tal vez.

—¿Tal vez? Explíquese mejor.

—Ella se la pasaba gran parte del tiempo sola en su casa, trabajando en sus pinturas mientras que Javier trabajaba. Tal vez eso le afectó, la soledad.

—¿Nunca habló ella con usted de esa situación?

—No.

—¿Y su esposa hablaba con ella?

—No sé, habría que preguntarle a ella.

—Se dice que su hermano le gustaba las fiestas y además, le era infiel a su esposa.

—¡Caramba! —exclamó con asombro—. ¿Todo eso dicen de él?

—Sí, ¿quiere compartir algo con nosotros?

—Él siempre ha sido muy diferente a mí.

—¿Diferente?

—Sí, a él le gusta la carne asada y a mí los vegetales.

—¡Por favor! —dijo molesto el detective—. ¡Déjese de bromas!

—En realidad, su vida privada la desconozco.

Después de una larga charla con Darío y de muchos: ¡No sé!, ¡Tal vez!, ¡Ninguno!, el detective dio por culminada el interrogatorio, de nuevo sin pistas.

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