CAPÍTULO 5

ASESINO

—Por favor no —suplica ella mientras se echa hacía atrás, pero no tiene escapatoria, está llegando a la pared— haré lo que sea, pero no me mates.

Y así sin más empieza a llorar, me paro un minuto a contemplar si siento algún tipo de remordimiento, pero no es así, por lo que me acerco a ella y le abrazo.

—Tranquila pequeña —le consuelo mientras inyecto el cianuro directo a su corazón que palpita a mil por hora. 

Al ser el cianuro una droga potente y al haberla inyectado directamente en su corazón muere en el acto. En consecuencia, se queda colgando sin vida entre mis brazos. Es una pena que todo haya terminado así, aquella pequeña solo tiene dieciocho años, la edad mínima para jugar, pero eso no me ha impedido matarla. En realidad, nada lo hubiese impedido. 

Deposito a la chica en el suelo y me fijo en lo llena de vida que parece, tiene el pelo azul que contrasta con sus ojos marrones casi negros y el vestido que lleva es precioso, elegido para ella con sumo cuidado, para que resalten sus curvas a la perfección. Es de un color azul que va a juego con su pelo y como siempre es de época, de la época en la que está inspirado el libro de los diez negritos.

Después miro la habitación, es bastante pequeña comparada con las demás habitaciones, pero basta para un solo cadáver. Esta será la habitación de la señorita Vera, así pues he quitado todo el mobiliario y los cuadros, para que en la habitación solo se encuentre el cadáver. Sigo sin entender porqué, pero me he saltado las normas al no matar a Vera la última, pero no me importa debido a que he disfrutado de la compañía de la señorita Brent hasta su último aliento. Ha estado llena de vida y dispuesta a averiguar quién es el asesino con tal de vivir, por desgracia no ha adivinado nada. Después la cojo y la llevo junto a los ocho cadáveres restantes, si tan solo se hubiesen leído el libro de los diez negritos de Agatha Christie todo hubiese sido diferente. Sin más dilación me pongo a ordenar los cadáveres y a llevar a cada uno a su habitación, cuatro cadáveres a la primera, cuatro cadáveres a la segunda y por último la señorita Vera a la tercera. Tras colocar cada cadáver en su sitio les pongo bien las ropas y me marcho de la casa con una sonrisa de oreja a oreja.

Espero de corazón que la próxima tanda sea más lista porque empiezo a aburrirme de este juego. 

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Unos meses después

Tú, tú eres...empieza a tartamudear sorprendida la denominada señorita Verano puede ser.

La canción querida piensa en la canción le digo mientras la canto para ella con mucho mimo y amor.

Diez negritos se fueron a cenar;

uno se asfixió y quedaron nueve.

Nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde;

uno se quedó dormido y entonces quedaron ocho.

Ocho negritos viajaron por Devon;

uno dijo que se quedaría allí y quedaron siete.

Siete negritos cortaron leña;

uno se cortó en dos y quedaron seis.

Seis negritos jugaron con una colmena;

una abeja picó a uno de ellos y quedaron cinco.

Cinco negritos estudiaron Derecho;

uno se hizo magistrado y quedaron cuatro.

Cuatro negritos fueron al mar;

un arenque rojo se tragó a uno y quedaron tres.

Tres negritos pasearon por el zoo;

un gran oso atacó a uno y quedaron dos.

Dos negritos se sentaron al sol;

uno de ellos se tostó y solo quedó uno.

Un negrito quedó solo;

se ahorcó y no quedó ninguno.

No, por favor, no solloza sabiendo que su final está cerca y no puede hacer nada para evitarlo. 

Sí querida le respondo acercándome a ella y secándole las lágrimas con mi mano enguantada todos los negritos han de morir. Pero tranquila la tuya no será una muerte agónica. 

Entonces cojo su mano y empiezo a andar hacia la casa, pues ha conseguido llegar al patio, ella me sigue muerta de miedo, pero ya no tiene conciencia de lo que hace, está en una especie de estado de shock.  Al llegar a la casa nos paramos en las dos primeras habitaciones y nos despedimos de los cadáveres para ir a la tercera habitación donde ya está preparada la cuerda para ahorcarse junto a la silla. 

Y así sin más ella se sube en la silla se ata la soga al cuello mientras yo poco a poco voy retirando la silla para que vea cómo va a morir y entonces todo se vuelve negro para ella. Que hermosura pienso, las denominadas señoritas Vera siempre son hermosas, cada una a su manera; una tendra la piel clara, otras oscuras, unas ojos claros y las otras negros como el carbón, pero todas bellas, oh sí, bellísimas. 

Y los vestidos que elijo siempre para ellas están seleccionados con mucho amor, al contrario que los trajes de los demás participantes. No sabía porqué, pero siento un cariño profundo por la señorita Vera.

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