Capítulo 6

Alexandra observaba detenidamente lo que sucedía, con solo echarle una mirada a aquel hombre delgado, alto, con una nariz muy puntiaguda, unos ojos más oscuros que la noche, y con esa sonrisa malévola, se dio cuenta de que él era mensajero de malas noticias, ella se quedó estática escuchando como llamaba a Nathe por su nombre artístico, lo que significaba que lo conocía muy bien, o al menos eso creía, ya que Nathe se veía muy sorprendido.

—¿Quién eres tu? —preguntó Nathe con el ceño fruncido.

—Señorito —aquel hombre lo hizo a un lado y entró sin permiso de nadie, cosa que cabreó a Nathe notablemente—. Eso no es importante, lo que es verdaderamente prioritario es lo que pienso contarle al mundo entero.

—¿De qué hablas? —Nathe observaba de arriba abajo a ese tipo.

—¿Qué no es obvio? —aquel desconocido tomó asiento muy cerca de Alexandra, lo que la puso en alerta e inmediatamente se separó de él colocándose en una esquina de la pared más cercana—. El famoso Zoerk viviendo un tórrido romance con una fan, ambos empapados y pasando la noche juntos en una posada, avivando la llama de su amor, ¿sabes cuánto me pagarían por algo así?.

—¡Yo no soy su fan! —gritó Alexandra haciendo una mueca—. No estamos viviendo un tórrido romance y mucho menos pasaremos la noche juntos.

—Eres una jovencita algo desaliñada, pero muy guapa —dijo aquel hombre observando a Alexandra, se remojó los labios y ella se pudo percatar de que observaba su pecho—. No me sorprendería que Zoerk te ofreciera cierta cantidad a cambio de un revolcón.

Eso no lo permitiría, Alexandra estaba enfadada, ya tenía suficiente con los maltratos de su familia, de su próxima boda con un patán pervertido, como para aguantar ahora a un cretino lujurioso y depravado. Por lo que rápidamente ella se acercó hasta aquel hombre y antes de que él parpadeara, le dio una bofetada tan fuerte, que le dolió la mano, haciendo que un calor recorriera su brazo, se sentía ofendida.

—Escucha bien paparazzi de quinta —dijo Alexandra con una voz tan fuerte y firme, que hasta Nathe sintió temor de ella por breves segundos—. ¡Jamás me compares con una prostituta, jamás pienses que tendrás el control de todo, y jamás te metas conmigo, de lo contrario te golpearé, y te aseguro que tú sí serás primera noticia, estarás en primera plana!.

Nathe estaba fascinado, no podía creer lo que estaba presenciando, su chica misteriosa no era una damisela esperando que algún príncipe la rescatara, ella era una fiera que estaba alerta en todo momento, esa chica le atraía.

—Vaya, veo que la jovencita tiene agallas —aquel hombre se puso de pie y se dirigió a la puerta, pero antes de salir volteó a verlos a ambos—. Zoerk, quiero tres millones de dólares dentro de cinco días, te haré llegar los pasos que debes seguir y supongo que no tengo que repetir que no llamen a la policía, de lo contrario venderé todas las fotos que les he tomado, y no se quitarán a todo el mundo de encima.

Y diciendo esto ese hombre se retiró soltando una carcajada que retumbó por todo el pasillo, Alexandra se sentía aliviada de que un tipo tan desagradable como él se largara, pero Nathe estaba preocupado, si dichas fotos llegaban a las manos equivocadas, estaría en graves problemas, no solo tendría a su madre encima de él, también lo acosaría constantemente la prensa, los paparazzi, los fans, la disquera, su mánager, su familia, y eso dejaría una mancha imborrable en su carrera, no quería terminar con el trato e iniciar su verdadero sueño con esa fama.

—Que tipo tan más desagradable —dijo Alexandra arrebatándole su labial rojo.

Nathe dejó de lado sus preocupaciones y se concentró en su chica misteriosa, aunque no le gustara la idea ella ya estaba involucrada en esto.

—¿Por qué agarrabas con tanta fuerza ese labial rojo? —Nathe quiso cambiar de tema.

Alexandra sonrió por dentro, ese labial era especial para ella, se lo había regalado su mejor amigo Steve, recordaba ese día como si hubiera sido ayer, o incluso hace unos cuantos minutos. Aquel día hubo una tormenta parecida como la que estaban viviendo en ese preciso momento, Steve y ella habían salido por algo de comida, que en mejores términos era: robar comida, fue hace seis meses, se dirigieron al mercado de la plaza central, no consiguieron mucho, a pesar de robar unas cuantas manzanas, un queso blanco, un jamón que repartirían en partes iguales, y una bolsa de chucherías, estaban a punto de irse cuando Alexandra se quedo observando como una chica de clase media se probaba un labial, ella nunca se pintó, no tenía ni el dinero ni el interés, hasta ese momento, por lo que Steve se pudo dar cuenta. Tomó su mano y la jaló para echar carrera antes de que los atraparan, cuando llegaron a la cueva se repartieron el botín y Alexandra se fue a su casa, jamás repartía con sus padres, solo con su hermana, era su pequeño gran secreto. Al día siguiente cuando se juntó con Steve, este le entregó un labial rojo argumentando que era sabor cereza, ese fue el único regalo que había recibido de parte de alguien a quien quería mucho.

