Confesión

—¿Cómo demonios entraste a mi casa? No sabes respetar ni un poco la privacidad de las personas, ¿verdad? — fue lo primero que me llegó a la mente, pues su cercanía me afecta más de lo que estoy dispuesta a admitir.

—¿Sabes? Eres muy despistada y odiosa; al ver la puerta abierta, pensé que la habías dejado de par en par para mí — soltó una risita en mi cuello, por lo que tragué saliva estremeciéndome con solo su tibio aliento rozar mi piel—. ¿O esperabas a alguien más?

—Primero que todo, no dejé la puerta abierta; segundo, si lo hubiera hecho, ten por seguro que serias el menos invitado a pasar; y tercero, suéltame y lárgate de mi casa ahora mismo.

—¿Sabes otra cosa, mosquita? Ya me hacía falta este trato de tu parte. Como que sí, debo ser sincero y admitir qu
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