Capítulo 5

GEORGINA

Me asusto al escuchar un grito en particular, y me levanto de la silla al tiempo que veo a Alex atravesar la inútil puerta de vidrio tan molesto que asusta y tan rojo de la ira que preocupa. Veo a Sarah casi corre detrás de él viéndose igual de molesta.

O quizás más.

—¡Ni se te ocurra hacerlo, Alexander! —espeta ella, señalándole con un dedo y, a los costados, aprieta sus manos con fuerza.

—No te preocupes. Nunca me molestaría en interesarme por las necesidades de tus hijos.

—Eso es lo único que has escuchado —murmura ella, decepcionada—. ¿Por qué me extraña?

—Esto es de película —susurra Heidy a mi lado, me sobresalta y ríe antes de abrazarme para volver su atención a la discusión—. Lástima que no haya palomitas.

Niego y miro los ojos verdes de mi jefa, encendidos por la emoción, y besa mi mejilla para demostrarme lo feliz que se siente al presenciar la primera pelea de enamorados entre Alex y Sarah.

—Deberían irse de aquí y arreglar sus problemas a otro lado —sugiere Adam.

Sale detrás de Sarah y ahora no puedo apartar mis ojos de él.

Se ve tan tranquilo como siempre y, al igual que los últimos cuatro días, me ignora como si jamás hubiésemos tenido algún tipo de contacto en las últimas semanas donde me trataba como si fuera lo más valioso de su vida. No ha intentado hablarme desde la fiesta del martes luego de ignorarlo y de que nuestros amigos estuvieran constantemente sobre él para que no se me acercara. Se rindió muy rápido, pero no puedo esperar nada de él.

Jamás me dio esperanza, al menos verbalmente, y me ilusioné con sus detalles, sus palabras y sus miradas.

—Te puedo ceder mi oficina para que te desfogues con tu mujer un rato —dice Heidy, con picardía.

—Yo no soy mujer de nadie —espeta Sarah, mirando a Alex con fijeza, congelándonos a todos—. Apenas y sí salimos.

Alexander ladea su cabeza de una manera tan fría y calculada, como un témpado de hielo, sin sentimiento alguno, que hasta mis huesos tiemblan cuando la recorre con esa mirada dura y gris. Lo he ido conociendo y sé que sus ojos cambian según su humor. Cuando viví esa semana en su apartamento y Heidy hablaba intencionalmente de Sarah sus ojos cambiaban dependiendo de lo que dijeran. Si la halagaban sus ojos brillaban y se veían azules, pero en momentos de enojo como éste, su mirada se endurece y sus ojos casi se tornan transparentes. Pero Sarah no le tiene miedo, ella sólo lo desafía y Adam dice que eso es lo que más enciende a Alex. Como el día que se ofreció a regalar el banquete para el matrimonio de Lucy, Adam dice que Alex lo hizo con la intención de molestarla y que ella lo mirara.

—No te preocupes, Heidy —murmura él, con voz fría—. En otra ocasión tendré tiempo de hablar con mi no mujer. Nos vemos en un par semanas.

Cuando Sarah, ahora preocupada, quiere abrir la boca, Alexander ya ha empezado a bajar por las escaleras, seguramente, tratando de evitar un peor enfrentamiento. No tengo idea de lo que ha sucedido entre ellos, pero ha de ser algo muy malo para que se enfrenten de esta manera a tan solo unas semanas de haber iniciado formalmente su relación. Además, de haber hecho enojar a una pacífica Sarah.

Mi amiga desaparece de nuestra vista casi empujando a Adam y éste la sigue cerrando la puerta transparente.

—Ha de ser algo muy malo —le digo a Heidy, y ella asiente preocupada.

—Ya lo creo, amorcito. Alex se ha enojado con su mielecita.

—Espero que no terminen.

—No lo creo. Él se arrastraría en el piso y lloraría sólo por ella, pero no se lo digas a Sarah. Jamás dejará ir a la única mujer que ha amado desde que era un niño.

