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Por medio segundo, Kim pensó en tragarse su orgullo e irle a pedir ayuda a sus amigas de la infancia, Tania y Mariela, ahora que ellas eran ya unas señoras casadas. Pero sabía que ellas, además de burlarse, seguramente le iban a dar un discurso aburrido en las líneas de “Te dijimos que ese tal Mateo era una mala persona y que sólo iba a traer problemas a tu vida”.

 No, a ella nadie la iba a sermonear de esa forma. Sería mejor buscar ayuda en otra parte. ¿Pero dónde? En cosas como esas pensaba Kim mientras caminaba por la ciudad enfundada en unos pants color rosa chillón, cuando de pronto, un hombre de unos cincuenta años de edad le puso un papelito en la mano. La propaganda decía “Se solicitan chicas atrevidas para dar espectáculo en el centro nocturno “Solid Gold”, edad 18 a 28 años. Excelente presentación y gran facilidad de palabra. Ofrecemos buen sueldo base más excelentes propinas” La rubia dio un gran suspiro. Era lo último que quería hacer, sin embargo, ella era realista y sabía que no iba a obtener de alguna forma más legal el dinero necesario para sacar a su novio de prisión. La chica agendó una entrevista de trabajo lo antes posible, y antes de una semana, ya era una nudista en uno de los centros nocturnos más exclusivos de la ciudad. Los días pasaron y ella se sintió motivada al ver que ganaba bien, pero esa motivación pronto se fue esfumando al ver que el dueño del lugar les descontaba dinero a las chicas con cualquier pretexto absurdo. Le gustaba el poderse enfundar en vestidos y joyas caras por primera vez en su vida, pero no le gustaba tanto el hecho de tener que aguantar las pláticas de borrachos y manoseos de hombres que tenían la edad suficiente para ser sus padres.

Cuando mamá le hizo una de sus muy escasas llamadas telefónicas, la joven le dijo que estaba de cajera en un supermercado de esos que abren durante las 24 horas del día. Lo mismo le contaba a su novio cuando lo iba a visitar. Por muy bien que ganaba, no se le quitaba del todo  la vergüenza que sentía sobre su propia persona. Sabía que si algo le salía mal, pronto le daría la razón a todos esos que le habían dicho desde niña que su vida estaba destinada a ser un auténtico fracaso.

Pero cuando ella estaba a punto de tirar la toalla, sucedió un milagro. Comenzó a hacerse cliente asiduo de sus bailes un hombre bastante regordete de unos 70 años de edad, que siempre iba al centro nocturno impecablemente vestido. Cuando alguna otra chica quería atenderlo, Kim luchaba por retenerlo.

Haciendo gala de una gran entereza, ella se aguantaba el asco que él le provocaba cuando metía la mano debajo de su minifalda. Incluso le permitía, haciendo caso omiso de las reglas del centro nocturno y sin informarle al dueño, que le permitiera darle satisfacción darle satisfacción oral en alguno de los cuartos privados del sitio. En cada uno de esos encuentros ella simplemente cerraba los ojos y se imaginaba por un instante, lejos de allí, abrazando al amor de su vida.

 Ella sentía que ese hombre tenía algo que podía cambiar su destino. Y no se equivocó. Después de un par de pláticas, se enteró que él era un fiscal de distrito bastante adinerado y con muchas influencias.

— ¿No podría ayudar a mi novio a salir de la cárcel? —Le imploró la rubia un día—Está preso por un homicidio que cometió. ¡Pero fue en defensa propia!

—Uff, no. Si fue homicidio va a estar muy difícil—sonrió el anciano, relamiéndose los labios al tiempo que estrujaba el bien formado trasero de la joven— Además, ¿para qué lo quieres? Yo te puedo dar una vida mejor que la que él te podría dar.

—Mil gracias señor—sonrió la joven haciendo un esfuerzo sublime por no vomitarse allí mismo—Yo ya veré la forma en la que lo ayudo a salir.

Kimberly pasó toda la noche pensando cómo utilizar a ese viejo a su favor, y entonces, por muy descabellada que sonara la idea, encontró la solución a los conflictos al ver una película de suspenso en la que la villana chantajeaba con unas fotos al protagonista.

—Vaya, vaya—sonrió diabólicamente Kim, enfundada en su pijama color violeta—Creo que este viejito me va a ayudar por las buenas o por las malas.

La próxima vez que el fiscal visitó el lugar, Kim se aseguró de llevarlo un privado, y allí, con una dulce sonrisa, le ofreció al señor una bebida un poco extraña. El fiscal se la tomó toda, y poco a poco se empezó a sentir somnoliento, hasta que finalmente, se durmió. Él despertó horas más tarde, ya sin la rubia en el privado. Trató de no darle importancia al hecho, hasta que días después recibió un mensaje desde un número desconocido que decía algo como “¿Quieres que tu familia sepa la clase de escoria hipócrita que eres? Si haces lo que te digo tus gustos secretos estarán a salvo y si no, voy a difundir algunas fotos como esta” Adjunto al mensaje venía una foto de él, desnudo junto a un par de chicas del Solid Gold, que claramente no llegaban a la mayoría de edad.

“No te atreverías a hacerlo jamás, cobarde”, respondió el fiscal. “No sabes cuánto poder tengo”

“Y tú no sabes cuántas fotos tengo de tú y que no me va a dar pena mandárselas a tus conocidos”, respondió el anónimo.

Menos de dos meses después, se declararía inocente a Mateo, descubriéndose suficiente evidencia para afirmar que había actuado en defensa propia.

Sintiéndose un poco culpable por todo lo que había tenido que hacer, al poco tiempo de que Mateo abandonó la prisión, ella no aguantó más y le terminó contando a su amado la mayor parte de lo sucedido, incluido cómo había logrado ganar suficiente dinero como para alquilar un buen departamento para los dos en cuestión de algunos meses.

—Espero que no te desilusiones demasiado de mí—suspiró ella al terminar de contar lo acontecido— Entendería perfectamente si después de lo que te dije no me quieres volver a ver.

— ¡Estás loca, güerita! Ahora te amo más que nunca. Eres una chava más inteligente de lo que jamás pensé. ¿No tienes los datos de algunos de tus ex clientes? Creo que nos podrían ser muy útiles

—S-sí. Tengo los datos de varios. Ya me imagino para qué los quieres... ¿No te da miedo que te vuelvan a regresar allá si te atrapan?

—No, mi hermosa—sonrió el moreno, besando con suavidad la mano de su amada— Ya que sé lo jodona que eres, no le temo ni a la misma muerte. Este es el primer paso hacia la vida que tú y yo nos merecemos.

Ella sonrió al escuchar esas palabras y no pudo evitar sentir que su corazón se llenaba de amor hacia su novio. Tal vez, para ambos, sus vidas no habían hecho otra cosa más que empezar.

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