Anker Prins

  Lo primero que note fue el olor a sangre y la textura de la misma escurriendo por mis manos, cayendo en pequeñas gotas sobre el concreto, una a una, como una sinfonía, cuando abrí mis ojos estaba en un cuarto grande y blanco, parecía casi infinito, frente a mi estaba ese hombre al que yo le había quitado la vida a sangre fría. Su cara estaba tan destruida...

  Hubo algo en esa visión que de verdad me asustó... Y fue que no sentí culpa en absoluto, ahí estaban los restos de ese hombre que yo mismo asesine, su rostro irreconocible y mis manos llenas de su sangre, pero no yo sentía nada más que satisfacción de haber acabado con esa escoria... Y por primera vez en el mundo realmente entendí lo que era capaz de hacer, entendí que podía matar a sangre fría con mis propias manos sin sentir culpa o dolor. Y eso fue lo que realmente me asustó.

  Llevé mis manos llenas de sangre a mi rostro, realmente horrorizado por lo que podía hacer, por el horrible monstruo que había en mi interior y que había logrado salir.

  Grité.

  Grité hasta quedarme sin voz, hasta que mi garganta estaba casi en llamas, gritos de frustración, dolor e ira. La había decepcionado, había roto mi promesa y yo era aquello que siempre temí, era un monstruo. Unas pequeñas y cálidas manos entraron en contacto con las mías, silenciando de forma automática mis gritos, tenían pequeños callos en su superficie por su trabajo y supe que eran las manos de mi madre, con suavidad retiró mis propias manos de mi rostro y me dio esa mirada llena de amor que me decía que todo iría bien. Esa mirada que hacía que todos mis problemas se fueran.

—Oh mi amor, ¿Qué hiciste?— Contrario a su mirada llena de amor, su voz salió hueca, sin vida, como la voz de una muñeca.

—Ma... ¿Mama?— Mi propia voz salió como en un susurro tembloroso, como la voz de un pequeño niño sin rumbo y así me sentía.

—Fuiste malo cariño, mira lo que me hiciste— La mire con confusión, ella seguía hablando como una muñeca muerta en vida, se veía tan linda como siempre ¿Lo que yo le hice? ¿Qué le había hecho yo? —Me lastimaste, mírame, me hiciste daño— Cuando abrí de nuevo mis ojos, su rostro ya no era hermoso y liso, estaba lleno de golpes y moretones, quise enojarme, levantarme y preguntarle quien le había hecho daño... Cuando por fin entendí sus palabras. ¿Yo había lastimado a mamá?.

—¿Que? No, mamá... Yo nunca te haría daño—No quería levantar la mirada, no quería verla lastimada, no a ella...

—Fuiste un mal niño Anker, mírame, mira como me dañaste— Seguía negando con la cabeza, pero sus manos que antes me sostenían dulcemente me obligaron a mirar en su dirección —Mira, observa lo que hiciste, eres un monstruo—

  Eres un monstruo.

  Las paredes empezaron a girar mientras escuchaba la voz sin vida de mamá pronunciar aquellas palabras, ella sabía en lo que me había convertido, en un monstruo, cubrí mis oídos con las palmas de mis manos para dejar de escuchar, pero su voz parecía llegar igualmente a mi, grite para callarla, pero aún seguía escuchando cada palabra a la perfección, pero con la misma facilidad con la que iniciaron esas palabras, terminaron. La habitación dejó de girar de un momento a otro y su voz dejó de escucharse.

  Alce mi rostro, ella ya no estaba frente a mi, la busqué frenéticamente con la mirada, cuando lo vi... El cuerpo que antes le pertenecía al hombre que lastimó a mamá, ahora era el de ella, ¿Yo había hecho eso?, ¿Yo maté a mi madre?.

  Y cuando las lágrimas comenzaron a bajar por mi rostro, me desperté.

—Diablos chico, ¿Qué m****a te ocurre?— Un oficial me cuestiono, él se veía verdaderamente preocupado, intenta responderle y decirle que estaba bien, pero mi voz no salía, mi rostro estaba húmedo por el torrente de lágrimas que no paraban de caer y mi garganta dolía, al parecer no solo grite en mis pesadillas.

