El sueño se convirtió en pesadilla

Y una vez acabado el acto obligatorio de alimentarme como cada noche, acerqué las sobras junto con el plato, cubiertos y vaso hasta la encimera en un gesto que siempre me agradecía María con una mirada de complicidad sin siquiera decírmelo. Y como a nadie tenía que dar explicaciones, me subí los peldaños hasta mi cuarto de dos en dos, con la agilidad propia de alguien que está en la flor de la vida, yendo a acabar con grandes zancadas hasta el cuarto de baño en el que inicié como cada fin de día con el acostumbrado protocolo de higiene dental antes de acabar bien arropado dentro de mi cama. En el que un cepillado a conciencia siempre era seguido de varios envites enérgicos a conciencia con el hilo dental, siempre comenzando por la derecha y de arriba abajo, o sea, un diente de arriba y uno de abajo, así hasta llegar hasta el último de la izquierda. Y es que cada uno tiene sus costumbres, en la que cualquier ruido o distracción alguna que otra vez me llevó a perder el orden que lleva

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