Capitulo 2: "Mala vibra"

Laila Smith

—¡Mamá tenemos vecinos nuevos y no me habías contado!— exclamé bajando las escaleras para quedar petrificada al ver la familia que estaba sentada en el gran sofá de sala.

Cada uno de ellos lucían como modelos de revista, hasta la mujer que me parecía un poco mayor era toda una diva. Y perdonen el vocabulario, pero es que estaban hermosos y diciendo eso me quedé corta.

—Disculpen a mi hija, ella es la menor— se disculpó mamá y me invitó a presentarme con cada uno de ellos.

—Mucho gusto, mi nombre es Mario Brown— el primero en extender sus manos fue el chico que estaba frente a mamá con una camiseta blanca que llevaba dibujado algo de una banda de música(que no tenía idea de cuál era) y unos pantalones holgados que combinaban con sus zapatillas negras.

«Si señor, lo observé de arriba abajo»

Mario era mayor que yo, tenía una mirada intimidante de esas que asustan a todos los que se le acercan, su cabello era castaño claro, sus ojos eran marrones, sus  cejas eran gruesas las cuales aportaban un toque muy masculino a su rostro

y su sonrisa dejaba ver su perfecta dentadura. También traía algunos tatuajes en sus brazos y un piscis en la nariz que le daba un aire de chico malo, tipo badboy de W*****d.

—Y yo me llamo Melody Brown— lo siguiente fue la chica— Es un placer conocerte, espero que seamos grandes amigas.

Melody tenía mi edad, su piel era pálida, tenía un par de ojos verdes que irradiaban seguridad, su cabello era ondulado de color castaño claro con algunas vetas de rubio; traía un vestido azul por encima de las rodillas y unos hermosos tacones del mismo color. Estaba segura de que sería la nueva conquista de muchos chicos, entre ellos mis hermanos.

—María Brown la madre de estos chicos— la señora me regaló una sonrisa y estrechó mi mano igual que sus hijos.

María era algo mayor, aseguraba que tiene la edad de mamá, pero su sonrisa también era encantadora, sus ojos eran muy azules y junto a su pelo castaño oscuro le daba un toque juvenil a su rostro.

—Es un placer conocerlos, yo soy Laila Smith— me presenté tomando asiento en el pequeño sillón de color azul que estaba al lado del gran sofá— Y también espero ser tu amiga Melody.

La chica parecía ser buena persona y sinceramente no tenía muchos amigos aparte de Simón, no veía mal tener una vecina nueva que se llevará bien conmigo.

—Laila, abre la puerta— me ordenó mamá al sentir el sonido del timbre de la puerta principal.

Rápidamente me levanté del sillón, estire un poco mi falda que se había arrugado en las puntas y sentí como la vista de Mario seguía cada uno de los movimientos de mi cuerpo hasta llegar a la puerta, eso me puso nerviosa y me causó algo de miedo el brillo que tomó sus ojos al verme caminar. 

Jamás ningún chico me había mirado de esa manera y eso me intimidaba. Desde el primer momento le tuve mucho miedo, para mí estar seca de Mario era estar cerca del fuego y a mí no me gustaba estar cerca del fuego.

—Buenas tardes, Señorita— saluda un chico de voz gruesa— Usted debe ser la niña Smith— yo solo asentí con la cabeza y lo invité a entrar en casa.

—Puede pasar, sea bienvenido Señor.

—Nada de señor, que solo te llevo cuatro años, puedes llamarme Miguel— dibuja una sonrisa en su rostro y se dirige hacia donde están todos platicando.

Miguel era un chico trigueño, de ojos color miel que estaban cargados de un brillo que mataría a cualquier chica que se le crucé en su camino, sus labios eran muy rosados y su sonrisa podía ser un arma letal para conquistar todo a su paso. Traía un traje negro que lo hacía lucir como todo un empresario y trasmitía mucha seguridad en cada paso que daba.

—Es un gusto conocer la Señora Smith— tomó la mano de mamá y dejó un cálido beso sobre ella— Disculpa la demora, pero tenía que despedir el camión que trajo las últimas cosas.

—No pasa nada, sea bienvenido— le respondió  mamá con un gran sonrisa fingida en su rostro.

