¿Cuál es tu nombre?

—¿Cuál es tu nombre? — preguntó, me senté sobre las sábanas revueltas de aquel hotel; mi cuerpo se sintió débil por algunos segundos; desaté la venda de mis ojos lentamente de espaldas al hombre que estaba conmigo en esa habitación, él no necesitaba ver mi rostro otra vez de todas formas.

Guardé silencio.

Miré mi cuerpo, podía ver y ser consciente de las marcas que sus manos y sus dientes habían dejado sobre mi piel, había algo de sangre en mis muslos y un regusto amargo en mi boca, tragué, mi garganta ardía.

—¿No me has oído? pregunté, cuál es tu nombre — su voz ronca llenó la estancia, un escalofríos recorrió mi columna vertebral, sus manos tocaron mis hombros apretándolos con fuerza, eran ásperas en comparación a cómo se veían en aquel tren de la tarde, sus venas verdes azules sobresalían bajo su piel marfileña, sus dedos eran largos y cálidos; mi erección volvió a despertar en mí cuando sus manos trazaron el contorno de mi cuello, suspiré.

—Eres extraño. Nunca había tenido sexo con otro hombre. Debo decir que no esperaba todo esto, pero fue realmente agradable. Deberíamos vernos otra vez — su aliento sopló suavemente en mi oído, me estremecí y mi erección vibró de anticipación.

—No.

—¿Disculpa?

—No volveremos a vernos.

—Ja, ja… ¿por qué? ¿acaso no lo pasaste bien? Incluso lloraste — sus manos apretaron mi cuello ligeramente, me preparé para lo peor, siempre sucedía, golpes, palabras hirientes, nada de eso me importaba realmente.

—No te necesito más. De cualquier forma, gracias, fuiste de mucha ayuda — murmuré, él comenzó a reír y su risa era aún más ronca y estridente que su voz. Un jadeo escapó de mis labios cuando sus manos tomaron mi creciente erección entre ellas.

—Vamos, no querrás tener que hacerlo solo — me susurro mientras movía sus manos de arriba a abajo, jadee con más fuerza, sus labios húmedos besaron mi espalda.

—Detente — pero mi voz sonó quebrada, demasiado pequeña; volví a atar la venda roja sobre mis ojos, todo se volvió oscuro mientras dejaba que ese par de manos ásperas y cálidas a la vez recorrieran una vez más mi cuerpo.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁

Caminé rápidamente a casa, la oscuridad rodeaba a la ciudad y el silencio la hacía un tanto hermosa y siniestra a la vez; seguí avanzando.

Hacía un par de semanas que había visto al último sujeto con el que había terminado en un hotel de la ciudad vecina y eso me ponía un poco nervioso; aún podía recordar la sensación de sus manos apretando mi cuello, sus manos sobre mi rostro, mi abdomen… Cerré los ojos y traté con todas mis fuerzas de ahuyentar esos pensamientos de mi cabeza, estaba comenzando a volverse cansado y estaba tratando de no gritar y encontrar rápidamente a la siguiente persona.

Hoy en el tren de regreso a casa había visto a cierto tipo; no me fije en las facciones de su rostro o el color de sus ojos, no, nada de eso importaba. Lo que note cuando subió al vagón fueron sus manos largas y con nudillos que sobresalían de forma casi ridícula. Sus uñas bien cuidadas y las venas recorriendo el dorso de su mano y escondiéndose bajo el puño de su camisa azul. 

Recuerdo cada detalle, incluso sus dedos manchados de tinta negra y las gotas de tinta en su camisa también.

Justo antes de abordarlo para darle una tarjeta y me buscará, el tren se había tenido y el chico había salido con pasos firmes y seguros del vagón, dejándome con una tarjeta que contenía una sola letra “K”, el nombre de un hotel, el número de la habitación y la hora en que debía llegar.

Había corrido a la ventana, pero lo único que logré ver fue su espalda alejarse hacia un restaurante, cuando por fin me decidí a seguirlo, las puertas del tren se habían cerrado y comenzó a moverse. Fue de esa manera que perdí la oportunidad de estar con ese sujeto.

¡Maldición!

Abrí los ojos de nuevo y seguí caminando por el vecindario viejo que tanto había llegado a odiar con el paso de los años. Casas viejas y patios con b****a por todos lados, suspiré y caminé las pocas cuadras que me separaban de mi casa.

Cuando llegué, el sonido de mis padres peleando llegó a mis oídos, sus voces algo ebrias o muy ebrias me golpearon casi al momento que puse un pie dentro de esa casa.

—Muchacho, ¿podrías decirle a esta mujer que…

—Cállate — murmuré en voz baja, vi a mi padre retroceder sorprendido, guardó silencio. Miré la habitación, había latas y botellas vacías esparcidas por todo el suelo, el olor a alcohol y tabaco golpeaba mi nariz con fuerza. Platos de comida se apilaban en la mesa de centro y ropa sucia de varios días se encontraba en el raído sofá de esa sala; el gato de mi madre comía algo de suelo, no quise descubrir que era.

