Capítulo 5

—¿Qué haces aquí? —pregunto al verla apoyada en la pared.

—Pues, no te apareces por la casa, entonces he decidido venir a buscarte.

—Mala decisión —contesto.

Mi peor error fue mantener una relación amorosa creyendo que opacaría a mi Jeze, pero jamás ha funcionado, por lo que se terminó. He tenido mujeres, miles para ser honesto, pero nunca me sentí satisfecho, nunca he mordido la piel de una mujer, por lo que solo se los arrebato como donación y lo bebo en mi copa cual vino fuese.

En cambio, Elena siempre ha querido que la mordiera y bebiera desde su piel, pero nunca me ha apetecido hacerlo. Ese acto es algo muy íntimo, solo ocurre con tu pareja, tu alma gemela, y así es como seguirá siendo, porque, aunque no esté con ella, la respeto. No bebería otra sangre que no fuese la de ella.

Para los humanos la infidelidad abarca de muchas maneras, especialmente el contacto físico y mental, manteniendo relaciones íntimas con otras personas que no sea tu pareja. Sin embargo, en mi mundo, la infidelidad es la prueba de sangre de otro cuerpo, y con ello no me refiero al beber en sí, sino al contacto físico e íntimo que hacemos cuando lo bebemos desde el cuerpo, justo lo que quería hacer Boruta con ella, y lo pude impedir.

En su mundo hay sentimientos, en mi mundo no es nada. La palabra amor es tonto, pero el respeto y la lealtad son valores primordiales para el bien común.

—Deja de ser hostil, soy tu mujer Armaros —habla imponente, como si fuese que la obedeceré.

—Tú no eres mi mujer, la mía estará en cualquier parte de este mundo, feliz lejos de mi mundo.

—Hace quinientos años estamos juntos, claro que soy tu mujer. Todos lo dicen, que gobernaré a tu lado como la reina.

—Tú no eres mi alma gemela y no serás mi Reina —hablo tomándola por el cuello y presionándola por la pared—. Que te quede claro.

—Pues tu gente pide una Reina, y soy la única que tienes a disposición.

—Ellos no piden eso —murmuro pausado.

—Si estuvieras más atento a tus obligaciones, sabrías lo que se habla en las reuniones de consejo.

—Para eso estas tú. Para supervisar en mi ausencia e informarme, pero no creas que no me he dado cuenta que últimamente no me dices nada —su rostro se contrae—. Ahora vete a hacer tu trabajo y no me molestes, en la semana pasaré a verificar que tal tu trabajo, y por el bien de tu puesto, espero este todo en perfecto estado.

La hago a un lado, ingresando a mi hogar, dejándola sola, con la palabra en la boca. Con la mente llamo a mi mano derecha quien me avisa que está en camino, con nuevas noticias no tan alentadoras. Si Elena creyó que confiaría en ella, está muy equivocada, y lo de la boda, pues admito no estar enterado, y por lo que supongo es una noticia nueva.

¿Por qué mi gente querría una reina? Acaso conmigo no es suficiente. Eso solo significa que alguien está llenándoles la cabeza y que debo ausentarme un par de días para ir a aclarar este malentendido, pues si quieren Reina como dice Elena, reina tendrán, pero que olviden que será ella.

Si decido contraer matrimonio será con mi doctora, solo ella podrá ejercer poder, incluso más que yo. Ella sería mi mano derecha, pero antes debería aceptar y creo que ya sé cómo.

—¿Y esa sonrisa? —pregunta mi amigo, y mano derecha.

—Hoy la vi —confieso. Es el único que sabe que la encontré hace años.

—Siempre la vez Gael —comenta rodando los ojos.

—Lo sé, pero hoy… Hoy fue diferente —confieso.

—Cuéntame —pide, mientras toma asiento y cruza sus piernas para prestarme la atención debida.

—Boruta la había interceptado en la calle. Iba a beber de ella, iba a matarla —narro a menor escala, recorriéndome un escalofrío en el cuerpo de tan solo imaginarme que le sucediese algo a mi amor—. Estaba cerca y la salve.

—De hecho, siempre estas cerca. Que le hayas interrumpido alimentarse es un peligro. Sospechará.

—Lo sé, la cuestión es que la vi de cerca, le hablé, la toqué. Sus ojos son verdes, pero de esos verdes intensos, que logran hipnotizarte y leer lo más profundo de tu ser. Y… y sus labios… ¡oh! Sus labios rosas y carnosos y su piel suave y blanca —guardo silencio al percatarme que mi amigo no ha dicho nada desde que empecé a hablar. Levanto la mirada para observarlo y lo encuentro con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Quién diría que el Rey del mal, el diablo, Drácula, el conde o como te llamen, se ha enamorado así de una mortal?

—Lo sé, pero, es que es imposible, ella es la luz que alumbra mi oscuridad, aunque no estemos juntos.

—Te entiendo —musita.

—Claro que lo entiendes, pero cuando aparezca tu amor, entenderás.

—Espero no me haga ver como un idiota —dice riendo.

—Sabe que no soy humano —suelto sin más, lo que hace que él se enderece en su asiento para mirarme fijamente.

—¿Sabes lo que significa y el peligro que conlleva? —solo asiento.

—Lo tomó bien, demasiado, es como si en el fondo no me creyera, quise indagar, pero bloqueo su mente, y eso si me pareció extraño —su ceño se frunce más ante mi confesión.

—¿No hizo nada?

—Bueno, si te refieres a gritos desesperantes y todos esos actos de desesperación que realizan los humanos. Sí, pero, no fue exagerado. Tiende a ocultar sus miedos, pero obviamente el latir de su corazón la deja expuesta.

—Asombroso.

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