Dulce Inocencia
Dulce Inocencia
Por: Ravette Bennett
PRÓLOGO

Un fuerte chubasco caía sobre todos los habitantes de Clevthon (Inglaterra), los más ricos se refugiaban en sus respectivos hogares con toda la comodidad, mientras que los más pobres buscaban la manera de sobrevivir noche tras noche, pero entre toda esa clase social, entre todo el caos que provocaba la lluvia, entre todas las casas de aquel barrio pobre había una en específico, una pequeña casa que estaba llena de goteras, una casa que en esa precisa noche se envolvía en una terrible oscuridad, desgracias era el apellido perfecto para aquella familia. La construcción era un desastre, paredes desgastadas y el techo a punto de colapsar, la humedad que se filtraba hacía que en especial la planta baja despidiera un olor putrefacto, ya no tenía ventanas y en su lugar eran colocados minuciosamente varios trozos de plástico con cinta adhesiva que el viento terminaba por arrancar. Las puertas de madera se habían hinchado por el agua, lo que daba como resultado espantosos ruidos cuando alguna se abría.

Alexandra no podía creer lo que estaba pasando, lo que estaba oyendo hacía latir con fuerza su corazón, las manos le temblaban y comenzaba a sudar frío.

Escondida tras la puerta de aquella siniestra habitación escuchaba a sus padres hablar con Armond Downyke, el tendero más rico del barrio, el cual tenía fama de ser un egoísta, manipulador, avaro y poco generoso con la gente más pobre, incluso corrían rumores de que había matado a su esposa a golpes, era un machista, aquel hombre regordete siempre le había causado cierto temor a ella, ya que cuando pasaba por su tienda él le lanzaba una sonrisa llena de lujuria, y su hijo Berth, un pervertido sexual que al igual que su padre tenía su fama, molestaba a toda chica que se cruzara en su camino, no importándole si era fea o guapa, rica o pobre, a todas las trataba igual, recientemente corrió el rumor de que Martha Ferwas, una chica que vivía en la calle, a quien la vida le quitó a sus padres dejándola sola en el mundo, entró un día a la tienda de los Downyke cuando el señor no estaba, y después de dos horas salió corriendo con dos bolsas enormes llenas de cosas. Pensar en aquel chico pelirrojo con sonrisa asquerosa le produjo náuseas.

—Querida, lo importante es comenzar con los preparativos de la boda —dijo el padre de Alexandra con su atípica voz ronca.

—Opino lo mismo —asintió el señor Armond—. Será un placer comenzar a formalizar y ser familia, mi hijo conoce de lejos a su hija desde que ambos eran apenas unos críos, y está satisfecho con la idea de convertirse en su futuro esposo, él se encargará de enseñarle modales, les aseguro que su hija tendrá clase —rió con malicia—. Si a mi hijo no le gustara tanto, les aseguro que este matrimonio no sería posible, yo hubiera preferido que se casara con una muchacha de más clase y de dinero.

—Lo entiendo señor Downyke —murmuró la madre de Alexandra anclando su fría y avariciosa mirada sobre aquel señor.

—Será un acuerdo beneficioso para todos, no podrán negar que los estamos salvando de la miseria —se carcajeó el señor Downyke—. Me deben muchos favores, mi hijo se encargará de convertir a esa mugrosa salvaje que tienen como hija, en una esposa sumisa y obediente.

Todos guardaron silencio unos minutos, era tan ensordecedor, que se podían escuchar las propias respiraciones de aquellos que planeaban arruinarle la vida a Alexandra.

—Estoy seguro de que será una buena esposa, de lo contrario la azotaré —Berth rompió el silencio con aquellas palabras de sentencia.

Aquellos dos pervertidos odiaban a los pobres, la razón por la que querían que se casaran era por un simple capricho de aquel pelirrojo pervertido, ya que Alexandra era una chica fuera de su alcance, nunca la pudo tener a sus pies como a las demás, pero ahora la suerte no estaba de su lado, su futuro y el de su pobre familia estaba en sus manos, ellos eran pobres, tan pobres, que había días en los que no comían, su madre se gastaba sus manos en hacer limpieza a los ricos, y su padre era un borracho que no le gustaba trabajar, pero las cosas no siempre fueron así, hubo un tiempo en el que eran una familia de clase media, los mantenían sus abuelos, padres de su madre, pero al morir ellos todo se derrumbó, lo único que les quedaba era aquella casa que por descuidos de sus padres cada día se iba deteriorando, lo único bueno en la vida de Alexandra eran tres cosas, una guitarra vieja que era de su abuelo, y que se ha encargado de mantener bien escondida para evitar ser vendida por el avaricioso de su padre, la cual usaba para cantar en la plaza Valentino, a dos horas de donde ella vivía, para ganarse unas cuantas monedas y así darle de comer a su hermana Caroline de 13 años, ella era lo segundo bueno en su vida, su motor para seguir adelante, no necesitaba más, y la tercera era su mejor amigo Steve, ella era feliz así, con su hermana, su amigo, y su fiel guitarra.

