Capítulo 9

"Me voy a casar", " Me voy a casar", "Me voy a casar". Esas simples y sencillas palabras chocaban la mente de Nathe, quien no podía dormir, Alexandra estaba durmiendo plácidamente en el sillón, verla así, tan frágil, tan llena de vida, le daba ternura, pero no pudo evitar sentirse extrañamente dolido con lo todo lo que le dijo ella antes de dormir, ¿cómo podía estar tan tranquila después de lo que hablaron?.

—Estás bromeando —Nathe sonrió, pero al ver la expresión seria en el rostro de Alexandra, comenzó a sentirse nervioso—. ¿Cierto?.

—Yo nunca miento estrellita.

—¿Por qué? —Nathe frunció el ceño.

—Porque así deben ser las cosas, no es tu asunto.

—Pero...

—Escucha, nosotros solo somos dos destinos que se cruzaron por breves momentos, pero que al final deben retomar su rumbo —Alexandra bostezó—. Deja las cosas como están, por la mañana tú volverás a tu mundo y yo al mio, y esto solo quedará como una pequeña aventura.

—Alex, yo no quiero que seamos solo una aventura.

—No me conoces, apenas llevamos unas horas conversando —Alexandra puso los ojos en blanco.

—No me importa lo que digas, ni lo que piense la gente, no te conozco, es verdad, pero conozco tu historia, y quiero ayudarte —Nathe estaba desesperado—. ¿No lo entiendes?.

—Lo siento, me cuesta trabajo entender tanta amabilidad de un completo extraño, ya te lo dije, siempre he estado sola, siempre he salido adelante yo sola, y así seguiré.

—¿Y te gusta estar sola?.

Alexandra lo miró fijamente, ese chico tenía un gran potencial, pocas veces hablaba de sus cosas personales, pero él estaba tan lleno de vida, tenía ese entusiasmo pero se dejaba vencer fácilmente.

—No —respondió por fin—. Es difícil estar sola, pero también es difícil amar a las personas, la confianza es algo que no está en mis planes para regalar a nadie.

—Si vinieras conmigo...

—Buenas noches estrellita.

Alexandra se dio la vuelta, se recostó y trató de disfrutar todo lo que fuera aquella comodidad del sillón, su cama era dura, le salían resortes y alambres de lo gastado que estaba, por lo que aquello era un verdadero regalo y no lo echaría por la borda, después de todo sus días de libertad estaban contados, y aún tenía que hablar con Steve.

Mientras Alexandra dormía profundamente, Nathe la observaba, escuchaba su respiración, él tenía una infinidad de preguntas acerca de ella, ¿Quién era?, ¿Quienes son sus padres?, ¿Dónde vive?, ¿Qué vida ha llevado hasta ahora?, ¿Qué secretos esconde?, ¿Qué más ha sufrido?, pero la pregunta más importante que quería hacerle, y que le quitaba el sueño, era; ¿Con quién se casará y por qué?. No dejaba de verla dormir, decidió que la ayudaría a costa de lo que fuera. Esa noche Nathe no durmió, pasó todo el tiempo planeando como ayudar a Alexandra, y pensando en su vida.

A la mañana siguiente, cuando se dio cuenta, vio que Alexandra estaba tirada en el piso, aún dormía profundamente, por lo que la cargó y la colocó en la cama, no pudo evitar ver lo hermosa que era, quería hacer algo, era un simple capricho tal vez, se acercó a su rostro y le dio un pequeño y rápido beso en los labios, eran suaves y cálidos, entonces la dejó dormir y se dirigió al baño para darse una ducha rápida antes de que ella despertara, temía que al salir no la encontrara.

Por otra parte, Alexandra dormía tranquilamente, cuando escuchó que intentaban abrir la puerta, por lo que abrió los ojos de golpe y se incorporó, en ese instante entró casi a la fuerza una chica alta, delgada, tez apiñonada, ojos negros, que al verla su rostro de sorpresa cambió a una de enfado.

—¡Largo zorra! —gritó aquella chica.

Alexandra pasó de sentirse confundida a furiosa, era la segunda vez que la llamaban así.

—¿Cómo me dijiste? —Alexandra se puso de pie.

En ese momento salió Nathe, solo con los boxérs puestos y secándose el cabello con una toalla. Al ver a su representante abrió los ojos como platos, pero ella se dirigió hasta Alexandra y rápidamente le dio un bofetón tan fuerte, que hizo que Alexandra se tambaleara hacia atrás.

—Eres mujer muerta —dijo Alexandra hecha una furia.

—Tu eres la zorra.