Mi padre que había estado de pie junto a mí se alejó y se dejó caer en el sofá, encendió el televisor en el canal de pornografía; respiré hondo, lo menos que hoy quería era pelear con él. Miré a mi madre tirada sobre la alfombra gris manchada, en la parte más alejada de la sala; su cabello era un desastre y solo llevaba un fino camisón blanco semitransparente, giré un poco el rostro para concentrarme en otro punto que no fuera ella.

—¿Estás bien, mamá? — pregunté, un sollozo suave escapó de sus labios y trató de ponerse de pie sin conseguirlo, me acerque con pasos vacilantes hacia ella y la ayude a poner sobre sus propios pies, caminamos despacio hacia su habitación.

—¿Qué sucedió? — pregunté al ver el golpe rojo en su mejilla y su labio partido; mi madre no pareció escucharme, se tambaleó con dificultad hacia la cama, se dejó caer y casi de inmediato empezó a roncar. La miré por un momento, mi madre había sido una mujer hermosa en su juventud, ahora esa belleza simplemente se había deformado hasta dejar una cáscara vacía de lo que en algún momento fue.

Salí de la habitación, mi padre volteó a verme de nuevo y arrojó una botella de cerveza a mis pies salpicando todo a su paso, mis zapatos, mi pantalón, la alfombra bajo mis pies.

—¡Estúpido, chico! — gritó, lo miré en silencio y él siguió gritando: —¡Desapareciste por 3 días! ¿Dónde demonios estabas?

—Me fui esta mañana a trabajar. Supongo que, tu estúpido y ebrio cerebro lo olvido.

—¡¿Qué fue lo que dijiste?! — gritó mientras trataba de levantarse del sofá con mucho esfuerzo. Esperé un momento, cuando entendí que no vendría a golpearme como todas las noches y en cambio se quedaría dormido en ese lugar, subí a mi habitación.

Cerré la puerta con fuerza, verlos siempre me dejaban agotado; mis padres habían adoptado cierta rutina desde que yo era joven, los problemas en su matrimonio comenzaron a salir a flote hace unos años, mi padre comenzó a beber sin control y mi madre simplemente lo siguió sin decir nada. También aceptó que la golpearan, que la violara, que la engañara con otras mujeres todos los días. Desee hacer algo por ella, pero nunca dejaba a mi padre. Traté con todas mis fuerzas de arrastrarla de ese lugar, con mi trabajo y mi sueldo podría costear un departamento y vivir solo los dos, sin embargo, ella no quería eso y yo no podía dejarla. ¿Qué clase de hijo sería si dejara a mi madre con padre para que siguiera tratándola como b****a?

Ella lo amaba, su amor o lo que fuera se aferraba con fuerza a mi padre y no podía hacer nada contra eso, incluso, yo, siendo su único hijo no podía pelear contra el amor que ella decía tenerle.

Me recliné contra la puerta, un poco asqueado, un poco preocupado y enojado por volver a esa misma situación todos los días, por ver como ella se arrastra por él, aun así, no podía decir mucho, yo mismo dejaba que otras personas tomaran mi cuerpo sin importarme mucho, dejaba que me golpearan y me dijeran palabras hirientes, tan estúpido.

Observe mi cuarto, era el único espacio en esa casa que estaba limpio y también el único lugar al cual mis padres no entrarían. En aquella estancia no había nada en particular que le demostrara a alguien mi vida o el estilo de vida que llevaba fuera de casa. Era un lugar aburrido, un tanto monótono; una cama, un buró con una lámpara, la pantalla de esta era de un color azul marino con pequeñas estrellas que se iluminaban cuando esta se encendía, era el último recuerdo de mi niñez; había una sola ventana que daba al patio trasero; un cuadro religioso que mi madre conservaba de la abuela y que, a decir verdad, detestaba, en esa casa jamás habíamos sido muy religiosos, algún día quizá terminaría en la b****a. Un escritorio de madera oscura y otra lámpara; un par de libros y cuadernos de dibujo y lápices de colores, una estilográfica que alguien me había regalado hacía meses y que aún conservaba. Aburrido.

Me acerqué al escritorio y tomé el primer bloc de dibujo que había sobre él, lo abrí, un par de dibujos aparecían al inicio todos ellos eran manos que en algún momento memoricé, manos que me gustaban de personas extrañas. Busqué una hoja en blanco y tomé un lápiz del montón que rodaban por la madera de mi escritorio.

Traté de pensar en esas manos, en el tipo del tren; no podría dormir sin antes dejar en ese bloc el recuerdo de ese par de manos, fuera como fuera debía plasmar cada detalle y cada línea de aquellas manos o iba a volverme loco.

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