Ardiendo

A pesar de lo brusca que fue su acción inicial, sus besos son suaves apasionados, cargados de deseo; sus caricias son sutiles, delicadas, como temiendo que pudiera romperme. En este punto ya no pienso en nada, me hizo olvidar por completo de quien se trataba, pues, nunca antes fui participe de un beso de tal magnitud.

Su agarre fue cediendo a medida que nos dejábamos llevar por la danza de nuestras lenguas, claramente sentí cuando dejo de apretar mis muñecas, pero no ya no soy capaz de huir, por el contrario, ahora me abrazo a su cuello para no soltarlo.

Sus manos bajan hasta mi cintura y posándose con firmeza, esa forma dominante de tocarme, me arranca un gemido cómplice, que le indica que me fascina lo que hace. Luego de escucharme muerde picara y delicadamente mi labio inferior — ¡Estoy ardiendo! — pienso. Siento que me quemo por dentro, mis fluidos empiezan a escaparse de mi entrepierna como cascada, señal clara de todo placer que estoy sintiendo.

No sé cuánto tiempo llevamos besándonos, lo único de lo que tengo conocimiento es que disfruto del calor de su cuerpo, de la destreza de sus labios y de la firmeza de sus caricias que, en ningún momento han cruzado la línea de mi intimidad, pero confieso que muero porque lo haga.

Siento que mis senos están ansiosos de ser estrujados, me duelen de lo duro que tengo los pezones en este momento, casi estoy segura que podrían perforar su camisa. Entre gemidos, caricias y suspiros compartimos el más intenso de los momentos, aquí en la oscuridad de esta discoteca, escondidos y al mismo tiempo tan al descubierto.

— ¡Shhh! No diga nada, solo sígame — me i***a, dejándome sedienta por mas besos. Me sentí morir en el momento que se apartó para hablarme, quería continuar explorando los secretos de su boca hasta no poder respirar. Motivada por el deseo, me dejo guiar.

Agarrados de la mano salimos de allí, mezclándonos entre la gente. En el estacionamiento, me recostó de su auto, volviendo a besarme — ¡Lo siento, pero no puedo aguantar! — me dice entre gemidos al oído. Estaba extasiada, perdí toda capacidad de razonar, mi conducta primitiva asumió el control de mis acciones, haciendo a un lado lo poco que quedaba de mi cordura. En ese instante no me importaba nada, mi atención está centrada solo en él.

Me da igual si alguien nos ve o reconoce y, supongo que al profe le pasa igual. Si esta mañana me hubiesen dicho que a esta hora estaría, arrinconada sobre un auto, siendo devorada por el profesor Leonel, me habría carcajeado de la risa hasta mas no poder, es más, me atrevo a asegurar que ese alguien se hubiese llevado a casa uno de mis características mentadas de madre.

Pero aquí estoy, es una realidad — ¡Estoy subiéndome al auto del imbécil que quería matar!  ¡Eres increíble Jennifer! — pienso, amarrándome el cinturón.

Increíblemente de camino a nuestro destino incierto, vamos en silencio, solo tomados de la mano — ¡Así es! — sus dedos están entrelazados sobre los míos mientras conduce. Mi respiración sigue agitada, por su parte mis labios punzan ligeramente, se siente extraño, como que fuera una especie de ansiedad y ni hablar del estado de mis pantaletas.

Llegamos a un conjunto residencial cerrado en el este de la ciudad, con estacionamiento subterráneo y ascensor directo a los departamentos. Con rapidez se baja del carro para abrirme la puerta y sacarme de allí, parece desesperado y no lo culpo, porque también lo estoy. Haciendo una espectacular demostración de autocontrol, subimos hasta su casa — ¡Supongo que es su casa! — sin tocarnos, la tensión en ese espacio confinado era perceptible en el acto.

Tan pronto se abrieron las puertas, se abalanzó sobre mí, devorándome los labios con frenesí, sus manos subían y bajaban desde mi cuello hasta mis nalgas presionando ligeramente. Torpemente caminamos hasta el primer lugar donde pudimos apoyarnos, mis brazos alrededor de su cuello aseguraban que no pudiera despegarse de mi — ¡No quiero soltarlo! —

Su condición física es formidable, en un solo movimiento me levanta, para sentarme sobre el frio mármol del mesón de la cocina, fue tan rico lo que sentí, que suspiré con lujuria,  un — ¡Me vuelve loco! — se escapa de sus labios, haciendo que aumente la pasión en ese momento.

Volvió a cargarme, pero esta vez hasta la habitación, con autoridad me arroja en el centro de la cama, mirándome igual que un león a un antílope acorralado. Sus pupilas abrían y cerraban mientras lentamente me escaneaba. En condiciones normales, no habría soportado mantener la mirada en una situación como esa, la timidez me hubiese vencido, pero este hombre despertó una faceta mía completamente desconocida.

Se acuesta encima de mí, metiendo su lengua en mi garganta. Torpemente intento acariciarlo, deseo explorar su cuerpo sentir su piel, por lo que sin ningún pudor  me esfuerzo por quitarle la camisa, el entiende mis intenciones y coopera para que lo logre, dejando la vista, ese torso perfectamente marcado escondido detrás de ese trozo de tela.

Se separa un poco para que pueda detallarlo, involuntariamente saboreo mi labio inferior y extiendo mi mano para tocarlo. Su piel está caliente y sudorosa, sin embargo es una delicia para mí, poder sentirla. Con ímpetu, me voltea colocándome boca abajo, suavemente baja el cierre de mi vestido y con delicadeza tira de él para sacarlo por mis pies.

Solo quedo con la diminuta panty de algodón cubriendo mi sexo. De pronto, mi espalda descubierta fue víctima de sus húmedos besos, electrizando todo mi cuerpo, besa cada rincón sin prisa, degustando cada centímetro de piel, lamiendo ligeramente en ocasiones lugares al azar — ¡Voy a estallar! — pienso, al tiempo que mis gemidos suben de tono.

Por una fracción de segundo siento remordimiento por haber desaparecido sin avisarles a las chicas  — ¡Espero no estén preocupadas! — en especial porque no soy de las que acostumbra hacer estas cosas, menos cuando no carga mi auto. Las acostumbré a que por lo menos, un mensaje de texto les envió con una explicación, pero esta vez, lo último en que pensaba, era en ellas.

Abruptamente salgo de mis pensamientos, cuando me voltea  dejándome completamente expuesta. Ante su mirada pervertida, están mis redondos y rosados senos que hacen brillar sus ojos de deseo. A gatas, se aproxima hasta ellos para besarlos delicadamente — ¡Oh! — exclamo, por lo mojado de sus labios.

Se siente divino la forma en que su lengua se mueve sobre mis pezones, mientras sus manos aprietan delicadamente el resto de ellos. Jadeo sin control desesperada, en especial cuando el recorrido de sus besos se desplaza hasta mi intimidad, en ese momento, una sensación de pánico y deseo me invade, involuntariamente cierro mis piernas y le pido que se detenga.

— ¡Por favor pare! — Nuestras respiraciones están agitadas — ¡Tengo algo que decirle! — Hago una pausa mientras me mira desconcertado, ansioso porque haga silencio y pueda volver a lo que estaba. Pero, entonces, confieso mi más profundo secreto.

— ¡Nunca antes he estado alguien! — 

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