Alexandra estaba a punto de aventarle un puñetazo, cuando Nathe la sacó de sus pensamientos vengativos.

—¿Elisa?.

—¿La conoces? —Alexandra apretó el puño dispuesta a lo que fuera, defenderse era un instinto muy desarrollado con el que había nacido.

—¿Qué si me conoce? —Elisa se cruzó de brazos—. Yo soy Elisa, su mánager.

—¿Qué haces aquí? —Nathe dijo muy sorprendido—. Creí que nunca me encontrarían.

Alexandra bajó el puño pero aún seguía en guardia.

—Cariño, sabes que siempre te encontraré —sonrió Elisa y se acercó a Nathe para darle un abrazo, que ante los ojos de Alexandra era más que un simple abrazo, es cuando ella se dio cuenta de que esa mánager estaba enamorada de Nathe—. Nos tenías muy preocupados.

—¿Pero cómo me encontraron?.

—Es una larga historia —Elisa puso los ojos en blanco—. Mejor cuéntame qué haces en un lugar tan asqueroso como este, y sobre todo... ¿Por qué pagaste una puta?.

Elisa colocó una mirada cruel y de asco en Alexandra, ella ya estaba acostumbrada a que la gente la viera así, pero lo que no soportaba era que la llamaran "Puta".

—Mi nombre es...

—¡No me importa cual es tu nombre, o quien eres! —Elisa dejó de lado a Nathe—. Para mi eres una puta barata que le calentó la cama a Nathe una noche en un lugar tan asqueroso como este.

—Elisa, detente, no...

—Calla Nathe, yo le daré una lección a esta.

—No la insultes —Nathe estaba enfadado—. ¿Qué te sucede?, tu no eres así con la gente.

—Nathe, ella es una puta —Elisa lo veía con una enorme confusión envuelta en una furia indescriptible.

—No creo que debas volver a repetir eso, o lo lamentarás —Nathe estaba serio.

—Lo diré cuantas veces sea necesario para que esta zorra asquerosa sepa cual es su lugar en esta vida —Elisa soltó una pequeña risa—. ¿O me equivoco?, puta.

En ese momento Alexandra le soltó un puñetazo tan fuerte y rápido, que Elisa no supo que hacer y cayó desmayada al suelo.

—Te lo dije Elisa —Nathe puso los ojos en blanco.

—Sé cual es mi lugar en este mundo —Alexandra observaba el cuerpo de Elisa—. Jamás me vuelvas a llamar así.

Nathe no dejaba de sorprenderse con Alexandra, y aún sentía aquel beso que le robó estando dormida.

—¿Dónde aprendiste a dar golpes con el puño cerrado?.

—Me enseñó Steve, mi mejor amigo —Alexandra sonrió por primera vez frente a Nathe, cosa que hizo que él se pusiera un poco celoso sin razón alguna.

—Así que tu mejor amigo es ese chico importante en tu vida —dijo Nathe mirando el suelo.

—Si, él me enseñó a defenderme, a pelear, somos muy unidos, es como si fuéramos hermanos.

—Ya veo.

Alexandra no dijo nada más, observó la luz del sol que se filtraba poco a poco por la ventana, tomó su ropa aún húmeda y se dirigió al baño. Nathe estaba anonadado y observaba la marca roja que más tarde sería un enorme moretón en el pómulo de su mánager. A los pocos minutos salió Alexandra vestida.

—Me voy estrellita, fue un placer conocer al cantante de pop más famoso del momento —Alexandra estaba impaciente por irse—. Si tienes suerte tal vez algún día me permita escuchar tu música.

—No te vayas, por lo menos permite que te lleve hasta tu casa.

—¿Estás loco? —Alexandra enarcó una ceja—. Si te llevo nos matarán a los dos, mejor ponte tus pantalones, es suficiente la miseria en la que vivo, como para todavía verte en ropa interior.

—Eso no fue un cumplido, ¿verdad? —Nathe sonrió—. Quiero acompañarte aunque sea a la carretera, tu bici está...

—No es mi bicicleta, y ya no importa, me las arreglaré —Alexandra encogió los hombros.

—No quiero que te vayas.

—Es tarde, me voy, lo tengo que hacer —Alexandra se dio la vuelta rápidamente y se dirigía a la puerta pero Nathe no se rendiría tan fácil, por lo que se puso rápidamente frente a ella impidiéndole la salida—. Quítate de mi camino estrellita.

—No.

—Si no quieres que te suceda lo mismo que a tu mánager, es mejor que me dejes salir de aquí, tengo que llegar a mi casa.

Nathe sonrió de oreja a oreja, luego tragó saliva y la miró fijamente.