  Me froté la cara con las mangas de mi suéter, intentando en vano secar mis lágrimas que seguían cayendo, le di una pequeña sonrisa al oficial, no quería que él se preocupara por mi, estaba actuando como un mocoso, llorando y pidiendo ayuda como si fuera un niño de cinco años, era patético. El oficial se fue después de mi poco convincente respuesta, pero aún se veía algo perturbado por mis gritos, al parecer decidió dejarme solo lo cual agradecí, por primera vez observe mi entorno, estaban en una sala de interrogatorio, se veían tan parecidas a las de la Ley y el Orden que me hubiera resultado gracioso si no supiera que estaba en este sitio como un asesino. Esa imagen me trajo el recuerdo de mi madre y yo viendo los maratones de la Ley y el Orden los fines de semana mientras comíamos sus deliciosas galletas, esa imagen solo hizo que más lágrimas cayeran.

  No había nadie más en la sala, supongo que decidieron dejarme aquí para mi protección... O la de los demás, después de todo. Yo era peligroso. Recorrí con la mirada la habitación, paredes forradas en ladrillos rojos, un piso de madera oscura, una sola mesa y una silla en las que yo estaba durmiendo hasta hace poco y por supuesto, el gran espejo que realmente es una ventana para que pudieran observar cada uno de mis movimientos.

  Trate de retener mis lágrimas, no quería que ellos me vieran llorar, con algo de trabajo, lo logre, empecé a jugar con los dedos de mis manos, buscaba desesperadamente algo que pudiera distraerme.

  Verán, estar encerrado sin nada que hacer ya es horrible para un adolescente normal, pero para alguien como yo que tiene problemas de atención, es muchísimo peor, mi mente funciona a una velocidad mayor a la de alguien normal, por eso mi atención nunca se queda mucho tiempo en algo, vuela a diferentes temas cada uno más diferente al anterior. Esa es una de las razones por las que practico tantas artes marciales, no solo lo uso como una forma de aprender a controlar mi fuera, sino que también lo uso para cansar mi cuerpo, para llevarlo al límite que no me queda más opción que dormir y así poder estar quieto sin terminar dejando patas arriba el departamento, mi mente estaba haciendo de las suyas, haciéndome recordar una y otra vez esa horrible pesadilla, el cuerpo sin vida de mamá...

  ¡Basta! Quise gritarle a mi estúpido cerebro que no podía recordar bien una fórmula matemática pero sí recordaba a la perfección, cada golpe, hematoma y herida que había en el cuerpo de mamá, comencé a dar vueltas por el cuarto, contando los ladrillos una y otra vez, dando vueltas e intentando no pensar, aunque sabia que era inútil.

  Ella estaba bien, yo la protegí, yo la salvé y ese solo fue un sueño estúpido, ¿Verdad? Pero no pude evitar pensar que no lo había visto, que estaba solo en esa habitación y no sabía cuánto tiempo había pasado desde que me quedé dormido en la sala de interrogatorios. Estaba preocupado por las repercusiones legales, mamá era indocumentada, yo había nacido en el país, por lo tanto tenía ciudadanía Americana, pero ella...

  Había contado más de 10 veces los ladrillos cuando por fin la puerta fue abierta, por ella entraron el policía que me despertó, de apariencia promedio y un estómago ligeramente prominente, un hombre con un traje que parecía ser bastante caro y una mujer afroamericana de aspecto sencillo y agotado, me indicaron que me sentara y así lo hice, distraídamente me pregunté quién había limpiado la sangre de mis manos ya que yo no recordaba haberlo hecho.

—Buenos días joven, yo soy su abogado designado por el Estado, mi nombre es Thomas Brown, junto a mí está el oficial Lewis y la señorita Kiara Graham, ella es la trabajadora social que se encargará de velar por sus derechos— Quise reír con ironía, ¿Cuándo alguien se preocupo por mis derechos o los de mama? Me limité a sonreír con sarcasmo mientras cruzaba mis brazos por sobre mi pecho.