Sonrío encantada. El amor de Alexander por Sarah me parece tan lindo. Él lo haría todo por ella, la esperó por años, se mantuvo al margen sólo disfrutando verla ser feliz así no fuera con él. Un amor así de incondicional no es fácil de encontrar.

Asiento, reafirmando las palabras de mi jefa, y vuelvo a mi lugar de trabajo.

Sarah tampoco le pediría a Alex hacer algo como arrastrarse por ella. Ella también lo ama.

[…]

Sarah no baja a almorzar y Paula sale con su esposo. Subo con dos almuerzos, encuentro a mi amiga en su escritorio, conteniendo las ganas de llorar. Se da cuenta de mi presencia cuando dejo la bandeja frente a ella. Pasa su mano por su cara y bufa.

—No me di cuenta de la hora.

Me siento frente a ella y empiezo a comer mi pasta boloñesa. Ella ha pasado por muchos cambios en las últimas semanas, se me hace increíble cómo ha podido lidiar con todo eso, además de mantener en pie a los niños.

—¿Cómo están los niños? —pregunto. Ambos se parecen tanto a su madre, fuertes, alegres y tiernos.

—Bien. Están demasiado a gusto con Alex.

—¿Demasiado? ¿Esta eres tú dudando?

—No dudo, pero Alex a veces es imposible. No todo se soluciona con dinero y no puedo dejar que le dé a los niños todo lo que le piden. No te imaginas cómo eran en España pidiendo todo cuanto veían y Alex no era capaz de decirles que no. —Ladeo mi cabeza y la escucho desahogarse—. Ahora piensa darle un auto a Jake y a Louis para que vayan a la escuela. Sé que están en edad de conducir, pero un auto es demasiado. Son adolescentes y Jake anda con las testosteronas en la cabeza.

—Ambos son buenos chicos.

—Eso no quita que se puedan enloquecer teniendo un auto último modelo para ir a sus fiestas.

—Si el problema es el auto, dales el tuyo y ve qué tan responsables pueden ser.

Me mira con la mirada entrecerrada y sonrío.

—Siempre tienes algo acertado que decir. Eres una mujer de cincuenta años encerrada en el cuerpo de una niña de veintidós.

—Si fuera Lucy ya estaría ofendida —digo, y ríe.

—No contesta su teléfono.

—Estaba muy afectado por tus palabras, espera a que se calme. Te ama.

—Fui muy dura.

Asiento y ella suspira con pesar. Cuando nos enojamos decimos cosas que en realidad no queremos decir; por eso es mejor, cuando se está molesto con alguien, hablar cuando nuestro corazón está apaciguado. Los sentimientos muchas veces nos juegan malas pasadas, no lo sabré yo que aún no me repongo del drama que armé hace una semana en la fiesta de un desconocido.

Saco mi teléfono del bolsillo de mi saco cuando suena y leo el mensaje que me ha llegado.

Jhony: ¿Aceptarías cenar conmigo esta noche? Aún estamos en esto de conocernos y lo prometiste.

Por un momento creo que es Adam, pero no me siento tan decepcionada. Hemos intercambiado mensajes durante toda la semana hasta muy tarde de la noche. Johnny es un chico que encanta, pero no confío en mi suerte con los hombres, igual, no estoy buscando una relación sentimental. Esto de amar no es algo fácil de llevar.

Johnny sabe lo que me sucede con Adam, y no sólo porque fue testigo del espectáculo en la fiesta de su primo. Jonathan Craig ha sido como un tibio paño que me alivia y distrae.

—Johnny me está invitando a cenar —digo, y ella sonríe.

—¿Quieres cenar con él? —Me encojo de hombros, porque no lo sé, no logro dejar de ansiar que Adam vuelva—. ¿Le has dejado claro lo que quieres?

—Si —digo, con seguridad—. Él conoce mis sentimientos y sabe que sólo deseo una amistad.

—No le veo problema entonces, pero eres tú quien decide. El corazón no deja de amar de la noche a la mañana y mucho menos si esa persona tiene intención de volver arrodillado a ti para pedirte perdón por ser un cretino.

—¿Adam? —pregunto con el aliento faltando en mis pulmones.

