Capítulo 5

Los primeros metros estaban oscuros pero salimos al aire y en ese entonces admití que ese aire era el más limpio que he podido respirar. Olía a campo y a lluvia.

La cobaya se paró para dar vueltas en el césped mientras nos esperaba. Sonreí ya que me recordaba a un niño pequeño. 

Nunca en mi vida había visto tanta vegetación y tan verde. A medida que andábamos unas casas de piedra se hacían ver.

—¡Mindi!—gritó una voz que hizo que la cobaya corriese en su dirección—. Pequeña que bueno verte, ¿y tu compañero?

Me acerqué a ellos. La mujer poseía unos ojos verdes similares a las hojas de los árboles y su pelo era castaño claro. Parecía muy mayor pero vi que tenía mucha energía por sus movimientos alegres.

—¿Quién eres?

—La nueva Portadora de las llaves—responde Will por mí mirando a la mujer. La sonrisa de la mujer desapareció.

—Pobre—apartó la mirada y aupó a Mindi que no dejaba de arañar sus pantalones—. Vamos a buscarte un hogar.

—Ella es la mano derecha de la jefa de las brujas—me susurró Will.

Asentí. Memorizaba cada cosa que me decía para no tener problemas luego.

—Seguro que tendrás muchas preguntas sobre todo lo que conllevan las llaves. —Sus ojos verdes parecían leer mis pensamientos—. La Jefa te explicará todo lo que has de saber.

—Me encantaría—respondí.

La mujer empezó a andar mientras acariciaba la cabeza del roedor. Entramos a lo que parecía una ciudad. A medida que avanzábamos aparecían más casas. Todas eran de piedra y tenían forma cuadradas o circulares. Algunas tenían patios delanteros donde descansaban unos gnomos de jardín que se movían sin que les importase quien lose estuviese observando.

—¿Porque todas son mujeres?

—Las brujas no le caen bien los magos o druida. Se juntan con ellos para tener hijos pero solo para eso—me explicó.

Todas las brujas que se cruzaron por mi camino iban a pie o en bici. En varias ocasiones vi como mujeres de todas las edades salían con plantas que se movían de varias tiendas; vi algunas que parecían meditar mientras las plantas a su alrededor brillaban y a otras hablar con animales de todo tipo.

Will me explicó que había muchos tipos de brujas, pero todas estaban conectadas con la naturaleza por eso todas ellas estaban sonrientes. 

—Esta ciudad no es como la ciudad humana—dijo nuestra guía—. Los humanos solo se preocupan en su propio beneficio. Por eso van con tanta prisa a todas partes.

—Se ve que los conoces muy bien— comenté.

—Mi madre quiso que aprendiese de cada criatura para cuando yo heredase su puesto cuando ella fallezca—respondió.

Comprendí al instante porque era la segunda al mando.

—No por eso soy la segunda al mando—me dijo andando de espaldas.

—Deja de leer mi mente—protesté.

—Pues aprende a cerrarla. —Se encogió de hombros y volvió su vista al camino y se paró en una casa frente a una estatua de bronce. 

La estatua representaba a un hombre de no más de treinta años que portaba una mirada segura en sus ojos sin vida.

—¿Quién es?—pregunté a Will.

—Anders. Él fue quien creo esas llaves—me respondió en el oído.

Entré a la casa y me quedé con la boca abierta. Toda la casa era de piedra y el suelo era de madera. Una chimenea crepitaba en alguna habitación de la casa. 

—Sígueme, Portadora.

—Me llamo Layla.

—Yo Sasha. —Sonrió y se quedó en la puerta donde mi hizo un gesto de que parase—. Madre. Hay una nueva Portadora de las llaves. Quiere hacerte unas preguntas.

—Hágala pasar—le dijo y camine hasta donde estaba Sasha—. Encantada, Layla. —Fruncí el ceño extrañada de que supiese mi nombre— Oí la conversación.

La mujer parecía tener noventa años. La piel con muchas arrugas y el pelo muy canoso. Por alguna razón, infundía respeto, sabiduría y ternura.

