III

Dos años antes, ciudad Ocre

Le hago una seña a mi hermano para que no se acerque a mí en silencio. Él me mira con los ojos encapuchados por la preocupación, dado que me encuentro justo al frente del tiroteo, refugiada en un muro que no resistirá más el maltrato. Además de que estoy herida, mi hombro pulsa al mismo ritmo de mi corazón y sé que la herida es muy profunda, puesto que sentí cuando el arma de láser atravesó parte del hueso y de la clavícula. Lo único que pude hacer fue correr, apretar la herida con un trozo de tela que encontré y rezar para que no me desangrara tan rápido.

Vinimos aquí, a las calles bajas, para poder averiguar un homicidio con arma de fuego y con esto nos encontramos, una pelea de pandillas. Al parecer, la pandilla de las calles medias cruzó la línea imaginaria que impusieron los de este sector. Me asomo un poco para poder verificar si pronto cesará el intercambio de balas; me arrastro hacía la pared contigua y evito gruñir por la punzada de dolor que atraviesa mi brazo. Alzo la mirada en el momento que la presencia de mi mellizo se esfuma.

—¿Vester? —Gateo hasta donde él se encontraba. Me levanto con ayuda de la pared, no puedo dejar de hacerle presión a mi hombro—. Maldita sea —mascullo entre dientes.

Observo la casa que poco a poco es consumida por el fuego. Al menos los habitantes de esta área alcanzaron a huir y refugiarse con mis camaradas, que han hecho un bloqueo en la salida de la zona. Si la cosa se pone peor, empezarán a enviar a las fuerzas armadas, que, como siempre, vendrían con granadas aturdidoras y de gas.

Me pongo alerta, pero el peligro se larga de mi sistema al sentir el cálido toque de Vester que me arrastra a un callejón.

—Tenemos que salir de aquí —cuchichea en voz neutra y apagada.

—No tenemos ninguna alternativa para irnos…

Me calla con una dura mirada.

—La tenemos; yo los distraeré mientras disparo desde allí —señala con su dedo enguantado un balcón, cerca de la casa en llamas—, y tú, los atacarás, sé que podrás.

—Pero…

Acaricia mi cabello, de nuevo hace que me calle.

—Yo te cubriré. Recuerda lo que siempre nos decía papá. —Me sonríe.

—Actúa sin miedo y verás que todo se resuelve —cito, orgullosa de recordarlo.

—Así es. Y quiero que actúes como esa mujer fuerte que siempre demostrabas en los entrenamientos. Este es nuestro primer caso de verdad, y debemos demostrarles a nuestros superiores que somos aptos para resolverlo.

Agarra mis mejillas para juntar mi frente con la suya.

—Confía en mí, Zhúric.

Acaricio sus manos, con la nariz fría y la mente caliente.

—Lo hago.

—Entonces ve. Prepárate. A mi señal atacas.

Sacudo la cabeza para darle mi aceptación. Corro a la esquina. Esquivo el incesante dolor que se reparte por todo mi brazo. Saco mis dos mini espadas del estuche oculto tras mi chaqueta. Respiro hondo y preparo mi mente para desempeñar esa aptitud por la que más era envidiada: ataque cuerpo a cuerpo.

Vester alza su pulgar en alto con su rifle listo para atacar. Y empieza a disparar. Llama la atención de los hombres involucrados en la reyerta al frente nuestro. Se asustan, y parece que combinan fuerzas para detectar a la persona que los está atacando.

Echo a correr con las navajas a mis lados, la adrenalina corre por mis venas cuando salto y golpeo con ambos pies el pecho de uno de los líderes, que no tarda en caer mientras le corto las venas debajo de sus costillas. Me muevo con más rapidez mientras oigo los disparos causados por Vester, que son los incentivos para seguir dando patadas, cortes, puños y esquivar a quienes desean hacerme daño. Pero mi dicha llega hasta su punto máximo. Chillo cuando me golpean justo en mi hombro lastimado, distrayéndome.

Caigo al suelo por el puntapié que me dio un hombre pequeño que ríe como una hiena. Jadeo al sentir el dolor irregular en mi abdomen. Ese ardor me incentiva para golpear y esquivar los demás golpes, en ningún momento he soltado mis cuchillas; muevo mis piernas en círculos hasta levantarme, y hacerle una llave a mi principal atacante que se aferra a su arma, pero no dejo que toque el gatillo, pues ya lo hoja de mi cuchilla atravesó el lugar donde se sitúa su corazón.

—Cobardes —escupo cuando los sobrantes deciden huir.

Levanto los ojos con una sonrisa reluciente que me devuelve mi mellizo.

El sonido inquietante de otro disparo atraviesa el silencio, hace un eco estremecedor que se mezcla con mi grito horrorizado. Suelto mis armas. Muevo mis piernas, casi con dificultad, para poder correr hacia el cuerpo de Vester que acaba de caer como un bulto de papas al suelo cubierto de cenizas.

