Bitácora personal Doctora Abigail Valdemar 11 de marzo

Bitácora personal

Doctora Abigail Valdemar

Lugar: Laboratorio, Corporación Raven.

11 de marzo

 Carson siempre ha sido un asistente de laboratorio muy eficiente. Es una lástima que asuntos personales lo vuelvan un sujeto tan molesto.

 En general no quisiera ser grosera o arrogante, pero resulta poco profesional que siempre esté intentando ligarme. Talbot me había dicho que aquel hombrecillo calvo, bajo y tímido tenía un profundo enamoramiento hacia mí. Para mí rayaba en lo obsesivo. De la manera más cortés, para evitar emponzoñar la relación laboral, declinaba sus insistentes y casi diarios esfuerzos por ligarme.

 —Gracias por las flores, Carson, eres muy amable —dije intentando verme más preocupada por el trabajo mientras examinaba muestras de la sangre del monstruo en un tubo de ensayo a contraluz.

 —Más que merecidas para una mujer inteligente y hermosa como usted, Dra. Valdemar.

 —Agradezco tus cumplidos, Carson, pero creo que debemos concentrarnos en el trabajo.

 Carson suspiró desanimado.

 —Sí, Dra. Valdemar.

 —Por favor tráeme las muestras de tejido que extrajimos ayer de él —no me gustaba referirme como “la Criatura” o “el Monstruo” cuando sabía que podía escucharnos, estando en una celda cerca del laboratorio— están en el congelador.

 —Sí, Doctora —dijo sombríamente y partió de inmediato.

 —Declináis sin resquemores los cortejos de aquel infeliz mozalbete —me dijo la Criatura desde su celda, con esa forma tan extraña que tenía de hablar y que espero estar replicando fielmente. —Una mujer de una hermosura como la vuestra bien puede darse el lujo de ser altanera, no os culpo, pero desquebrajar sin piedad un buen corazón y que honestas propuestas se hundan en el légamo del desprecio no es sabio.

 —Prefiero no discutir asuntos personales —expresé.

 —¿Esperabais acaso que fuera yo una bruta bestia? Los lóbregos arrebatos de homicida violencia que me llevaron a arrancarle la vida a unas inocentes víctimas, fueron el lastimero resultado de la amargura que fustigó mi corazón. De ese aciago tormento que gota a gota fue emponzoñando mi alma. Yo fui, también, una víctima; del desprecio humano y sus prejuicios. Pues alguna vez fui gentil y benévolo, deseoso sólo de amar y ser amado.

 —Yo no lo juzgó —dije— es sólo que no deseo hablar de mi vida privada.

 —Suplico vuestro perdón. Sabréis disculpar mi atrevimiento. Buenas noches.

 Dijo la criatura y guardó un silencio que dejó el ambiente en un estado casi más lúgubre que cuando hablaba.

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