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La puerta del auto se abrió segundos antes que el elegante hombre tailandés bajara del auto. La mirada de los hombres se centraron en él antes de bajar la mirada, tragaron saliva con nerviosismo y lo escucharon hablar. Preguntando lo que para ellos era una pregunta absurda.

—¿Terminaron el trabajo?—preguntó, acomodándose el saco negro de su lujoso traje de vestir.

—Claro que lo terminamos—contestó uno de los hombres, intimidándose ante la poderosa presencia del hombre asiático.

—¿Entonces Milo estará en el hospital esta noche?

—Probablemente— susurró  el mismo hombre antes de alzar la mirada y cruzarse de brazos— ¿Dónde está nuestra paga?

—¿Paga?—preguntó el tailandés antes de asentir y reír a carcajadas.— el trabajo era destruir a Milo junto a su

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