Conocía tanto a mamá que me sabía que nada más que la familia salieran por la puerta sus advertencias comenzarían a caer sobre todos.

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Llevábamos un buen rato platicando y la hora de almuerzo se estaba acercando. Mamá estaba algo incómoda, cada fracción de su rostro lo decía,  pero abuelo Esteban tenía una conversación muy agradable con la Señora María.

—Bueno Esteban espero que esta noche puedan ir a casa a comer— se despidió la Señora María— Hasta la noche.

—Hasta la noche vecina— respondió abuelo— Vaya con el Supremo.

—Que así sea vecino— agregó la señora antes de abandonar la casa— Amén. 

Efectivamente, nada más que la familia puso un pie fuera de casa mamá me toma por el brazo ignorando la presencia de abuelo y me llevó hasta la cocina con el ceño fruncido murmurando algo que no lograba entender del todo.

—Siéntate y escucha bien lo que te voy a decir— me señalo con su dedo índice y yo tomé asiento en una de las banquetas que adornaba la barra.

—¿Hice algo?— me encogí de hombre.

—Espero que no me desobedezcas Laila— miro hacia todos lados y se acercó a mi rostro— Confío en ti.

—¿Cuándo te he desobedecido madre? Claro que puede confiar en mí— en los diecinueve años que tenía, nunca la había desobedecido y no pensaba hacerlo, su palabra era sagrada para mí.

—No te quiero cerca de los vecinos nuevos hasta que no demuestren que son de confianza— susurró cerca de mi cara— Viste la chica, traía un vestido por encima de la rodilla y el chico de los tatuajes es algo raro, el más decente es Miguel y tampoco te quiero cerca de él porque me dio mala vibra.

Toda mi vida se basaba en recibir órdenes:

Laila no hagas esto.

Laila no hagas lo otro.

Laila no te pongas esa ropa.

Laila no salgas de casa.

Laila tráeme buenas notas.

Laila deja de leer todo el tiempo.

Laila no uses internet a menos que sea para hacer tareas.

Laila no comas eso.

Laila no le hables a ella.

Laila tienes que ser la mejor.

Y nunca me había quejado, porque mis padres me lo daban todo, día tras días trabajaban y luchaban para sacar la casa adelante, lo mínimo que podía hacer era  obedecerles en todos.

—Laila me estás escuchando.

—Si madre me alejare de ellos.

—Júralo ante el Supremo.

—Juro ante el Supremo que me alejaré de los Brown.

—Por eso te amo mi niña, eres muy obediente— dejo un beso en mi frente y comenzó a preparar la mesa— Anda avísale a tus hermanos que vamos a almorzar.

Así era mamá, ella podía ser muy dulce y cariñosa cuando no romperían las reglas y todo salía como ella quería. Pero si algo salía mal era todo lo contrario a la palabra dulzura.

—¡Si el Supremo baja y ve esto, los manda al convento a ambos sin dudarlo!— exclamé al ver el reguero de pizza, paquetes de condones y papeles de comida que tenían los gemelos en su habitación.

—Con el Supremo no se juega Laila— bromeo Damián como siempre.

—Muy gracioso Damián— solté una risa fingida—Mamá los mandó a buscar para almorzar.

—Okay, gracias, ya puedes irte.

—No demoren.

Para tener unos hermanos como los míos había que tener mucha paciencia, yo los amaba, pero también quería matarlos en ocasiones y que el Supremo perdonará mis oscuros pensamientos, pero es que me volvían loca.

—Chicos, esta noche iremos a comer a casa de los nuevos vecinos, abuelo lo decidió así— informó mamá fulminando con la mirada a los gemelos— Busquen ropa decente.

—No quiero un mal comportamiento, ni palabras fuera de lugar— agregó abuelo mirando a los mellizos igual que mamá y señalándoles— Los conozco bien a ambos.

— No nos coman con la mirada, nosotros seremos buenos y que el Supremo nos castigue si rompemos nuestra palabra— prometió Lucas y Damián asintió con la cabeza.

—Laila y tú recuerda lo que te dije— me recuerda mamá una vez más.

—Que me alejé de ellos— levanté mi mano derecha para recordarle el juramento y la mire fijamente— Jure ante el Supremo madre, no pienso desobedecer.


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