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Anne Stay era una mujer seria, pero sin duda alguna, sabía tener sentido del humor cuando era necesario. Por ejemplo, cada año, ella y su esposo acompañaban a los niños en Halloween a pedir dulces, y no tenían reparo alguno en usar los más ocurrentes disfraces. Por ejemplo, el año pasado él se había disfrazado de cepillo de dientes, mientras que ella había enfundado sus bien formadas curvas en un atuendo en forma de envase de dentífrico. Pero así como sabía reír en los momentos justos, la diminuta rubia también sabía sacar las garras como una leona cuando la situación lo ameritaba. Y al ver que su pequeña Liz llegaba llorando de la escuela, supo que esa era una de esas situaciones.

— ¿Qué te pasa, muñequita? ¿Por qué las lágrimas?—le preguntó Anne a su hija, acariciando con ternura el lloroso rostro de la pequeña.

—Es que la señorita Kimston me puso un seis en mi trabajo de Biología—sollozó la pequeña— ¡Tú sabes lo mucho que me esforcé para hacerlo!

—Claro, mi vida. Tú sabes que no soy de esas mamás que les solapan todo a sus hijos. Pero tu trabajo merecía mínimo un nueve. Yo soy testigo ¿Qué le pasa a esa mujer? ¿Crees que pueda ir a hablar con ella?

—N-No sé. Siempre me está diciendo que como se ve que mis papás tienen dinero, va poner especial cuidado en enseñarme que todo en la vida requiere un gran esfuerzo. Y no creo que quiera hablar contigo. Le choca que vayan los papás de sus alumnos a quejarse. Si lo hacen, les baja aún más puntos.

— ¡Qué mal, cariño! Voy a intentar hablar con ella mañana. Pero no te garantizo nada.

Lamentablemente, la plática no dio frutos. La maestra simplemente le dijo a Anne que el trabajo de su hija carecía de lagunas características importantes que les había pedido a sus alumnos, y que por eso, le era imposible aumentarle la calificación.

—Ow, ¡qué mal, mamá! —Replicó Liz al saber que la maestra no había querido cambiarle la calificación—Pero no te preocupes, mientras no repruebe, no me importa si mi promedio baja un poquito o si este mes no salgo en el cuadro de honor.

—Como tú digas, mi cielo—sonrió Anne diabólicamente—Por cierto, ¿no sabes si tu maestra es casada?

—No, mami. Ella es soltera y sin hijos. El otro día oí que otras maestras le estaban diciendo que se apurara a buscar esposo para no ser una solterona.

—Gracias, cariño. Ahora, ¿qué te parece si repasas un poco tus lecciones de inglés? Para compensar los puntos que puedas perder por lo de Bilogía.

—Muy bien, mami—sonrió la pequeña de cabello cobrizo, dirigiéndose con paso veloz hacia su habitación.

Apenas abandonó la pequeña la habitación, Anne se dirigió hacia su laptop, la encendió y dio inicio a su plan de venganza. Primero, comenzó por bajar varias fotos de un chico ruso de cabello oscuro bastante apuesto y borrar los datos que las hicieran localizables. Acto seguido, se creó un nuevo correo electrónico y varios perfiles de redes sociales bajo el nombre de “Nikolai Volkov” y en tercer lugar, agregó en todos ellos como amiga a la señorita Kimston. Lo que después siguió, aunque parecía laborioso, no tomó tanto tiempo. Le comentó que él era un profesor ruso solitario, que había perdido a su prometida en un accidente y que estaba pensando seriamente en inmigrar al país, para que el contacto con una nueva cultura lo distrajera un poco de su dolor. La profesora rápidamente mordió el anzuelo. Usando el disfraz del ruso, Anne prontó aprendió varias cosas sobre la maestra de su hija, tales como que su nombre era Jessica, amaba el jazz y los perros chihuahuas, que era alérgica a los camarones y sufría miedo a las alturas desde niña. Toda esa información era muy buena.

Pero no era suficiente para una buena venganza. Tenía que ir un paso más allá. Comenzó a coquetearle cada vez más fuerte a Jessica, haciendo alusiones sexuales cada vez que podía, hasta que finalmente le pido que le enviara fotos desnuda. Ella, obviamente, se negó al principio, pero la rubia, bajo el disfraz del ruso, siguió y siguió insistiendo hasta que la logró convencer. ”Por favor, no le mandes estas fotos a nadie. Sólo lo hago como un favor para ti, porque siento que hay una conexión muy especial entre tú y yo”, fue el mensaje que le envió junto con las fotos la profesora.

Anne se relamió los bigotes al leer el mensaje. Era el momento de la fase final de su venganza.

—Oye, amor—le preguntó a Matt, quien se encontraba leyendo el periódico— ¿No tendrás un chip para teléfono sin usar que te haya sobrado de un trabajito pasado?

—Sí. Están en el cajón de mi escritorio, como siempre—sonrió traviesamente el hombre de recias facciones— ¿Qué? ¿Sacándole dinero a otro infiel que conociste por internet?

—Oh, no cariño. De momento no— negó dulcemente con la cabeza la rubia—Dándole un pequeño escarmiento por altanera a la maestra de Liz.

—Nada más no la vayas a llevar al borde del suicidio. No queremos que vuelva a pasar lo de la miss de Demian, ¿de acuerdo?

— ¡Ashhh, qué aburrido! Pero bueno, me moderaré un poco. Nada más porque es una muchachita —mintió ella.

En menos de diez minutos, el grupo de los padres de familia de la clase de Liz, el de la iglesia y hasta el del trabajo de Matt, habían recibido las fotos de la joven profesora. Y en menos de una hora, ya las tenía casi media ciudad. Anne sonrió al ver que las fotos no paraban de compartirse. Ya sólo era cuestión de esperar.

—Me dijiste que hoy no vino tu maestra ¿No supiste por qué, hermanita? —Le dijo Demian a Liz al día siguiente, apenas al regresar a casa después de la escuela— Todo mundo se anda pasando unas fotos ella. Los de mi salón ya las vieron y dicen que son asquerosas ¡Se le ve toditito! De seguro ya se murió de la pura vergüenza.

— ¿F-Fotos d-de ese tipo? —tartamudeó la niña de cabello rojizo—No creo. Ella es muy seria y no tiene novio.

—Pues entonces, quién sabe a quién se las mandó, pero sí son de adeveras las fotos. Vamos a la compu de arriba y te las muestro—le dijo el niño de mejillas sonrojadas a su hermana

—Esta vez sí te pasaste, querida—le comentó al oído Matt a su esposa, quien había escuchado desde la cocina toda la plática de los niños con una sonrisa sobre su rostro.

—Ni tanto, eh. Quizás le hice un favor. Ahora que todo el mundo la conoce, tal vez se consiga un novio…

Después de decir lo anterior, la rubia continuó preparando la cena como si nada hubiera sucedido. Nadie iba a estropear la felicidad de sus seres queridos. Ella sabía que su hija había nacido destinada a cosas brillantes, y a diferencia de lo que su madre había hecho, estaba determinada a luchar para que ni a Liz ni a Demian nadie se atreviera a ponerles piedras en su camino

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