03

𝟶𝟿 𝚍𝚎 𝚊𝚋𝚛𝚒𝚕 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟻𝟸

𝙰𝚕𝚎𝚝𝚑𝚒𝚊

(𝙿𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘)

El tren viaja a gran velocidad y nos aleja de la ciudad principal, para llevarnos al campo. Lo sabía, porque con cada minuto que pasaba, los edificios se podían contar con los dedos, las personas con autos elegantes también desaparecían y todo era reemplazado por un paisaje lleno de árboles grandes que acompañaban las parcelas donde se cultiva.

Nos transporta a un lugar que parece más calmado y sé que no tardaré en apreciarlo. Mi mente no para de imaginar todas las aventuras que tendré recorriendo campos llenos de dientes de león, pero algo me aprieta el pecho. Desde que tomamos este tren en la mañana con tanta urgencia, en el momento que me avisaron con un día de anticipación que arreglara mis vestidos para ir de visita a otra mansión, sin saber los días o el rumbo. Claro que no quería irme, y apuesto a que mi hermano tampoco le preguntaron antes.

Desde que habíamos tomado el tren a la primera hora de la mañana nos quedamos sentados, en silencio. Como gatitos obedientes y perdidos. Mientras que mamá parecía alejada en su pequeño mundo donde no hay espacio para los tres.

Le toqué el hombro. Como llamando la puerta de su cabeza.

—Madre, ¿cuánto tardaremos en llegar?

Pero no hubo respuesta, a parte de Evan. Él, en medio de su sueño, rascó su nariz como respondiendo a mi voz.

—Madre.

Por más que la llamara, no respondía.

Estaba perdida en la ventana, y por mí, que ni siquiera parpadeaba. Ella estaba en medio de uno de esos momentos donde sueñas despierta, igual a las historias que me narraba mi niñera en la noche, cuando estaba muy inquieta como para dormir y, me contaba que, cuando sueñas despierto, es porque no dormiste bien cuando debías.

Por eso, tus ideas y sueños necesitan aire de vez en cuando. Así soñamos durante el día, sin cerrar los ojos.

En ese momento, me pareció aterrador, no quisiera ni pensar en perderme las maravillas del día, lo comprendí ahora que había crecido unos años. Esa razón es suficiente para querer dormir lo más rápido posible.

Entonces, en cuanto logré levantar el descansa brazos, preferí recostarme en su hombro. Cerrando lentamente los ojos me arrullé con los murmullos de las personas pensando que era mi niñera contándome otro de sus cuentos, hasta que finalmente caí dormida.

—Alethia.

Con pereza, abrí mis ojos y ahí estaba mi madre, tambaleándose. Me observó y su mano acarició mi mejilla en un lado incómodo para ella.

No sabía cuánto había dormido, pero fue lo suficiente como para que el viaje se acabara. Todos nos habíamos detenido en la estación de trenes y era el momento donde los adultos estaban tomando sus equipajes para irse con sus esposas e hijos.

Me levanté en silencio, perdida. Pensé que había soñado con algo, pero no recordaba nada aparte de que se sentía dulce, preferí continuarlo en cuanto encuentre una cama en esa nueva mansión.

Mi hermano ya tenía las maletas abajo y me sonreía. Desde que había asistido a esa nueva escuela se había convertido en un gran deportista y lo querían mucho. Ya se veía más alto, casi de la estatura de mi madre, y su cabello rubio también había crecido lo suficiente para esconder sus orejas.

Me sentí triste al recordar las palabras de mi niñera regañándome porque él ya estaba creciendo, lo suficiente como para alejarse de mí y preferir la compañía de muchachos de su edad, que lo entendiera. Yo también pasaría por lo mismo, en un futuro.

—Tomaremos un carro que nos espera en la salida. Apúrate, Alethia.

Ella envolvió su bufanda en su bolso. Estaba un poco enferma desde hace como dos días que volvió de un viaje, y no paraba de toser y estornudar.

No lo había pensado hasta ahora, pero tal vez por eso vinimos hasta aquí, por un doctor.

Mamá se volteó y le señaló los bolsos a Evan.

—Cariño, lleva las maletas contigo, por favor.

Evan asintió y se adelantó.

Yo me aferré a la mano de ella en cuanto me la extendió.

El tren estaba prácticamente vacío, pasamos por la primera puerta abierta que vimos sin chocarnos con nadie. Afuera, era un espacio grande lleno de sol y de personas que se abrazaban y reían con educación, a excepción de unos cuantos.

Papá era uno de esos que, cuando algo le alegraba, no le daba miedo la gente. Es más, se reía a carcajadas y me hacía sentir segura de hacerlo también.

