LA MUJER BABILÓNICA

Tras el viaje a las cuevas de Altamira, parecía que los niños tenían más interés por la historia y le hacían a su padre más preguntas sobre ella.

Un día, mientras estaba pensando en el siguiente capítulo para su libro, su hija le hizo una pregunta que le inspiró sobre lo que escribir.

—Papi, ¿cuál es la ley más antigua?

—El primer conjunto de leyes del que tenemos constancia es el código de Hammurabi, que tiene aproximadamente 3000 años, hija mía —contestó Roberto.

—Gracias, papi, me puedes explicar qué es —dijo la niña

—Vale, princesa, vamos al salón y así también se lo explico a tu hermano —respondió él.

La niña le dio un abrazo a su padre y este la cogió a caballito para llevarla hasta el salón.

—¿Ya habéis terminado de estudiar?

—Todavía no, cariño, pero voy a hablar a Esperanza sobre el código de Hammurabi y creo que a Héctor también le vendría bien escucharlo —explicó.

—¿Me puedo quedar yo también a escucharlo, profesor? —preguntó dándole un beso en la mejilla.

—Por supuesto, eres mi alumna favorita —confesó Roberto dándola un abrazo.

Los niños se miraron y se rieron.

Se fue a la cocina, hizo unas palomitas y las puso en varios boles, uno para cada uno. Con un folio se hizo un gorro como los de la época y salió al salón. Tras entregar los boles, empezó a dar su charla.

—Hola, querido público, hoy voy a hablarles del famoso código de

Hammurabi y seguro que preguntáis que es, pues es uno de los conjuntos de leyes más antiguos y mejor conservados que existen. Sus normas, basadas en la aplicación de la ley del Talión, el famoso “ojo por ojo”, están talladas en piedra y son consideradas como la antesala de las leyes modernas. Las leyes del Código de Hammurabi eran de origen divino e inmutables. Eran reglas fundamentales, escritas para regular el día a día de los pueblos mesopotámicos y no sujetas a cambio, ni por parte del mismísimo rey. Toma su nombre del monarca del mismo nombre que impulsó su elaboración. Está grabado en una estela de diorita, en cuya parte superior está representado el propio Hammurabi junto al dios Sol de Mesopotamia, Shamash —empezó diciendo Roberto.

—Pero, ¿qué es la ley del ojo por ojo? —preguntó Héctor.

—Esa ley decía que cada crimen debería ser castigado de forma proporcional al crimen que cometió. Por ejemplo, si alguien partía un brazo a alguien, ese hombre era castigado con que se le rompiera el brazo a él.

—¡Que bestias! —exclamó la niña.

—Sí, hija, pero eso no es lo peor, aunque ya es malo —expresó Roberto.

—¿Qué es lo peor, mi vida? —le preguntó ella participando en esa interpretación que había preparado su adorable marido.

—Que las mujeres no tenían casi derechos y dependían para todo de un hombre, aunque en determinadas circunstancias tenían ayudas para no quedarse desprotegidas.

—Gracias, papi, ya tengo información suficiente para el trabajo.

—Entonces, ya ha terminado la charla —dijo poniendo el sombrero a su hijo.

—Si quieres te dejo escribir un rato, mientras yo ayudo a la niña a escribir el trabajo—le insistió Clara.

—Te lo agradezco, mi amor —respondió él dándola un beso.

Una vez solo en el sofá se puso a escribir el siguiente capítulo de su libro.

«Miro un libro sobre la edad antigua y me llama la atención el código de Hammurabi, me pongo a leerlo atentamente cuando una luz muy intensa y deslumbrante llena toda la habitación y cuando se apaga yo me encuentro en un sitio extraño y me he convertido en una niña, llevo un vestido muy raro y el pelo cubierto con un pañuelo.

Soy la mayor de tres hermanos y mi única obligación es ayudar a mi madre en las tareas de la casa, mientras mi hermano va al colegio y mi hermana, la más pequeña, juega, sin hacer nada más.

—Papá, yo también quiero ir a la escuela —digo a un señor con bigote.

—Tu obligación es ayudar a tu madre y no estudiar. Aprende bien de ella o nunca te casaras y serás condenada a la mala vida.

Miro a mi madre y no dice nada, me parece tan injusto que me enfado y me voy a jugar con mi hermana, no me apetece trabajar más.

Cuando mi padre se va, mi madre se pone a jugar con nosotras y nos comenta: «Hijas, nunca debéis desobedecer a vuestro padre o sufriréis las consecuencias».

—No es justo, mami —replico y me voy a un habitáculo con una especie de cama y me tumbo en ella.

