Valiente.

Al día siguiente... 

Me da asco pensar que Roberto lo único que quiere de mí es lo que todos nos imaginamos. Usarme para su beneficio sexual y dejarme a un lado. 

El lado bueno de toda esta oscuridad es que no me ha obligado, en ese aspecto es mucho mejor que su hermano. 

Estar en esta casa me ha hecho reflexionar muchísimo. Y es que, por mucho dinero que tengas, aunque seas muy millonario, sigues estando solo, siguen viviendo en un mundo donde al soledad inunda cada parte de tu casa y tu vida.

Ese es el caso de Roberto Ortega, un chico muy millonario, con todos los lujos que quiera, pero está solo. Según he escuchado Roberto no se lleva muy bien con sus padres ni con su hermano, solo se ven de muy vez en cuando y cuando lo hacen siempre terminan discutiendo. Roberto a estado solo durante muchísimo tiempo. No sé la razón, y tampoco me importa saberla. 

—Hija —la voz de Rina me sacó de mis pensamientos —hoy voy a salir a comprar, ¿te apetece venir conmigo? 

—Claro... 

—Que no —terminó por mí la voz de Roberto. 

Lo vimos entrar en la habitación con una sonrisa burlona. Se cruzó de brazos apoyándose en la pared. 

—Masen no sale de casa, ve tu sola —demandó y Rina asintió. 

—Si voy Rina, dame unos minutos que me cambio y bajo. 

Rina nos miró a ambos. 

—No sales —sonreí y cogí mi ropa para luego meterme al baño y cambiarme. 

Suspiré apoyándome en el lava manos. Me miré al espejo y fingí una sonrisa. 

—Todo está bien Masen —me dije una y otra vez en susurro. 

Terminé de cambiarme y salí. 

Roberto me miró y negó. 

—Pierdes el tiempo, Rina ya se fue —salí de la habitación, pero antes de empezar a bajar las escaleras Roberto me cogió del brazo —no sales, Masen. 

—Déjame en paz , Roberto —me solté de su brazo y bajé las escaleras. 

Bajé las escaleras y como era de suponer no iba a poder salir. Tres guardias estaban custodiando la puerta cruzados de brazos. Me miraron con una sonrisa y luego dejaron de sonreír para ponerse serios. 

—Ya te dije que no salías. No te traje a mi casa para divertirte —dijo serio —te traje porque te necesito —me miró con odio. 

—¿Qué me necesitas para qué? —él se encogió de hombros. 

Le hizo un ademán a los guardias y me cogieron por los brazos para llevarme escaleras arriba. 

—¡Roberto! ¡Roberto, por favor! —Los guardias me metieron dentro de una habitación oscura y me encerraron. 

Otra vez no... 

Otra vez no... 

Comencé a temblar de miedo. No se veía ni un ápice de luz, hacía frío y sabía que aquí no había una cama. 

—Mesen —la voz de la directora del orfanato sonó entre esas cuatro paredes. 

¿Desde cuando estaba ahí? 

—¿sabes que llevarás una vida de dolor y sufrimiento? 

—Si. 

—¿Sabes cómo puedes dejar de sufrir? 

—No. 

—Piensa antes en ti —fruncí el ceño —o eres tú o ellos. 

—No entiendo. 

—Vuélvete mala, sé peor que ellos 

Limpié las lágrimas que comenzaban a salir de mis ojos con rabia miré hacia un punto fijo en toda esa oscuridad. 

¿Dejaría que siguieran jugando conmigo? No

Pero metida hay dentro no tenía nada que hacer, ni siquiera sabía si había alguien a mi lado y con alguien no me refiero a personas, pues respiraciones solo se escuchaba la mía, a lo que me quiero referir es a ratas, cucarachas o bichos de esos que tengo mucho miedo y me dan asco. 

Comenzó a sonar un teléfono, fruncí el ceño y miré hacia todos los lados, comencé a palpar pero no parecía que hubiera nada. 

