La huida (parte2)

Todos esos esfuerzos invertidos en reparar mi ser tenían una causa que yo conocía muy bien, y es que yo era la persona idónea para batallar en la guerra inminente. 

Toda la información acerca de la muy cercana guerra me fue provista cuando comencé a realizar rutinas de ejercicios para probar mi cuerpo; me esforzaba a más no poder. Al final quedaba jadeando, exhausto. Era ese instante, luego del aseo, en el que me adentraba en las instalaciones para dirigirme a mi habitación.

La flexible pantalla incluida en mi muy funcional brazo mecánico me advertía la escasa energía que tenía. Ahí era cuando mi pieza entraba en juego, pues estaba equipada para recargar mi sistema mediante campos electromagnéticos. Así, lo único que debía hacer era recostarme a "descansar".

La guerra había empezado con el armamento más pesado, los miembros de la infantería tenían programada una batalla en un archipiélago, puesto que se veía amenazado por portaaviones y buques invasores. Era el momento que yo esperaba pero en esos días ya se hablaba mucho sobre aquel objeto extraño posado en la Luna. 

Las acciones militares se vieron interrumpidas y suspendidas de inmediato. Se hizo una tregua para preparar equipos y construir naves. Las sondas de reconocimiento que se enviaron fueron atacadas y se tuvieron que tomar estrictas medidas preventivas tales como: armas de plasma y nucleares incorporados al vehículo espacial; también se empleó el uso de la más sofisticada tecnología para que las naves tengan mucha dinámica en el vacío; yo junto con varios pilotos y copilotos fuimos rigurosamente capacitados al igual que cada miembro de la tripulación para tener un vasto conocimiento sobre el funcionamiento de las armas.

Llegó el día en que se acabaron los informes de desarrollo, las pruebas, los errores a corregir, etc. Al fin estaba presente el día en que cruzaríamos el éter hacia nuestro espléndido satélite natural. Con todo el equipo necesario a bordo, nos preparamos para el despegue.

Fueron en total ocho las naves que ascendieron (sin la propulsión de cohetes que usaban en la antigüedad), se alejaron de la atracción gravitatoria del globo y se encaminaron al satélite. 

Observaba el destino del trayecto y su cara que siempre nos muestra mientras tenía en mis manos el volante y el joystick que dirige los propulsores, e instruía a mi compañero. Ahí tuve varias remembranzas de las conversaciones que tenía con mi hija mientras apreciábamos el Plenilunio. Ella, al igual que mi madre, expresaba su selenofilia sacando unas tumbonas a la intemperie y preparaba té para desdeñar el frío, siempre fiel y puntual al calendario lunar...

-Tiempo restante para alunizaje -preguntó un compañero.

-T: menos 30s -respondió Zaxo.

El plan para llevar a cabo la misión era que mi nave, Zaxo, junto con otras cuatro: Liberación, Astross, Notas y Lápiz; estaríamos a la espera de órdenes de las otras tres: Gato, Nada, Todo. Sé que eran nombres poco usuales, pero eso al parecer no tenía importancia entonces.

El silencio por parte de todos, ya sea en mi tripulación o en las otras, era entendible: nos atemorizaba el no saber a qué le haríamos frente. En dos de las frecuencias de los intercomunicador sonó estática, pero en el último fueron gritos de angustia:

-¡Son impíos! ¡Nada y Gato cayeron!... ¡nos detectaron...! ¡Estamos bajo ataque enemigo y necesitamos apoyo!

-Acudiremos enseguida, resista.

-¡No creo que...!

Di la orden y todos fuimos hacia la ubicación que nos indicaba la pantalla en la consola. Habían desaparecido los indicadores de las naves caídas y aparecieron  enseguida tres puntos rojos, indicadores de los enemigos.

Avanzamos raudos a contraatacar y entonces los vi: resplandecientes, azules, esféricos, diámetro de cinco metros, un círculo escarlata en medio de cada uno y un agujero rectangular en el centro. Parecían ojos, independientes de un cuerpo. De el agujero del centro disparaban algo similar al plasma con el que unos de ellos atacó a la nave Lápiz, pero su piloto, muy ágil, esquivaba.

Liberación acometió con los misiles al igual que Astross desde otro ángulo. A uno de los ojos le bastó disparar en la ojiva del primer misil para protegerse y un ligero movimiento para eludir el otro que impactó en la superficie lunar.

Resultaba confuso elegir a uno con todos los movimientos que hacían, un rato atacaba inútilmente a uno hasta que otro se presentaba como blanco.

Notas soltó disparos de plasma mientras se movía alrededor de uno y Lápiz lo hacía pero avanzando en zigzag por el frente. Lograron destruirlo, dejando sólo dos enemigos. Esa escena nos dio ánimos. Yo continúe dando órdenes.

