La Mejor Navidad de Todas
La Mejor Navidad de Todas
Por: Denisetkm
Capitulo 1 — 1er Día

*—Rose:

Cinco días.

Faltaban cinco días para navidad y aun no podía acostumbrarse a la melancolía que la embargaba cuando estas fechas se acercaban.  

Soltó un suspiro y se acomodó en un sillón en su consultorio.

Era lo mismo cada año, a veces iba a fiestas que hacían sus amigos o compañeros de trabajo, pero no era lo mismo que estar en una fiesta familiar, sintiendo su cercanía. Dada estas circunstancias y como huraña que era, a veces terminaba yéndose un poco antes de las fiestas, es que no podía ver a sus allegados con sus parejas y familiares sin sentirse afligida, verlos era como si le estuvieran clavando una estaca en el corazón.

Miró por la ventana de cristal, viendo que estaba oscuro. Cuando observó la hora en el reloj de pulsera en su muñeca, se sorprendió de ver que eran cerca de las diez de la noche. ¿De qué se sorprendía? Sabía perfectamente que cuando estos días festivos estaban cerca, tendía a pasársele el tiempo trabajando y pensando en el pasado. Además, como no había nadie quien la esperaría con los brazos abiertos, a veces se quedaba haciendo turnos en el hospital y ayudando a los demás. Su trabajo a veces la hacía olvidarse de lo sola que estaba y agradecía haber estudiado medicina, esto consumía todo su tiempo.

Rosemary Hamilton suspiró.

Era lo mejor, pues simplemente no quería pasar su tiempo haciendo cosas tontas y la gente en aquella época del año era eso lo que hacía. Se olvidaban de las prioridades del día a día, olvidándose del trabajo y de otras cosas importantes. Rosemary odiaba eso y el caos que se armaba en el hospital donde ejercía durante esas fechas.

De mañana en adelante, el caos comenzará a reinar por la ciudad con más énfasis que los días posteriores.

Chasqueó la lengua y se dijo que era mejor que se fuera a hacer algo, pues, estar de ociosa le hacía pensar en la estúpida época navideña y en todo lo que traía consigo. Si, ella odiaba la navidad, aquella época festiva que llenaba a todos de felicidad, armonía y amor, lo admitía.

A diferencia de los demás, no la veía así. Para ella era como una temporada negra, solitaria y triste. Odiaba la navidad porque esa época la había marcado varias veces su vida, ofreciéndole trágicos sucesos como si fuera una bendición cuando era todo lo contrario.

Su mano viajó hacia su vientre, pero la dejó caer rápidamente.

Se dijo que no iba a evocar esos eventos, pero una vez que comenzaba, no podía detener su cerebro de seguir. Se maldijo mientras agarraba su cabeza con sus manos, tratando de bloquear todo, pero fue una acción fallida.

Recordó cómo estos eventos sucedidos en su vida, los cuales la habían marcado, la habían hecho detestar la época con tanto ahínco que ya todos sabían lo mucho que odiaba la misma y no trataban de hacerla cambiar de parecer. ¿Cómo podría amar la navidad si le habían pasado tantas cosas malas? Solo una gente demasiada positiva de la vida vería la navidad diferente y ella no era para nada una persona positiva.

Su vista se plantó en su mano derecha, en donde reposaba, desde hace varios años, los anillos de casados de sus fenecidos padres y en la muñeca, una estúpida pulsera de hilos que aún no había visto su fin. Miró con desprecio la pulsera en su muñeca.

¿Por qué seguía teniendo esa b****a allí todavía? Era un regalo que le había hecho su ex novio, quien creyó que era el amor de su vida y que estaría por siempre a su lado.

Una carcajada ironía salió de lo más profundo de su ser y lanzó la otra mano para quitarse la estúpida pulsera, pero se detuvo y la dejó allí. A pesar de que su novio la había abandonado, Rosemary aún conservaba la pulsera por simple creencias, que ella, como una persona de ciencia, no debería de estar siguiendo. Su ex novio no cumpliría su promesa, sabía que este no regresaría a aquel pequeño pueblo sin progreso a buscarla cuando ya tenia su vida hecha.

