CAPÍTULO 4. CONSPIRACIONES

José Luis Nervioso, esperaba la contestación de don Pedro, temiendo su respuesta, por un segundo se imaginó todo lo que sería capaz de hacer, si el hombre se le ocurría negarle el permiso, sin embargo, se quedó sorprendido al escucharlo ser condescendiente con su relación.

—¡Por supuesto mijo! No veo ningún problema con que usted corteje a mi sobrina y cuando disponga puede hacerse la boda, nosotros estaremos muy contentos de entregarle a esta jovencita, eso sí, debe cuidármela, estoy seguro de que serán muy felices.

Ante las palabras del hombre, José Luis sonrió de oreja a oreja. Por un momento temió que don Pedro se opusiera a su relación, tal como lo hizo su madre, aunque afortunadamente no había sido el caso y tenía su apoyo para llevar a cabo sus planes.

—Muchas gracias, don Pedro, le aseguro que no va a arrepentirse, Marcia es la mujer de mi vida y nada me haría más feliz, sino convertirla en mi esposa. Si por mí fuera me la llevaría ahorita mismo al registro para casarnos. Pero ella es toda una reina, y saldrá de esta casa vestida de blanco, como Dios manda.

Marcia sonrió ante las palabras de José Luis, pues ellos dos sabían que ya no era virgen para vestir de blanco, porque se le entregó, el mismo día cuando se conocieron, no obstante, él quería que toda la gente la conociera y respetara como su mujer y no pudo sino sentirse mucho más dichosa de haberlo conocido, de convertirse en su esposa y ser la señora Salvatierra. 

—No agradezca nada muchacho, mi sobrina no podría estar en mejores manos, sino en las suyas —José Luis extendió la mano a su futuro tío político, estrechándolas en un pacto entre hombres de campo.

—Entonces solicito su permiso para llevarla de paseo —Pedro sonrió, pensando en todo lo que ganaría de ese matrimonio, por lo cual no se negó, todo lo contrario, lo atizó para que terminara llevándosela.

—Vayan con cuidado, y como ya pronto va a casarse con mi sobrina, no se preocupe, puede usted disponer de ella —Marcia sonrió y camino fuera de la casa de sus tíos, para subir al auto de José Luis e ir al paseo que había preparado para ella.

Ella llegó al auto en silencio, demasiado emocionada para hablar, tampoco conocía el rumbo que llevaban, pese a ello se sentía feliz de estar con el hombre, a quien consideraba el amor de su vida. Después de un par de segundos, los cuales a ella le parecieron eternos, porque se sentía un poco nerviosa y fue cuando se atrevió a hablarle.

—¿A dónde me llevas? —Marcia preguntó, no conocía el pueblo, al único sitio al cual había visitado era la manga de coleo, cuando fue a ver a los toros coleados, de allí aún no conocía nada.

—Mi reina, quiero llevarte a conocer un poco, de todo lo mío, lo cual pronto también será tuyo, futura señora Salvatierra.

Ante sus palabras, Marcia no pudo evitar reírse a carcajadas, demasiado feliz de haber logrado conquistarlo, no pudo haber escogido mejor partido entre todos los asistentes a los toros, ni planificándolo, le habría salido tan bien, pensó la chica sin ocultar su amplia sonrisa.

—Yo estoy feliz José Luis, de ser tu amiga, novia, amante, futura esposa. Desde anoche no he podido dejar de pensar en ti, tampoco he podido dejar de rememorar lo ocurrido anoche entre nosotros. Necesito volver a estar contigo, revivir esa pasión y ese fuego que vibra en mi interior, tu piel unida a la mía, el calor de tus labios recorriéndonos ¡Qué has hecho de mí! —exclamo con sonrojo.

—Ten la plena seguridad mi hermosa dama, todo lo que pidas te lo concederé, viviré solo para complacerte, amor mío —expresó José Luis, sintiéndose emocionado.

Llevó su mano hacia la pierna de Marcia y comenzó a acariciarle el muslo con lentitud, fue subiéndole la falda, hasta llevar su mano entre sus piernas, apartó la tela del bikini y comenzó a acariciar el húmedo centro del placer de la chica, introdujo sus dedos acariciando sus pliegues, mientras ella abría más las piernas para darle mayor acceso, emitiendo segundos después un suave jadeo, producto de la excitación.

—Por favor, date prisa, necesito tenerte dentro de mí —masculló la chica con voz suplicante, cuyo corazón golpeteaba con fuerza en su pecho, una corriente caliente recorría sus venas, se sentía como un volcán a punto de erupción, deseaba de manera urgente, ser tomada de forma salvaje por José Luis, lo necesitaba y lo tendría.

*****

Cristina estaba molesta, caminaba de un lado a otro de la habitación, ideando una forma de separar a José de esa mujer, Clara la observó y se acercó a ella fingiendo preocupación.