-¡Esperen un momento oportuno para soltar los misiles! ¡no dejen de disparar! -vociferaba mientras hacía todo tipo de maniobras para que al menos un golpe de plasma acertara- Informa a la Tierra -le dije a mi compañero de control de mandos.

-Están muy bien informados -me decía-, usted sabe que no pueden hacer nada.

Y era cierto, éramos como una única esperanza. No podíamos escatimar esfuerzos en ese preciso momento, en vez de eso redoblamos. Lo mismo pude notar a través del cristal en los otros combatientes.

No íbamos a permitirnos ser intimidados y acobardados por aquellos odiosos enemigos. Cada decisión que tomaba, cada movimiento hecho, cada orden dada e incluso cada disparo, en el momento, eran cruciales.

La valentía del conductor de Astross, al igual que la desesperación, se demostraron cuando en vano hizo un intento de embestir a un enemigo a espaldas del círculo escarlata. Tuvo que huir de inmediato cuando este se volteó dispuesto a atacar. 

Por lo que supe, las naves Liberación y Lápiz estaban tripuladas en su totalidad por féminas. Ellas demostraban el más grandioso ímpetu que nunca antes había visto, sobre todo cuando Liberación rondó de cerca a nuestro adversario para disparar de manera acertada todo su arsenal de misiles. Lápiz disparaba plasma a más no poder. El resultado de esta empresa fue la destrucción de un segundo ojo. Una brutal embestida por parte del villano restante bastó para desaparecer aquella honorable tripulación del radar.

Mi nave, Zaxo, junto con Gato eran las únicas con la posesión de un disparador láser. Simplemente estaba esperando el momento más oportuno para darle uso, y dicho momento se manifestó cuando el ojo iba contra Astross. 

-¡Apunten el láser! -vociferé.

-¡Láser listo, esperando orden...!

-¡Fuego!

Salió aquel rayo supercaliente directo al objetivo; no lo esquivó, acertamos. La coraza se vio afectada mostrando un agujero. Ahora la disposición era acertar ahí con todo lo que nos quedaba.

Pero fuera lo que fuera lo que pilotaba esa nave, ya sea un ser viviente o una mera programación, estaba obstinado en vencer o en no ser vencido. Todo ataque efectuado por nosotros era eludido de un talante imposible.

En lo personal yo estaba agotado pero con una firme determinación. Íbamos trasegando el espacio ya sea dentro o fuera de la atmósfera lunar, disparando cantidades exuberantes de plasma. Nuestro enemigo ya no respondía a los ataques, en lugar de eso sólo huía y trataba inútilmente de embestir a la nave más próxima. 

Notas disparaba más de cerca que los demás. Ojo aminoró la velocidad ante ella; yo había dado la orden de apuntar el láser. Pero cuando iba a ordenar el disparo, el ojo apuntó hacía Notas, que ya estaba a escasos metros de él, y disparó al instante una excesiva cantidad de plasma, tal que no le dio tiempo al piloto para huir y ponerse a salvo. Otro de nuestro bando menos era el único pensamiento que tenía. 

Entonces toda pizca de esperanza pesaba en los hombros de tres únicas naves aún en vuelo: Zaxo, la mía;  Lápiz; y Astross. Esta realidad encendió una chispa de furor en cada uno de nosotros. Astross, más imponente que nunca, logró colisionar contra el ojo causando un daño recíproco. Yo mandé disparar el láser pero erramos en los dos únicos tiros. Lápiz en cambio acertó su último misil en el centro del círculo escarlata. 

Eso fue aparentemente lo único que necesitábamos hacer. Ojo huyó a una grandiosa velocidad que apenas lo alcanzamos con la vista.

Sólo supimos que se fue en dirección a la órbita de Marte. Aún reparaba en el débil rastro de su frecuencia que mostraba el radar, pero eso no importaba mucho.

Entonces todas las personas a bordo estallaron en aclamaciones y gritos de victoria con jovial júbilo. La juerga que se improvisó fue tan estrepitosa que quedé aturdido. 

Luego de volar hasta la faz iluminada de la Luna descendimos a su superficie las dos naves que restaban, todos acudieron de inmediato a las reservas alimentarias (que se hicieron con la idea de una expedición duradera en el astro). Acordamos que apenas acabara la breve celebración volveríamos a Tierra. 

Nos reunimos en Astross que era considerablemente la nave más grande de todas. Sólo estuve ahí por un tiempo corto para honrar la memoria de los caídos junto a los otros. Luego de ponerme el equipamiento otra vez, salí porque no disfrutaría de la comida como los demás.

Habíamos completado la misión luego de creer que era imposible hacerlo. Esa idea figuraba feliz entre mis pensamientos mientras caminaba entre rocas y polvo. También pensaba en otra cosa justo cuando levanté la mirada para apreciar el lado nocturno de la Tierra: imaginé a mi hija mirándome desde el jardín de casa recostada en su tumbona, con mamá a su lado y entre ellas una mesita con té. Era exactamente la misma idea que tuve cuando estuve allí la primera vez, pero lastimosamente en esta ocasión ese pensamiento no podía estar más remoto de la realidad.