Pero ahora todo cambiaría, incrédula, Alexandra escuchaba los horribles y oscuros planes de sus padres, contenía las lágrimas de tanto coraje, aquel pobre lugar al que sentía que podía acudir y sentirse un poco a salvo en vida de sus abuelos, ahora se había transformado en un hogar siniestro, lleno de abusos. «Están locos» pensó Alexandra pálida como la cera, escuchar la voz de Berth le había paralizado el corazón, aquel chico la repudiaba, de pronto, no aguantó las ganas y quiso asomarse, y al hacerlo sintió que el alma se le caía a los pies cuando Berth la miraba con ojos llenos de lascivia.

—Me imagino que una vez que se casen nos dará el dinero que hemos acordado y desaparecerá a Alexandra —mencionó su padre rápidamente frotando sus manos como si se estuviera congelando—. Nos hace falta el dinero para arreglar la casa, y para poner un pequeño negocio de comida, así que entre más rápido me quiten a esa molestia, será mejor.

—Si no estuviéramos tan desesperados no lo haríamos, pero cada día la vida se vuelve más difícil, y sé que el grandísimo nos perdonará por vender a nuestra querida Alexandra —dijo su madre con un tono dramático, como si aquello le doliera en el alma.

—Pierdan cuidado, que cuando sea mi esposa se convertirá en una mujer sumisa y obediente, tanto, que no la reconocerán —Berth no dejaba de ver a Alexandra, y ella no apartaba la mirada de él, ya que hacerlo implicaría doblegarse ante él.

—Su salvaje hija desaparecerá de sus vidas muy pronto, y ustedes podrán disfrutar de su dinero —se carcajeó más fuerte el señor Armond.

—Les sugiero que antes de llevarme a esa salvaje, me dejen probar la mercancía —Berth sonrió—. No creo que les importe, ¿o sí?.

Su madre cerró los ojos y se puso de pie, su padre le sonrió al señor Armond y Berth se remojó los labios con perversión.

Alexandra no pudo escuchar más. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas dejando surcos a su paso. Necesitaba salir de ahí, así que con sumo cuidado desapareció subiendo a su habitación rápidamente, al entrar, cerró con pestillo y se escondió debajo de la cama, necesitaba hablar con Steve, su mejor amigo. Entonces se escucharon unos golpes, era su madre.

—¡Alexandra abre esta puerta!

Se tapó los oídos, después de tantos golpes por parte de su madre, intervino su padre, abrió los ojos y salió de la cama, abrió la ventana y estaba a punto de dar un paso cuando los brazos fuertes de su padre la rodearon en un agarre tan brusco, que fue así como recibió tremendo bofetón.

—¡¿Pensabas marcharte y dejar morir de hambre a tu familia?! —le gritó haciendo que se formara un hueco interminable en su estómago vacío.

—¡No quiero casarme con ese asqueroso! —Sollozó Alexandra.

—Lo tienes que hacer, hazlo por tu hermana, para que ella tenga derecho a la educación que tú nunca tuviste, para que sea alimentada tres veces al día y no solo una o dos por semana —su madre trataba de convencerla.

—Pero...

Su padre no le dio tiempo de seguir hablando, cargó a Alexandra como si fuera un costal de papas y la bajó hasta el sótano.

—¡No voy a perder ese dinero por tu culpa, maldita zorra! —le gritó enfurecido.

—¡Por favor papá, no quiero, trabajaré en cualquier cosa, pero no permitas que me hagan daño! —Alexandra suplicaba con desesperación.

Su padre no dijo nada más y a empujones la dejó en aquel sótano frío y oscuro, el cual estaba lleno de goteras. Alexandra temblaba de miedo, comenzó a tratar de abrir la puerta pero era inútil, su padre se había asegurado de que no saliera, entonces una voz hizo que todo su pequeño mundo se derrumbara.

—Nos vamos a divertir pequeña salvaje.

Era Berth, quien la veía con ojos de deseo, entonces supo lo que iba a pasar, por lo que cerró los ojos y se internó en lo único que la mantenía con vida, su música, la cual siempre le brindaba consuelo.

Esa noche a Alexandra le cortaron un ala, esa noche conoció la oscuridad, esa noche hizo más fuerte su más grande sueño, y esa fue la única noche en la que no paró de cantar y de llorar al mismo tiempo.

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