SORPRENDIDA.

—¿Por qué has demorado? —suspiré al escuchar la voz de Valerio, hubiese deseado que estuviera ya dormido, pero al parecer hoy quería más de lo que podía dar.

Hay cosas que hacer siempre después de la cena, Valerio —por supuesto él nunca lo sabrá porque nunca se quedaba a ayudar o siquiera a platicar conmigo, simplemente se limitaba a esperar en la habitación a que yo llegara y en su mayoría de veces siempre estaba dormido, algo que agradecía.

Camine hacia la ducha para darme un relajante baño y ponerme algo cómodo, regando porque Valerio se quedará dormido, pero tal parecía que hoy no era mi día de suerte. Sonreí cuando él palmeó la cama para qué me acercará a él.

Aparté las sábanas y me metí a la cama, sabía desde antes de iniciar que todo esto era inútil, lo era cada vez que Valerio intentaba hacerme sentir bien, pero era todo lo contrario me sentía frustrada más que antes.

—¿Sigues enojada porque no te he apoyado con la firma del contrato? —preguntó mientras besaba mi cuello y su mano viajaba hacia el final de mi comisión.

—Me pregunto las razones para tu negativa, Valerio. Esta es una buena oportunidad para nosotros como familia, para el futuro de Ofelia —susurré al mismo tiempo que él mordía el lóbulo de mi oído.

—Soy tu marido, el hombre de esta casa. Deja que sea yo quien me ocupe de ti y del futuro de mi hija. Imperio por favor, si te pones a trabajar me harás sentir menos hombre —apreté los dientes al escuchar sus palabras, gemí y no fue de placer, fueron sus dientes mordiendo mi hombro desnudo, mientras me despojó del camisón.

—No tiene por qué ser así Valerio, soy una mujer con sueños y deseos de llevarlos a cabo ¿Es que eso no cuenta para ti? —pregunté. Valerio no respondió, pasó su húmeda lengua sobre mi duro pezón. Contra todo buen deseo estaba excitándose demasiado rápido y odiaba eso definitivamente lo odiaba, porque ya sabía cómo terminaríamos.

—Tus sueños siempre fueron tener un hogar, un marido y a tu hija. No te pongas difícil Imperio, no cambiaré de opinión. Te quiero en casa cuidando de nuestra hija y ahora también de mi sobrino —deje de hablar, no tenía caso tratar de razonar con él, cerré los ojos y me deje hacer sin más.

Valerio acarició y besó cada parte de mi cuerpo; pero era incapaz de hacer algo más, suspiré cuando fui despojada de mis bragas húmedas y al sentir los dedos de Valerio sobre mi clítoris, mi monte de venus estaba húmedo y deseoso. No puede evitar gemir al sentir los dedos de mi marido adentrarse en mi interior.

Él creía que haciendo esto me tendría feliz y satisfecha, pero era todo lo contrario, dentro de mí se acumulaba la frustración sexual y cada día era peor. Valerio no era capaz de cumplirme como marido; pero había aguantado todo para darle a mi hija un hogar y un padre, mas no era ninguna anciana y mi cuerpo tenía muchas más necesidades que sentir un par de dedos en mi interior y unas cuatro arremetidas en mi interior y luego nada, sin fuegos artificiales.

Gemí por costumbre más que por placer, cuando al fin él pareció decidirse a penetrarme, se colocó entre mis piernas y se adentró en mi cuerpo. Embistió contra mi intimidad, una, dos, tres, cuatro veces, gimió en cada uno de sus embistes hasta correrse en mi interior quedando por completo saciado, sin importar lo que sucediera conmigo. Mi deseo y necesidad seguían allí intactas, él con frialdad simplemente se retiró de mi interior. Se tumbó sobre su lado y se echó a dormir.

Y yo frustrada, con un deseo sexual carcomiendo, añorando sentirme mujer, ser liberada, poseída con fiereza, sentir mis pliegues envolviendo una hombría, que me poseyera, hasta hacerme gritar y volver loca de la pasión, que incluso me hiciera olvidar hasta mi nombre.

Pero eso, hace tiempo que no lo tenía, había olvidado por completo cómo era ser amada, estaba cansada de mi vida. Suspiré para no llorar, regresé a la ducha, para quitarme su olor y sus besos en mi piel, sobre todo la muestra de su esencia que aún estaba en interior, mientras soportaba mi insatisfacción. Pero Valerio era mi marido y había jurado estar con él en lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad. Y lo estaba cumpliendo, aunque mi vida sexual fuera una m****a.