Luego fijé mi atención en el astro rey y fue cuando noté su calor tenue  amortiguado a medias por el material del traje espacial. Me senté en el piso para meditar un momento.

Era agradable estar ahí, lejos de aquel lugar en donde me golpeó la adversidad apenas había regresado. Era confortable sentir calor con la poca sensibilidad que me quedaba. Hubiera sido bueno que este bienestar durara pero... ¡repentinamente sentí una vibración bajo mis glúteos, todo el suelo vibraba!

Corrí hasta la nave para ver si había aviso alguno de actividad sísmica u otra cosa. El suelo empezó a temblar ligeramente cuando estaba entrando. Me quité el traje y con la misma prisa me senté a la consola. Aparentemente nadie más había sentido lo que yo.

No vi la notificación de la pantalla, en lugar de eso un crujido estruendoso acaparó mi atención. Un terremoto seguido de el surgimiento de hendiduras en el suelo y luego... ¡El ojo surgió majestuoso debajo de Astross! Destrozó por completo la nave y se elevó, sin prestarme atención, muy veloz hacia el exterior de la atmósfera. 

Que haría yo, solo, en ese momento, todos ya habían muerto sin duda, y el suelo no dejaba de temblar. Debía salir de ahí, lo sabía, pero estaba muy conmocionado para reaccionar. Entonces escuché la voz de Zaxo, la inteligencia artificial de la nave. Me avisó:

-¡Alerta! ¡peligro inminente acercándose a la Tierra! ¡alerta...!

-¿De qué hablas? -pregunté.

-Un objeto hostil se dirige al planeta azul en este momento.

No tenía tiempo para vacilar así que me puse en marcha hacia ese maldito objeto que me había dejado sin compañía. No tenía tripulación alguna, ninguna persona que dispare las armas, y nadie por quién abstenerse de riesgos. Sabiendo eso sólo una osadía pensada me prometía resultados propicios, una embestida, una que de ser necesario destruya mi propia nave. Mi única alternativa. 

Aumentaba la velocidad gradualmente, y no me detenía a pensarlo por nada. Lo que me impidió alcanzar una velocidad con el fin de lograr una embestida suicida fue una advertencia de Zaxo, que dijo:

-Imposible llevar a cabo tal acción, jefe.

-¿Qué? ¡Zaxo, están atacando el planeta! -dije enfurecido- ¡No podemos permitirlo!

-Lo sé -me respondió desacelerando-, pero hay un protocolo que no me permite ejecutar acciones suicidas, supongo que ya le habían avisado.

-Es inaceptable -murmuré-. Espera, acabo de ver muchas acciones suicidas allá..., ¿Por qué tú..., es decir ¿por qué?


-Es una buena pregunta.

Ya no sabía qué más podía hacer, me mortificaba estar ahí parado, impotente e inútil. ¿Qué demonios quería hacer ese maldito ser? ¿qué lograría llegando a la Tierra? ¿por qué se empeñaba en avanzar a esa magnífica velocidad? Esas y otras preguntas tenían en común un hecho infeliz.

Ese maldito ojo entró en la atmósfera y la cursó muy aprisa hasta que impactó en el agua. Lo que yo observé fue unos segundos de calma en los que ese objeto no existía. Después el planeta entero hizo una implosión y redujo su tamaño como diez veces, luego explotó. Por un efímero momento la vi, aún viva, a Gaia en su pleno fenecer.

Inefable, inaceptable... Perdí, rotundamente, había perdido, no sólo una batalla, ni una carrera, perdí absolutamente todo. Como una nube de polvo vi esparcida la materia del único planeta en que viví hasta ese momento.

El inconmensurable aprecio que sentía por la Tierra nunca fue tan exagerado como en ese momento. 

Estaba detenido en el espacio, confinado, ¿Dónde se encuentra un lugar similar a Gaia? ¿serán esos planetas de los que presumen poseer vida, similares a Gaia? ¿qué era aquel vil objeto que perpetró el mayor crimen contra la vida?

Toda memoria que tenía hasta ese momento pasó fugaz en mi mente, y pasaron ante mi vista, como un desfile, hechos de una vida consumada: en un instante estaba en la escuela siendo opacado por la chica más brillante; luego estaba en mi corta etapa de toxicómano; me vi sumido en el más hermoso romance que tuve; cargué en mis brazos el producto del amor mutuo; en el ejército, volando; en laboratorios mejorando mi condición. Cada cosa que recordaba era apreciable. Vi morir a mi padre y amé ese recuerdo, vi morir a mi esposa y amé ese recuerdo, vi ante mis ojos los cadáveres de mi madre e hija y amé ese recuerdo más que otro.

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