—¿Qué pasa madrina? ¿Estás muy pálida? ¿Sucede algo? —preguntó, tomándola cuidadosamente del brazo —. Voy a buscarte un té para que te tranquilices, te veo muy alterada.

Salió corriendo y en menos de cinco minutos regresó con la taza.

—Ahora sí madrina, debes decirme lo que te sucede, para poderte ayudar —declaró, pasando la mano por la frente de la mujer, como si estuviese dándole consuelo.

Cristina de Salvatierra, suspiró con una mezcla de tristeza e impotencia, le daba temor causarle daño a la chica, a la cual casi había criado y la consideraba como otra más de sus hijos. La formó y la preparó, para ser su sucesora y ahora su hijo le salía con esa sorpresa tan desagradable, no pudo evitar hacer un gesto de desagrado, odiaba tanto a esa mujer aún sin haberla visto nunca.

—¡Ay hija! Pasa que los hijos son unos malagradecidos, uno hace lo mejor por y para ellos e incluso les indica el camino correcto por el cual van a transitar y ellos terminan tomando otros caminos de perdición —expuso la mujer, sin saber cómo abordar el tema con su ahijada.

—¿Por qué dices eso madrina? —Sin esperar respuesta expuso su punto de vida—, sabes que te quiero como una madre y siempre obedezco a tus consejos, porque eres una fuente de sabiduría para mí.

» Deseo que algún día yo pueda ser como tú, una mujer muy inteligente y sabía, para poder edificar mi casa con rectitud, de la forma en como lo haces tú —expuso haciendo sonreír a Cristina con sus palabras.

—¡Y lo serás hija! No tengo la menor duda de ello. Estoy tan orgullosa de ti. Sé que eres una jovencita ejemplar, con principios bien inculcados, no como esas jovencitas de ahora, las cuales andan regalándosele a los hombres en cuanto los ven, como esa pérdida que se le está metiendo por los ojos a mi hijo, una tal Marcia, quien sabe de dónde la habrá sacado. Y hasta está dispuesto a casarse, apenas unas horas de haberla conocido, ni siquiera sabemos sus origines —manifestó indignada.

—¡No puedo creer lo que me dices madrina! —exclamó la chica fingiendo sorpresa, cubriéndose la boca y abriendo los ojos de manera desorbitada —. Madrina, por favor, no puedes permitirle a José Luis casarse con una extraña ¿Por lo menos sabe a qué familia pertenece?

Clara se puso de pie, pálida, simulando estar muy afectada. Mientras por dentro maldecía a la mujer. “¡Maldita aparecida! ¿Cómo se le ocurre poner sus ojos en mi hombre? José Luis es mío y no permitiré que una recién llegada me lo quite”.

—Se llama Marcia Miranda. La mujer parece haberlo embrujado ¿Qué le habrá hecho a mi hijo para atraparlo? —Cristina bebió un sorbo de té, necesitaba calmarse y pensar con frialdad, cuáles serían los pasos a seguir, porque no iba a permitirle a José Luis casarse con esa mujer.

—¡Ay por Dios! —señaló con expresión de tragedia—. No he escuchado ese apellido, no debe ser de las familias decentes de la zona. O sea, que no sabemos si es una buena mujer.

» Aunque sí ha embrujado a José Luis, hasta el punto de hacer que él quiera casarse, te aseguro madrina, que debe ser una cualquiera, no lo dudes por un minuto, seguro ya se le abrió de piernas y como son mujeres experimentadas ha terminado de enloquecerlo, solo así se explica lo que me acabas de contar —fingió estar indignada y espantada ante sus pensamientos.

» No quiero pensar de más, perdóname no debí decirte tal cosa. Estoy sonando como una mujer despechada y no es así madrina. Sabes de mi amor por él, nunca lo he ocultado, sin embargo, tampoco puedo obligarlo a estar conmigo, eso no sería bueno en una relación.

» Lo amo tanto, deseo su felicidad con la mujer a quien elija, no importa que no sea yo —expuso la mujer con tristeza, fingiendo que esos eran sus verdaderos sentimientos, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, las limpió con premura, para hacer creer que no quería la vieran llorando, cuando la verdad, ya se había asegurado de ser vista, para causar pena en la mujer mayor.

—Eres tan buena mi Clarita —declaró Cristina, pasándole la mano por la cabeza en un gesto de caricia—. Mi hijo ha sido un ciego, no sé cómo no se ha dado cuenta de la excelente mujer que eres mi niña, siempre tan correcta, prefiriendo el bien de los demás antes del tuyo propio.

» Yo no voy a permitirle que se case con esa mujer, si la quiere, será de amante y tú debes aceptarlo cariño, porque yo te convertiré en su esposa, pase lo que pase, la única esposa de José Luis Salvatierra serás tú, como me llamo Cristina de Salvatierra —aseguro la mujer con una expresión de determinación en su rostro.

