HENRY
Llego tarde a la comisaría, no sé cómo, pero me he quedado dormido, al apagar la alarma sin querer he seguido disfrutando de holgazanear otra media hora que no tengo. Me pongo delante del espejo y miro un momento mi imagen, llevo pantalones de vestir, una camiseta que se pega a mis músculos y una chaqueta. Mi pelo negro está peinado hacia atrás y contrasta con mis ojos azules. Me veo bien por tanto salgo de casa y me dirijo al aparcamiento donde está estacionado mi coche.
Por si fuera poco, el tráfico en Madrid es infinito y me cuesta llegar a la comisaría más de lo habitual, por suerte tenemos aparcamiento reservado para los trabajadores, así que al superar el tráfico voy directamente allí. Al bajar del coche me pongo bien la chaqueta, pues se ha arrugado y me dirijo a la puerta principal mientras observo el inmenso edificio en el que trabajo.
Es un edificio viejo, de los antiguos, que están catalogados como monumentos culturales de España. Tiene cinco plantas, la subterránea donde están los calabozos, la primera planta donde se atienden las quejas y se interroga a los sospechosos, la segunda y la tercera son oficinas y despachos de los inspectores y policías. Por último, el cuarto piso es una buhardilla donde se almacenan todos los archivos. El edificio apenas tenía ventanas, por esa razón no entra mucha luz solar y cada mes se gasta bastante en luz.
Después de quedarme contemplando la edificación y perder un tiempo del que no dispongo me espabilo y me meto dentro del edificio. Nada más entrar me asaltó la inspectora Evelyn Monroe. Es una mujer casi en sus treinta, con un cabello rubio largo y de ojos verdes.
—Inspector —me llama Monroe mientras se está haciendo una coleta en lo alto de la cabeza— lo ha vuelto a hacer.
Suspiro, no puedo creerlo, nada más entrar por la puerta y ya tengo malas noticias. Vamos pasando despachos y no permito que Monroe hable hasta que estamos dentro del mío. Monroe se queda apoyada en el marco de la puerta y empieza a inspeccionar el despacho como hace siempre que entraba este, es su pequeña manía. Yo por mi parte también me quedé mirándolo, tengo uno de los mejores despachos de la tercera planta. Tiene un gran ventanal donde puedo ver a la gente pasear, además el despacho es bastante amplio con una mesa y una silla dando la espalda al ventanal, dos sillas enfrente, una librería en una pared y cuadros, además de los diplomas y casos resueltos en la otra. Es un típico despacho de inspector menos por el hecho de que no tengo fotos, ni recuerdos familiares de tal forma que en cierta manera tiene un aire frío e impersonal. Aunque no me importa, me encanta el despacho, me fue dado después de resolver uno de los casos más complicados que hemos tenido llamado el ovejero.
Cuando dejo de pensar en ello, pues no quiero recordar ese caso, no le doy a Monroe demasiado tiempo para inspeccionarlo. Después de dejar mi chaqueta en el respaldo de la silla salimos de él para dirigirnos hacía la sala de reuniones donde tenemos toda la información sobre este caso. Al llegar abro la puerta que está cerrada con llave, espero a que Monroe pase y vuelvo a cerrarla para que nadie nos interrumpa.
—¿Dónde ha sido esta vez? —le pregunto a Monroe mientras me siento en una de las nueve sillas que hay en la estancia.
Esta es bastante grande y toda blanca, tanto las paredes como el mobiliario. En el centro de la sala hay una gran mesa rodeada por nueve sillas. En una de las paredes hay un televisor, al lado dos pizarras y un corcho. Lo bueno de esta sala es que, aunque la pared es de cristal es traslúcido por lo que solo se ven las sombras desde fuera. Además, no tiene ventanas, algo que para mí estaba bien, así no hay distracciones.
—Ha actuado en una casa abandonada de las afueras de Madrid.
Es un dato bastante interesante, normalmente el asesino escoje lugares que no tenienen apenas habitantes cerca de Madrid para asesinar, además de hacerlo en fin de semana cosa que contrasta con este asesinato, ya que estámos a jueves.
—¿Cuántas muertes? —pregunto esperando de que no sean las mismas y que sea otro asesino.
—Como siempre nueve personas —menciona Monroe poniendo cara de circunstancia.
—Está bien —alego rascándome la nuca, es demasiado pronto para enfrentar tantas muertes— repasemos los hechos ¿quieres?
—Bien señor —me contesta Monroe mientras se levanta de la silla en la que se ha sentado y se dirige a la pizarra donde tenemos todas los muertos con fotos y nombres. En total hemos encontrado tres casas cada una con nueve muertos desde que iniciamos la investigación hace unos cuantos meses.
