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Capítulo 2.

Sinceridad

"Explica tu enojo en lugar de demostrarlo. Así abrirás la puerta a una solución y no una discusión." 

.

El bar había cerrado y con ello, la salida estaba lista para una larga fiesta.

Arthur y Benjamin caminaban en las calles oscuras que les ofrecía la noche cuando de repente un recuerdo había llegado a la mente de él.

— Benja, olvidé unos papeles importantes en el bar.— Comentó con un tono de preocupación. Eran realmente importantes y tenían que ser entregados a la primera hora de la mañana.

— ¿Quieres que te acompañe?— Preguntó su amigo mientras le entregaba las llaves en la mano.

— No, iré solo. Es tu fiesta y no me gustaría que llegaras más tarde de lo normal. Puedes ir, luego te alcanzo. La verdad no tengo ni la menor idea de dónde los dejé en tu oficina. Y como es un desastre voy a tardar como una hora.— Argumentó.

— Está bien, nos vemos allá.— Se despidió con un simple choque de palmas viéndolo partir en carrera.

Ahora Arthur corría, justo antes de doblar la esquina, pudo escuchar una pequeña discusión de una voz vagamente familiar logrando que se detuviera.

Asomó su rostro para observar aquella escena. Se trataba de la misma rubia que había caído con él hace un par de horas, al parecer, acompañada de su novio.

— ¡Vamos George!— Chilló con queja.— Dices conocer al dueño de este bar, llámale y dile que abra el local. Tengo unos documentos importantes adentro.

— Roselyn, ya te dije que no me sé su número.

— ¿¡Entonces me mentiste?!— Reclamó con enojo creciente.

— No, por supuesto que no. Sólo que... Sinceramente sí le hablo pero no tenemos esa amistad para tener su número.— Agregó.— Puedes venir mañana a las 6:00pm, y recuperarlos.

— ¡Es que no lo entiendes!, Los necesito a primera hora de la mañana.— Informó con las mejillas encendidas por el enojo.— Si no las obtengo yo...

— Eres una mujer pesada.— Exclamó irritado por el carácter prepotente.— Ya te dije que no hay manera de ingresar. Además, tengo que irme ya. Mis padres están esperando mi llegada temprano. ¿Quieres que te deje en tu casa?

— No. Lárgate tu.— Para Roselyn, cualquier modal que tenía se había ido al diablo. No estaba dispuesta a tratar de fingir alguna empatía con él una vez más.

— ¡Bien, y para serte claro...— Había caminado unos cuantos pasos lejos de ella. Su carácter lo había irritado y aparte de que perdía la conciencia de sus cinco sentidos debido a los tragos excesivos que se había dado.— Cancelaré la siguiente cita. No te soporto. Y pobre el hombre que llegue a tolerar tu carácter. Quizás por eso tienes la lista más larga de salidas con chicos. Ninguno te tolera seguramente.

Suficiente. Había perdido su paciencia.

Sin mayor esfuerzo llegó a su lado aprovechando que George estaba distraído burlándose de ella. Con una mano lo tomó por debajo de su hombro para darle una vuelta completa tirándolo al suelo con rudeza. Fue tal impacto que el hombre no tuvo fuerzas para levantarse. Y tampoco la pierna de Roselyn encima de su estómago facilitaba la tarea.

— Espero que con esto entiendas por qué realmente no me interesan los hombres.— Masculló con rabia.

— ¿Eres lesbiana?, ¡Auch!— El pie de Roselyn hacía más presión en la boca de su estómago.

— ¡Agh, no tiene caso!— Quitó su pierna con brusquedad dejándolo libre. No había más que hacer en esa situación.

George observando que ya no obtendría otro golpe decidió aprovechar su huida y si Dios le escuchaba, rezaba no volver a verla jamás.

La rubia quedó sola con coraje. Aún no podía creer que las citas que planeaba su abuela cada vez más se salían de control. Le había dado una lista de las características de lo que podía ser su chico ideal, más sabía que no existía. No en el caso de ella que no creía en los hombres. Sólo eran personas interesadas en lo que la sexualidad les podía ofrecer; y siempre que encuentran un cuerpo mejor cambian como si se tratara de la elección de un vestido.

Gruñó con enfado. La escencia de la bebida había perdido el efecto tan rápido como había llegado. ¿Y cómo no? Los sentimientos negativos la habían llamado a regresar con conciencia. Al menos podrá recordar cómo puso en su lugar a su última cita. Porque eso era lo que es. No estaba dispuesta a volver a salir con alguien por más imploraciones que su abuela hiciera.

— ¿¡Y ahora cómo le haré para entrar?!— Gracias a su estado borracho hace una hora había dejado su bolsa debajo de la mesa en la que habían bebido.

Observó que en la ventana inferior tenía un suficiente tamaño para escalar entre sus rejas y dar un salto improvisado para llegar al techo. Si tenía suerte quizás existiría una puerta que la conduciría a la planta baja. Sólo tenía que dar una patada con fuerza para abrirla.

Y así como lo pensó comenzó a escalar. Era completamente difícil ya que los hoyos quitaban libertad a los movimientos. Estaba a punto de llegar al techo cuando algo que nunca esperó logró asustarla.

— ¿Qué haces escalando?— La alarmó asustándola haciendo que por instinto soltara sus manos cayendo encima de alguien. Hubiera esperado un anciano, una mujer o un niño. Pero como a Dios le encantaba jugar con ella, se trataba de un hombre.

Con unos ojos verdes como el bosque que sin querer habían llamado su atención. Era el mismo hombre con el que se había tropezado en el escenario dentro del bar. Ahora podía visualizarlo mejor. Tenía un cabello color castaño rebelde. No estaba corto pero tampoco muy largo.

Sintió sus manos en su cintura y de inmediato se apartó empujándolo de nuevo contra el piso.

— ¿¡Qué crees que estás haciendo?!— Chilló en defensa levantándose de golpe.

— Bueno, no es normal que una mujer cayera encima de mí. La pregunta entonces sería: ¿Qué estás haciendo tú escalando en el bar?— Reclamó observando sus intenciones.

— Yo...¡No tengo por qué darte explicaciones!— Negó.

— Es una lástima.— Caminó en frente de ella hasta llegar a la puerta del bar.— Porque así tendrías que pedirme el favor para permitirte entrar.— Mostró las llaves que llevaba en las manos, abriendo la puerta.

Estaba a punto de cerrarla de nuevo una vez en el interior cuando ella interpuso su mano.

— Está bien.— Aceptó sin buena gana.— Tengo mi bolso adentro que contiene unos papeles de gran importancia.— Sincerizó.— Necesito entrar. Por favor.

Una chica ruda, pero al menos con modales. Y sincera.

— Pasa.

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