—Es un regalo muy importante para mí —contestó Alexandra tomándolo con fuerza, ya que de esa forma sentía la protección de su mejor amigo.

—¿Te lo regaló tu novio? —Nathe preguntó con curiosidad.

—No tengo novio.

—¿Entonces quién te lo regaló? —insistió Nathe, tenía que saber más de ella.

—Steve —contestó Alexandra sin ánimos de seguir con aquella plática.

—¿Quién es Steve? —Nathe sintió algo raro en su interior.

—Haces muchas preguntas.

—¿Quién es? —Nathe volvió al ataque.

—Es el chico más importante de mi vida.

Nathe se sintió como un completo idiota al escuchar eso, sabía que apenas conocía a esa chica, pero le gustaba, y no le agradaba la idea de que tuviera a un chico que le gustara, aunque era algo normal.

—Me voy, ya es muy noche —Alexandra se dirigió a la salida pero Nathe se lo impidió.

—No te vayas, afuera sigue la tormenta, y estás empapada igual que yo, quédate, yo dormiré en el sillón de la esquina y tu en la cama —le propuso Nathe con voz suplicante—. La verdad es que me aterra quedarme solo, no conozco por estos rumbos y temo encontrarme con alguien como ese tipo.

Alexandra se lo pensó mucho, en algo tenía razón Nathe, afuera seguía lloviendo y los truenos hacían su aparición constantemente, estaba mojada, y era más que obvio que la golpearían por haber escapado de la tienda de vestidos de novia, así que por qué no disfrutar un poco de comodidad, de un techo sin goteras, si el resultado sería el mismo, llegara hoy, o mañana, lo pagaría de la misma forma. Aunque no confiaba en ese chico, por lo menos parecía no ser tan mala persona.

—Bien, acepto —dijo ella con voz firme—. Pero yo me quedaré en el sillón y eso no está a discusión.

—Bien, será como digas —Nathe sonrió.

Aquella habitación era lo suficientemente amplia igual que la cama, tenía un pequeño baño con regadera y todo estaba por dentro al estilo rústico. Nathe se dirigió rápidamente al teléfono que estaba colocado a un costado de la cama sobre una mesilla, y marcó un número que estaba en folleto al lado del teléfono.

Alexandra seguía de pie estudiando cada movimiento de él, apretó con más fuerza el labial, y pensó en que llegaría a contarle su pequeña aventura con un famoso a su amigo Steve, estaba tan adentrada en sus pensamientos cuando escuchó que Nathe pedía hamburguesas.

—¿Qué haces? —Alexandra le preguntó furiosa—. ¿Por qué has pedido eso?.

Nathe terminó de pedir la orden y colgó.

—Tenemos que comer algo, ¿acaso tú no tienes hambre? —Nathe sonrió nuevamente.

Claro que tenía hambre, Alexandra siempre estaba hambrienta, incluso cuando robaba con Steve, procuraba darle la mitad de su porción a su pequeña hermana, por lo que ella casi no comía nada, prefería quedarse con hambre, pero que su hermana estuviera siempre con el estómago lleno. Solo una vez probó las hamburguesas, cuando sus abuelos estaban vivos ordenaron una noche un combo de hamburguesas, pero volviendo a la realidad, odiaba no tener para pagarse una estúpida hamburguesa.

—No tengo hambre —Alexandra contestó en tono brusco.

—Pues ya las pedí, tendrás que comértela, no se puede desperdiciar la comida, yo invito —Nathe le guiñó un ojo.

—No estoy obligada a nada, ya te he dicho que no tengo hambre.

—Ya la tendrás —Nathe se puso de pie y se dirigió a la regadera—. ¿Quieres ir primero?.

—¿Primero? —Alexandra se cruzó de brazos y enarcó una ceja—. ¿De qué hablas?.

—Pues de la ducha, no pensarás dormir toda mojada, ¿o si? —dijo Nathe cada vez más fascinado con la actitud de aquella chica misteriosa.

—Así estoy bien, gracias —Alexandra tomó asiento en aquel sillón.

—Si es por la ropa puedes quitártela y ponerte una de las batas que están en el baño.

—He dicho que no, así estoy bien —repitió Alexandra con voz arisca.

—Bien, como digas —Nathe puso los ojos en blanco—. Eres muy terca.

—Ese no es...

—Tu asunto —Nathe terminó la frase por ella—. Ya me lo has dicho antes.

—Pues bien, haz lo que tengas que hacer, y déjame en paz —Alexandra se recostó en aquel sillón subiendo los pies en uno de los costados.

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