Procedió a quitársela, diciéndose a sí misma que debería liberarse de aquel recuerdo doloroso de una vez por todas, pero cuando lo estaba haciendo, tocaron la puerta de su despacho y la misma se abrió impetuosamente. Rosemary miró hacia allí. Una mujer con el pelo rubio platinado entró rápidamente en el consultorio y se acercó a ella sonriente.

—Hola Rosé —saludó la recién llegada.

No pudo evitar hacer una mueca al ver a su amiga de infancia, Jessie Marlowe ahora Miller. Jessie sonreía tan alegre que cualquiera se empaparía de su alegría, pero no Rosé, por más que su amiga lo intentara, no podía sonreír como ella.

Aun así, la mueca que hizo, a Jessie le había parecido una sonrisa.

—¡Vamos! —exclamó Jessie—. Sonríe con ganas, Rosita Fresita —dijo con diversión mientras la llamaba por el apodo que habían utilizado hacia ella desde que era una mocosa, todo por su nombre y por el color de su pelo que era rubio fresa natural. Algo estúpido y Rose pedía que ya no la llamaran así, pero Jessie, seguía insistiendo.

—¿Cuándo vas a dejar ese apodo tan infantil? —preguntó cansada mientras clavaba su mirada de color verde en la azul de Jessie.

—Ya te he dicho que solo lo dejaré cuando me muera, Rosemary —bromeó Jessie, pero la broma no llegó a la mencionada. Odiaba cuando la gente bromeaba con su muerte como si fuera nada y Jessie sabía que odiaba estas cosas.

Jessie se dio cuenta de lo que dijo e hizo una mueca.

—Lo siento —se disculpó su amiga.

Rosemary se encogió de hombros.

—Está bien —aceptó—. De todos modos, algún día todo el mundo va a morir—dijo sin tacto y observó como su amiga la miraba con mucha sorpresa.

—¡Rose! —exclamó Jessie unos momentos después— ¡Por Dios! ¡Se un poco positiva! —gritó viéndose horrorizada.

Era la verdad. Como mujer de ciencia, no podía estar pensando que la vida era eterna. Todos pasábamos por aquí rápidamente, deteniéndonos un poco para lograr ciertas metas en nuestras vidas, pero al final, la meta final era la muerte. Aunque se lamentaba de la muerte de sus padres, sabía que, si estuvieran vivos, estaría perdiéndolos por igual.

Rose hizo un ademán de manos.

—Es simplemente la verdad, es el ciclo de la vida —dijo sin importancia.

—Ya entiendo porque estudiaste medicina —comentó Jessie dejando su despegamiento—. No le das mucha importancia a la muerte —dijo con dureza.

Rose arqueó las cejas. ¿Qué tenía que ver eso con lo otro?

—No te sorprendes cuando ves a una persona sangrando o muriendo —continuó su amiga.

La verdad es que sí se sorprendía, solo a veces. Cuando vio la primera persona en emergencias fallecer, recordó la muerte de sus padres y se sintió horrorizada por varios días, pero el trabajo de campo te hace duro. Al final te endureces tanto que muy pocos casos te afectan.

—Es porque estoy acostumbrada —comentó Rose con la misma paz de antes.

—Debes de ser un poco más sensible, si sigues así, nunca encontrarás pareja.

Rosemary le dio una mala mirada a su querida amiga y esta se rió nerviosa para luego murmurar una disculpa. Rose suspiró e hizo un ademán de manos, restándole importancia. Así era su amiga, una mujer sin tacto y demasiada directa, pero aun así Rose la quería mucho.

Le dio una larga mirada a esta. Jessie comenzó a jugar con el final de su coleta rubia, cosa que hacía cuando soltaba uno de sus comentarios que cruzaban la línea. Por más pasada de la raya que fuera, Rosemary la amaba como quiera. Siempre había estado allí a su lado. Aunque no estaba siempre, pues tenía sus prioridades con su familia, pero, aun así, estaba allí y Rosemary se lo agradecía mucho. 