—Por favor madrina, no quiero eso. Me moriría si José Luis llegase a odiarme, tampoco deseo le hagas sufrir, ¡Déjalo! Que sea feliz con la mujer a la cual cree amar. Dale tiempo, tarde o temprano se dará cuenta de su error, yo siempre lo esperaré para cuando eso pase, y le voy a dar todo mi amor —concluyó ahogando su llanto, Cristina de inmediato la atrajo a su cuerpo y la abrazó, mientras pasaba su mano por la espalda para consolarla.

—No cabe duda hija, eres la mejor mujer, con la cual pudo conseguirse mi hijo, porque eres más buena que el pan —susurro, mientras Clara sonreía satisfecha.

—Todo lo que soy es gracias a ti, me has enseñado correctamente, como debe ser una mujer de su hogar. Esperaré, algún día José Luis va a fijarse en mí, nada me haría más feliz que poder llevar a sus hijos en mi vientre —musitó. 

—¡Así se hará mi Clarita! Ya lo verás —aseguró la matriarca del Paraíso.

****

Marcia pegó un pequeño grito, cuando su cuerpo hizo contacto con el agua fría del río y José Luis se reía de ella, mientras se quitaba la ropa y las botas. La joven se limpió el agua que corría por su cara y observó embobada el cuerpo maravilloso de su prometido.

Se hizo a un lado cuando él se zambulló justo a su lado, comenzó a correr intentando escapar de las manos de su novio, pero fue atrapada.

—¡Eres una diosa! —murmuró José Luis a su oído, pegó su hombría a los glúteos de Marcia, mientras su lengua recorría con lentitud el cuello mojado de la mujer.

—Solo quiero ser tu diosa José Luis, ¡Solo tuya! —musitó abriendo las piernas entre el agua, para que él pudiera acomodarse mejor detrás de ella.

No se hizo de rogar, pues desde la noche anterior estaba deseoso por volver a enterrarse en ella. Sentía que la necesitaba como el aire para respirar, ella era pasión pura y se le había inoculado en la sangre, no creía poder vivir lejos de esa mujer, se convirtió en una dr0ga, en su vicio y como un vicioso la necesitaba, no podía prescindir de ella.

Introdujo la mano en el agua, y la llevó a la entrepierna de la chica, donde palpó su sex0 hinchado. A pesar de la humedad del río, podía sentir claramente su esencia entre sus dedos, pegajosa y tibia. La llevó hasta la orilla, donde una piedra grande, en forma horizontal se divisaba, la acostó allí, se inclinó sobre ella, le abrió las piernas, y sin preámbulos se enterró en su estrecha cueva, de una sola embestida, mientras ella pegaba un grito mezcla de dolor y deseo.

Comenzó a entrar y a salir de ella con fuerza, provocando que sus voluptuosos senos se movieran como una especie de campanas producto de la fuerza de gravedad, en una visión erótica que elevó su pasión, y provocó que acelerara sus acometidas, la poseyó como un semental salvaje, sus pelvis golpeteaban rítmicamente, mientras el lugar se llenaba de los jadeos emitidos por los dos.

Marcia no dejaba de emitir palabras sin sentidos mientras era invadida y estirada por el miembro duro, largo y grueso de José Luis, como si fuera una mujer de mucha experiencia, balanceó sus caderas al ritmo marcado por el hombre, dejándose llevar, sin importar estar a la intemperie, ante la mirada curiosa de cualquiera que pudiera observarlos, como algunos de los trabajadores de la hacienda.

José Luis se adueñó de los pechos jóvenes, los masajeó, pellizcó, mordió, mientras taladraba la intimidad de Marcia como fiera salvaje, hasta correrse en el interior de su potra.

Ninguno de los dos se dio cuenta de que muy cerca de ellos, se encontraba Andrés, observándolos sin perder detalle de todas sus acciones, con una mezcla de rabia, pero también de deseo, a ver a la única mujer que había atrapado su corazón, entregándose sin reserva a otro hombre, era hermosa, alegre, divertida, un vendaval de energía, con su sola presencia su cuerpo ardía en gigantescas llamaradas, quemándolo con fiereza en su interior.

Maldecía millones de veces a José Luis, por haberle quitado la oportunidad de ser feliz, con su diosa, ella era perfecta, la amaba profundamente, y jamás perdería la esperanza de que algún día ella pudiera darse cuenta de su amor, porque como él la amaba, nadie más podría amarla, ni siquiera José Luis.

—Te amo mi diosa y te esperaré, algún día vendrás a mí y ese día, seré el hombre más feliz del mundo.

“Siempre nos esforzamos por lograr lo que está prohibido, y codiciamos lo que se nos niega”. Ovidio.

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