—Como no eres de por aquí comprenderé que no conoces las costumbres de esta ciudad. —Su mano se movía en círculo y a unos metros el cucharon del caldero se movía solo—. Siéntate y Sasha, trae algo de comer. Se te ve cansada.

Me senté frente a la mesa que reinaba la sala. La decoración era sencilla y casi no había tecnologías.

—No quiero ser una molestia, señora.

—Pero que modales los míos. —Su tono me recordó a mi yaya—. Mi nombre es Kaylee, soy la más anciana de esta ciudad y por alguna razón todas me toman por la jefa. —Sus ojos miraron seriamente a su hija que entraba con una bandeja con té y pastas.

Esa frase me hizo sonreír.

—Estamos en las mismas, Kaylee—le dije.

—Quiero conocer a la nueva Poseedora. Háblame de ti.

Esa siempre va a ser la peor frase que me van a hacer.

—Tampoco hay mucho que contar— le dije.

—Algo debe haber en tu vida para que las llaves te hayan elegido como la sucesora de Adam, que en paz descanse. —Esto último lo dijo en voz baja.

Aparté la mirada mientras lo sucedido hace unas horas volvía a mi mente.

—Siempre he sido la típica chica que no tiene muchos amigos—le dije sin pensar.

No entendí porque se lo contaba pero supongo que era para quitarme ese peso encima.

—La gente teme lo que no comprende—dijo la bruja frente a mí. Sasha volvió a entrar con Mindi recién duchada o esa parecía ya que la bruja la tenía envuelta en una toalla de color gris—. Mindi, querida, te quedas von nosotras, ¿verdad?

La cobaya hizo unos chillidos que no logre saber si estaba feliz o enfadada. Will seguía en mi hombro y me traduzco el mensaje.

—Yo también estoy triste porque él no vuelva—dijo Kaylee mirando al roedor—. Aquí estarás mejor. 

—¿Entienden a los animales?—hice la pregunta más estúpida posible.

—Así es. Olvídate de esos cuentos con los que os crían a los humanos sobre brujas malas y feas— me dijo—. No sé si tu guardián te lo ha explicado. —Señaló a Will con la cabeza.

—Me explicó algo del pueblo.

—Tomate esto, te animará—me dijo Sasha empujando una taza hacía mí.

Ellas me explicaron todo lo que tenía que saber. Al parecer las llaves protegen a todas las especias y/o criaturas de los humanos para que no hubiera otra guerra. 

—Y las llaves son para protegernos de los humanos—concluyó Kaylee—. Y por eso tienes que cuidarlas como si no pudieses vivir sin ellas. Si caen en malas manos todos nosotros estaremos en un grave peligro.

Will me miraba sin pestañear. Traté de entender todo pero era mucha información.

—¿Necesitar estar a solas?—preguntó Sasha sirviéndose otra taza de té. 

—Necesito aire—musité. Kaylee le hizo una seña a su hija que se levantó y me dijo en un solo gesto que la siguiese. Y eso hice. 

Del salón pasamos a la cocina que era bastante pequeña. La cocina tenía una puerta de madera en el lado opuesto.

—Da al jardín—me explicó—. Ahora que es de noche es muy bonito.

Me abrió la puerta y observé aquel paraíso. Había unos farolillos, los cuales flotaban en el aire, que iluminaban un pequeño camino de tierra. 

Nunca he sido una experta en plantas pero puedo asegurar que ninguna de esas las podía tener un botánico a su alcance. Había árboles cuyos frutos tenían colores que brillaban en la oscuridad, flores que crecían en sentido contrario, es decir primero la flor y después el tallo. 

— Ten cuidado con las fiure—me dijo mientras señalaba unos insectos del tamaño de un escarabajo pero de color verde y con unos ojos morados y colmillos—. Muerden a la gente que le caen mal.

No solo había plantas extrañas aquí, también animales. Noté que algo me rozaba la pierna y era Will. Encontré un banco hecho de metal y me senté admirando el jardín. Will hizo lo mismo. Colocó una pata sobre mi brazo como cuando quería que lo acariciase.

—¿En qué piensas?—me preguntó con cierto tono de preocupación.

—En todo lo que ha pasado—respondí.

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