Me quedo dormida y, cuando despierto, ya tengo los senos desarrollados y soy bastante atractiva, por lo que mi padre siempre me pone mis mejores galas y cada día me lleva con él al mercado, sin saber cuál es el motivo, pero me gusta porque conozco a gente nueva y me dicen que soy bellísima. De repente, en un callejón, veo a una mujer semidesnuda mirando a la pared y por detrás un hombre metiéndole su miembro dentro.

—Hija, por eso te dije que deberías aprender de tu madre, para no acabar así, para que puedas vivir en una casa y que un hombre te cuide y no viviendo en la calle vendiendo tu cuerpo para sobrevivir —comenta mi padre.

—Ahora entiendo, padre, pero entonces las mujeres somos objetos en manos de los Hombres —expongo.

—No, debéis satisfacer las necesidades de los hombres, en cualquier aspecto y lo único que tú deberás hacer es cuidar de tu hogar, tu marido y darle hijos.

—Entonces mi hermana, ¿por qué no ha aprendido de mamá? —pregunto extrañada.

—Para tu hermana tengo otros planes que no debes saber —responde.

Mientras volvemos a casa me siento como una mercancía, aunque no me debe extrañar pues es lo que me han enseñado, pero me siento así».

Roberto fue interrumpido por su hija.

—Papá, papá, ya he terminado el trabajo, ¿lo quieres leer?

—Esperanza, no molestes a tu padre, que está trabajando —se oyó gritar a Clara.

—No pasa nada, cariño, puedo seguir después.

Cogió a su hija, la puso sobre sus rodillas y empezó a leer el trabajo que había escrito.

—Está muy bien, pero estaría mejor si ponemos estas fotografías —comentó él empezando a pegarlas.

—Gracias, papi, por haberme ayudado —dijo Esperanza dándole un beso y yéndose a jugar con su hermano.

Roberto después de que se marchara la pequeña siguió escribiendo el capítulo.

«Mi padre me dice que me voy a casar con el hijo de nuestro vecino y, aunque no me gusta demasiado, no me queda otra, pues a mi progenitor le parece el candidato perfecto.

El matrimonio es contractual. Por este contrato la mujer adquiere el título de esposa. Si no hay contrato, el matrimonio no es efectivo. Además, tiene que hacerse por escrito, aunque también puede ser un acuerdo de las dos partes acompañado por unas fi estas simbólicas o ceremoniales.

El acto del matrimonio puede celebrarse de forma pública, por eso hay un banquete pagado por la familia del novio. Tras esa ceremonia, el hombre pone el velo a su mujer y proclama: «Esta es mi esposa», así estoy yo, con ese velo, que solo me puedo quitar para dormir y levantar para comer, lo que hace que me sienta invisible.

Cuando llegamos a casa, lo primero que tengo hacer es tener relaciones con mi marido y me duele, pero no puedo decir nada, ya que debo hacerle disfrutar y si me quejo, me dirá que soy una mala mujer.

Debo dar un hijo a mi esposo o tendrá una esclava como concubina, por lo que me presiona mucho eso.

Intento dormir, pero no puedo por el dolor, aunque al final caigo en brazos de Morfeo.

Cuando me despierto, soy madre de un niño y mi esposo quiere que tenga otro, pero no puedo tener más, por lo que trae a otra mujer, una esclava que ha comprado en el mercado, para ser su concubina, mantener relaciones sexuales con ella y tener hijos, mientras yo me ocupo de todo lo demás. No me parece buena idea, pero no me queda otra que aguantar, ya que las mujeres tenemos muy difícil conseguir el divorcio.

Durante unos días, mi marido llega más tarde a casa, por lo que un día decido seguirle, aún a riesgo de poder ser encarcelada, veo que entra en un templo y a escondidas decido entrar.

Mi esposo me pone los cuernos, no solo con la esclava sino ahora también con una prostituta, por lo menos es una de las que consideran sagradas y es como si se acostase con una diosa, pero, para mi sorpresa, se acuesta con mi hermana. Este es el destino que mi padre tenía reservado para ella, lo cual hace que la traición me duela más todavía.

Miro a través de una pequeña rendija de la puerta, le hace cosas que yo no me imaginaba que se podían hacer y, el muy cerdo, disfruta.

Esto es lo máximo y por mi conducta intachable y lo que explico a los sabios, me acaban concediendo el divorcio y me quedo con el niño y con una décima parte de la dote.

En ese momento despierto y vuelvo a ser Roberto, no puedo describir todas las sensaciones que me ha creado esta experiencia, lo que más me ha causado impresión es la sensación de solo ser un trozo de carne para los hombres.

Espero que cuando mi hija lea esto entienda lo mucho que han sufrido y luchado las mujeres».

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