An Idyllic Heart #2
An Idyllic Heart #2
Por: Ravette Bennett
PRÓLOGO

Los nubarrones avisaban que pronto se acercaría una tormenta, era época de lluvias y la temperatura iba descendiendo poco a poco con el paso de los minutos, casi no se veía gente en la calle, más que unos pocos corriendo a resguardarse de la tormenta que les pisaba los talones, otros que eran los más desafortunados solo podían esperar a esconderse en algún sitio como algún callejón, cartón que no servía para nada, en efecto, se trataban de gente de la calle, niños que no median el peligro y se emocionaban por la lluvia, un baño del cielo, decían muchos. La vida transcurría como si nada, de hecho al final de una de las calles más ricas de Londres, había una enorme mansión, en donde por dentro está una mujer dando a luz, no había querido ir a un hospital, ya que su esposo tenía la tradición de que todas las mujeres en su familia habían sido por parto natural y con ayuda de parteras profesionales, que en su caso era su nana, quien ahora lo sería de su primer hijo.

La señora era de tez clara, ojos azules, y un cabello tan largo y bien cuidado color negro azabache, que con soloverlo te daban ganas de tocarlo, era muy guapa, de facciones muy finas y unas cuantas pecas en el rostro que le daban un aire de juventud, estaba haciendo su mayor esfuerzo, las contracciones iban en aumento cada quince, después cada diez hasta llegar a cada cinco minutos. En su habitación tenía la ayuda de la nana de su esposo, y de dos de sus ayudantes, eran enfermeras con título y las mejores del país, que aceptaron en apoyar a la partera como solían hacerlo de vez en cuando.

Por otra parte, el señor, su esposo, estaba en su despacho muy nervioso y feliz, era un hombre muy estricto en cierta forma, y lo era con su esposa aún más, sabía que había cometido ciertos errores en el pasado, pero amaba con locura a su esposa, era su todo, y la llegada de su primer hijo le hacía mucha ilusión, no quisieron saber el sexo del bebé, le gustaban las sorpresas, así que, caminando de un lado a otro, se tronaba los dedos de las manos, ya quería tener a su primogénito en sus manos.

También estaba consciente de que podría tratarse de una niña, eso no le importaba, con que saliera sanoestaba bien, pero en el fondo esperaba que fuera un varón, que llevara los negocios de la familia, ya más adelante vendrían las mujeres, con ellas sería muy celoso y estricto, y se encargaría de que fueran de sociedad y todas unas damas, las cuales llegarían vírgenes al matrimonio.

Las horas pasaban y los nervios se hacían más presentes, una pequeña gota de sudor recorrió su frente cuando escuchó que alguien tocaba la puerta de su despecho, emocionado por saber si ya había nacido su hijo, se apresuró a la puerta rápidamente, pero se trataba de su hermano menor.

—Hermano, he venido a brindarles mi apoyo y a conocer a mi querido sobrino o sobrina —le dice abriendo los brazos de par en par esperando recibir un enorme abrazo, lo cual sucedió.

—¿Pero cuando has llegado? —sonríe dándole unas palmaditas en la espalda de alegría.

—Hace unos minutos, pero cuéntame, ¿cómo lo está llevando Jade?

—Pues está haciendo su trabajo, solo espero que se apresure.

—¡Sí que estás emocionado hombre!

—¿Y cómo no estarlo, si está por nacer el futuro dueño de la empresa más grande del mundo? —dice con orgullo aquel hombre millonario.

Estaban charlando amenamente, cuando por fin escuchó lo que tanto ansiaba, el llanto de un bebé, los ojos del hombre millonario se abrieron de par en par y soltó una pequeña risa.

—¡Ha nacido, hermano mío!

—Démonos prisa, quiero conocer a mi sobrino.

Ambos hombres se apresuraron a subir a la habitación en donde su esposa le había dado el regalo más grande del mundo, cuando llegaron, su hermano dejó que él se acercara primero, necesitaba espacio y ser el primero en verlo.

El hombre se acercó nervioso a su esposa, quien cargaba en brazos a un bebé, lloraba a todo pulmón.

—Cielos, ese niño sí que tiene ganas de vivir —dice el hermano del hombre millonario.

—Es una niña —contesta por fin la madre con voz dulce—. Y muy linda.

Aquel hombre sintió una breve punzada de decepción al saber que no era varón, y temió no querer a su hija, pero en cuanto se acercó y la tomó entre sus brazos, la bebé recién nacida dejó de llorar, su cuerpo frágil le hicieron ternura y supo desde ese momento que la cuidaría y la protegería de todos.

—Mi hija —menciona el hombre mientras la bebé le enrolla su pequeña manita en uno de sus dedos—. Sacó tus ojos, mi princesa.

—Creo que tendremos a quien celar en el futuro, hermano —se acerca el orgulloso tío.

—Hay que ponerle un nombre —menciona la madre con ternura.

—Alex —afirma el hombre millonario—. Se llamará Alexandra.

—Es un nombre muy hermoso, me gusta —sonríe la madre.

—Hay que celebrar, la familia tiene un gran tesoro que cuidar ahora —suelta una carcajada el hermano menor.

—Eres la estrella que siempre brillara en mi firmamento —susurra aquel hombre dándole un beso en la frente a su pequeña hija—. Siempre estaremos juntos, mi princesa.

Aquel día se olvidaron de la tormenta y se dedicaron en aquella mansión a festejar el nacimiento de una mueva estrella.

Todos esos recuerdos bombardeaban la mente de aquella mujer, que diario lloraba a su hija, asomándose por la ventana mientras observaba la caída de las gotas de lluvia, tenía la teoría de que como nació en una tormenta, cada que llovía era el alma de su hija quien venía a saludarla.

—Jade, aléjate de la ventana o pegarás un buen resfriado.

—No las siento cariño.

—Las encontraremos Jade, te lo aseguro.

—Pero ya han pasado tantos años Alexander, estoy perdiendo las esperanzas de encontrar a esa mujer.

—Encontraré a mis princesas, y esa mujer pagará por todo. Lo juro por lo más sagrado que tengo, no me rendiré hasta encontrarlas.

La lluvia arreció y aquella señora tuvo que cerrar la puerta.

—¿Dónde estás Alex? —susurra.

***

La lluvia cayó como velo y todos se resguardaron en sus hogares, pero a unos cuantos miles de kilómetros de distancia, en un hotel, se encontraban Alexandra y Caroline, jugando cartas cuando de pronto Alex sintió la enorme necesidad de asomarse por la ventana. El aire fresco golpeó su rostro y una pequeña brizna se colocó en sus mejillas, se sentía extraña, como si una tristeza la estuviera invadiendo.

—¿Estás bien Alex? —Caroline se acerca a su hermana mayor.

—Sí —responde Alex cerrando la ventana—. No es nada patito.

—Entonces volvamos a jugar.

—Vale.

—¿Piensas hablar con Nathe de lo sucedido? —ataca Caroline.

—Por el momento no —pregunta Alex observando como su hermana envía un mensaje de texto—. ¿Por qué lo preguntas?

—Tengo que ir al baño —Caroline se pone de pie rápidamente mientras se aleja—. Por cierto, espero que me perdones algún día.

—¿De qué hablas? —pregunta Alex pero es demasiado tarde, Caroline ya había desaparecido en el baño.

Le pareció un poco extraño la actitud de su hermana, pero no le tomó mucha importancia, estaba por regresar al juego cuando de pronto tocaron el timbre, Alex abrió sin preguntar y se sorprendió al ver de quien se trataba.

—Necesitamos hablar Alex.

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