Capítulo 4} ¿Hora de rendirse?

Transcurrían los días y Hannah asentía que estaba interpretando a perfección su papel de niña caprichosa. Recurría a cualquier estrategia para conseguir hacerle rendirse, lamentablemente no lo conseguía hasta ahora. Le resultaba gracioso sacarlo de sus casillas y sobretodo pedirle que hiciera cosas que no le estaban permitido a un guardaespaldas hacer.

En uno de esos días, fueron invitados ella y su madre a una fiesta. Por más que le dijo a su madre que no quería acudir, ella insistió.

—Es una gran oportunidad para que estemos juntas—la había dicho—sé que la pasarás bien.

Así fue como acabó sucumbiéndose a su petición y se encontraba en la fiesta.

Era una fiesta elegante. La celebración se realizaba en un salón enorme, había música clásica de fondo y en una esquina estaba instalado un gran banquete con todo tipo de alimento. A pesar de que había alimento de diversos gustos, Hannah sentía que faltaba algo. Empezaba a hartarse de tener que alimentarse sólo de alimentos europeos, añoraba las comidas típicas del país de su padre, Guinea Ecuatorial, a los que ya estaba acostumbrada y se preguntaba cuánto podía aguantar aquello.Después de la comida y la charla, algunos se pusieron en la pista para bailar. Georgina le animó a su hija a que interactuara con los demás y se divirtiera, pero no la apetecía y decidió no moverse de su asiento. Se quedó a mirar cómo iba la fiesta, cuál era la manera de divertirse según la gente rica. Su madre se encontraba de pie junto a un pequeño grupo de otras dos mujeres y dos hombres, uno de ellos era Gabriel, el dueño de la fiesta; estaban charlando animadamente con unos vasos de champán en la mano mientras se reían. Apartó la mirada de ellos y miró de reojo a Héctor quien estaba de pie junto a la puerta. De pronto se le acercó un joven elegante y guapo; le reconoció de la fiesta de bienvenida que le hizo su madre, se trataba del hijo del señor que organizaba la fiesta, o sea, de Sergio. La pidió bailar con él, pero ella no tenía ganas de nada de aquello, ni mucho menos de bailar con él. Nunca había bailado con nadie que no fuera su padre y no pensaba hacerlo con un tipo que le daba mala impresión, por no mencionar que todos sabían que tenía fama de  playboy.

—Lo siento, pero no puedo y no quiero —le contestó

—¿Pero, por qué? Se supone que una fiesta es motivo de diversión —dijo con una sonrisa seductora en la cara

—Estás muy sola y las chicas hermosas no merecen estar solas —le insinuó.  

—Pues…, te equivocas. Estoy con alguien.

Sergio miró por los alrededores para ver a quién se refería.

—¿Quién será? —Preguntó incrédulo—No veo a nadie a tu lado. Solo yo.  

Ella sabía que él tenía razón, pero no se rindió. Miró hacia atrás donde se encontraba Héctor observando de un lado a otro con atención a todos los movimientos para asegurarse de que todo estaba tranquilo.

—Qué lástima —dijo poniéndose en pie. —Porque yo sí lo veo.

Entonces ella se puso en pie y caminó derechito hacia donde se encontraba Héctor de pie. Y sin pensárselo dos veces, le tomó de la mano y le acercó a la multitud. Héctor no entendió nada, igualmente Sergio que los mirada sorprendido.

—¿Qué sucede? — le preguntó Héctor cuando se hallaron en el centro de la pista. Seguía sin entender nada.

—Baila conmigo —dijo al tiempo que rodeaba sus brazos por su cuello y seguía el ritmo de la suave música. Su voz sonó a una orden.

Héctor había visto a Sergio, el pretendiente que Hannah acababa de dejar plantado en su mesa y creyó entender lo que pasaba.

—¿Haría falta recordarte que soy tu guardaespaldas y no tu objeto de celos? —le preguntó un poco molesto.  

—Pero qué dices. No eres mi objeto de celos. Solo que, no quiero bailar con ese tipo que me está tirando los tejos. —La echó una mirada interrogativa. —No te creas —intentaba justificar —el caso es que no quiero nada con él, y nada más.

—Entonces dices; prefiero bailar con el guardaespaldas que estoy haciendo  la vida imposible —dijo clavando su mirada en ella.

—Tampoco es para tanto —dijo con una sonrisa caprichosa —. No estoy acostumbrada a lugares como estos. Solo intento pasármelo bien de alguna manera.

—¿A esto le llamas divertirse?  

—Ya sabes a qué me refiero.

—No, no lo sé. ¿Seguro quieres que te diga que incordiarte me hace muy feliz? Eres mi felicidad personificada —le dijo con una amplia sonrisa.

Héctor se la quedó mirando con el ceño fruncido, no había nada que pudiera decir y esperar ganar.  Ella le estaba confesando que no tenía intención de cambiar su opinión con la idea de quitarlo del camino. ¿Por qué no se tomaba el tiempo de conocerlo primero, antes de decidir hacerle la vida imposible? Ahora la tenía cerca, más cerca de lo que se imaginó que estaría y podía apreciar cada espacio de su rostro. Definitivamente era hermosa con sus preciosos ojos color café. No solo había cambiado su carácter sino también su aspecto y era normal, sin embargo siendo sincero, le gustó el hecho de tenerla así de cerca y percibir el olor encantador que desprendía.

Dejó a un lado sus inapropiados pensamientos al darse cuenta de que hacía rato que se había acabado la música. Él la soltó y regresó a ejercer de guardaespaldas. Cuando se hubo alejado, Hannah no pudo evitar sonreír encantada, se  daba cuenta de lo divertido que resultaba molestar a su guardaespaldas, al fin tenía algo que la ilusionaba. Entonces pensó, no tenía que acostumbrarse a él si quería que se fuera, su único objetivo debía ser obligarlo a desistir y cuanto antes lo consiguiera mejor sería para los dos. Miró en dirección de su madre para asegurarse de que no había presenciado nada de lo que acababa de pasar y descubrir que así era, suspiró aliviada.

Cuando se acabó la fiesta, Hannah no le dirigió la palabra en todo el rato que estuvieron en el auto de regreso a casa. No quería que él pensara que por bailar con él se ablandaría y se retractaría de su idea de hacerle renunciar.

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