—Lo haré solo si dejas que te acompañe a la carretera en donde nos encontramos.

Alexandra comenzaba a sentirse más nerviosa, moría por llegar a su casa y saber de su hermana menor, le esperaba un enorme castigo, y Nathe solo la atrasaría.

—Olvídalo —Alexandra puso los ojos en blanco.

—Pues no te dejaré salir.

Alexandra le sonrió, ese chico era guapo, y por un segundo sintió el deseo de besarlo, sintió envidia de la chica con la que él llegara a casarse, de tener esa libertad de elegir con quien hacerlo, ella no tenía ya nada que perder, se iba a casar con un pervertido, Berth, quien la había violado robándole algo que le pertenecía a quien la amara. Pero eso era agua pasada, solo quería saber que se sentía besar a alguien por voluntad propia, y no a la fuerza.

—Estrellita —dijo Alexandra acercándose más a él—. Perdón por hacer esto.

Y antes de que Nathe pudiera reaccionar, Alexandra lo besó, ella no sabía hacerlo, por lo que fue un beso a labios cerrados, simple y cálido, Nathe era un chico divertido pero el juego ya tenía que terminar, cerró los ojos y guardó en sus memorias cada sentimiento, cada momento breve de aquel beso, el cual iba a ser el primer y último beso en toda su vida, un beso sin golpes, un beso sin fuerza bruta, un beso que recordaría siempre.

Pero Nathe no quería solo eso, por lo que la estrechó contra su cuerpo semidesnudo, Alexandra abrió los ojos de golpe, pero Nathe con un movimiento rápido introdujo su lengua en la boca de Alexandra y comenzó a bailar con la suya. Ella estaba asustada e intentaba zafarse de él, pero Nathe era más fuerte, entonces ella sintió pavor de que él abusara de ella como lo hizo Berth, por lo que le dio una patada en la entre pierna, lo que provocó que Nathe la soltara y se quejara del dolor.

—¿Por qué hiciste eso? —Nathe se tocaba su parte más noble, y se quejaba arqueando su cuerpo.

—Porque tú querías hacerme lo mismo que hizo Berth —le dijo Alexandra con ojos acusatorios.

—¿Berth? —Nathe cambió si expresión a una más seria—. ¿Así se llama el maldito que te violó?.

—No es tu...

—¡Carajo! —Nathe se incorporó, el dolor había pasado poco a poco—. Yo jamás haría algo así con nadie.

—No te creo.

—Alex, no te vayas, deja que ayude a tu hermana y a ti.

—No necesito tu ayuda.

—Si la necesitas.

Alexandra necesitaba escapar de Nathe, por lo que observó con detenimiento toda la habitación, ese chico no la dejaría marcharse tan fácil, por lo que tendría que recurrir a un sucio truco. Cerca de ella estaba un florero de madera barnizado, Nathe estaba observándola pero no se daba cuenta de los planes de ella.

—Gracias —habló Alexandra con voz apagada.

—¿Por qué? —Nathe dio dos pasos más hacia ella—. Si aún no he hecho nada.

Alexandra le regaló una sonrisa que pocas personas provocaban en ella, solo sonreía para Steve, para su hermana, y ahora para Nathe. Alexandra se acercó un poco hacia aquel florero.

—Nathe —Alexandra le dio la espalda y con fuerza tomó aquel florero extraño.

—Eso si es sorprendente, me has llamado por mi nombre —Nathe soltó una pequeña carcajada nerviosa.

—Gracias por esta aventura —Alexandra volteó a verlo a los ojos sin apartar una mano de aquel florero— somos un cuento corto que leeré mil veces, pero tranquilo, le puse un separador importante a nuestro beso.

En ese instante Alexandra le dio un tremendo golpe en la cabeza a Nathe, lo que provocó que cayera de rodillas, le dolía, y poco a poco sentía que se desvanecía.

—Es... Espera... Alex... —murmuraba Nathe con voz débil.

—Nos veremos en otra vida estrellita, sé fuerte, regresa a tu mundo.

Alexandra salió rápidamente de aquel lugar antes de que la acusaran por ello, y Nathe poco a poco cerró los ojos hasta perderse en la oscuridad de su mente infinita.

Mientras tanto, ella sonreía en el fondo por la oportunidad que le había regalado la vida, de conocer a alguien valioso en un mundo en donde el rico no está acostumbrado al pobre, en donde el dinero vale más que un corazón puro, y en donde la suerte solo está con los poderosos. El corazón de Alexandra latía rápidamente, pero ella sabía que hasta el destino disfrutaba de los juegos que planeaba. Ese día un beso selló los corazones de dos almas destinadas... O tal vez no. 

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