Traté de relajarme, di un par de vueltas sobre la cama, pero era incapaz de dormir en ese estado, mi cuerpo no se relajó ni con la ducha fría que me había dado, observé la hora en el reloj y asumí que Tristán y Luciano habían terminado de trabajar. Me dispuse a bajar a mi estudio, quizá si me concentraba en algún diseño podía liberarme de esta tensión que atenazaba mi cuerpo. Este trabajo era todo lo que tenía y no iba a renunciar a mi sueño, esta vez Valerio tendría que soportarlo si llegaba a enterarse de la verdad. Y perdonar el que no siguiera respetando sus deseos y decisión.

Pensé en mi padre por un momento completamente segura de que estaría orgulloso de mí, porque esta vez seguiría los impulsos y deseos de mi corazón y haría todo lo que deseaba hacer y tal como quería. Entré a mi estudio todo estaba en completo orden, todo menos yo, la humedad de mi intimidad no me dejaba pensar, por mucho que traté de concentrarme me era imposible, sentía la necesidad de mi cuerpo pedir a gritos por una liberación.

No sé exactamente en qué momento me despojé de la bata que cubría mi desnudez, mis manos se deslizaron desde mi pecho hasta mi clítoris, mientras con una mano, acariciaba mi raja húmeda mi otra mano apretaba mi pecho y pezón. Esto era una locura, pero no podía detenerme, necesitaba sentir y liberarme de la frustración de la cual llevaba presa por mucho tiempo.

Cerré mis ojos y me dejé llevar, mis dedos se introdujeron en mi intimidad y con precisión me di placer tal y como lo deseaba, aunque no era suficiente. Moví mis caderas al ritmo de mis dedos, los gemidos luchaban por abandonar mi garganta, traté de reprimirlos, pero me fue imposible y terminé dando un grito de absoluto placer.

El sonido de una taza al romperse, me sacó de mi burbuja de locura y placer. Ahí parado en la puerta estaba Tristán con los ojos abiertos. Cubrí mi desnudez tan rápido como pude, no sabía qué decir o hacer, él estuvo en silencio por un largo momento y el miedo atroz se apoderó de mí ¿Qué pensaría de mí? ¿Cómo sería capaz de verle a la cara a partir de hoy?

—Lo siento yo, perdóname —esas fueron sus palabras antes de salir corriendo del estudio. Mientras yo lo único que deseaba era desaparecer, temiendo haber perdido su apoyo y respeto por un momento de debilidad. Sorprendiéndome porque debí ser cuidadosa y sobre todo debí recordar que él podía descubrirme. Me sentía totalmente avergonzada de mí misma y con él.

Con toda y mi vergüenza subí de nuevo a mi habitación, no me preocupé de limpiarme esta vez, solo quería dormir y que al despertar todo fuera solo un mal sueño, es lo que más deseaba. Sin embargo, al despertar la evidencia de lo que había hecho seguía allí en mi cuerpo.

Salí de la cama con cuidado de no despertar a Valerio, me di una ducha rápida, quería hablar con Tristán antes de que se marchará. Después de vestirme, baje casi corriendo a la cocina, esperaba verlo de pie, preparando el jugo de naranja o el café. El corazón se me cayó al piso al darme cuenta de que él no estaba en mi cocina.

Caminé lentamente como si temiera que algo me saltara encima, todo estaba en perfecto orden y el olor a café recién preparado inundó mi nariz, dándome a entender que él estuvo aquí. Camine dos pasos más para encontrar una pequeña nota y una taza de café servido.

Buenos días, Imperio

Te he dejado un café para que no me extrañes, también he preparado el desayuno para que no tengas que retrasar tu trabajo. Lamento no poder desayunar con ustedes hoy; pero quede con Luciano de visitar las obras en las cuales estamos trabajando a primera hora de la mañana. No te preocupes si no vuelvo temprano. Luciano y yo pasaremos a tomar un trago. No te preocupes demás, mi promesa contigo sigue intacta.

Atentamente:

Tristán.

No sabía si reír o llorar, tenía el sentimiento de haber perdido el respeto del único hombre capaz de creer en mí, de la única persona que sin conocerme me brindó su apoyo incondicional.

Una hora más tarde Valerio y Ofelia bajaron a desayunar completamente ajenos al cúmulo de emociones y preocupaciones que estaban embargando mi cuerpo, comimos en silencio como era costumbre, ninguno de ellos echó en falta a Tristán excepto yo.

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