SENTIR RUPESTRE

Desde el día que había escrito el primer capítulo de su libro, Roberto, estaba más cariñoso todavía con Clara y con sus hijos, si normalmente no tenía quejas en ese sentido, ahora menos, pues se había multiplicado por diez ese amor y las atenciones que siempre habían tenido, por lo que, ella estaba como en una nube.

—Mi amor, ¿puedes venir un momento? —le preguntó a su esposo.

—Por supuesto, vida mía —dijo apartando la mirada del ordenador

y yendo hacia la habitación de los niños que era donde estaba su amada.

—¿Qué le pasa a mi princesita? —insistió él dándola un beso en

la frente a Esperanza que no tenía muy buena cara—, creo que tiene fiebre —continuó.

—Es verdad, lleva toda la tarde así. Sé que te dije que hoy te dejaría tiempo para investigar y escribir el libro, pero si puedes me gustaría que ayudaras a Héctor a estudiar, mientras yo voy al médico con Esperanza —indicó Clara.

—Por supuesto que sí, primero sois vosotros y después mis hobbies. Me acostaré un poco más tarde o me levantaré mañana más temprano, cariño —respondió dándole un beso.

—Eres un amor, no sé cómo me quieres tanto con lo pesada que soy a veces —señaló.

—Vete tranquila que yo me quedo con el campeón estudiando. Cuando sepas, mándame un mensaje —comentó Roberto.

Mientras Clara fue al pediatra de urgencias con la niña, él se quedó estudiando con el niño.

—¿Qué estás estudiando, campeón? —averiguó dándole una caricia en la cabeza a su hijo.

—Estoy estudiando la prehistoria y las pinturas rupestres, papi —contestó el pequeño.

—¿Y te gusta?

—No mucho, no lo entiendo y me parece un poco aburrido —refunfuñó juntando los brazos y lanzando un soplido.

—Te voy a proponer una cosa. Si terminas de estudiarte la lección, el fin de semana vamos a ir a un sitio muy especial.

—¿A dónde vamos a ir, papi?

—A las cuevas de Altamira, unas cuevas donde hay pinturas rupestres.

—Papá, eres el mejor —manifestó dándole un abrazo.

De repente, Roberto, recibe un mensaje diciendo que la niña tiene gripe y que ya van para casa.

Cuando el enano terminó de estudiar la lección, le enseñó fotografías y vídeos sobre la prehistoria y las pinturas rupestres.

—Papi, ya entendí la lección, gracias por ayudarme.

El padre de familia simplemente le dio un fuerte abrazo sin decir nada y para el chiquitín ese fue el mejor regalo que podía recibir, le hizo más ilusión que el viaje.

Con el niño tranquilo y, mientras esperaba el regreso de su mujer, se le ocurrió el título del capítulo: Sentir rupestre, asociando el sentimiento de la mujer con la expresión de las pinturas, pues eran ellas las que mayormente pintaban, como había leído.

«Miro la roca que regalé a mi hija y en mi mente aparecen imágenes de pinturas rupestres, debe ser por lo que he estado estudiando con mi hijo. De repente la roca empieza a iluminarse con luces giratorias que tienen un efecto hipnotizarte.

Me pesan muchísimo lo ojos y me entra un sueño que no puedo controlar y me quedo profundamente dormido.

Me despierto y soy una niña más o menos de la edad de mi hija, pero a diferencia de ella, llevo el pelo corto y no llevo vestido sino un mono como el resto de los niños del pueblo.

Veo mujeres y hombres que hacen labores parecidas, pero lógicamente los trabajos de más fuerza como la caza de animales grandes o el transporte de rocas pesadas lo hacen los hombres y el cuidar de nosotros, la pesca y el mantener limpia la cueva y preparar la comida la realizan las mujeres que además se llevan las mejores piezas de la caza, son tratadas casi como diosas, muy distinto a la sociedad actual.

