III

Le doy una inclinación a mi compañera, dándole el visto bueno para que me deje solo. Hago que el brazalete muestre mi placa en mi pectoral izquierdo, entre tanto, me preparo para tocar el timbre. Al hacerlo, un señor de edad se asoma por la puerta semiabierta.

—¿Qué desea? —indaga, con voz cansada

—Soy de la PLC[1]. Necesito hacerle algunas preguntas —suelto de manera mecánica. Si no me presento de este modo, me cerrará la puerta en las narices.

—Claro, muchacho. ¿Desea pasar?

Las palabras de Zhúric rebotan en mi cabeza cuando hace tan sencilla pregunta. “Ten cuidado de la confianza que te den, pueden estar camuflando algo mucho peor que una atención tan serena como esa; no importa si es un niño o un anciano, de todos modos, te pueden apuñalar por la espalda”.

—No, gracias. No tardaré demasiado

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