—Como siempre los muertos son tres mujeres y seis hombres —va relatando mientras pone las fotos de los muertos en la pizarra— todos mayores de edad.
—¿Nombres? —pregunto sabiendo que seguramente no conoceré ningún nombre significando que no he perdido a ningún amigo.
—Ah sí, sus nombres, los tengo por aquí —responde Monroe mientras empieza a revolver los papeles-—m****a, los he debido de dejar en mi mesa, voy a por ellos.
Ante esto le tiro las llaves para que pueda abrir la puerta y dirigirse a su mesa a tomar los papeles. Estando solo me pongo a reflexionar sobre si se puede tratar de un imitador, pero lo dudo tanto dado que apenas ha trascendido información fuera de la policía en vista de que el asesino es muy peligroso y no se quiere alarmar a la ciudadanía. Por lo menos no hasta que tengamos alguna pista sólida sobre quién es nuestro asesino. Además, otro de los motivos es exactamente ese, que no haya imitadores. Doy gracias por ello, ya que en las últimas semanas se han presentado diferentes hombres y mujeres atribuyéndose el “mérito” de los asesinatos, aunque no ha sido ninguno de ellos. Ninguno sabía exactamente las causas de las muertes solo sabían lo que habían oído en los telediarios, y lo demás eran suposiciones suyas. Aunque no alertar a la población tiene su parte negativa,hay un asesino bastante peligroso suelto y la gente sigue sus vidas sin ninguna preocupación, acto que no debería ser así. No digo que haya que alarmar a la población, pero sí ponerla sobre aviso.
—Ya está —dice Monroe entrando en la sala y cerrando la puerta al pasar. me tira las llaves mientras empieza a recitar nombres de las víctimas— Niger Moroua, Alba Casto, Eleanor Bermudez...
—Está bien —determino al no reconocer ningún nombre mientras pienso— como siempre son personas anónimas. Todas mayores de dieciocho años ¿verdad?
—Sí señor —me contesta mirándome a los ojos. Unos ojos que están apesadumbrados por las muertes.
Lo cierto es que es bastante raro, pero parece que el asesino tiene ciertos límites impuestos, como no matar a nadie menor de dieciocho años, aunque eso no le impidió matar a una chica, Alana Vallecas, que acababa de cumplir la mayoría de edad el día anterior.
—¿Qué más sabemos sobre las víctimas? —pregunto mientras apoyo los codos sobre la mesa para sujetarme la cabeza— espera, antes de seguir necesito un café.
Monroe asiente por lo que vamos a buscar un café a la sala que tenemos habilitada para comer. Mientras tanto, pasamos a varios compañeros que nos saludan y nos animan debido a que saben que tenemos un caso bastante difícil.
—Henry —me llama el inspector Rafa Mauro, un amigo cercano que conozco desde hace bastantes años y con el que suelo salir a tomar alguna que otra copa de vez en cuando— ¿qué tal va la investigación?
—Va —respondo sin querer hablar sobre ello más de lo necesario, en vista de que me crea dolor de cabeza— es un rompecabezas bastante difícil de descifrar.
—Tú puedes con ello, mejor dicho podéis —asegura mientras apoya una mano en mi hombro y aprieta para alentarme— por cierto, si te apetece podemos ir a tomar algo después de terminar la jornada.
—Lo siento, pero mejor otro día —le digo apenado— tengo un terrible dolor de cabeza y este caso me tiene saturado.
—Es por eso que necesitas salir a tomar algo —repone sonriéndome cariñosamente— cuando te encuentres mejor saldremos.
—Está bien —asiento dando por finalizada la conversación y dirigiéndome a la sala a por café.
Por suerte nadie más nos detiene para hablar dado que todo el mundo está ocupado con sus quehaceres.
—¿El café como siempre? —me pregunta Monroe sirviéndonos a los dos.
—Sí, por favor.
Normalmente nos turnamos para prepararnos el café, pero últimamente he estado tan agobiado con el caso que se ocupa ella. Sinceramente doy gracias por tenerla como ayudante ya que alivia bastante la presión que siento, además supone un gran apoyo. Debido a que el caso está siendo duro, además de caótico. Estaré muy apenado el día que deje de ser mi ayudante para convertirse en inspectora de propio derecho, aunque también estaré muy orgulloso pues se lo merece.