Los niños y las niñas aprendemos a hacer las mismas cosas y no hay diferencias muy aparentes entre nosotros, lo único que los chicos son un poco más brutos.

Una gran luz ilumina todo el cielo y yo caigo desfallecido al suelo.

Me despierto y ya he crecido, llevo un vestido y mis pechos son protuberantes y firmes, no llevo nada para sujetarlos y mi melena es larga y cuando la muevo los muchachos me observan, pero de repente todos se van. Me preguntó el porqué y no encuentro explicación hasta que noto que un hilo de sangre desciende por mis piernas.

Se me acerca una mujer y me dice: «Ya eres mujer y podrás tener descendencia, pero una vez al mes tendrás ese sangrado y será considerado algo malo».

No digo nada y me meto en el río para lavarme y quitarme esa suciedad.

De repente, se acerca un chico joven y apuesto y comienza a tocar mi cuerpo, yo también toco el suyo, noto que algo entra dentro de mí y siento algo especial y agradable, tras soltar un líquido dentro de mí se va y me deja sola. Salgo del agua y voy a una cueva y dibujo un corazón y esa escena que me ha pasado».

Roberto deja de escribir pues le entra el sueño y se queda dormido.

Pasaron los días y como la niña se había recuperado se fueron a las cuevas de Altamira para que los niños aprendieran de la prehistoria y de las pinturas rupestres.

Habían reservado un alojamiento rural cerca de donde estaban las cuevas.

—Papi, papi que bonito lugar, me encanta —dijo la pequeña al asomarse por la ventana de la habitación que daba a un bosque.

—Sí, cariño, es realmente hermoso —comentó Clara al asomarse.

—¿Cuándo vamos a ver las cuevas? —preguntó Héctor todo nervioso.

—Mañana, hijo mío —respondió Roberto dándole una caricia en la cabeza.

Después de acostar a los niños y con su mujer dormida sobre su hombro, Roberto siguió escribiendo su capítulo.

«Después de pintar en la cueva me quedo dormido y cuando me despierto soy una mujer en avanzado estado de gestación.

Todos me cuidan y me dan la mejor comida, pero me siento muy cansada, por lo que no me dejan hacer casi nada, sólo cocinar y pintar, se toman muy enserio la perpetuación de la tribu.

Siento unos dolores y una de las ancianas me da una especie de zumo de vallas que hacen que los dolores un poco se calmen. Empujo, pues aunque nadie me dice nada, mi cuerpo me obliga a hacer eso, estoy tendida en una roca y las más ancianas de la tribu me abren las piernas.

Algo sale de entre mis piernas, por el lugar donde el chico me metió su miembro, es un niño hermoso, no me puedo creer que algo tan bello haya salido dentro de mí.

Durante dos años llevo al niño cogido a todos lados para cuando tenga hambre hasta que deja de amamantarlo, y le protejo con mi cuerpo ante cualquier peligro. Cada vez que mi hijo mama acabo casi sin fuerzas, pero tengo una sensación muy agradable.

Voy envejeciendo y de repente caigo desvanecida.

En ese momento me despierto y me doy cuenta que en la prehistoria la sociedad era más igualitaria y se respetaba y se cuidaba más a las mujeres que ahora, por lo que pienso que he nacido en una época equivocada, pero lucharé por conseguir esa igualdad y respeto para la mujer.

Mis siguientes viajes serán por las distintas sociedades de la historia antigua, acabando por el imperio romano y empezando por Mesopotamia».

Al día siguiente, mientras preparaba a los niños, su mujer leyó el capítulo, a esta le encantó el sentimiento y lo bien descrito que estaba como vivía la mujer, lo que podía sentir… Y le dio las gracias por querer tanto a las mujeres.

Ya había empezado un viaje mágico que llevaría a Roberto a recorrer toda la historia humana y conocer aspectos de la mujer que no conocía, todo gracias a una roca con verdaderos poderes mágicos.

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