Capítulo 2

GEORGINA

—Ese par tendrá buena acción esta noche. Que suertudo ese niño —dice con diversión cuando se posiciona frente al volante.

—Nada nuevo —murmuro, con acritud, pero creo que no me escucha. Eso es mejor.

He sabido que, por mucho tiempo, Paula intentó tener un hijo, pero no lo logró. Ahora ella es feliz con sus gemelos y dice estar aprovechando al máximo de la lívido del embarazo. Conociéndola, creo que esa es sólo una excusa para alardear de todo lo bien que la pasa con su ahora esposo.  

—No entendiste, ¿cierto?

—¿Qué cosa?

Ladeo mi cabeza sin entender y sonríe con ternura. Esa es la peor mirada que el hombre por el que muere una mujer, le puede dar a ésta.

—El gesto que le hizo Brad a Paula —dice acercándose un poco más de lo necesario y niega tomando un mechón de mi cabello entre sus dedos y lo enreda, girándolo entre sus dedos. Odio que haga cosas como éstas y tener que repetirme constantemente que esto no significa nada—. Eres una niña inocente que necesita que la defiendan de éste mundo cruel y pervertido, mi bella minina.

Se acerca, tan lentamente que puedo sentir su cálido aliento acariciarme. Cierro los ojos, con esperanzas quizás, pero muerdo mi labio al sentir sus labios en mi frente como un balde de agua fría, y me encojo aún más escuchando cómo mi corazón es apuñalado por su indiferencia mientras agarra el cinturón de seguridad y asegurarlo para mí. Aprieto con más fuerza mis ojos esperando a que se aleje dejando mis neuronas intactas. Suspiro y los abro  cuando tomamos camino y me quedo en mi asiento con el corazón revolucionado, mis manos temblando y mi mente perdida.

No creo que sepa que tan cruel ha sido el mundo conmigo, que, aunque sé que existen cosas peores, lo que me sucedió no es algo que una niña de dieciséis años deba vivir. Me enamoré día a día de un hombre que me prestaba más atención que mi propia familia, quienes daban por hecho que sería buena, cuando ellos ni siquiera me habían mostrado el significado de esa simple palabra. Mis padres tenían tanta confianza en él y yo igual estaba perdida en su encanto. Era diez años mayor que yo y sabía perfectamente lo que hacía cuando empezó a regalarme tonterías que sólo deslumbran a niñas estúpidas y palabras perfectas para atrapar en sus redes a alguien inexperto. Requerí de mucha ayuda psicológica en el centro de ayuda donde viví hasta que fui mayor de edad, para perdonarme por ser tan tonta.

[...]

—Llegamos —dice, y miro hacia mi casa soltando un suspiro.

Es una pequeña casa de dos pisos pintada de verde menta con bordes blancos, los mismos colores que tiene —o tenía, quizás—, la casa en la que crecí. En mi porche, tengo un columpio para dos personas donde me gusta sentarme a leer los fines de semana de verano luego de regar y podar mi colorido jardín. Es mi santuario de paz. Sarah dice que mi pequeña casa parece sacada de un cuento de hadas, con todos los colores pasteles y cojines por todos lados, tapetes felpudos y muebles antiguos. Dice que se parece a la casa de la abuelita de Caperucita Roja.

—Muchas gracias por traerme.

—No es nada, pequeña. Descansa.

Frunzo el ceño cuando no me vuelve a llamar «minina», pero lo dejo pasar. Intento que no se note mi decepción cuando no me pregunta qué haremos esta noche, si ver películas, jugar o qué hacer de cenar. Esta noche no se quedará como lo había estado haciendo desde que dejé su apartamento. Abro la puerta cuando veo que él hace lo mismo y sé que venía hacia mí. Levanto la mano para que no siga y me despido a lo lejos.

Camino afanosamente hacia mi casa, atravieso mi pequeño jardín, el cual me esfuerzo por cuidar y embellecer en mi tiempo libre. Es una actividad que me tranquiliza, además de estar con mis amigas hablando, así yo no lo haga mucho. El día que les conté parte de mi pasado, sentí un enorme alivio y no pude evitar llorar cuando me apoyaron esforzándose por hacerme sonreír para que olvidara ese trago amargo. Por eso, y más, las amo y doy gracias porque están en mi vida llenándola de alegría y esperanza.