Cada día me desquicio un poco más, está muriendo gente indiscriminadamente y yo no sé cómo pararlo. Todo empezó hace ya unos meses y prácticamente seguimos como al principio. Parece que el asesino no tiene un modus operandi para seleccionar a sus víctimas y eso hace que todo sea más complicado. Además, no ayuda el hecho de que mis superiores estén comiéndome la oreja todo el día y no ayuden en nada.
—Gracias —le digo cuando me pone el café delante.
—¿Quieres tomarlo aquí o en la sala? —pregunta preocupada, pero así es Monroe, en vez de preocuparse por sus necesidades se preocupa por las de los demás.
—Necesito tomarlo aquí —contesto abriéndome a ella— esto me está superando y estar en esa sala del infierno no ayuda.
—Nos está superando a todos —me confiesa cogiéndome la mano y apretandola en muestra de apoyo— pero no vamos a rendirnos.
—Por supuesto que no —apunto mirando nuestras manos unidas— atraparemos a ese cabrón.
—O cabrona —me dice sonriendo.
—¿Qué? — pregunto perdido.
—No podemos descartar que sea una mujer.
—Cierto. Aunque no sé porque siento que es un hombre —explico— No quiero sonar machista, se que hombres y mujeres somos iguales, pero en mi mente una mujer no puede ser así de mala o macabra.
— Pero puede serlo, al igual que un hombre —se encoge de hombros.
—Lo sé.
A partir de ahí no hablamos más, nos tomamos el café en silencio cada uno sumido en sus pensamientos. Cuando volvemos a la sala empezamos a repasar todos los hechos.
— Está bien —digo nada más cerrar la puerta— repasemos todo lo que sabemos sobre el asesino.
Así que borramos todo lo que hay en una de las pizarras y empezamos a apuntar desde cero todo lo que sabemos sobre el asesino:
Siempre hay nueve víctimas.
Da igual si tienen familia o no.
Todas mayores de dieciocho años.
Las casas que elige están siempre deshabitadas.
Rocía la casa con colonia o perfume.
Mata en Madrid y sus alrededores.
Las víctimas no tienen ninguna relación aparente entre sí.
De todas las clases sociales y nacionalidades.
Las causas de las muertes se repiten siempre:
-Herida de bala
-Envenenados por cianuro
-Sobredosis de cloral
-Aplastamiento de la cabeza
-Abertura la cabeza
-Ahogada
-Golpe en la nuca que le fracturó el cráneo
-Ahorcamiento
—Ya no tenemos más información señor —apunta Monroe haciendo una mueca de disgusto.
—O no quiere matar en su ciudad natal o es de Madrid y no quiere moverse de aquí —pienso en voz alta mientras Monroe atendía un mensaje en su móvil.
—Señor —me llama la atención nada más dejar el teléfono a un lado— parece que algún periodista se ha hecho eco de las muertes y está en la casa investigando.
—Joder —comento enfadado— siempre igual, ¿no tienen otra maldita cosa que investigar?
—¿Qué hacemos señor? —pregunta Monroe, aunque ya se ha levantado y puesto la chaqueta para salir.
—Lo primero es ir a la escena del crimen y sacar fotos a lo que nos interese y después volveremos aquí, a ver si por suerte esta vez no habrá sido tan cuidadoso.
Salimos de la sala la cual cierro con llave y nos dirigimos a mi coche. Como siempre hay un tráfico de la hostia, así que tardamos más de media hora para movernos unos pocos kilómetros. Hacemos el trayecto en silencio, debido a que cada uno está sumido en sus pensamientos. Cuando llegamos a la casa no hay ningún reportero allí, así que miro a Monroe que se encoge de hombros sin saber lo que pasa. Por si acaso peinamos el terreno para asegurarnos de que no estén husmeando por allí, pero seguimos sin ver a nadie por ende nos dirigimos hacia la entrada.
Entramos en la casa, concretamente al pasillo que lleva a todas las habitaciones y nada más dar un paso dentro me cabreo.
—¿Qué m****a? —pregunto cuando lo veo, me he quedado atónito.