Ella asiente y muerdo mi labio. No alcanzo a tener ningún tipo de pensamiento esperanzador, la puerta se abre y la voz de Adam pidiendo un documento se detiene, lo miro y sonríe mínimamente. No pensé que deseara hablarme, creí que...

—Ya te llevo el proyecto —dice Sarah interrumpiendo nuestras miradas.

—Gracias, Sarah. Hola, Georgina —dice y entra a su oficina y cierra la puerta, cosa que casi nunca hace y más si está solo.

Inspiro por cinco largos segundos y saco el aire antes de levantarme y recoger los platos. Sarah ríe y me ayuda. Ahora sí que me siento nerviosa.

—¿Saldrás con Johnny?

—Se lo prometí.

Sarah me abraza y tomo la bandeja para dejarla en la cafetería que tenemos en este piso y que nadie utiliza. Heidy no toma café, sólo una extraña bebida verde que carga con ella y Adam sólo toma café de la cafetería de los Clark. Me dio una llave para que fuera al jardín que tienen aquí, me gusta ir unos minutos al día desde que Alex nos mostró el lugar para que Sarah se tranquilizara. Por cosas tan bonitas como esas creí la mentira de que quien dejaba los regalos era Alexander.

[…]

Heidy, emocionada por mi «cita» con Johnny, me permite salir una hora antes del trabajo. No pienso arreglarme de más, él dice que será algo sencillo, en plan de amigos. Sé que lo hace para que me relaje, y de esa manera es como me siento a su lado.

Al llegar a casa frunzo el ceño al notar la correspondencia que ha llegado y que no debería estar. Los recibos ya llegaron, mis publicaciones también, y no hay nada más que tenga pendiente por recibir. Además, ¿quien usa el correo físico a estas alturas?

Tomo la carta y leo. Mi corazón se acelera al ver que viene de la penitenciaría. Otra carta de Oscar.

Se armó un gran alboroto alrededor de él el mes pasado y me sorprendió enterarme de que era amigo de ese hombre que tanto lastimó a Lucy. La imagen de ella golpeada y degradada aún la tengo grabada en mi mente. Jamás la podré borrar. Hicieron que borrara de mi mente los momentos bonitos que me hizo pasar, sus sonrisas, sus chistes, sus manos cálidas. No conocieron a Oscar de la manera que yo lo hice, incluso Sarah pudo ver la sinceridad en él al final, pero Alexander fue despiadado y al final salieron unas horribles cosas a la luz del pasado.

El pasado.

Vivimos torturados por el pasado, con miedo.

Quiere verme, pero a veces no sé qué hacer.

Quizás una llamada pronto pueda aliviar un poco su culpa y tranquilizar mi preocupación por él. Decir que me enamoré de él es totalmente falso. Adam está tan arraigado en mi corazón que el simple pensamiento de removerlo hace que duela. Así que Oscar no fue más que un amigo con quien hacer cosas diferentes.

Me siento en las escaleras y guardo la carta sin abrir en el bolso.

Ser juzgados da tanto miedo que muchas veces es mejor guardar silencio y permitir a las demás personas señalar tanto como deseen. Nunca tendrán suficiente y el arrepentimiento no es válido. Mis padres me enseñaron eso.

Ya no sueño con ese día, aunque el desasosiego ha vuelto cada noche. Una pastilla para un profundo sueño es suficiente, el mundo deja de existir, las pesadillas se alejan y la culpa no duele tanto.

La señora Suarez saluda al pasar y se detiene para pedir unas flores para decorar su sala. Se lo permito con una sonrisa y le sugiero algunas flores coloridas que pueden combinar bien. Queda fascinada con las gerberas que corto para ella y se va feliz con su ramo.

Contrario a mi aversión a mis padres, esto es lo único bueno que tengo de mi madre, lo único que ella me dejó y en lo que encuentro paz. Aun así, pensar en contestar las llamadas de mi hermano o pensar siquiera en ir a visitarlos es una tortura.

Niego con un fuerte movimiento y me levanto para ir a prepararme para mi salida con Johny. Será bueno distraerme con alguien agradable que no coqueteará conmigo y que parece una persona.

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