Esperanza de que en este mundo sí existen personas con corazón.

Abro la puerta y giro sabiendo que él aún está allí esperando a que entre a mi casa. Levanto la mano y asiente antes de entrar al auto, pero no se va hasta que no me ve desaparecer de su vista.

Suspiro y llamo a mis gatitos antes de poner comida en sus platos vacíos. Son un par de cuerpos gordos que pronto empezarán a rodar hacia la comida. Ambos aparecen ronroneando y se enredan entre mis piernas demostrándome su cariño gatuno.

Ambos son gatos grises gordos y peludos. Achis es la hembra con preciosos ojos azules, perteneció a la dueña de la casa, una anciana a la que no le permitieron llevarse a su mascota a la casa de retiro donde vive ahora. La encontré en la casa el día en que me mudé y fue una gran y grata sorpresa el tener a tan bello huésped. Fue arisca por un tiempo, pero me imagino que se debió a que estuvo un largo tiempo sola. Le puse ese nombre, al no conocer el que tenía, cuando en esa misma semana, me resfrié y ella se espantaba cada vez que estornudaba. Erizaba su lomo de una manera muy graciosa, como si hubiera visto a un demonio. Sé que mis estornudos son muy agudos, pero no era para tanto.

En cuanto a Nulo, él tiene sus ojos bicolor, azul y verde, por lo demás, son exactamente iguales. A él lo compré en una tienda de mascotas a la que lo habían devuelto tres veces, pero su nombre se debió a que no tiene olfato. Él sólo hace lo que Achis hace y come lo que ella come. No confía en nadie más que en ella, así sea yo quien lo alimente. Ese es otra razón perfecta para su nombre. Su capacidad para confiar en las personas es tan nula como su olfato.

Ellos son mi compañía y los amo, así Paula los odie.

Descargo mi bolso y cuelgo mis llaves en el lugar de siempre, subo a mi habitación, la primera puerta junto a la escalera, para deshacerme de mi ropa de trabajo. Me pongo un par de pantalones de sudadera y la camisa azul oscuro con el logo de su universidad, Yale, que le robé a mi crush. Camino descalza por el piso de madera escuchando el tan familiar crujido de la madera a cada paso que doy y pongo un poco de música de John Legend para disponerme a calentar un poco de mis sobras de ayer antes de sentarme con mi libro en el alfeizar de la ventana, donde he dispuesto unos cojines hechos por mí, para leer.

Mientras espero el aviso del microondas, escucho una llamada entrante al teléfono de la casa y lo tomo enseguida. Recibir llamabas no es algo común para mí.

—¿Si?

—Nunca contestas mis llamadas, Georgina.

Suspiro al escuchar y reconocer ahora su voz. No sabe cuanto me alegra saber de él, que está bien y se escucha como un muchacho fuerte, pero detesto la razón por la que me llama, y no me gusta nada que ahora llame a mi casa.

—Debe ser porque no me interesa hablar contigo, Alvin.

—Hermanita, por favor. Necesito que vuelvas a casa. Mamá...

—Dije que no —sentencio y corto la llamada al tiempo que mi móvil suena.

Desconecto el teléfono fijo cuando vuelve a sonar y camino hacia mi bolso. Mi hermano lleva casi un año intentando hablar conmigo, pero nunca lo dejo hablar. No me interesa hacerlo. Él, Logan y papá se dieron vuelta y siguieron con sus vidas cuando mamá empezó a arrojar mi ropa a la calle como si fuera b****a mientras me gritaba lo zorra que era y cómo había dejado de pertenecer a esa familia. A ellos no les importó lo que sucedió conmigo, si tenía donde dormir o qué comer. No hay una razón por la que desee volver a ese lugar. Además, ya han pasado seis años desde que me fui y Mary, la que era mi única amiga en Tulsa, les dijo dónde estaba cuando viví en la casa hogar para adolescentes, y nunca fueron por mí.

No vale la pena volver a un lugar donde te consideran un desecho por haber cometido un error.

