El doctor

En pocos minutos llegaron al Hospital Infantil Vittore Buzzi. El hombre se estacionó cerca de emergencia y la llevó cargada hasta adentro. «Puedo acostumbrarme a viajar así», se dijo. Él la recostó sobre una camilla desocupada y le hizo señas a una enfermera para que viniera a atenderla. De inmediato, se acercó a ella para tomar sus datos y la información de su lesión.

—Ella necesita una radiografía de muñeca y pie izquierdo, para descartar un daño al hueso —ordenó el extraño antes de que la enfermera hablara. Camila abrió los ojos sorprendida, pues no podía creer hasta dónde podía llegar la arrogancia de ese extraño.

—¿Qué crees que estás haciendo? —lo interrogó enojada—. Ya puedes irte. Los doctores se encargarán de mí. No necesito que te quedes.

—Señorita —habló la enfermera—, el doctor ya se está encargando de usted.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó confundida.

—El doctor Álvarez la está atendiendo. —Y señaló con su bolígrafo al extraño sexy del parque.

Lo miró de hito en hito. Aborreció su cara de satisfacción y odió el ridículo que estaba haciendo.

—Con que eres doctor…

—Así es. ¿Dejarás que te atienda o te comportarás como una niña malcriada?

—No sería muy diferente a sus pacientes, doctor —se burló la enfermera.

Camila se sintió abochornada y se limitó a guardar silencio. Él no contestó a la broma de la enfermera ni expresó ninguna señal de aprobación, lo que alivió la vergüenza de ella.

—Marie te llevará a hacerte la radiografía y en cuanto esté lista me encargaré de tus resultados —dijo, dio media vuelta y se perdió entre los pacientes, enfermeras y doctores que había en la sala.

La enfermera fue por una silla de ruedas y la llevó al cuarto de rayos x. Sintió deseos de preguntarle por el extraño que resultó ser doctor, pero seguía enojada con ella misma, con la enfermera y con él, aunque le intrigaba mucho lo enigmático que parecía este hombre.

El proceso de la radiografía fue bastante rápido y cuando terminó la enfermera la llevó a la puerta de un consultorio en pediatría. La puerta estaba adornada con una caricatura de dos niños jugando. La enfermera dio un par de golpes en la puerta y abrió en cuanto escuchó la orden de entrar. El consultorio era muy alegre y acogedor. Había juguetes por doquier y los colores de las paredes eran muy llamativos; justo la alegría que necesitaba un niño cuando llegaba aquejado de alguna enfermedad.

—¿Cómo está la paciente? —preguntó el extraño vistiendo su bata blanca y mostrando una tonta sonrisa burlona. Ella no contestó.

—Aquí están los resultados, doctor —dijo la enfermera alargándole el sobre manila con las placas.

Grazie, Marie. Puedes irte. —Lo recibió y, de inmediato, sacó su contenido y lo puso contra la luz—. Yo tenía razón. No hay fisura y mucho menos fractura. No es más que un leve golpe. Tu dolor es muscular. Por tanto, hiciste un berrinche en vano. Voy a indicarte unos calmantes y estoy seguro que en un par de días podrás volver a correr al parque.

—Me alegro que todo esté bien —dijo al fin—. Ya no llamaré a mi abogado para que te demande.

—Esa es una gran noticia, señorita…

—Camila D’Angelo.

—Camila D’Angelo —repitió saboreando su nombre y viéndola a los ojos. Ella sintió una corriente que recorrió su espina provocada por su intensa mirada y miró hacia la pared donde estaban los títulos y reconocimientos del doctor. Él percibió su reacción y sonrió, pues, aunque le pareció una chica impaciente y exasperante, era innegable que era muy bonita y su enojo resaltaba sus facciones y eso le gustó.

—¿Me vas a recetar eso que dijiste? —le preguntó para cubrir ese extraño efecto que él provocó en ella. Además, estaba impaciente, pues ya era muy tarde y se preguntó dónde diablos estaba Luka, que no aparecía.

—Te recomiendo descanso y que no hagas demasiada fuerza en tobillo ni en la muñeca —contestó mientras escribía en un papel.

