IVÁN (1)

El príncipe Iván no había escuchado nunca el sonido de las campanas del gran templo de Valle Verde, ubicado al pie de la gran colina. Su padre solía decir que se debía, en parte, a que aquellas campanadas anunciaban la llegada de un visitante de la nobleza y no había habido ninguno en al menos 17 años, que era la edad de Iván. Su padre decía, además, que gracias a la enemistad del rey con sus antiguos aliados eso probablemente no ocurriría nunca mientras el abuelo rey viviera. En eso te equivocaste, padre — pensó Iván mientras miraba por el balcón de su habitación hacía el sonido de las campanas. — El abuelo no solo vive aún, mientras suenan las campanas, sino que incluso ha vivido más que tú y que mamá. Ahora soy su único heredero — pensó con una mezcla de asombro y amargura.

El joven príncipe no tenía en absoluto buenas relaciones con su abuelo. A sus 17 años era perfectamente capaz de comprender muchas cosas, entre ellas que su abuelo había sido un pésimo rey, delegando siempre asuntos importantes al secretario de estado y al comité del reino, engendrando un sinfín de hijos bastardos con prostitutas y plebeyas y derrochando en sus amantes el dinero de la corona. En el palacio circulaba el rumor de que el rey quizá contrajera nupcias el mismo día que Iván, lo cual provocaba en el príncipe una sensación de profundo malestar. Su padre solía decir, a él y a sus dos hermanos menores, que el abuelo había tenido una vida difícil y que por eso actuaba como actuaba. Eso desde luego no era una justificación válida para Iván y sus hermanos. En tanto, Iván jamás hubiera creído llegar a convertirse en el heredero de su abuelo, pues su padre era un hombre joven, musculoso, valiente y lleno de salud, o al menos, eso se dijo por mucho tiempo en el palacio e incluso creyó haberlo escuchado algunos días antes de la muerte de su padre a manos de una enfermedad silenciosa que acabo con su vida entre gritos y dolores terribles en cuestión de días. Los médicos de la corte no establecieron un diagnóstico certero, no hubo autopsia ni velorio. Aquello le hizo pensar a Iván que quizá su padre hubiera muerto de algún proceso infeccioso desconocido y mortal.

Después de la muerte del príncipe Vladimir, Iván había asumido no solo el papel de heredero, sino además el papel de padre con sus hermanos menores, o al menos con uno de ellos: Isabel, que tenía tan solo cinco años.

Ahora, mientras se preparaba para salir a recibir a su prometida, Iván pensaba en lo mucho que le hacían falta sus padres, y no solo a él, sino a sus hermanos y al reino entero. Iván tenía edad suficiente para darse cuenta que mucha gente, tanto dentro como fuera del palacio real, deseaban ver a su padre, el príncipe Vladimir convertido en rey. El mismo Iván soñaba con ese día, no porque deseara la muerte de su abuelo, sino porque el mismo creía fervientemente que las cosas en el reino mejorarían bastante con el ascenso de su padre al trono. — Él no me hubiera obligado a casarme — pensó Iván mientras bajaba las escaleras desde las habitaciones reales. Desde luego que no, pero Iván no podía tomar decisiones propias mientras no fuera rey y su abuelo viviera. Las cosas no eran mejores para sus hermanos menores, Luis y Carlos quienes, a su debido tiempo, también se verían forzados a hacer sacrificios en nombre de la corona.

En su camino al salón principal, Iván se topó con su hermana Isabel que salía a toda prisa de una de las cocinas.

— No corras tan rápido, te puedes tropezar — la pequeña Isabel se detuvo abruptamente. En su rostro había una expresión de emoción y asombro.

— ¡Ven conmigo, Ivy! — dijo tomando a su hermano mayor de la mano y tirando de él para que la acompañara a la cocina.

— ¿Qué…? — Iván se tragó el resto de la frase y finalmente accedió a acompañar a su hermana a la cocina.

Al entrar no notó nada fuera de lo común, estaba por preguntar a Isabel a que lo había traído hasta allí, cuando la chiquilla se subió a un banco de madera y le hizo una seña a Iván para que se acercará. Había una ventana allí. Discreta y un poco polvorienta. Iván se acercó y en lugar de mirar por la ventana miró a su hermana como esperando una explicación. Con los brazos cruzados y gesto impaciente, el joven príncipe se parecía demasiado a su padre, más que ninguno de sus hermanos varones.

— ¡Mira allá! — señaló Isabel, eufórica.

— Más te vale que me digas de una vez a que me has traído, el abuelo y las tías se molestaran mucho si no estoy en la sala para cuando llegue la princesa.

— ¡La princesa esta justo allí, cabeza hueca! — dijo Isabel señalando impacientemente la ventana.

