El Jardín Sin Ocaso 4

Atardecía.

Al otro lado de la ventana, la noche avanzaba desde la estepa sobre el lago.

¡La noche! ¡El sol se había ocultado!

Me senté agitada en la cama y sentí los tirones de las diversas porquerías que tenía enchufadas al cuerpo: respirador, electrodos, suero, sonda. Me las arranqué apurada, aparté las mantas y salté fuera de la cama. Menos mal que alcancé a agarrarme a la mesa, porque mis piernas cedieron apenas les puse un poco de peso. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente para debilitarme así?

Mientras esperaba que las rodillas dejaran de temblarme, me tomé un momento para mirar bien dónde estaba. Una habitación de hospital. El San Carlos, a juzgar por la vista desde la ventana. Y estaba sola. Si no había nadie cuidándome, quería decir que había pasado bastante tiempo vegetando, estable, y

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