Él no me veía como una niña caprichosa y traviesa, como los demás lo hacen. Decían que podía ver a través de cualquier persona, aunque eso no lo entiendo mucho, pero, por eso, todos lo apreciaban. Amaban sus pinturas, porque se mostraba "vulnerable por no ser intachable". Yo solo creo que, como papá, era perfecto.

—... En la práctica conocí a Luca. Sus padres son italianos, migraron hace mucho tiempo aquí, o bueno, a nuestra anterior ciudad. Es muy bueno con los números y tiene una pierna derecha que puede hacer atravesar cualquier balón en una portería. ¡Es increíble!

Evan no paraba de sonreír y hacer movimientos bruscos con sus piernas, por eso las maletas se revuelcan y chocan. Mamá no lo notaba, o más bien, lo ignoraba.

Yo estaba a su lado izquierdo, todavía agarrándome de su brazo flaco. Me daba miedo perderme entre las personas si la soltaba.

Ella estaba en silencio, escuchando, hasta que mi hermano terminó su larga charla que parecía más para él mismo.

—Espero que te hayas despedido con propiedad de tu amigo Luca y los demás. Recuerda lo que hablamos.

La sonrisa de Evan desapareció y su cara se oscureció lentamente. Caminó a nuestro lado con la espalda erguida, igual que un adulto, con los ojos pegados al frente. Al volverse tan silencioso y alejado como mamá lo era a veces, parecía mucho mayor de lo que es en realidad. Tal vez él tampoco durmió con propiedad cuando debía.

Pero, tengo curiosidad. Yo sé, mi niñera me repetía una y otra vez: la curiosidad mató al gato, pero yo no creo en esas cosas. Así que pregunté, por si acaso.

—¿No volveremos?

Mamá me miró, y sus ojos miel se me hicieron muy bonitos.

—No. No tenemos nada que hacer allá.

Como Evan la había soltado, mamá puso su mano sobre la mía y acarició mis dedos. Luego me sonrió con los labios cerrados.

—¿Nunca?

Mamá asintió.

—Si te preocupan tus cosas, todo eso será trasladado en una semana o dos. No te angusties por asuntos tan superficiales.

Yo también solté su mano.

Caminaba despacio. Ya no me sentía en un lugar lleno de personas, sino que, de la nada, todo se volvía silencioso y no quería levantar la cabeza del piso. Por eso intenté jugar con las líneas de la baldosa, pero no me emocionaba como antes.

Imaginé mi habitación en las tardes de verano, cuando el viento hacia que las cortinas se alcen y todo caiga al suelo, dejando desorden. Eso interrumpía las tardes de té que tenía con mi padre y enseguida, pasábamos a reírnos a carcajadas y bromear que eran fantasmas que no habían sido invitados y tomaban venganza en mi fiesta.

Tenía ese recuerdo de él y para no olvidarlo, había pegado un dibujo de nosotros en la puerta de mi armario. Él, con el traje más elegante que tenía y yo, con mi vestido rojo de puntos que me hacía ver mayor y más apta para organizar una reunión, como mamá esperaba que me comportara.

¿Eso también estará en la caja de mudanza? ¿Lo van a cuidar en el camino? Me pone triste imaginarlo en la b****a, ¡hasta una lágrima se me salió en ese momento!

Ahí, reaccioné y encontré el carro que esperaba a mi madre frente a nosotros, junto a un hombre que ayudaba a Evan a subir las maletas dentro del maletero. Mi mamá los observaba en silencio y me agarró la mano apretándome con tanta fuerza que me hizo chillar del dolor.

Ella volvió al mundo real y me miró. Se disculpó, susurrándome al oído, y luego se irguió de nuevo.

—Disculpe señor, ¿cuánto tardará el viaje?

Ella preguntó de repente en cuanto el hombre cerró la parte de atrás del carro.

—Unas cuantas horas. No sabría decirle con exactitud. Pero tengo órdenes de ir despacio así que no tiene porqué angustiarse por eso.

Al acercarnos, el hombre le sonrió inclinando su sombrero y abrió la puerta para que nosotras entráramos, detrás de mi hermano.

Caminé con gracia, como mamá. Intenté verme como ella porque así debo comportarme con los extraños. Quise que mi niñera estuviera ahí para felicitarme.

—Muchas gracias.

Dije, en cuanto el hombre amable cerró la puerta detrás de mí y él asintió con con rapidez.