Camila lo miró mientras escribía. A ella le pareció tan atractivo verlo con su bata blanca y sentado detrás de ese escritorio rodeado de peluches de felpa, pero también se preguntaba cómo era que un doctor tan arrogante podía ser pediatra. Pensó que se necesitaba tener gracia con los niños para ello y no tenía esa impresión de él.

—¿Ya puedo irme? —preguntó en cuanto le extendió el papel con la receta.

—Por supuesto —se levantó de la silla, se quitó la bata, la colgó en una percha en la pared y tomó la silla de ruedas.

—¿Qué haces? Yo puedo irme sola, no necesito ayuda —exclamó girando la cabeza para verlo.

—No empecemos de nuevo, señorita D’Angelo. Voy a llevarla a su casa.

—¿A mi casa? No es necesario. Mi amigo ha de estar esperándome en emergencias.

—No lo está. Cuando te dejé con la enfermera fui a buscarlo, lo dejé en su casa con mi perro, pues no están permitidos los animales en el hospital, y voy a recogerlo cuando te lleve.

—¿Dejaste tu perro en mi casa? —preguntó frunciendo el ceño, imaginándose los pelos, las pulgas y el olor canino.

—En verdad eres una mujer exasperante —señaló sin ningún miramiento. Sujetó la silla de ruedas y empezó a empujarla.

—Oye, no tienes ningún derecho —replicó, pero el doctor no le hizo el menor caso. Empujó la silla hasta llegar a donde había dejado la moto estacionada.

—No te hagas de rogar, Camila.

El doctor le extendió su mano y ella la tomó sin decir palabra. La ayudó a subir a la moto y sin que le diera indicaciones llegó al edificio donde vivía.

—Aprendiste bien el camino —señaló mientras la ayudaba a bajar.

—Quién sabe si en otra ocasión tenga que venir aquí. —Sonrió y Camila descubrió en sus ojos una mirada traviesa.

—¿A qué tendrías que venir, doctor Álvarez?

—Tal vez por un cappuccino de disculpas por lo mal que me has tratado.

Ella se echó a reír en su cara.

—Que chistoso eres. Quien debería disculparse eres tú, por soltar un perro loco en el parque.

—En ese caso, te invito a cenar mañana en la noche para disculparme por las estupideces de mi perro.

—Vaya, doctor, no pierdes el tiempo.

—No me malinterpretes, Camila. Sería una cena amistosa, en señal de paz. Una disculpa por el accidente, si estás de acuerdo.

—Ah, bueno. Lo pensaré. Ya sé dónde trabajas. Además, mañana tengo un compromiso al que no puedo faltar.

«Camila, Camila, ¿Por qué no le dices que sí al guapo doctor y faltas a esa estúpida reunión de la compañía?», pensó mordiendo su labio inferior.

—Está bien, pero tienes una deuda conmigo.

—Voy a pagarte, doctor.

—Llámame Adrián.

—Adrián. —Y por primera vez ella le sonrió.

Luego tomó su mano derecha y la llevó alrededor de sus hombros para que ella se apoyara y pudieran entrar al edificio. Luka abrió la puerta en cuanto escuchó el timbre y el ladrido del perro no se hizo esperar y brincaba emocionado alrededor de su amo.

—Calma, Don Quijote. —Se agachó y lo acarició.

—¿Don Quijote? —preguntó Camila riendo—. Que nombre tan curioso para un perro.

—Es un perro loco, como alguien me dijo una vez —contestó.

—Gracias por todo, Sancho Panza —bromeó con él haciendo alusión a la novela de Miguel de Cervantes.

—Ha sido un placer mi Dulcinea. —Intercambiaron miradas y conectaron al instante, lo cual fue tan obvio que Luka carraspeó su garganta—. Gracias Luka por cuidar de Don Quijote. Hasta pronto.

Adrián inclinó su cabeza para despedirse y salió por la puerta junto a su perro. Una vez fuera acarició la cabeza de Don Quijote y le dijo:

—¿A ti también te agradó, Camila? Es desesperante, pero espero volver a verla y ¿tú? —el can respondió con un ladrido.

