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Cuando apenas comienzas a vivir, no hay diversión y al mismo tiempo, tormento más grande que el dedicarte al pensar en el mañana. Eso lo sabían Tania, Kim y Mariela, sin embargo, aprovechando que la maestra había salido al baño, se encontraban hablando un poco sobre el futuro, para distraerse del hecho de que estaban en grandes problemas porque la maestra las había cachado a las tres pasándose las respuestas del examen final del bimestre y les había dejado algunos problemas para resolver durante el receso.

— ¿A ti que te gustaría ser de grande—preguntó Tania a Kim, que parecía, como de costumbre, encontrarse perdida dentro de sus propios pensamientos.

— ¡Ay, no sé! —Respondió la jovencita de ojos azules—Lo único de lo que estoy segura es que me gustaría ser rica, muy rica. Pero sobre todo cambiarme el nombre  lo antes posible ¡Asco llamarme Kimberly!

— ¿Y qué tiene de malo que te llames Kimberly? —Interrumpió Mariela, dejando de ensortijarse el cabello castaño con los dedos por un segundo— Casi todos te decimos Kim, y francamente, no se oye tan mal.

—Sí, pero no es un nombre para una chica rica. Te juro que todos oyen  el nombre “Kim” y se imaginan a una chica arrabalera. Si quiero ser respetada por la gente rica, tengo que cambiar eso.

— ¿Y cómo le gustaría llamarse, su alteza? —cuestionó la  joven de castaña cabellera, haciendo una caravana en son de burla.

—No sé. Tal vez, Ana o Anne. Sé que así se llamó una reina muy famosa. Es algo sencillo y suena elegante.

— ¿Y cómo estás segura de que vas a ser muy rica? —se burló Tania— Digo, muy bonita no eres, inteligente, tampoco, porque si lo fueras, no habrías permitido que la maestra nos cachara pasándonos las repuestas.

— ¡Ay amiga, no me quieras tanto! —Sollozó Kim—Es simple. Estoy segura que Mateo y yo podemos hacer lo que nos propongamos. Si trabajamos juntos, te juro que vamos a salir de aquí antes que cualquiera de ustedes

—Mateo, Mateo, Mateo…— dijo burlonamente Mariela, haciendo ademanes graciosos para ejemplificar su punto— El criminal de poca monta que va a venir por ti en un caballo blanco y te va a sacar de la pobreza para llevarte a vivir en un palacio.

—Pues sí, aunque te burles, mensa. Y yo nunca dije que él fuera a hacerlo todo. Dije que entre los dos andamos planeando algo para dejarlos a todos ustedes, bola de pobres, atrás. ¡Ya lo verán!

— ¡Ay, por favor! Si el tal Mateo no termina en la cárcel antes de los veinte años, te juro que va a ser un auténtico milagro. Y de seguro tú vas a terminar encerrada, porque la mensa eres tú.

— ¡Ah sí! Pues ahorita vemos de a cuántos golpes nos tocan—bramó Kim, arremangándose el sweater del uniforme escolar.

—Chicas, eh… No es que quiera interrumpir sus discusiones, pero la maestra acaba de salir del baño y viene para acá— cortó el pleito Tania, quien se encontraba viendo por la ventana del salón.

— ¡Los problemas! —exclamaron las dos al mismo tiempo, volviendo a sumergirse en los deberes lo más rápido posible.

— ¿Chicas, ya terminaron? Me dijo la prefecta que hasta el otro lado del pasillo se oía su plática —Preguntó la miss de matemáticas al regresar al salón—Si no quieren que sus papás se enteren de lo que hicieron, se van a quedar el resto de la semana a ponerse al corriente. Lo saben, ¿verdad?

—S-Sí, miss. Ya casi—tartamudeó Mariela— ¡Pero es que los problemas que nos dejó están muy difíciles!

—No estarían tan difíciles si pusieran algo de atención en clase, señoritas. Pero bueno, les doy cinco minutos extra, porque créanme, yo soy la que menos quiero tenerlas conmigo un año más. —suspiró con un dejo de exasperación la profesora.

Las horas pasaron, y finalmente llegó la hora de salida. Todos los estudiantes se dirigieron a sus respectivas casas con paso veloz. Mariela y Tania dirigieron sus pasos a la parada del autobús. Kim, por su parte, esperando a que la mayor parte de sus compañeros se fueran, dirigió sus pasos a la parte baja de la colina sobre la que se encontraba construida la escuela. A cada paso, las casas parecían volverse un poco más humildes, y el paisaje cada vez más gris, hasta transformarse en una difusa nube teñida del mismo tono del humo que salía de las fábricas aledañas. Kim dio un gran suspiro, cuando vio a lo lejos el portón blanco de su casa y se dio cuenta que un auto rojo estaba estacionado frente a él. ¡Ugh! De seguro mamá había invitado a su nuevo novio, y no había que ser un genio para adivinar que de seguro se encontraría besuqueándose o haciendo algo más con él en la sala. La mera imagen mental le enchinó los vellitos de los brazos.

Pensándolo mejor, la chica de diminutos ojos rubios se siguió de largo, hasta llegar a las canchas comunales de futbol. Esperó algunos minutos. Volteó hacia a un lado y al otro, y no lo pudo encontrar. “Lo que me faltaba, ¡hoy no vino!”, murmuró la rubia para sus adentros, frunciendo un poco el ceño.

— ¡Manos arriba, princesa! — le dijo una voz familiar, al mismo tiempo que alguien le tapó los ojos con la mano.

— Mateo, mi vida— murmuró ella, dándole un beso en la palma de la mano— ¿Dónde demonios te habías metido?

—Estaba con mis compañeros de clase, hablando sobre la inquisición española—dijo él haciendo un esfuerzo inútil por contener la risa ante esas palabras que ni él mismo se creía—Nah, estaba con mis compis, haciendo un trabajito para poderte dar una pequeña sorpresa.

— ¿Qué es? ¿Qué es? —replicó la diminuta rubia, sintiendo que el rostro se le iluminaba de momento.

—Pues mira—replicó Mateo sacándose una pulserita del bolsillo—No sé si es de oro o plata, o puro plastiquito corriente, pero como tenía florecitas, me acordé de ti. Sé lo difícil que está siendo todo para ti desde que tu mamá invita al cabrón ese a tu casa, y quise darte algo que te alegrara un poco.

—G-Gracias—respondió Kim con la voz entrecortada, tomando la pulsera entre sus pequeñas manos. Quiero agradecerte esto de la mejor forma.

Y sin mediar palabra alguna, la rubia tomó de la mano al delgado chico moreno que estaba frente a ella, y se lo llevó a la parte de debajo de las gradas de la cancha de futbol, que lucía completamente sola. Lo comenzó a besar con toda la pasión que una joven que apenas se está abriendo a la vida es capaz de almacenar en su cuerpo, al tiempo que las hábiles manos de él, pronto encontraron el camino hacia los bien formados pechos de ella. Kim, sonriendo, sacó un pequeño cuadrito de plástico de su bolsillo. Aunque la maestra casi lo impide, esa iba a ser su noche. Las prendas se desabotonaron, y sin que nadie pudiera verlo, un par de jovencillos, dueños de un enorme deseo por ser amados, perdieron juntos los pálidos restos de inocencia que sus corazones albergaban. La noche era oscura y un poco fría, pero para ellos dos, era más cálida que un día de verano.

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