PAZ ESPIRITUAL

A primerísima hora de la mañana, Teresa fue en su coche al hotel de Felisa para llevarla al hospital, pues se tenía que llevar las maletas y no estaba precisamente cerca.

Cuando llegó, la doctora Fernández preguntó en recepción por la habitación de Felisa y subió. Llamó a la puerta y la monja le abrió.

—Hola, Tere, no tenías que haberte molestado, hubiera ido en taxi —insistió la monja.

—No podía consentir que mi mejor fichaje tuviera que coger un taxi teniendo yo coche, amiga —respondió Teresa.

—Todavía no sabes cómo trabajo y si soy buena o no —dijo Felisa.

—Si lo que he visto es tan sólo la mitad de lo que sabes hacer, he visto bastante —comentó Teresa dándole una cariñosa palmadita en la espalda a su amiga.

—Gracias por tu confianza, ¿me ayudas con las maletas?

—De nada, por supuesto que te ayudo.

Cogió una maleta cada una y bajaron directamente al parking, lugar en el que Teresa había aparcado su coche. Metieron las maletas en el maletero y salieron camino del hospital.

—Gracias, amiga, por dejarme trabajar en el hospital. Uno de los motivos por lo que me metí a monja fue para ayudar a los demás —dijo Felisa.

—Por lo que he visto eres buena y eres exactamente lo que estaba buscando, así que, bienvenida a la ciudad, ha debido ser cosa del destino —contestó Teresa.

—Dime una cosa, ¿exactamente qué tengo que hacer?, me gusta saber cuál mi trabajo antes de empezar.

—A parte de lo que hiciste ayer con doña Consuelo, también tendrás que ayudar a mi equipo médico a sobrellevar la muerte de los pacientes, pues les pedí que fueran más cercanos con ellos.

—Entonces, lo puedo hacer sin problemas. Si no te importa, en el trabajo me gustaría que me llamases Sor Felisa —dijo la monja.

—No hay problema y tú o Teresa o doctora Hernández —afirmó la directora.

—Tampoco hay problema —respondió Felisa.

Llegaron al hospital y, tras llevar las maletas a la estancia donde iba a estar Felisa, Teresa le dio un poco de tiempo para instalarse antes de que fuera a la sala de médicos para presentarla ante su equipo.

Estaban todos en la sala y sólo faltaba Felisa, por lo que Teresa sacó un bombón de chocolate del bolsillo de su bata y se lo comió. Cuando estaba nerviosa comía algo de chocolate, pues le calmaba los nervios.

—Perdón por el retraso, me había perdido y no conseguía encontrar la sala —comentó Felisa entrando toda apurada en la habitación y cerrando la puerta.

—No te preocupes, no pasa nada —respondió Teresa mientras la monja se sentaba—. Antes de nada os presento a Sor Felisa, la nueva incorporación a esta unidad, es psicóloga y enfermera, por lo que ayudará a los pacientes y a vosotros también. —Continuó diciendo.

—Hola, Sor Felisa. Quiero decir que a doña Consuelo le quedan como mucho dos o tres días de vida y su deseo es prácticamente imposible —contó la jefa de enfermería.

—¿Cuál es su deseo? —preguntó la directora.

—Quiere ver al Papa y no está para hacer un viaje.

—Tengo una posible solución, voy a hablar con el obispo y haber si puedo organizar una vídeo conferencia mañana con el Papa —dijo Sor Felisa.

—Voy a hacer mi ronda y te acompaño —respondió Teresa dando por concluida la reunión.

Tras concluir la visita a los pacientes, las dos se fueron a la residencia del obispo para pedirle el favor de que consiguiera la vídeo conferencia con el Papa.

Cuando llegaron, la secretaria les indicó que debían esperar un poco, pues el obispo estaba reunido y les sirvió dos tazas de café.

Por fin les recibió el obispo y el peso de la conversación lo llevó Teresa, como directora del hospital.

—Hola, monseñor, quisiéramos pedirle un favor —rogó Teresa besando el anillo del obispo.

—Ustedes dirán, ¿en qué les puedo ayudar? —contestó el obispo.

—Hay una mujer, bastante mayor, a la que le quedan escasos días de vida y quiere ver al Papa —dijo la doctora Hernández.

—No sé que puedo hacer yo, si no puede viajar no puedo hacer nada para ayudarla —respondió el obispo.

—Me ha dicho la Hermana Felisa que puede conseguir una vídeo conferencia con el Papa y nos gustaría que hiciera lo posible para que fuera para mañana.