En cuanto Adrián abandonó el apartamento, Luka miró a Camila con una sonrisa de pervertido.

—Tranquilo, Luka. Ya sé lo que vas a decir —lo interpeló antes de que abriera la boca, pues lo conocía tan bien que podía imaginar el mundo que estaba armando en su cabeza.

—No, amiga, no vas a dejarme con la duda. Cuéntame, cuéntame, ¿qué clase de revisión te hizo el doctor?

—Por favor, Luka. No ha pasado nada. Es un doctor muy arrogante y espero no verlo otra vez.

—Sí, claro. Me di cuenta lo mucho que lo desprecias —se burló de ella, mientras la ayudaba a llegar hasta el sofá—. ¿Lo desprecias más o menos que a Giulio?

—No seas molesto, Luka.

—Debo decirte que te ha llamado varias veces muy impaciente. Ese tipo es intenso.

—¿En serio? No puede ser, estoy horriblemente tarde. ¿Qué le dijiste?

—La verdad, Camilita. Le dije que tuviste un accidente con un doctor apuesto y que te fugaste con él —explotó en carcajadas, mientras ella lo fulminaba con la mirada.   

—Si no fueras mi amigo, ya te hubiera asesinado. Ahora debo prepararme lo más rápido posible e irme. No quiero tener más problemas con él. Son suficientes los que ya tengo.

—Amiga, me preocupas. ¿Hasta cuándo vas a seguir soportándolo?

—No sé, hasta que pueda quitármelo de encima.

Camila se levantó con dificultad. Cojeó y se quejó a cada paso por el dolor. Al llegar al baño estaba cerrado para su mala suerte.

—¿Estás ahí, Gina?

—¡Un momento! —se escuchó del otro lado.

Luka y ella eran inquilinos de Gina, la prima de Camila. Aquel piso era herencia de sus padres que murieron en un trágico accidente de auto, dejándola a ella y su hermana menor como huérfanas. Debido a que eran menores de edad, estuvieron bajo la custodia de una hermana de la madre de Camila y cuando Gina tuvo la mayoría de edad decidió ir a vivir a su antigua casa. A pesar de que eran familia, Camila y ella no eran precisamente amigas. Era más bien una relación de conveniencia. Luka y Camila le pagaban alquiler y dividían los gastos y responsabilidades entre los tres.

Gina era todo un personaje, impermeable y muy reservada. Nunca sabían en qué estaba pensando, pues su rostro era muy inexpresivo. Cuando estaba en casa, permanecía en su habitación estudiando. Gina estudiaba contabilidad y era una experta en números. Ella era la más aplicada de los tres y nunca salía de fiesta, pues se exigía mucho a sí misma y salir de juerga era pérdida de tiempo para ella. La muerte de sus padres la habían hecho fuerte, pues había tenido que luchar para salir adelante sin ellos.

La mayoría del tiempo, Gina era una persona rara, pero Camila y Luka habían notado que en los últimos días se comportaba de manera extraña y pocas veces le dirigía la palabra a Camila.

En un par de minutos Gina abrió la puerta y le dedicó una mirada de odio. A ella no le gustaba que la interrumpieran cuando estaba en el baño.

—¿La señorita piensa ir al trabajo hoy? —le preguntó mientras caminaba a su habitación.

A pesar de que los tres estaban cargados de tareas y proyectos, tenían empleos de medio tiempo para costear sus estudios y sustento. Camila era asistente del gerente de una tienda que distribuía ropa de los mejores diseñadores de Italia y Estados Unidos, llamada E&R Corporation. Gina trabajaba para la misma empresa como asistente de la contable y Luka asistía a una diseñadora en una tienda del centro.

—Aunque no lo creas, sí. Pero no me tienes que esperar.

Lo siguiente que escuchó fue un portazo. En definitiva, algo le ocurría y cada día se hacía insoportable la convivencia con ella, pero en ese momento Camila no podía detenerse a interrogarla, pues tenía un compromiso con Giulio y la estaba esperando.       

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