Jessie era una mujer tan vivaz que era difícil odiarla. Era tan feliz, pero era obvio que debía de estarlo. Estaba casada con un buen hombre y había formado una hermosa familia con este. Rosemary admitía sentir de vez en cuando envidia por lo que tenía su amiga, porque en el fondo, muy raras veces deseaba tener lo mismo, pero dudaba que algún día lo tuviese. Todos en el pueblo la conocían como la Huraña Rosemary y los hombres de su edad, de los cuales podría ser pareja, o estaban casados o ni vivían allí.

Soltó un pesado suspiro. Por eso odiaba la navidad, solo en esta época era que se sentía de esa manera, tan solitaria. Los demás meses del año lo pasaba sin problemas y sin pensar en su soledad. Solo esperaba que esta vez, la festividad pasará pronto.

—Rosemary… —escuchó que su amiga la llamaba.

Fijo su vista en su compañera, notando como Jessie la había llamado. Esta solo usaba su nombre completo cuando iba a regañarla y se ponía seria.

—¿Sí? —preguntó Rose.

—¿Por qué te la estabas quitando? —preguntó Jessie mirándola seriamente.

¿Quitando?

Rosemary arqueó las cejas un tanto confundida y su vista rápidamente se desvió hacia la pulsera de hilos en su muñeca. Ah, a eso se refería. Rose trató de volver a atarla, pero se detuvo. Quizás debería hablar con su amiga de esto seriamente. No podía seguir usando algo por una promesa o por una estúpida creencia.

—Creo que ya debería deshacerme de esta —le informó a su amiga y Jessie ahogó un quejido.

—¡No puedes! —exclamó— Tienes años con ella y déjame decirte que está muy bien hecha —le dijo y Rosemary asintió.

Otra pulsera de hilos estaría desgastada después de tanto tiempo, pero esta seguía intacta. Los hilos de color negro y rojo debían de ser de muy buena calidad y la persona que la había hecho, debió usar mucha fuerza para atarlos estéticamente. No había un hilo fuera de su sitio.

—La pulsera que Sean me regaló hace tiempo que murió, pero la tengo guardada en mi baúl de recuerdos, bueno al menos los retazos de ella —escuchó que Jessie continuaba.

Rosemary recordó que cuando estuvo saliendo con el chico que dijo ser el amor de su vida, el hermano mayor de este estuvo detrás de los huesos de Jessie. Antes de que ambos chicos decidieran abandonar la ciudad que los vio nacer para buscar un mejor porvenir, Sean Rivers le obsequió una pulsera de hilos de color negra y azul a Jessie mientras que Nathan Rivers, quien había sido el novio de Rosemary, le entregó la que todavía llevaba en la muñeca.

—…es algo raro que aun la pulsa esté viva —continuó Jessie sacando a Rosemary de sus pensamientos—. Con todo lo que ha pasado.

Rosemary asintió. Había pasado de todo en su vida, pero la pequeña perra seguía intacta en su muñeca, como si nada hubiera pasado. ¿De qué diablos estaba hecha? ¿Era con el cabello de un demonio o algo así? Quizás estaba bañada en agua bendita y no lo sabía.

—Creo que deberías dejártela puesta —sugirió Jessie y Rosemary dejó de mirar la pulsera para enfocar su vida en su amiga.

¿Por qué debería hacerlo? ¿Por qué debería seguir usando esa estúpida pulsera?

Rosemary había estado usando aquel objeto por casi 10 años, llevando con ella una promesa que le había hecho el amor de su vida. Recordaba que cuando Nathan Rivers se la obsequió y la colocó en su muñeca, él mismo había dicho que volvería por ella y la sacaría del pueblo para que vivieran juntos.

Una risa irónica salió de ella.

Nathan no había regresado al pueblo y tampoco volvería, este no tenia nada que buscar allí. 

Había escuchado de los chismosos del pueblo sobre los éxitos del mismo, sobre su matrimonio y su gran empresa.

Un hombre de su calibre no volvería a un pueblo que no tenía futuro. Él nunca volvería a aquel pueblecito y menos a estar con ella.

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