Iván se acercó por fin a la ventana, apartó un poco a Isabel que se quejó por ser desplazada de la vista hacía el enorme patio y por un momento se sintió tonto al haber creído en las palabras de Isabel. Allí no había ninguna princesa. Justo cuando estaba por apartarse de la ventana y reprender a Isabel, vio que la comitiva que había salido del palacio para escoltar a su prometida desde las afueras de Valle Verde estaba regresando. O más bien, poniéndose en su campo de visión. Iván vio a sus tías, a quienes el pueblo llamaba las Eternas Doncellas en alusión a que ninguna era casada y por tanto no pasarían nunca de ser doncellas en el reino de Valle Verde independientemente de quien fuera el monarca, y tras ellas, vio desfilar a la comitiva invitada. Los soldados llevaban puestos unos brillantes yelmos color verde esmeralda con jubones negros y calzas verdes: Los colores de la casa Torreblanca.

— Ivy, déjame mirar — se quejó Isabel a sus espaldas. Iván hizo caso omiso y siguió contemplando la llegada de la comitiva. Una vez los soldados quedaron fuera del estrecho campo de visión que ofrecía la ventana de la cocina, Iván vio el carruaje. Era un carruaje enorme, jalado por cuatro caballos y con incrustaciones de piedras preciosas en las puertas y alrededor de las ventanas. Iván sintió que su corazón se aceleraba cuando vio que el carruaje se detuvo justo frente a él.

 Desde el día mismo que su abuelo le había informado que contraería matrimonio como una forma de reestablecer las alianzas y frenar el poderío de los reinos enemigos, Iván había tratado de mostrarse indiferente ante la idea, incluso había dicho a su hermano Carlos que no tenía el menor entusiasmo en que llegará el día de conocer a su prometida, pero la verdad es que si ansiaba conocerla, ansiaba mirar con sus propios ojos a la princesa de la que todos en el palacio hablaban maravillas sobre su belleza y talento para la danza y la música.

Casi como si algún dios hubiera escuchado los anhelos de su corazón, la puerta del carruaje se abrió. Un soldado tendió la mano y de la oscuridad del interior del carruaje una mano blanca y delgada emergió. Iván no tardó en darse cuenta de que ella no era su prometida, sino la hermana de su prometida. Se llama como yo, o casi como yo, se llama Ivanna — pensó sin poder evitar sonreír ante la fortuita coincidencia. La chica era hermosa también, aunque algo mayor para él, no dejaba de parecerle atractiva y muy refinada. El soldado tendió una vez más la mano y de la oscuridad emergió una mano casi idéntica a la anterior. Iván contuvo el aliento y abrió bien los ojos. No quería perder ningún detalle de lo que sucedía ante sus ojos.

— ¿Esa es tu novia? — dijo Isabel señalando a la institutriz Madame Fritz.

— No seas tonta — respondió Iván con una sonrisa ante lo divertido de la pregunta

— ¿Entonces…? Oooh — dijo Isabel cuando vio descender a la princesa Sascha del carruaje.

Iván abrió tanto los ojos que la frente comenzó a dolerle. Había creído que la princesa Sascha sería tan fea como la mayoría de sus tías, que por derecho también eran princesas, pero la muchacha que descendió del carruaje era tan bella que aun a la distancia desde la que la miraba, resultaba imponente. El cabello rojo de Sascha era solo uno de sus hermosos rasgos, Iván casi podía apostar que los ojos de la princesa eran tan azules como el cielo y el mar y que bajo el vestido había más formas de mujer que las que jamás hubieran tenido sus tías. La princesa descendió con la gracilidad de una gacela e Iván podía ver el sol bañando los rizos rojos de su prometida, lo cual hacía que su cabello pareciera aún más hermoso que visto en las sombras.

— Es muy bonita — dijo Isabel apretujando su rostro contra la ventana y luchando por el espacio de la ventana.

— Mucho — asintió Iván. Su voz le sonó lejana y ajena, como si todo lo que pudiera hacer en ese momento fuera contemplar la magnificencia y belleza de su joven princesa.

— ¿Crees que le gustes? — preguntó Isabel con una mueca

Iván se limitó a sonreírle a su pequeña hermana.

— Tú eres muy feo, Ivy. Si esto fuera un cuento tú serías el ogro malo que tiene encerrada a la princesa en lo alto de la torre.

Iván se volvió hacia ella y le revolvió el cabello con fuerza.

— ¡Basta! — se quejó Isabel — Sabes que odio que toques mi cabello.

— Ven conmigo, Izzy — dijo Iván al tiempo que ayudaba a su hermana a bajar del banco de madera.

— ¿A dónde vamos? — preguntó Isabel cuando salían de la cocina.

— A conocer al amor de mi vida — respondió Iván con una sonrisa.

Isabel abrió la boca en señal de asombro y se detuvo abruptamente.

— ¿Qué pasa? — inquirió Iván acuclillándose frente a ella. 

— ¿Por qué has dicho eso? — preguntó Isabel extrañada — El abuelo dice que el amor solo existe en los cuentos y que un reino se iría a la ruina si los reyes algún día llegaran a amarse.

Iván sonrió

— Izzy, papá y mamá se amaban, y te puedo apostar que ellos hubieran sido los mejores reyes que jamás hubiera tenido Valle Verde. Ahora, ven conmigo. Mi princesa espera.

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