—Diga —contesto por inercia, tratando de calmarme.

—Voy a vomitar, mi preciosa minina.

—¿Está enfermo? Pero estaba bien hace un momento.

Ríe un poco y suspira, vuelve a erizar mi piel, antes de volver a hablar. Este hombre tiene un poder increíble sobre mi cuerpo. Es algo que ni la distancia puede mermar.

—Llegué al apartamento y mientras subía para ir a cambiarme, ya sabes, el gimnasio y esas cosas antes de trabajar un poco. El caso, mi delicada minina, es que escuché un grito en la habitación de Alex...

—¿Es él el enfermo?

—Nunca cambies, mi inocente minina —murmura divertido y hago un gesto de desagrado—. Doy gracias al maldito calambre en el cuello que me dio cuando giré, porque no estoy seguro de querer ver lo que hacía ese par.

—No entiendo.

Lo escucho reír y me empiezo a sentir estúpida. Creo que ya debería estar acostumbrada a este tipo de situaciones.

—Pues verás, nena. Alex gritaba el nombre de Sarah pidiendo más y créeme no quieres saber las explícitas imágenes que mi mente está creando.

—Dios... —susurro, espantada.

No me quiero imaginar tener que encontrar algo semejante.

—¿No se supone que somos las mujeres las que gritamos?

Adam ríe a carcajada tendida una vez más y arrugo mi frente. Sé que mi experiencia es limitada, pero él nunca hizo ningún sonido esas pocas veces que estuvo conmigo.

—Nosotros también gritamos, minina, sobre todo si nos trabajan de la manera correcta y tal parece que Sarah ya tiene el punto débil de mi amigo. Eso fue algo perturbador. Debí quedarme contigo esta noche como tanto quería, no sabes cuanto me arrepentí en cuanto cerraste la puerta, mi tierna minina. Ahora no estaría encerrado en mi estudio como si fuera una rata.

No sabe cuánto me mata con sus palabras. Si no fuera peligroso para mí, lo invitaría a venir. Es una mala idea, lo sé.

—¿Y un hotel?

—Ahora están en la sala, nena. No quiero presenciar algo semejante mientras intento huir por mi buena salud mental. Primero, no se me antoja ver a mi mejor amigo desnudo y aunque Sarah es de buen ver, eso conlleva a que alguien me arranque la cabeza y creo que la necesito por ahora.

Sonrío y niego divertida.

—Pobre de mi jefe.

—Geor, sabes que odio que me llames así o por mi apellido. Una cosa es el trabajo, pero fuera de allí...

—Adam —digo cortándolo.

Me gusta escucharlo hablar, pero a veces quisiera besarlo para que mis oídos descansen sin tener que alejarlo de mí.

—Subieron otra vez. ¿Qué crees que le hace tu amiga a mi amigo? ¿Tendrá unos de esos arnes como los que utiliza Heidy con Julia?

—¡Basta, Adam! —chillo escandalizada y él vuelve a reír.

Conozco ese arnés en particular. En una ocasión entré a buscar una crema para el cuerpo que Heidy me iba a prestar, había olvidado la mía aquí en casa, y encontré ese aparato en uno de los cajones. Tenía un miembro exageradamente grande y terminé impactada. Adam entró y se largó a reír antes de sacarme de la habitación de su amiga diciendo que eso era demasiado para su inocente minina. Fue horrible y de solo pensar en que Sarah...

—Te imaginas a Sarah con uno de eso y a Alex en la posición del perrito...

—¡Basta o no volveré a hablar contigo, Adam!

Vuelve a reír y sacudo mi cabeza intentando no imaginarlo.

—Joder. Háblame algo bonito, nena. Vomitaré luego de reír si sigo con esa imagen en mi cabeza.

Yo igual, pero sin la risa. Alex es un hombre bastante grande y quizás lo haría por amor a su rubia, pero no creo que mi amiga sea de las mujeres a las que les gustan esas cosas. Si fuera Paula, lo creería.

Suelto un chillido involuntario que hace reír a Adam, seguramente adivinando que no puedo sacar esa imagen de mi cabeza, ahora sumándole la imagen de Paula y Brad en esa misma posición.

Que asco.

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