El viaje es similar. Los mismos campos verdes, cultivos de maíz gemelos que ya crecieron... También el silencio, cada uno pensando por su cuenta. Por mi parte, ver por la ventana es solo encontrarles formas a las nubes, como las de un barco o un gato, pero se vuelve aburrido después de unos minutos porque lo haces sola.

Quise llorar de nuevo, pero me recordé que debía de ser fuerte, eso me repetían los adultos. Pero, no volvería a ver a mi niñera, ni escucharía sus cuentos. No regresaría a mi habitación otra vez. Ya no recordaré el olor del estudio de mi padre, ni sus pinturas, las confundiré con otras.

No quería seguir pensando en eso y preferí dormir. Así podría imaginar ese lugar de nuevo, y así recordaré cada pequeño detalle que esté en esa casa, para siempre.

Tan rápido como me obligué a descansar, cerré los ojos. Entonces solo escuchaba mis pensamientos de nuevo.

—Es espaciosa —fue lo único mamá dijo cuándo se abrieron las puertas de par en par, con un ruido fuerte. Después calló.

Como predijo el hombre, tardamos varias horas en llegar.

En el mismo instante que me levanté, me obligaron a caminar con delicadeza por un caminito de piedras que rodeaba a una fuente de agua y nos llevaba a una enorme casa. Ahí, delante de la puerta cerrada, nos esperaba otro hombre alto que parecía elegante, con una sonrisa a medias. También ocultaba sus manos en sus bolsillos.

—Lo es —él, con un paso en el interior, sonrió de nuevo, de oreja a oreja. Esta vez, escondía un brazo detrás de su espalda y extendió el sobrante, para darnos una mejor bienvenida—. Adelante, muchacho. Date una vuelta por el lugar.

Mi hermano, quien no tuvo reparos e imitando un auto de carreras, se perdió en una de las esquinas. No sin antes hacer ese característico sonido con sus labios mientras jugaba con su nuevo jet de madera por el aire, hasta que no se escuchó nada.

A pesar de ser mayor que yo solo por un año, Evan seguía con juegos que eran infantiles para su edad. Pero así era él, y a mamá parecía no molestarle.

Yo, por mi parte, no pensaba despegarme de las piernas de ella. Sabía que esta no era mi casa y mamá también, en su interior.

—Alethia...

Él le hizo una extraña seña a mamá y ella le entendió, porque calló. Se inclinó, alejando su traje para no tropezar. Buscaba insistentemente mis ojos entre todo el cabello que caía sobre mi cara ¡Pero si un caballero no debería ser tan terco! ¡Es obvio que no quiero mirarlo!

—Deberías investigar cada rincón de la mansión, es grande y llena de misterios. Yo lo hacía cuando tenía tu edad, solo te aconsejo no correr por ahí porque podrías tropezar. En lo que resta, bienvenida a tu nuevo hogar —dijo y me extendió la mano. Ahí alcancé a ver que su piel era un poco más oscura que la mía, como bronceada—. Casi lo olvido, también tenemos un tocadiscos, pero la verdad es que como viví sólo tanto tiempo, solo poseo mi vieja colección de blues, me disculpo por eso, escuché que te gusta la música —suspiró y me sonrió—. Espero que algún día te sientas igual de cómoda como lo estuviste en tu antigua casa, ¿no es así, Charis?

Me aferré más a ella y observó a mamá. Él, todavía apoyaba sus manos sobre sus piernas mientras ella solo asentía, tocando su collar, se distraía entre las paredes de la mansión de ese hombre. Era normal en ella, lo que se sentía extraño es la enorme panza que tiene, la que no me deja ver sus ojos como antes. Todavía no me acostumbro a ella.

Él retiró su mano.

—Por supuesto que todas las cosas que parecen que se dejaron atrás van a volver en unos cuantos días, si es que eso te preocupa. Y vas a tenerlas en tu nueva habitación que me encargaré de mostrarles personalmente en mi tiempo libre —se enderezó por fin y mostró lo alto que es. Alejó con elegancia el cabello negro que caía por su frente—. Bueno, ¿qué esperas, pequeña?

Lo miré finalmente y él sonrió con la comisura de sus labios. Busqué a mamá y ella me observaba a mí, en silencio, seria. Sus dedos todavía rozan su cuello.

No me quedó más que entrar a la casa y andar con gracia por el suelo de madera, que chillaba de lo limpio que estaba.

Caminé un poco más rápido. Traté de escabullirme por alguna esquina mientras me perdía en el pasillo lleno de cuadros y fotografías de enormes señores que parecía que me miraban. Supuse que ellos también habían vivido aquí, como dueños de esta mansión hace muchos años, por su estilo tan viejo y pomposo.

