Bea.

Eliot mantuvo su mirada fija en la nada y a la vez en algo insignificante al despertar aquella mañana a causa de la alarma de su iPhone.

Pensaba en todas esas noches en vela que pasaba meses atrás con ella... En la cocina, preparando sandwiches con mermelada. En el sofá de la sala, viendo películas de terror; o simplemente en una de sus habitaciones compartiendo chismes y pintándose las uñas con gel transparente.

Apretó los labios en un vano intento de reprimir las ganas de romper en llanto, sus ojos se cristalizaron al recordar cuando su canción sonó por primera vez en la radio, ese día estaban almorzando con sus padres y compartieron una mirada cómplice.

Sus manos hicieron semejanza a las de alguien con inicios de Parkinson cuando a su memoria llegó el catorce de febrero, cuando ella le regaló a Valeria.

Sollozos poco audibles abandonaron su garganta cuando la imágen de ella sonriendo se plasmó nuevamente en su memoria, la chica chillaba con emoción y le besaba el rostro repetidas veces con el libro que él le había regalado entre las manos, era su libro favorito.

Su naríz se tiñó de un color rojizo y sus mejillas comenzaron a arder por la melancolía que lo avazallaba.

Eliot pensaba que llorar no te hacía manos hombres, pero igual le gustaba sufrir en silencio sus flashbacks de ese amor impetuoso que nunca tuvo la oportunidad de saber si era o no correspondido.

Ese es el secreto de Eliot, que busca en otra chica lo que no consiguió en una exactamente igual. Tanto física, como personalmente. A veces creía que estaba en un sueño, pero no era así, entonces se veía obligado a creer en la reencarnación.

—Eliot —una voz masculina lo llamó desde el umbral—, hombre, ¿estás llorando?

El susodicho tomó con inmediatez la decisión de mantenerse en silencio con sus codos apoyados en sus cuadríceps femorales y sus dedos revoloteando su cabellera rizada y caoba.

—Son las seis y media —le hizo saber el hombre, intentando no sonar tan serio ni tan sensible. Pues, no tenía idea de cómo actuar cada vez que su hijastro se encontraba en situaciones de ahogo—. Tu madre ya hizo el desayuno, apresurate si no quieres llegar tarde a la prepa.

El hombre de nombre Hugo bajó a la sala. Eliot sólo se permitió un par de minutos más para convenserce de que esa era la realidad, ella no estaba. Y NO estaría nunca más, por más que él intentara forzarlo.

Romeo y Julieta, así se describían ellos en la mente de Eliot; sus padres no eran enemigos, de hecho, no estaban ni cerca de serlo, pero ellos se sentían como los potagonistas de aquella novela Shakespereana por el hecho de que sus progenitores formaban un lazo amoroso, convirtiendolos a ellos en hermanastros.

No era un amor mutuo que Eliot supiera, pero en su frágil y enmendado corazón quería creer que sí.

Finalmente y al cabo de unos minutos más; Eliot se dió una ducha rápida, o al menos tuvo la intención, ya que disfrutó mucho de la sensación del agua mezclarse con sus lágrimas.

Salió a su cuarto con una toalla en su cintura y emanando un muy delicioso aroma a jabón de avena. Se colocó el uniforme de educación física, su madre se asomó por el umbral justo cuando el chico estaba atando las agujetas de sus RS21.

—No te dará chance de comer, mi amor —avisó la suave voz de su adorada madre—, ¿quieres que coloque tus pastelitos en un envase? Así te los llevas.

Él nego, levantandose al espejo de medio cuerpo con un peine en manos.

—No tengo hambre, mamá —contestó simple—. Comeré cuando venga.

—El desayuno... —intentó decir ella.

—Es la comida más importante del día —completó—. Compraré un sandwich en el receso —mintió.

No lo haría, sus ganas de comer se disiparon apenas comenzó a pensar demasiado.

—Está bien, corazón, lo siento —se alejó cabizbaja.

Eliot era la adoración de esa mujer, y la tristeza de su hijito le afectaba bastante, en varias ocasiones quiso acercarse y ayudar, pero éste se negaba a contarle sobre su tormento.

El chico peinó su cabello hacia un lado, cogió su mochila y se fue a la parada de bus, puesto que el transporte escolar ya hacía bastante rato desde que pasó.

Por fortuna, a los cuarenta y tantos segundos llegó el bus y se subió.

Le pidió disculpas al maestro de la primera hora por haber llegado a esa hora, el hombre lo dejó pasar sólo por ser la primera vez que ese alumno tan ejemplar llegaba tarde.

*

El sol de las diez de la mañana irradiaba de una manera que molestaba un poco, el invierno ya estaba en su etapa final.

Las gotas de sudor descendían por el rostro de Eliot mientras jadeaba en medio del trote, la actividad física no eran su fuerte, y los gritos del profesor no eran muy alentadores que se diga.

La campana sonó, haciendolos detener a todos. El castaño se quedó en su sitio, apoyando las palmas en sus piernas, clamando oxígeno. Su mejor amiga le acercó su mochila y éste se lo agradeció con un pulgar arriba.

