Tú sí sabes quererme
Tú sí sabes quererme
Por: AnaMartinez
CAPÍTULO 1: Llegando a mi destino

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Mi nombre es Izel, que en Náhuatl significa “única”, mi madre me puso así porque decía que sería única en todo lo que hiciera, eso fue lo que me auguró el día que nací. Así que con ese pensamiento crecí y crean o no me ayudó a lograr todo lo que me proponía, es como si mi propio nombre fuera un tipo de hechizo que me ayuda a seguir, a no rendirme ya que, cuando estoy a punto de hacerlo simplemente recuerdo mi nombre y pienso “vamos, pero si eres única”, tú puedes y simplemente lo hago.

Así, bajo ese hechizo de mi nombre, logré estudiar todo lo que me propuse. Mis padres sólo me dieron la educación básica, ya que la tienda de abarrotes que tenía no daba para más lujos o escuelas de paga. Además, mi hermano Galindo se unió a la familia cinco años después de que yo llegara, por lo que los gastos se incrementaron, así que todos hicimos lo que pudimos con lo que teníamos.

Siempre fui una buen estudiante, dedicada. De pequeña quería ser todo, estudiar de todo, incluso cambié de sueños tantas veces que mi madre tenía miedo de que fuera indecisa a la hora de escoger una manera de ganarme la vida, por lo que siempre me decía “Izel, recuerda que lo que escojas debe ser tu sueño, para que jamás veas tu trabajo como una obligación, sino como una aventura”. Esa frase se quedó grabada en mi mente por años, incluso aún en la universidad me la repetía para no perder el rumbo y caminar firme por lo que yo sé que es mi camino: ser diseñadora de modas o más bien de joyas.

Mi pasión por ella empezó justo en la primaria, cuando una maestra nos enseñó su precioso anillo de compromiso que su novio gringo le había dado. Recuerdo perfectamente que él sólo traer el anillo en el dedo cambiaba la belleza de la mujer, incluso noté que lo combinaba perfectamente con el collar y los aretes, y que cada vez que podía movía la mano para que brillara. Tal vez la maestra quería presumir que se iba a casar y que pronto se iría al “otro lado”, pero para mí fue un despertar porque supe que eso quería hacer, diseñar joyas.

Entonces, así empezó todo, empecé a hacer bocetos en la secundaria en las clases de diseño gráfico, bocetos que guardé para después poder darles vida cuando pudiera. Hice de todo, collares, pulseras, brazaletes, anillos, aretes y el sueño de algún día abrir mi propia joyería o tener mi propia marca se hizo más y más profundo, sobre todo cuando empecé a probar mis primeros diseños en mis compañeras de escuela. En mis ratos libres, solía hacerles pulseras de cuentas, o aretes de tela que ellas vestían. Recuerdo que llegué ha hacer tantas pulseras, aretes e incluso anillos que pasaba los fines de semana haciendo los pedidos para poder entregarlos el lunes en el receso.

Sin embargo, a pesar de que se notaba mi talento nato, mis padres no estaban muy seguros de que esa carrera me trajera frutos. Constantemente me decía que era un mundo bastante competitivo y que el hacer que mis diseños destacaran era algo difícil de lograr, a lo que yo respondí “soy única, ¿qué no?, puedo lograr lo que quiera” y saliendo de la preparatoria, lo hice.

Resulta ser que mis padres, después de tantos años, lograron abrir una segunda tienda de abarrotes que se convirtió rápidamente en un tipo "imperio", dándonos a mi hermano Galindo y a mí nuevas oportunidades. Él, entró a una preparatoria de paga donde le enseñaron idiomas y yo, entré a la Ibero en la ciudad de México, pero no por mis padres, si no por mi talento, por mis diseños únicos.

La Ibero, una de las mejores escuelas de la ciudad de México, en ese momento lanzó una beca para “reclutar talento” en cualquier de sus carreras con la oportunidad de poder estudiar en su escuela con casi cien por ciento de beca. Los reclutadores llegaron a mi escuela y como yo sabía que el pueblo donde vivía me quedaba muy pequeño, decidí mostrar mis bocetos que tenía guardados desde años atrás para encontrarme con la sorpresa de que había salido seleccionada. Así, a la edad de los dieciocho años, y con todas las bendiciones habidas y por haber, me fui a vivir sola a la gran ciudad de México para poder seguir la carrera de mis sueños la que yo sabía me daría muchos frutos en el futuro, y aquí estoy, en Madrid, con una beca que me permitió venir a estudiar en la Universidad Complutense de Madrid.

—¿Entonces vienes a estudiar? —me pregunta el policía que me ve con sus ojos cansados, mientras tiene el sello de la aduana en sus manos listo para ponerlo en mi pasaporte.

—Sí— respondo con una sonrisa.

—Perfecto, muchas gracias, ¡siguiente! — le grita a la persona que viene atrás de mí y yo simplemente tomo mi pasaporte un poco apenada por lo que ha pasado.

—Izel, la próxima vez que te pregunten ¿a que viene a Madrid?, sólo di lo básico, ¿de acuerdo? — me regaño mientras bajo las múltiples escaleras que me llevarán al tren que me cambiará de terminal.

