Danger high voltage
Danger high voltage
Por: Areale
I

Natasha.

Camino a paso lento con los ojos cubiertos por una tela blanca, sus sedosas manos me recorren desde atrás el cuello hasta la cintura sobre la fina tela de mi vestido.

—No sabes cuanto te extrañé— me susurra al oído.

Aún con la vista bloqueada, me doy vuelta y busco el cierre de su pantalón con desespero.

—No hay afán— aparta mi mano con delicadeza—. La diversión apenas comienza.

Arranca mi vestido, dejandome con una simple prenda de hilo blanco, mis pezones erectos quedan al aire y mi respiración se agita. El calor se intensifica por la cercanía de nuestros cuerpos y la falta de ventilación. Ignacio asciende un camino de besos desde mi ombligo hasta mi cuello.

Quita la venda y parpadeo un par de veces para ver con claridad, la habitación está oscura y lo unico que permite ver los alrededores es lo amarillento de las llamas de los velones. Se tira sobre la cama después de quitarse el pantalón como el vil cerdo que es, su erección se marca bajo la tela de su bóxer. Me quito la última prenda que adornaba mi cuerpo y camino seductoramente a la cama para subirme sobre él. Toma mi cintura echandome hacia adelante, le lamo el cuello y muevo mis caderas para que se intensifique y pierda la cordura.

—Cierra tus ojos— susurro mordiendo el lóbulo de su oreja.

No hace caso omiso, juego con el borde de su bóxer mientras doy suaves sentones para que se desespere. No me causa ni ganas de vomitar, es tan insipido.

—¿Cual es mi nombre?

—Natasha— contesta en un hilo de voz.

—Error— me acuesto sobre él, le muerdo la barbilla y paso mi índice por su pecho.

Emito un jadeo sexy contra su oído.

—Última oportunidad— beso la esquina de su boca— ¿Cual es mi nombre?

Él aferra sus manos a mis nalgas, las aprieta refregandome su erección que se vuelve más fuerte cada vez. Pasa saliva, sabe que me gustan los juegos previos y torturarlo.

—Cleopatra.

Me saco la pequeña navaja del cabello y paso el filo exactamente por su yugular, los ojos amenazan con salir de sus órbitas, abre la boca ahogandose con su propia sangre, termino de deslizar la hoja por su cuello y la paso por mi lengua probando el líquido carmesí.

—Touche.

Hago el respectivo símbolo en su vientre, me coloco la ropa otra vez y saco el morral de abajo de la cama. Empuño mi arma, mi hermosa baby glock.

Salgo de la habitación de hotel saludando a las personas como si nada, llego al vestíbulo y agarro el primer taxi que veo.

—Al aeropuerto.

Bajo del veículo pagando más de la cuenta por la carrera, corro a la pista de despegue y el helicoptero me espera.

—Mi patrona— me saluda mi mano derecha del trabajo, Júpiter; con un asentimiento de cabeza.

Abordo el helicoptero y Catalina me sonríe desde el asiento de copiloto.

—¿La conseguiste?

—Jaja— sonrío con sarcasmo— ¿Por qué no vinieron en el jet?

Julieta se tensa en el asiento del piloto.

—Sobre eso...

—¿Qué le pasó a mi jet?— el cólera me está llegando.

—Belial estaba entregando una mercancía y la gente de Logan lo robó mientras cerraba el negocio.

Pego un grito de ira, no puede ser que luego de tanto siga jodiendo. Logan Prasley, mi ex-novio de hace cuatro años junto con su clan se la pasa saboteando mis negocios y operativos cada que se le antoja.

—Natasha, tienes para comprar como cinco jets más y te sobra la plata— Julieta me ve con el ceño fruncido.

—Tú callate, sino te mando a volar junto con Atenas.

Se queda en silencio, con la simple mención de ese nombre puedo controlar a todo aquel que se me dé la gana. Atenas Bracamonte fue la mujer de un embajador de Chile, le corté los brazos hace años porque le robó a Logan, quien era mi pareja en ese entonces, el anillo que iba a darme para nuestro compromiso. La mandé a una clínica privada y de ahí de vuelta con su marido. Cada año le mando en un cofre dorado uno de sus dedos para que ella y los suyos recuerden que con la DHV nadie se mete, y mucho menos con Cleopatra.

He asesinado de formas que nadie se imagina, que si una persona común y corriente viera las escenas tendría pesadillas de por vida.

Julieta aterriza en la azotea de la mansión, le coloco el seguro a la niña y bajo, me quito la ropa acostandome en la tumbona frente a la alberca de veinte metros.

Una mujer en vikini me ofrece una limonada y la cojo gustosa, aparto la pequeña sombrilla y la bebo de varios tragos.

—Cleopatra— escucho que me llaman a pocos metros.

Volteo, me levanto y lo empujo.

—Contigo quería hablar, gilipollas ¡¿Como mierdas habeis permitido que se nos burlen en la cara de semejante manera?!

Abre la boca y la cierra varias veces al no encontrar argumentos válidos, se queda atontado viendome la pelvis como si ahí fuese a encontrar la respuesta.

—¡¿Por qué te quedais como que si nunca me habías visto el puto coño?!

—P-perdón— se aclara la garganta—. Le estaba entregando los bloques de cocaína al cartel de Rusia cuando vi el jet pasar. Dejaron esto cuando volví— me entrega un sobre de manila.

Lo cojo de mala gana, hay una hoja con letras dibujadas en sangre seca: Un pequeño pago por mi gran corazón herido.

¡Han pasado cuatro jodidos años, que lo supere ya!

Rompo el papel y se lo tiro a Belial a la cara.

—¡Una más y te arrojo a los canes a que te despellejen vivo! ¡Menudo incompetente!

