I. Big Bang

Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. A pesar del sol en la mitad del cielo, el frío clima no se había aplacado ni un poco. Mis amigos y yo estábamos sentados en nuestro lugar de siempre: un espacio amplio entre dos enormes robles junto al edificio del gimnasio.

Llevaban molestándome un largo rato con la pregunta de si me atraía alguien. Ante mis negativas, habían sacado conclusiones y asumido que el motivo de mis sonrojos era Scarlett, una chica de intercambio con la que compartía varias clases. En aquel momento, la situación se parecía más a un interrogatorio policial que a una plática casual.

—Acéptalo. No hay nada de malo en que te guste. No todas son como Alison. Al menos ella no.— dijo uno de mis amigos, Jorge, después de numerosos comentarios poco serios.

Alison, un nombre que conocían todos los presentes. Mi exnovia.

Me hubiera gustado poder decir que incluso tras sus mejores intentos, yo no había soltado palabra. Pero sería mentira. No pasó mucho más tiempo hasta que me sacaron la verdad. 

Tendría poco tiempo de conocerla. Scarlett era de origen británico, y había captado mi atención desde la primera vez que la vi. Pero más allá de que me atrajera físicamente, y de las pocas interacciones que habíamos tenido, no la conocía en absoluto.

—No se trata de Alison, y que Scarlett se me haga bonita no significa que estoy enamorado de ella.— repliqué yo tratando de sonar seguro. —Además...

—Tony, todos aquí sabemos que para que una chica se te haga bonita y lo confieses es porque seguramente estás enamorado de ella.— interrumpió mi mejor amigo, Alex.

—Eso no es cierto. No siempre...— intenté refutarle, pero no cambió de opinión. No tuvo que decir nada para interrumpirme de nuevo. Bastó con una mirada incrédula. —Bueno ya, está bien, pero de todos modos, ni que me fuera a hacer caso, no hablamos mucho.

—Ah, no, no me salgas con eso de “soy el nerd que nadie quiere” porque ese cuento nadie te lo cree.— intervino Bruno entre risas sarcásticas, el tercero y último de mis amigos, haciendo comillas con los dedos y exagerando el drama en su voz. –Y tú sabes bien porqué.

Iba a responder, cuando unos gritos lejanos llamaron mi atención. Mis ojos se toparon con el porqué que había mencionado Bruno unos segundos atrás. La fuente del ruido era una chica haciendo escándalo con sus amigas una decena de metros más allá. Andrea. Alguien que realmente despertaba mi curiosidad. Era evidente que sentía algo por mí, pero las contadas veces que me acerqué a hablarle –porque entendía que acercarse a hablar con la persona que despertaba hasta el último nervio podía ser mortalmente difícil– ella huía como si trajera un arma en las manos.

En cuanto mi mirada cruzó con la suya, la apartó con violencia y soltó una carcajada tan fuerte, que probablemente se escuchó hasta los edificios universitarios al otro lado del campus. Quedó de espaldas hacia mí, haciendo que sólo viera su largo cabello lacio, negro, con las puntas teñidas de violeta.

—Hablando de la reina de Roma y su pueblo...— ironizó Alex, refiriéndose a las otras chicas que gritaban "¡Oye, Tony!" para molestar a Andrea, quien les daba manotazos y seguía riéndose. 

Mi amigo puso los ojos en blanco y sacó su celular para checar la hora. —¡Cinco para las tres! ¡Voy a llegar tarde al entrenamiento! ¡Ahí se ven, se la lavan!

Tomó su mochila, su sudadera y salió corriendo hacia la parada del autobús frente a la escuela. Bruno y Jorge se quedaron unos minutos más, pero pronto se despidieron también, y el coche rojo brillante de la madre de Bruno se perdió entre la masa de tráfico a lo lejos poco después.

Yo todavía tenía que esperar media hora para mi sesión de natación, así que me acomodé la mochila como almohada y saqué mi obsesión del momento: 1984 de George Orwell. Me coloqué los audífonos y mi realidad se transportó a la de Winston Smith.

Aquella había sido una de mis pasiones durante toda mi vida. Podía perderme noches enteras en la lectura. Las novelas de misterio y ciencia ficción eran las que más llenaban mi repertorio. Últimamente estaba intentando leer poesía, pero nunca entendía realmente lo que querían decir sus metáforas enredadas. A veces también intentaba leer obras filosóficas, pero tampoco entendía nada.  Sin querer, esa pasión se había vuelto una característica mía, pues siempre que no estaba con mis amigos, tenía la nariz metida en un libro.

Otra de mis pasiones era la astronomía. Un cielo despejado y miles de estrellas en él podían cautivarme durante horas. A veces la gente me preguntaba si sabía dónde estaban las constelaciones –cosa que jamás podía contestar, pues nunca había sabido identificarlas– o peor, se confundía con la astrología y me pedían que adivinara su signo zodiacal. También era algo hábil con las matemáticas. Honestamente, me gustaba etiquetarme como ‘nerd’.

Algunos me decían que era atractivo, quizá solo por el color azul de mis ojos, poco común en donde habitaba. Eso se debía únicamente a que mi padre tenía nacionalidad finlandesa, lo que también había originado mi extraña combinación de apellidos que había sido base para varios chistes. Más allá, no había mucho más que resaltar sobre mi físico. 

La música se detuvo mientras cambiaba de página. Con mi dedo índice separé la página, mientras revisaba mi teléfono para volver a reproducir música, pero este se había descargado. Me quité los audífonos y guardé el libro, mientras veía a Andrea despedirse de sus amigas. Pensé en ir e intentar hablarle de nuevo, pero no dudaba en que huiría y me dejaría con su amiga, incómoda y lista para huir también.

Tras ponerme la mochila al hombro, caminé hacia mi clase de natación, con la mente en cosas triviales. Estaba por llegar a la alberca cuando una voz a pocos metros de mí llamó mi atención.

—¡Para la otra tírame también a mí, si quieres!— exclamó sarcásticamente una chica morena de abundante cabello rizado caoba, hacia alguien que acababa de pasar junto a ella y le había tirado todo lo que llevaba cargando.

Estaba cerca, por lo me acerqué a ayudarla a recoger varias hojas garabateadas, un cuaderno grueso y un montón de plumas de colores.

—Gracias.— me dijo cuando terminamos de recoger sus cosas.

Solté una risa y respondí —No hay de qué.

Me devolvió la sonrisa y siguió su camino.

Entré a la alberca, mirando la hora en un reloj de pared. ¿Cómo es que me distraigo lo que parece un segundo, y pasan seis minutos? Corrí a los vestidores masculinos, me deshice de mi ropa y me puse el traje de baño, temblando por el frío.

Casi me resbalo para llegar a contestar cuando el entrenador me llamó por mis apellidos, pasando lista.

—¿Järvinen Márquez?— exclamó con una potente voz gruesa.

—¡Presente!— dije y resbalé de nuevo cuando llegué a mi posición y me hubiera estampado contra el suelo, de no ser porque alguien me sostuvo del antebrazo. Vi unos cabellos anaranjados por encima de mi cabeza y una voz femenina que decía sonriente:

Be careful.

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