Destapó su botella de agua y la bebió con tanto desespero que el plástico de arrugó en el acto, suspiró con alivio al haberse hidratado sacó de su morral un pequeño paño para secar su sudor.

—Mi abuela cree que estudiamos juntos —esa voz lo hizo sonreír internamente.

¡Santo cielo! Eliot ya hasta se sentía tranquilo con sólo escuchar su voz, estaba ya perdido.

—Tu abuela me cae mejor que tú —se giró en medio de una risa corta.

Hasta le devolvía las ganas de reír sin que la acción se sintiera forzada. Claro que se reía en el buen sentido.

—Hasta Vincent te cae mejor que yo —siguió ella, cruzada de brazos y con un semblante de gracia.

—Sí, ese gato chingón —concordó, colgándose su mochila en un hombro—. Estoy sudado, Mia, así que choca esos cinco.

Se saludaron de esa forma y se dirigieron a las gradas verdes cuando vieron que un grupo de tercer año de acercó al patio con la intención de jugar al socker.

La maqueta la hicieron la tarde del día jueves, el viernes no coincidieron en el colegio. Así que llevaban unos cuantos días sin compartir aunque fuese un contacto visual.

—Sí, bueno —habló la pelirroja mientras abría el cierre de su bolso amarillo al sentarse—. Anoche mi abuela hizo galletas —mencionó —y esta mañana me dijo "Llévale a tu compañero que vino el otro día. Pa' que engorde un poquito" —ella intentó igualar la voz de su abue.

Aquellas imitaciones y palabras hicieron que Eliot soltara una carcajada, una a la que Mia se unió.

El castaño cogió la taza plástica que la chica le entregó y se llevó una galleta a la boca.

—Canela —dijo masticando y tragó —que rico.

—Que bueno que te gustaron —ella sonrió—. Por favor no te atragantes, hoy no traje agua y vi que ya tú no tienes —alzó una de sus cejas—. Hoy no podré salvarte la vida.

Eliot ladeó su cabeza mientras masticaba, observandola detalladamente.

—No podrías hacerlo más de lo que ya lo haces —dijo al tragar y pasó la punta de su lengua por sus labios para humedecerlos.

Mia se sintió rara por aquello al no encontrarle sentido, iba a preguntar, no obstante, otra pregunta salió de su boca.

—¿Ya entregaste la maqueta?

—Nel. Es para mañana.

Mia estaba a punto de decir algo cuando una tercera voz habló por sobre la suya.

—Oye, tonto, ¿hasta cuando tengo que decirte que no dejes a Valeria por ahí?

La pelirroja giró, encontrandose con Bea Francis, una de las chamacas populares del colegio. Traía el uniforme de educación física al igual que Eliot, el cabello de mechas rubias cenizas atado en una coleta alta y un estuche de un instrumento en una mano.

El castaño soltó un bufido.

—Si la dejo aquí es para no tenerla en la casa o cargarla para arriba y para abajo —dijo obvio.

—El salón de música no es tu jodido depósito ¡Te la pueden robar! —chilló mientras subía las gradas.

Mia vio a Eliot confundida, él le sonrió a medias y se levantó para ayudar a subir a su amiga.

—Bea, ella es Mia —le presentó a la chica con un movimiento de cabeza en lo que agarraba su instrumento.

—¿Ahora te crees con el derecho de tildar a las personas como tus pertenencias? —inquirió la teñida con los brazos en jarra.

—Lo que tienes de fastidiosa lo tienes de boba, verdad de Dios —le dio una mirada rápida a la pelirroja y se volvió a Bea—. Su nombre es Mia.

—Ah, hubieras empezado por ahí —lo miró mal, como si fuese culpa del chico el que ella no entendiera muchas cosas a la primera—. Hola, linda, soy Bea —se presentó, agitando su mano en el aire. Mia la saludó de la misma forma.

Ninguno de los tres volvió a pronunciar alguna palabra, Mia se sintió incómoda al pensar que estaba siendo mal tercio ahí sentada sin hacer nada.

—Deja de dejar a Valeria en cualquier sitio, Eliot —habló su mejor amiga luego de un minuto—. ¿Acaso crees que eso le hubiera gustado a Vi...

El castaño le metió una galleta en la boca para que no mencionara lo último, la pelirroja sólo contemplo la escena con extrañeza.

—Canela, que rico —dijo cuando se sacó la galleta luego de darle una morida—. ¿Donde las compraste?

—Me las regaló Mia —contestó él, llevandose una a los labios.

Bea dirigió su mirada a la chica en lo que terminaba con la galleta y frunció el ceño cuando se dio cuenta de algo.

—Se parece mucho a...

Nuevamente, Eliot le metió una galleta en la boca para callarla. La pelirroja le quitó importancia, cerró su mochila y se la colgó en un hombro cuando sonó la campana, indicando que había que entrar a la última clase.

—Hasta luego —se despidió Mia al pasar por su lado para comenzar a bajar las gradas.

—Nos vemos —musitó Eliot y Bea sólo agitó la mano, debido a que tenía la boca ocupada para pronunciar algo.

Lo único que invadió la mente de Mia mientras salía del patio fue eso estuvo raro.

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