—Es cierto, se lo he dicho por el favor que me hizo aquella vez —dijo la monja con cierto aire de misterio.

—Esa vez era más fácil, pero ahora es un poco más difícil y no va a ser posible.

—Entonces nos vamos y no le molestamos más —respondió Teresa despidiéndose.

—Espérame fuera, amiga, que ahora salgo yo —le dijo Felisa al oído a Teresa.

La directora salió del despacho y Felisa cerró la puerta. Al rato salió la monja muy contenta, pues había conseguido su objetivo.

—Mañana a las 12:30 tendremos la vídeo conferencia con el Vaticano —comunicó Felisa a su amiga cuando salió.

—¿Cómo lo has conseguido, Felisa? —preguntó Teresa.

—Es secreto de confesión, no puedo decírtelo.

—Bueno, lo importante es que lo has conseguido. Gracias —respondió la doctora dando un abrazo a su amiga.

Volvieron al hospital y llegaron justo en el momento en que uno de los pacientes más antiguos, estaba a punto de morir, pues los dolores eran horribles y no podía casi respirar.

Felisa y Teresa entraron juntas en la habitación y, mientras la doctora ajustaba la máquina de la perfusión de morfina, la hermana se puso a rezar, mientras miraba el reloj.

Felisa se puso a rezar mientras el hombre se iba durmiendo y el gesto de su cara se iba dulcificando, según iba haciendo efecto la morfina y su dolor se iba calmando, su alma iba encontrando paz con las oraciones de la monja.

Antes de que el hombre muriera, le dio tiempo a rezar un padre nuestro y un rosario, por lo que hizo sus cálculos de lo que tardaba en hacer en efecto la morfina.

Teresa se puso a llorar, pues había cogido mucho cariño a ese hombre, y su amiga la consoló dándole un fuerte abrazo.

Cuando salió de la habitación y vio a los familiares del señor dijo: «Se ha ido con una sonrisa, no ha sufrido y está en paz con Dios. He rezado por él y en sus últimos momentos de vida ha estado acompañado, seguro que desde el cielo os sigue cuidando».

—Gracias, hermana, haremos un donativo al hospital para agradecerle este gesto que ha tenido con mi padre —dijo la hija.

—Gracias por el donativo, pero no debéis agradecerme nada, ya que ese es mi trabajo —insistió Sor Felisa.

Teresa le dio las gracias y le dijo que era un ángel.

—Amiga, no lo soy, es mi trabajo y hago lo normal —afirmó Felisa.

Teresa y Felisa prepararon todo para la vídeo conferencia de Consuelo, pues tenían que tener una conexión especial y tenían que ser muy puntuales, si no sería totalmente imposible hacerla y la anciana no iba a tener otra oportunidad.

La directora del hospital durmió esa noche ahí en el hospital, ya que no quería retrasarse. Nada más despertarse, fue a ver a la monja, que estaba poniéndose el hábito de los festivos, pues hoy era un día especial.

—Que guapa estás, amiga —dijo Teresa.

—Hoy es un día especial y como tal me he puesto el hábito especial —comentó la monja.

—Vamos a la habitación de doña Consuelo para prepararla y darle esa sorpresa.

La directora llamó al equipo de peluquería para que la pusieran guapa.

Tras terminar de prepararla, todavía quedaba media hora para la conexión, por lo que Felisa estuvo rezando un rosario con ella. A la hora en punto se estableció la conexión y doña Consuelo pudo hablar con el Papa Francisco.

La conversación duró unos treinta minutos y tras terminar escribió una carta para sus hijos explicándoles esa experiencia.

Esa noche, cuando todos estaban dormidos, la monja fue a ver a la anciana.

—Hola, Sor Felisa, muchísimas gracias por cumplir mi sueño y me gustaría que dieras esta carta a mis hijos —insistió la mujer.

—Mañana por la mañana se la puede entregar usted —comentó Felisa.

—No quiero que ellos sufran más y tras cumplir mi sueño me puedo morir en paz.

—No se preocupe, yo le voy a acompañar durante estos últimos momentos de vida —dijo la hermana subiendo la perfusión de morfina, como había visto el día anterior hacer a su amiga.

Se puso a rezar y poco a poco la anciana se fue durmiendo hasta que su corazón dejó de latir.

Felisa, al día siguiente, le entregó la carta a los hijos de Consuelo, pero en su mente le rondaba la idea de lo que pasaría si alguien se enterase de todo lo que había hecho esos dos días, aunque por suerte, todo iba según ella lo había previsto.

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