—¡Vester! —Caigo de rodillas a su lado, girándolo. Las lágrimas no tardan en salir al ver su camiseta gris tintándose de rojo oscuro—. No, ¡no!

Él tose. Hace un intento en vano para detener la convulsión de sus brazos. La adrenalina no lo deja sentir dolor. Acaricio con mis dedos trémulos la cima de su mejilla.

—Todo estará bien… verás que pronto estaremos en casa. No cierres los ojos, mantén tus ojos en mí —exclamo mientras lo levanto como puedo.

Reúno las pocas fuerzas que mantenía guardadas. Con el dolor que no tarda en acuchillar mi brazo, lo levanto del todo y lo inclino para que su cuerpo laxo se acomode en mis hombros, llevándolo como hacen los militares en plena guerra con los heridos. Mis rodillas oscilan hasta que se estabilizan. Jadeo.

—¡No cierres los ojos, Vester! —grito, con la garganta en carne viva—. ¡Mírame! Vamos, tú puedes.

—No lo haré —susurra en un hilo de voz.

Sollozo con más fuerza. Apresuro el paso para llegar al bloqueo, sin importar que aquel francotirador me apunte justo en este preciso instante. No me importa mi vida ahora, importa es la de mi mellizo que agoniza. Me tropiezo, y con esfuerzo vuelvo a ponerme en pie. Siento que las respiraciones de mi hermano empiezan a perder fuerzas. Decido correr entre sollozos mezclados con gruñidos por el dolor que se apodera de mi organismo.

—¡No cierres los ojos! Siente mi voz y guíate con ella, ¡No me dejes!

Me dejo caer justo al frente de mis compañeros que nos amenazan con sus armas, pero cuando sus lamparas alumbran nuestros rostros, no tardan en acercarse con celeridad. Índigo se acerca, ladrando órdenes y llamándome, pidiendo que suelte a Vester que se encuentra frío entre mis brazos. Le estoy dando calor, él es fuerte, y sabe que haré todo lo imposible para que siga conmigo. Acomodo su cabeza en mi pecho, aferrando su cuerpo con mis brazos sin cesar los sollozos.

—Zhúric, suéltalo. Ya es tarde… se ha ido —dice con voz calmada, intentando arrebatar a mi hermano de mi regazo.

Me niego, él sigue vivo, solo está descansando. Acaricio sus mejillas que están muy frías. Tengo que darle más calor para que abra los ojos, sé que espera a que lo caliente lo suficiente. Otras manos intentan arrebatármelo, pero yo grito para que no me lo quiten. ¡Solo está durmiendo!, ¡tengo que despertarlo y ver su sonrisa perezosa!

—¡Suéltalo!

Vester deja de estar en mis brazos, chillo y pataleo.

—¡Devuélvemelo! Solo está dormido —grito.

Índigo hace que lo mire a los ojos, los suyos están tristes, demasiado.

—Se ha ido, pequeña. Ahora duerme del todo, no volverá…

Asimilo sus palabras como un balde del agua.

—No —sacudo la cabeza—, él solo me está haciendo una vil jugarreta, ¿verdad?

Desvío los ojos a los sanadores que rodean el tieso cuerpo de Vester, intentan despertarlo, pero yo soy la única que puedo hacerlo. Lo empujo para impulsar mis piernas y así poder acercarme.

—Vester…

Miro sus ojos cerrados y su boca entreabierta. Su cabello rubio baila por la brisa mientras me dejo caer de rodillas. Le están haciendo compresiones en el pecho que no se mueve con ninguna respiración, tiemblo y empiezo a llorar más fuerte. Cubro mi rostro con las palmas de mis manos, ahogando los gritos en ellas.

Se ha ido… me ha dejado sola.

❂❂❂

—Revenge Zhúric, hoy la conmemoramos por su valentía en acción. —El viejo hombre me pone una pequeña placa que cuelga con gracia en mi pecho, pero yo no logro poner la atención en el público, pues mis ojos están puestos en la foto de mi sonriente mellizo.

Justo al lado de la gran imagen se encuentra él, oculto en la tumba. Sobre ella reposa la bandera de los Estados Unidos mostrando a un caído más en batalla. Mis ojos se llenas de lágrimas. Su discurso no lo escucho, me tambaleo hacia delante con la mirada ahora puesta en mis compañeros que tienen la cabeza gacha. El cielo se nubla, tan triste como yo, mientras Índigo se me acerca para cubrirme con su chaqueta de oficial y sacarme de allí, pues empecé a llorar e hipar sin contener todo el dolor que he guardado.

Toco con los dedos la tumba, dándole el último adiós a mi Vester, mi querido Vester.

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