Creo que pronto, todos nosotros también estaremos en una pintura colgados sobre esa pared, y que la verán muchas más personas del futuro. O tal vez, solo sería mamá, ese hombre y su hijo, lo que sería más lógico, después de todo, son la verdadera familia de esta casa.

Me sentí incomoda. Preferí correr por un camino que se hacía más grande con la distancia, con más pinturas, unas tras otras. Todas observándome correr, hasta que encontré la salida en una enorme puerta blanca que se abre hacia afuera.

Ella, conecta a un gran jardín lleno de distintas flores y en la mitad, un árbol que parecía plantado el mismísimo día que se construyó la mansión.

Miré hacia atrás, pero lo único que vi fue pura oscuridad que por poco alcanzaba a mis zapatillas y, con afán, me apresuré a mantenerme en la luz.

Esto no se siente como en casa.

¡Qué bueno que ahí estaba Evan!, acostado en el pasto, mirando al cielo. Con un brazo sobre su cabeza y su jet en la otra mano, deslizándolo por el aire. Sin querer, nos encontramos al final. Me pregunté si él sintió lo mismo cuando vio esas aterradoras pinturas, pero preferí no hablar al respecto, de todos modos, lo que había detrás de la puerta era una solo oscuridad.

Me acerqué, intentando no hacer mucho ruido con el pasto.

—¿Qué haces?

Me senté a su lado. Recogiendo mi vestido para que no se manchara con la tierra.

—¿Eh? Solo jugando —dijo—, ¿y tú?

—Mirándote jugar.

Apoyé mi cabeza en la hierba, al lado de él.

También pensé en hablarle de las flores, pero no lo hice. Sabía que a él no le interesaban esos temas tanto como a mí. Me quedé observando el brillo de los rizos que caían encima de su frente, en el sol, parecen oro... ¡Como el collar que mamá tiene!

—¿Puedo contarte un secreto?

Le susurré.

—Sí —él no dejó su juguete, pero tampoco hizo sonidos molestos con sus labios—. Yo también tengo uno.

Sonreí, pero él no me vio.

—¿Tu primero?

—Eh, espera.

En ese momento, una mujer con una cesta llena de ropa y enormes mejillas pasó vistiendo un amplio vestido blanco. Ambos la mirábamos fijamente y cuando por fin, a su propio ritmo, llegó a la puerta, Evan habló.

—Ya —los dos nos sentamos al mismo tiempo con las piernas cruzadas como mariposa. Sabíamos que nuestros secretos eran tan sagrados que nadie, más que nosotros mismos, debíamos escucharlos—. Yo primero ¿Bueno? —Yo asentí con la cabeza. Él aclaró su garganta con una mueca tonta como para hacerme reír—, pues... Odio estar aquí.

—¡Já!, iba a decir lo mismo.

—Yo lo hice primero.

Que tonto es. Si él es maduro, entonces yo debo ser el triple de madura.

Apoyé mis manos en el pasto mientras veía el resto del jardín.

—Esto no se parece nada a nuestra casa. No era tan enorme, pero tenía el espacio suficiente y era cálida. Con la pintura que dejaba papá sobre las paredes a veces, por accidente. Me gustaba su olor.

—Hasta que las ocultaron con papel tapiz.

Me interrumpió.

Era verdad. Pero mamá nunca nos contó el porqué.

—¿Sabes cuándo vamos a volver?

—No. Aunque creo que es para siempre.

Para siempre.

Con rapidez, me senté.

—No quiero estar aquí tanto tiempo.

—Yo tampoco. Por eso espero que nos mudemos cuando nazca nuestro hermano.

—Y eso ¿Cuándo va a ser?

—Ya casi, o eso creo —él volvió a acostarse en el pasto, recogiendo su juguete—. ¿Lo extrañas?

—¿Qué?

—Todo. La casa, los cuadros, los juguetes. Mamá solo me dejó traer este. Dijo que en unos días traería los otros.

Era cierto, recordé que el hombre me lo dijo minutos antes y mamá también, regañándome. Pero yo no estaba preocupada por eso.

—Bueno, yo extraño a papá.

Mamá también lo extraña, ya no sonríe como antes.

Me acosté en el pasto como él. Tratando de hallarle una forma a las nubes de nuevo, como una distracción.

Mi hermano se quedó haciendo muecas con sus labios. Lo hacía cuando estaba incómodo.

—Él no va a volver.

—¿Para siempre?

—Si.

—Para siempre es mucho tiempo.

—Lo es —se sentó a mi lado y empezó a mirar las nubes conmigo—. No se puede calcular.