Al parecer, la emoción de haber llegado a otro país y a otro continente me pega demasiado, al grado que le comunico a todos mi historia como si les importara o estuvieran interesados en conocerla, por lo que creo que debería hablar menos y actuar más, ya que los meses que me quedaré aquí se me pasarán como agua y para ser honesta yo tengo un objetivo estudiar esas materias únicas que sólo esta universidad me puede dar, por lo que no debo perder la concentración.

Después de un tiempo de viaje en el tren, me bajo en la terminal para ir directo a recoger mi maleta y de ahí salir por fin del aeropuerto y dirigirme al que será mi hogar por este tiempo, una residencia de estudiantes cerca de la universidad que tuve que apartar meses antes de venir. Para poder estar aquí, mis padres tuvieron que pagar viáticos, yo tuve que pagar mis boletos de avión, los cuáles lo hice con un préstamo por parte de mis tíos que poco a poco iré pagando cuando regrese a México y empiece a trabajar. El gran esfuerzo que mi familia está haciendo para que yo esté aquí es enorme y es por eso que no debo desconcentrarme de mi camino.

Salgo del aeropuerto directo al metro, mientras leo el mapa que baje de internet antes de venir. Señalo con le dedo la estación donde me debo de bajar y reviso cuantos transbordes debo hacer hasta llegar ahí, son en total cuatro, por lo que me subo un poco insegura en el vagón para no quitar de la vista el número de estaciones que deben pasar para bajarme, caminar hacia otra estación y así tomar los siguientes vagones que me llevarán a mi destino. Una hora después, me encuentro subiendo las escaleras de la estación para salir a la preciosa ciudad de Madrid, quién me da la bienvenida con un hermoso sol de finales del verano y un estruendoso ruido de los carros ya que al parecer he llegado en la hora del tráfico.

Continúo caminando por la calle, atenta a la dirección de mi residencia y jalando mi maleta detrás, hasta llegar a mi destino, una preciosa puerta de cristal que arriba dice “Residencia Estudiantil” y juro que en este momento no me la creo, por lo que antes de entrar tomo un suspiro mientras observo como dos chicas salen de ahí y me sonríen.

—Bien Izel, es tu momento, eres única así que puedes hacerlo.

Entro hacia el lobby de la residencia y en seguida una mujer de cabello corto me sonríe y me saluda desde lejos —¿Izel Santa Cruz? — me pregunta mientras yo asiento con la cabeza y me acerco a ella de verdad emocionada.

—Sí, soy yo.

—Bienvenida a España, y a la residencia estudiantil, Izel.

—Gracias— respondo nerviosa.

—Te tenemos una buena y una mala noticia— comenta haciendo que abra los ojos un poco sorprendida— la mala es que tu compañera de habitación canceló a último momento, por lo que ahora estás sola.

—¡Ah!, O.K— respondo tranquila, aliviada porque yo pensé que hoy tendría que dormir en las calles.

—La buena, es que te encontramos una habitación individual por el resto del semestres así que te regresaremos parte de tu primera renta y ahora pagarás menos.

—Sí que es buena noticia— comento mientras muestro mi pasaporte para que ella pueda registrarme.

La mujer con una sonrisa lo toma, teclea unas cosas en su computadora y luego me lo regresa — aquí tienes, y esta es tu llave — y me entrega una que tiene un llavero de círculo con el número de la habitación— recuerda que si la pierdes debes pagar el reemplazo, y a la hora de regresarte a tu país debes dejarla, ¿vale?, si no tendrás que enviarla por paquetería desde allá.

—Perfecto — accedo mientras la tomo.

Leo en el círculo que el número de mi habitación es el 508 por lo que quiere decir que debo subir hasta el quinto piso para poder acceder a mi habitación.

—Ten esta hoja, aquí vienen los servicios que se ofrecen, los distintos locales que hay alrededor, los horarios de los autobuses que te llevan a la universidad y sobre todo las reglas. Las salidas y entradas son veinticuatro horas.

—Muchas gracias— digo emocionada tomando la hoja entre mis manos.

—De nada y bienvenida, espero que disfrutes tu semestre.

Con una sonrisa en mis labios, camino hacia el elevador que hay a mano derecha y picando el botón me doy cuenta que no sirve por lo que me toca subir escaleras cargando la maleta hasta el quinto piso.

—Sí, olvidé mencionarlo, el elevador justo hoy quedó fuera de servicio, así que por el momento debes subir y bajar por las escaleras.

—O.K— respondo y cargo mi maleta lo mejor que puedo y subo cada escalón tratando de que ésta no pegue contra la preciosa madera de la que está hecho.

Lo hago lento, quejándome un poco, hasta que llego al quinto piso y comienzo a caminar por el pasillo, cuando llego a la habitación 508 suspiro fuerte para quitarme los nervios y en seguida la abro. Tan sólo entro, puedo ver una preciosa ventana que da hacia la avenida principal, una cama con un colchón individual, un buró con lámpara, un microondas, un armario y un escritorio para estudiar.

—El baño se encuentra al final del corredor— leo la hoja al darme cuenta que no tengo baño dentro de mi habitación— bueno, es acogedora— pienso positivo para luego dejar mi maleta sobre el suelo y de inmediato mirar por la ventana— qué diferente es del pueblo — murmuro mientras los ojos se me llenan de lágrimas por la emoción —lo lograste Izel, ahora es momento de demostrarles a todos de qué estás hecha.

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