SOMBRAS EN EL PARAÍSO
SOMBRAS EN EL PARAÍSO
Por: Jeda Clavo
PREFACIO

El inicio de la competencia de toros coleados era inminente, en el marco de la  celebración de las fiestas de Elorza, famosas no solo en Apure, sino en toda Venezuela, hechas en honor a San José. La algarabía de la gente llenaba el lugar, todos ansiosos, gritaban aplaudiendo y ovacionando a los coleadores, había participantes no solo de diferentes estados llaneros, sino también de Colombia y de México, José Luis Salvatierra, iba llegando al lugar emocionado,  esperando como siempre, durante todos esos años, resultar de nuevo vencedor, nunca había sorpresa en ese sentido, por algo era el mejor vaquero del país.

Llegó a la manga de coleos en su camioneta, remolcando el tráiler con su caballo, un hermoso caballo alazán, con su pelaje tan oscuro y brilloso como chocolate fundido, era la sensación de todos quienes lo veían, y a ese hecho debía su nombre Chocolate.

Por todos era conocido la importancia de la familia Salvatierra, tenían una gran historia en la región, por ser unas de las más pudientes, no solo del estado sino del país, poseían el Hato “El Paraíso”, uno de los más grandes con más de cincuenta y cinco mil hectáreas, se destacaban por ser el único hato donde los animales eran mansos y abundantes; eran criadores de los mejores caballos y ganado bovino, producían la mayor cantidad de leche y de carne, por lo cual los hijos de la familia al nacer prácticamente traían en sus genes el amor por la tierra y al ganado, por ello se decía en forma jocosa que Los Salvatierra, en vez de arrullarlos en brazos los arrullaban en una bestia.

José Luis bajó su caballo en la cuadra correspondiente, se encontró a su mejor amigo, por un momento se pusieron a conversar del ganado, de la producción y en fin de esos temas interesantes para un par de jóvenes del campo. De repente quiso salir al observar la algarabía de la gente e invitó a su amigo.

—Andrés, ¿me acompañas a dar una vuelta? Quiero ver que nuevos rostros nos trajo las fiestas —le habló a su amigo.

Ambos salieron sonrientes, atravesaron la manga de coleo con camino a las gradas, cuando de repente ambos se paralizaron al mismo tiempo, al ver descender a la mujer más hermosa que habían visto en su vida, su cabello rubio dorado, caía como cascada por sus hombros, sus ojos azules de un color tan intenso, que era imposible sumergirse y no perderse en ellos y su cuerpo perfectamente delineado, su estrecha cintura, y sus bien torneadas piernas, ninguno de ellos pudo evitar la corriente de excitación recorrer sus cuerpos con solo verla.

—¡Es una diosa! —exclamó José Luis sin apartar la vista de ella.

—¡Es un ángel! —exclamó al mismo tiempo Andrés.

—¡Es mía! —exclamaron los dos al unísono. Al darse cuenta que los dos habían pronunciado las mismas palabra al mismo tiempo, se giraron y se vieron a los ojos.

—Lo siento amigo, pero esa mujer será mi esposa y la madre de mis hijos —expresó con convicción José Luis.

—Lo siento por ti, no estoy dispuesto a renunciar a esa mujer y haré hasta lo imposible por tenerla. Espero que con esta declaración no tengamos tú y yo que declararnos la guerra —aclaró Andrés Antonio.

—No te preocupes, será mi esposa y tú el padrino, tendrás que conformarte con verla de lejos y conmigo, ¡porque nunca será tuya! —exclamó José Luis convencido, en un tono que irritó a Andrés.

—Lo que se va a ver no se porfía, hermanito —declaró Andrés, subiendo las gradas para acercarse a ella.

Por un momento, José Luis se quedó paralizado, observando la reacción de su amigo, sin embargo, al levantar la vista, ella lo observaba sus ojos se encontraron, como reconociéndose, como si quizás ya se hubieran encontrado en otra vida, se descubrieron con las miradas, esa atracción era demasiado poderosa, produciéndole intensas sensaciones, al punto de sentir como si pequeñas hormigas recorrieran sus cuerpos.

En ese momento llamaron a los coleadores, la duda inundó a José Luis, se debatía entre acercarse a ella o dejarle a su amigo la delantera, quien evidente estaba interesada en ella o ir a competir. Escuchó de nuevo el llamado por los parlantes.

“¡José Luis Salvatierra! Es solicitado en la tribuna principal”.

La mirada del hombre y de la chica se encontraron de nuevo, ella esbozó una sonrisa, tomó una flor que tenía en su cabello, le dio un beso y se la lanzó, él atrapó sonriente y se la puso en el bolsillo de su camisa y se fue a atender el llamado.

Una hora después los cuatro coleadores de turno estaban en la manga, y se escuchó el grito por los parlantes “Cacho en la manga”, dando inicio a la competencia. Se pararon en la puerta disputándosela para ser el primero en tomar la cola al toro cuando este saliera.

El animal salió corriendo a la pista, enseguida los cuatro participantes entre ellos José Luis, comenzaron a perseguir al animal, uno de los vaqueros del Hato “El Cedral”, fue el primero en tomar la cola del animal, mientras los otros tres se apartaban, haló al toro por la cola, se apartó y lo tumbó, pero el animal no levantó las cuatro patas, por lo cual la coleada fue nula, después siguieron persiguiendo al animal, José Luis tomó esta vez la cola del toro, lo haló, se le apartó y el toro se cayó, levantando las cuatro patas, teniendo una coleada efectiva.

Así siguieron la competencia por cuatro minutos, logrando el dueño de “El Hato El paraíso”, el mayor número de coleadas efectivas.

Las horas pasaron, al finalizar la competencia, llegó el acto de premiación llamaron a los ganadores, para hacerle entrega de los premios, siendo el campeón de la competencia José Luis Salvatierra, en ese momento, al extender la vista vio a la chica, quien aplaudía dirigiéndose a él, con una cinta en la mano para obsequiársela como tributo, por haber tenido el mayor número de coleadas efectivas, durante la tarde.

Cuando él bajó del pódium, sin pérdida de tiempo, caminó hacia donde estaba ella, porque ansiaba tenerle cerca, tocarla, besarla, al mismo tiempo la chica también acudió a su encuentro, emocionada, con su corazón palpitando con frenesí en su pecho, tan enloquecido que por un momento pensó caería en el suelo; se miraron por un momento sumergidos por completo uno en el otro, sin pronunciar palabras, pues les parecía estaban demás en ese momento, juntaron sus labios sumergiéndose en un profundo beso, que los consumió de manera voraz, con un fuego abrasador, tiempo después se apartaron, tratando de recuperar el aliento y llevar aire a sus pulmones, y fue allí cuando José Luis conversó con ella sus primeras palabras.

—¿Quieres casarte conmigo?

“Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?” Fernando Pessoa.

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