Los dos nos quedamos callados un rato, sin ver mucho en realidad.

Pensé que tal vez si no hubiera sido tan traviesa y caprichosa, no se hubiera ido. Y aunque a mí no me molestaba el silencio, a él sí. Lo noté cuando se levantó y corrió hacia el viejo árbol para pararse frente a él, de la nada.

—¿Lo ves? Voy a ser más alto que esto. Como tu padre y ese hombre aquel.

Me reí un poco, no lo pude evitar. Tal vez por lo ridículo que se veía Evan diciéndolo y empinándose para alcanzar la mitad del tronco.

Él ya era alto, si crecía más no podría alcanzarlo nunca.

—¿Era tan grande?

—Si, a veces se me olvida que tú no lo recuerdas bien. Eras muy pequeña, de todos modos.

Suspiré, molesta.

—¡Yo no soy pequeña!

Él se burló, y rascó su la parte de atrás de su cabeza.

—Sí, sí. Eres casi dos años menor que yo. Eres mi hermanita —se rió de nuevo antes de entrelazar sus dedos en su nuca. Luego se puso serio, de repente, y continuó— ¿Sabes qué? No había notado que tenías los mismos ojos de él, grandes. También eran azules, como unos arándanos. Yo no tengo ningún parecido a él, pero tu si, solo a él. Tanto que me sorprende. Eres como su versión niña y consentida.

—¡Tampoco soy consentida!

Lo interrumpí. Soltó otra carcajada, escondiendo su sonrisa con sus manos.

—Bueno, bueno, no lo eres —saltó sobre una raíz del árbol para caminar a mi lado. Sosteniendo el puente de su nariz como si así fuera más fácil pensar—. Su cabello era muy negro, como el carbón y sus dientes eran tan blancos como su piel.

No lo vería, para siempre, porque está muerto.

Me levanté apoyándome sobre mi rodilla y me di cuenta que me había llenado de tierra.

—Evan, todavía me falta decirte mi secreto.

Sacudí mi falda y cuando quité todas las manchas sobre la tela lo miré a los ojos. Para que estuviera atento.

—Me hubiera gustado haber conocido más a papá.

Hizo otra mueca.

—No lo entiendo. Si estuviste con él.

—Solo me hubiera encantado volver a ver su cara y recordarla con detalle, como tú. Eso sería suficiente para mí.

Evan pensaba su respuesta, porque mordía la punta de su pulgar.

—Ya. Porque mamá quemó la mayoría de pinturas de él, junto con las fotografías.

—No recuerdo mucho de él. Ni siquiera sabría que existía si no fuera por ti. Por eso envidio mucho a nuestro hermano —dije, mirando el pasto—. A diferencia de nosotros, él va a estar con su padre por siempre y va a poder jugar con él.

Me sentía triste y también un poco feliz por eso. Pero, no lo odiaba por eso. Tal vez eran un poco de celos, sí, porque ya no soy parte de una familia normal. Ya no le pertenezco nadie. Ya no tendría a quien admirar. Para siempre.

Preferí guardarme lo que pensaba.

—Sin mencionar que también vamos a conocerlo y estar con él.

Evan se acercó para desorganizar mi cabello con sus manos bruscas por la tierra que había tocado. Ambos reímos hasta que sus mejillas se volvieron rojas como un tomate. Cuando recuperamos el aliento y a mí me dolía la panza, hizo una mueca para parecer exhausto y continuó.

—¿Qué piensas de su padre?

Me acosté en el pasto como si cayera al agua y fuera a nadar. No pensé que íbamos a hablar de él.

—Honestamente, nada —confesé—. No lo conocemos tan bien como para juzgarlo. Eso sería de mala educación.

—Es verdad, es la primera vez que formalmente nos conocemos todos.

—Me siento un poco asustada, pero estoy segura que no es él, sino la mansión y lo demás. Después de vivir nueve años en el mismo lugar...

—Bueno, puede ser —me interrumpió—. Pero no te asustes, Alethia. Nada malo nos va a pasar aquí, de eso estoy seguro. Mamá va a estar con nosotros. Yo voy a estar contigo —señaló su pecho con su pulgar—. Te lo prometo, se lo debo a papá.

Él, ya arriba, agarró su juguete con una mano, luego extendió la otra hacia mí hasta que ambos estuvimos parados sobre nuestros pies.

Gracias. No se lo dije, pero él lo sabía.

—De todos modos, si te llegas a sentir triste siempre puedes mirarte en un espejo y cortarte el cabello y voilà. Ya podrás ver a tu padre.

¡¿Es que nadie se comporta como un caballero?!

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