La puerta se abrió dejando ver a Roberto. Me arrastré hacia atrás al verlo caminar hacia mí. 

—Así me gusta, que tengas miedo —el tono divertido de su voz me hizo poner cara de asco. 

—Te tengo asco y odio, miedo no, me das lastima —cerró la puerta de un portazo y con un mando pequeño prendió la luz. 

Y yo tenía razón... En esa habitación no había ninguna cama, estaba limpia pero no había nada. 

Roberto se agachó y tocó mi cara, sus dedos recorriendo cada centímetro de mi rostro, sus manos me daban asco, la sonrisa burlona en su rostro, escalofríos. 

Me separé un poco de él pero agarró mi cabello en su mano y me acercó a su cara. 

—Vas a aprender a respetar —sonreí. 

—Cuando tu... —agarró más fuerte de mi cabello —suéltame —intenté quitarle la mano de mi cabello. 

En un arrebato de nervios agarré yo también su cabello. El me miró sorprendido pero en ningún momento borró la sonrisa de su rostro. 

—No te va a ir muy bien como sigas agarrando —me encogí de hombros. 

—Define muy bien. Porque no recuerdo un momento de mi vida en que me haya ido bien —soltó mi cabello y me empujó haciendo que yo también lo empujará a él. 

—Eres valiente —se levantó. 

—No me intimidas, y si es eso lo que pretendes, no lo consigues —me levanté. 

El cogió mi cuello y me pegó a la pared con fuerza. Su mirada penetrante y llena de odio me dio escalofríos, tragué saliva fuerte e intenté quitarme los nervios. 

La mano de Roberto agarró con más fuerza mi cuello, su mirada destellaba odio y tristeza. 

Soltó mi agarre y se llevó la mano a la cabeza. 

Salió de la habitación sin cerrar la puerta, cosa que me extraño bastante. Miré hacia ese pasillo poco a poco la sombra que se dejaba ver de Roberto desapareció por completo. Volví a escuchar ese teléfono. 

Seguí el sonido, era fuera de la habitación, salí y el sonido venía de la habitación de al lado. 

Abrí la puerta poco a poco mirando hacia los lados y entré por completo. Cogí el teléfono. 

Cuando iba contestar nadie respondió. Miré por la ventana y vi a Roberto subirse a un coche y salir del territorio. 

Salí de la habitación corriendo en busca de Rina, en este momento era mi única salvación. Paré en seco al escuchar a Rina y a María hablar. 

—Es una enfermedad que no puede controlar.

—Lo sé, pero es peligroso. 

—La que corre peligro a su lado es ella —fruncí el ceño. 

—Quiero ayudarla, pero me lo echaría al cuello. 

—La única solución es ella, que ella se vaya. 

No estaba entendiendo nada. ¿Hablaban de él y de mí? 

—Él no la deja irse. 

—Rina, eres como su madre, debes encontrar una solución, hacerle entrar en razón. 

—Sabes como es, también lo conoces, no puedo decirle que hacer, se pone como loco. 

—Pues haz que ella se vaya, que huya lejos. Que él nunca la encuentre. 

—Ella a sufrido muchísimo, María, antes de que él la encuentre lo mato —arrugué aún más las cejas. 

La respiración se hacía cada vez más agitada, cuando escuché que Rina comenzó a caminar entré. 

Rina me miró con una sonrisa. Miré hacia la puerta y suspiré. 

—Ayúdame —me rompí a llorar —. Él me encerró y yo... Tengo miedo —limpié mis lágrimas. 

Con Roberto me intentaba hacer la fuerte, intentaba que no viera el miedo que me daba, la impotencia que sentía. Pero con Rina era todo muy diferente, era la única persona que me había tratado bien en todo momento. 

—Tranquila hija, todo acabará pronto. Mañana ve a la habitación donde te encerró, te contaré todo lo que sé, ya no sufrirás más —acarició mi mejilla. 

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