Aprieta los labios y me voy a la sala, reviso el morral y arrojo los fajos de dinero al suelo. Encuentro el pequeño cofre de terciopelo azul rey, deleitandome la vista con la belleza que se encuentra dentro.

—Te eché mucho de menos— paso la reliquia por mi mejilla.

La cosa es así: los antepasados de mi madre tenían la costumbre de que en la boda la novia debía tener el cuello adornado con la maravilla que tengo entre las manos, mi madre se casó por un matrimonio arreglado. Su marido no le inspiraba ni un mal pensamiento, así que se consiguió un amante que no era más que una vil rata, le robó la joya y se desapareció sin dejar rastro.

Como soy la hija mayor, la joya me correspondía a mí. Tardé tres años buscando el collar, tuve que viajar a Colombia para enterarme de que el ex-amante había muerto. No dejó esposa ni hijos, solo un sobrino lejano que por las excelentes habilidades de hacker de Júpiter pudimos encontrar en un pequeño poblado de Texas.

Logré que se enamorara de mí, no me gustaba para nada y quería acabar con el teatrito de una vez por todas. Me enteré de que quería venderme a un clan de trata de blancas y que en realidad él también estaba actuando, le darían mucho dinero por mi coño pálido. Desde ese momento solo deseé matarlo, un día se fue a un viaje de "negocios" y lo digo entre comillas porque supe que fue a cerrar el trato para venderme. Tuve dos semanas para buscar el collar, lo encontré en su caja fuerte junto con otros anillos y billetes.

Su maldita habilidad de ladrón fue muy bien heredada por su tío, agarré todo lo de la caja, lo metí en un morral y esperé tres días a que llegase. Como sabía que si llegaba a casa revisaría la caja fuerte, pagué una habitación de hotel para que llegase ahí primero.

¿Acaso creeis que fue él quien me sorprendió con las velas? Enterate de que no.

Dejé que me vendara los ojos y me viera la cara de estúpida que disimulé bastante bien, después de todo; el único estúpido fue él. Ya saben lo que pasó después. Planeé su muerte durante tantos años que me di el gusto de saborear su sangre, su tío fue la principal razón por la que no me casé con Logan, pero mi ex cree que es porque me enamoré de su prima.

¡Esa es otra historia que me caga de risa!

Su prima es lesbiana y yo bisexual, le hice creer que nos escapamos a otro continente y que nos amabamos locamente, la verdad es que la tenía encerrada en mi sótano y la obligaba a salir a tomarse fotos conmigo para que su primo las viera. Fue bastante creíble porque su prima y yo nos odiabamos hasta no poder más y él es fiel creyende de esa maricada que del odio al amor hay un solo paso. Encontré a Ignacio, me fui a Texas a recuperar lo que por descendencia me corresponde, le ordené a Catalina a que soltara a la prima de mi ex.

La muy estúpida lo primero que hizo fue buscar a su familia «Grave error» Logan lo recibió con tres disparos en el cráneo, o eso me dijo Belial.

Ahora estoy con mi joya que vale mucho más de lo que el dinero podría pagar, Ignacio y la prima de mi ex muertos para la m****a y yo aquí feliz paseandome por mi mansión de cuatro pisos como la mujer que se hace llamar mi madre me trajo al mundo.

—Natasha— reconozco la voz de Belial detrás de mí—. En serio no quería que pasara eso... Perdón.

Suelto una risotada poniendo el collar de vuelta al cofre.

—A ver, Belial, Por que eu trouxe você aqui?— le pregunto en su idioma natal.

«Por que eu trouxe você aqui?: ¿Por qué te traje aquí?»

—Por mis habilidades de combate, espionaje, negocios y camuflaje, mi patrona.

—E o que a vocē fez?

«E o que a voce fez?: ¿Y qué fue lo que hiciste?»

—La regué.

Chasqueo la lengua.

—Era mi jet favorito.

—Lo sé, juro que trabajaré duro para pagarle cada euro.

—No me hagas reir— recorro su espalda—. Ni volviendo a nacer cincuenta veces podrías pagarme la cuarta parte de lo que vale.

Lo siento sollozar.

—Dame la cara.

Se voltea con los ojos vueltos cristal. No por haberle recalcado lo mísero que es, sino porque sabe perfectamente que frecuento torturar y matar a personas sin piedad.

—Estás tenso— lo empujo al sofá de piel de serpiente y me abro de piernas sobre él.

Le masajeo los hombros sin dejar de verlo, sus ojos azules me miran con miedo y amo causar ese efecto en las personas. Está luchando consigo para no excitarse teniendome de tal manera.

—¿Quien soy?

—Cleopatra— cierra los ojos.

—¡Mirame a la cara!— me hace caso— ¿Qué hago?

El pecho se le agita.

—De todo, no hay nada que Cleopatra no pueda hacer.

—¡Muy bien!— lo felicito palmeando una de sus mejillas— Y no he llegado tan lejos dejandome ganar por el miedo, debeis mostrarte fuerte y en paz aunque mil demonios estén batallando dentro de ti. Belial es uno de los ocho reyes del infierno, dispuesto a conseguir riquezas a cambio de índole carnal y no te haceis llamar así por gusto. Así que muestrate fuerte ante todos sea cual sea la situación. ¿Entendido?

—Sí— contesta, intentando mantener una postura seria.

—¿Sí qué?— pregunto contra sus labios.

—Sí, Patrona.

Asiento y vuelvo a donde reposa el cofre y me coloco el zafiro de cuarenta y ocho kilates. Saco un billete de cien de uno de los fajos y lo dejo a su lado para encender un cigarrillo.

—Y traete un coñac.

Él hace caso de inmediato y desaparece de mi vista.

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