—Ven aquí —grita la voz de un hombre a sus espaldas.No tuvo que girarse para ver qué se trataba de su padre, un hombre horrible que parecía un oso por su tamaño y que no hacía más que cosas malas. En su interior sentía miedo, sudaba por lo que iba a pasar, pero empezó a correr hacia el horizonte, esperando no ser visto o seguido.—Ven pequeña rata —volvió a gritar.Pero no dejo de correr, no, esa pequeña rata siguió corriendo hasta que ya no le quedaron fuerzas y cuando eso pasó se dio cuenta de que tenía al oso encima y lo que se avecinaba
HENRY—¿Qué mierda haces aquí? —pregunto cabreadisimo en cuanto le veo— ¿Quién le ha dejado entrar?—Solo estoy sacando unas fotos —se defiende el periodista subiéndose las gafas con gesto altivo.Ya nos conocemos y si los periodistas no me caen en gracia, este menos. Es un hombre alto y delgado con unos ojos marrones y el cabello rubio peinado siempre a la perfección hacia atrás. Siempre lleva gafas, pero las últimas veces que le he visto siempre son todas distintas, por lo que supongo que tendrá que tener una gran colección de gafas. A parte, siempre lleva un gesto en la cara como si fuese el mejor del mundo y los demás tuviésemos que arrodillarnos ante él, me da verdadero asco su cara y en más de una o
ASESINO—Por favor no —suplica ella mientras se echa hacía atrás, pero no tiene escapatoria, está llegando a la pared— haré lo que sea, pero no me mates.Y así sin más empieza a llorar, me paro un minuto a contemplar si siento algún tipo de remordimiento, pero no es así, por lo que me acerco a ella y le abrazo.—Tranquila pequeña —le consuelo mientras inyecto el cianuro directo a su corazón que palpita a mil por hora.Al ser el cianuro una droga potente y al haberla inyectado directamente en su corazón muere en el acto. En consecuencia, se queda colgando sin vida entre mis brazos. Es una pena que todo haya terminado así, aquella peque&n
HENRYHoy ha sido un día agotador, hemos encontrado nuevos cadáveres, por este motivo lo único que quiero es ir a casa y tomar una copa de vino, pero como soy consciente de que mi frigorífico está pelado tengo que ir al supermercado. Aparco el coche cerca de casa y me dirijo a pie hasta el super del barrio.—Henry —me llama Pilar, una anciana de ochenta y seis años muy maja, pero a veces un poco pesada— tienes mala cara Henry.Me fijo en su aspecto, es una señora que se cuida bastante para tener tantos años, lleva una camiseta de leopardo y una falda que le llega hasta los tobillos, la cual conjunta con unas zapatillas negras. Pilar vive sola y es muy independiente, algo que me fascina, ya me gustaría llegar a su edad tan bien como ella está.
ASESINONada más terminar de cantar cojo a la señorita Vera y le clavo la jeringa con el calmante. Es una pena pues quiero que me acompañe por su cuenta como la última señorita, pero esta ha ofrecido más resistencia y no me ha quedado más remedio que administrarle un pequeño calmante.Después arrastro su cuerpo por las escaleras hasta llegar a su habitación, con algo de esfuerzo le subo a la silla. Mientras espero a que despierte me fijo en la habitación que he escogido para ella, la tercera habitación.Es más grande que las anteriores, aunque sera la única que solo tendra un cadáver. Al entrar por la puerta lo primero que se ve es la gran cama en medio de la habitación, a un l
HENRY—Hoy vamos a tomar algo —me sorprende el inspector Mauro.—No estoy de humor Rafa —le digo intentando esquivarlo para dirigirme a mi despacho.Llevamos demasiado tiempo con el caso y me frustra la idea de no saber el siguiente movimiento del asesino.—Tienes mucha presión acumulada —dispara mientras me sigue al despacho para intentar convencerme— te vendrá bien que salgamos.—No me vendrá bien emborracharme —le aseguro mientras entro en el despacho y dejo la chaqueta en mi silla— Tengo que estar pendiente por si el asesino vuelve a matar.—Sabes que no lo va a hacer, hace tan solo un día que encont
Estaban los tres en la cocina empezando tranquilamente a comer el puré y el pollo frito que ella había preparado, cuando él se enfadó y empezó a armar una escena como hacía muchas veces.—Es que no puedes hacer nada bien —le gritó el oso a la mujer mientras esta lloraba y se tapaba la cara asustada por lo que el oso pudiera hacer.—Lo siento —balbuceó ella con la voz rota de tanto llorar— volveré a hacerlo, por favo
ASESINOEstoy en mi casa, en el sofá junto a una persona que he conocido hace poco, viendo la televisión, exactamente la serie “Crímenes imperfectos” cuando me pongo a pensar sobre mis crímenes. Por ahora todos y cada uno de ellos han sido perfectos pues la policía no tiene ninguna pista de quién soy.De pronto me entra el hambre. Voy al frigorífico, el cual está muy bien abastecido y saco una sopa en un tupper, la caliento y vuelvo al sofá donde sigo viendo la serie que tan embelesado me tiene.—Yo no soportaría ser poli —me dice mi acompañante— tiene que ser muy estresante.—Por lo que he visto en la tele lo es… —le respondo sin querer hablar mucho más.