  El oficial Lewis se secó la frente con un pañuelo, parecía algo nervioso, levantó su mirada hacia mí y supe que algo iba mal, me senté recto y le devolví la mirada de forma seria.

—Hijo... No hay una forma sencilla de decir esto, pero debo pedirte que respires y te calmes— Sus palabras no hicieron más que alterarme, ¿Qué había ocurrido? —Debes saber que tu madre no es ciudadana Americana, ella es en realidad indocumentada— Sabia a donde iba esto, el oficial solo estaba intentando darle vueltas, obviamente no quería decirme aquello que ya sabía.

  Y si, este es el momento en que mi mundo empieza a dar vueltas, mamá no tenía documentos y había sido atrapada en un acto ilegal, la iban a deportar.

—No... No, ella no hizo nada oficial, mi mamá es inocente, ¡Yo soy el culpable!, ¡Tiene que creerme!— Mi voz sonaba temblorosa, como si estuviera a punto de romper en llanto de nuevo en cualquier momento.

  El oficial me vio con lástima, mientras que el señor Brown y la señorita Graham se observaron en silencio, un dolor palpitante surgió en mis sienes, todo era mi culpa, iban a deportar a mi madre por mi culpa, porque era un estúpido e inconsciente que no se sabe controlar.

—Veras chico, nosotros no podemos asegurar que lo que dices es verdad, podrías estar encubriendo a tu madre, no había cámaras en la tienda, pero ella tiene la posibilidad de apelar a un juicio, no todo está perdido— Su voz era tranquilizadora, contrario a sus palabras, mi cabeza comenzó a retumbando de dolor.

—Esto no será sencillo, pero si tu madre decide apelar a un juicio tú estarás bajo la custodia del estado mientras se lleva a cabo el proceso, puede durar meses o años— La señorita Graham, quien se había mantenido en silencio hasta ahora me explico con paciencia, como si fuera un niño impertinente que no podía entender sus palabras, me quedé callado esperando que ella siguiera hablando mientras mi dolor de cabeza persistía —Sin embargo, debes estar consciente de que si el fallo de la corte es a favor de la fiscalía, tu quedaras permanentemente en custodia del estado hasta que cumplas la mayoría de edad— Un tono suave y conciliador se deslizaba entre esas palabras tan duras, era obvio que ella pensaba que mi madre sería encontrada culpable y yo me quedaría solo, después de todo, ¿Quién iba a creerle?.

—Joven Prins, lo que ocurrió el día anterior fue sumamente desafortunado, pero en vista de sus problemas y su edad he logrado hacer un trato con la fiscalía, será internado en una Casa Hogar para chicos problemáticos, no iras a un reformatorio y se te dará la ayuda que necesitas— A diferencia del oficial y de la trabajadora, la voz de ese hombre era tan fría como el hielo, ayuda... Por su puesto, ¿Cuándo me habían ayudado antes?.

  La siguiente media hora fueron explicaciones sobre lo mismo, me desconecte a media conversación, no tenía el interés ni la posibilidad de seguir escuchando, mi cabeza parecía a punto de romperse a la mitad del dolor y mi estómago empezaba a despertar pidiendo comida.

  Cuando ellos parecían dispuestos a irse, mi mano se movió por sí misma, sujetando con fuerza la muñeca del oficial, él hizo una mueca por mi brusquedad, pero en ese momento realmente no me importaba.

—¿Podré ver a mamá antes de irme?... Por favor— Él parecía contrariado, pero mi abogado posó su mano sobre mi hombro, con firmeza obligándome a soltar su mano, voltee a verlo con ira, no se que vio en mi rostro pero retrocedió un par de pasos. Ellos terminaron por salir de la habitación.

  Ninguno de ellos me respondió.

  Y yo solo pude quedarme ahí, sintiéndome impotente y sabiendo que todo era mi culpa.

  Encerrado como la bestia que era, porque solo sabía lastimar a los demás. Y mi madre había pagado el precio.

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