Capítulo 5

—¡Por Azriel! —exclamó el chico al que acababa de derribar, mientras su voz se elevaba hasta no ser más que un desagradable chillido que me perforó los tímpanos. Su cabello, negro como las plumas de un cuervo, se le pegaba a la frente empapada en sudor, y el cuerpo, apresado bajo el peso del mío, le temblaba como una hoja atrapada en medio de una ventisca—. Vale, está bien chaval, cálmate. No voy a hacerte daño. —Aseguró en un intento por calmar más sus nervios que los míos.

Necesité de dos respiraciones profundas para convencerme de no arrearle un puñetazo en toda la cara. Si había algo que no iba a consentir, ni siquiera cuando había perdido todo lo demás, era que me tratasen como a un niño indefenso.

—Por supuesto que no vas a hacerme daño. Soy yo el que tiene un puñal sobre tu yugular —le recordé con frialdad, y diciéndome a mí mismo que por muy aliviado que estuviese de que no fuese un Oscuro, no por eso debía fiarme más de él.

Tragó saliva fuertemente,

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