Cuidados

—¿Todo está bien nena?

—Sí, todo bien. ¿Cómo te sientes?

—Bien, no te preocupes, ven aquí —estiró su mano sana hacia mí, Paloma abandonó la habitación y nos quedamos solos. Me acomodé al costado de su cama, acarició mi rostro y yo le sonreí satisfecha, agradecía cualquier roce con su piel, lo necesitaba. Lo ansiaba—. Estás comportándote como yo, debes relajarte, estoy bien.

—No puedo. ¿Qué harías en mi lugar?

—Vale, tú ganas. Pero ya estuvo —me besó, primero suavemente y luego más profundo. Ambos estábamos abstinentes de nosotros y apenas podíamos soportar el estar lejos.

La noche cayó y todos se fueron, Ari me trajo algo para cenar antes de marcharse.

La enfermera entró con la cena para Dan, y comimos juntos.

—Bien nena, cuéntame, ¿qué has estado haciendo?

—¿A qué te refieres?

—Sé que has dejado a Mendoza.

—Sí, hace tiempo.

—Soy todo oídos —dijo mientras se metía un bocado a la boca.

—Empecé una maestría, quiero ser oradora, he dado un seminario de fotografía en Málaga y me ha fascinado, así que decidí hacerlo más profesional. También compre una galería, mi primo Daniel la está restaurando.

—Eso es genial cariño. Me alegra que tengas tantos proyectos.

—Déjame pensar que más… —su mirada se volvió reprobatoria, sabía qué lo que quería oír era con quién me acostaba y yo daba vueltas para contarle. Mordí mi labio de los nervios y él me regaló una de sus hermosas y maquiavélicas medias sonrisas.

—Anda Lex, con quién te has acostado. Ya suéltalo.

—Conocí a una pareja en El Templo, solo hemos sesionado dos veces.

—¿Has estado allí?

—Sí, en la noche de mascarada.

—No te vi.

—Lo sé, yo tampoco, pero era la idea.

—Bien, ¿Quiénes son?

—Ella se llama Electra y su sumiso César —una enorme sonrisa se dibujó en su rostro y yo entrecerré mis ojos. ¿Qué me estaba perdiendo?

—Así que tú eres la bella sumisa de la que me hablaba Electra.

—¿La conoces? —pregunté asombrada.

—Claro que sí, somos muy amigos. Electra comenzó en esto siendo mi sumisa. Yo la entrené y enseñé.

—No me lo creo. Jamás lo hubiera pensado.

—Me has sorprendido nena, no te imaginaba con una Dómina. Pero conociendo a Electra, puedo estar tranquilo, has estado en buenas manos.

—Fue algo del momento, y mi primera vez para ser honesta.

—¿Cómo estuvo?

—Muy bien, mejor de lo que hubiera imaginado.

—No imaginas la cantidad de ideas que acabas de ponerme en la cabeza —dijo con malicia y picardía.

—Tómalo con calma Playboy, primero tienes que recuperarte —me regaló una sonrisa y un guiño.

Cuando llegó la noche insistió en que me fuera a descansar al piso, pero ni caso, me acomodé en el sofá grande que estaba junto a la ventana, la enfermera me acercó una manta y una almohada. Me dormí en el acto.

Muy temprano en la mañana el ruido de la puerta me sobresaltó, la ronda médica comenzaba, me levanté de inmediato y escuché atenta. El médico comenzaba a revisar a Dan, luego de la exhaustiva revisión, ordenó unos exámenes.

—¿Y bien doctor? —inquirí nerviosa.

—Todo parece estar muy bien, veremos que dicen los estudios y si sigue así, quizás mañana podamos darle el alta.

—Perfecto, no veo la hora de poder salir de aquí, no se ofenda doctor —decía mi adonis, con mucho mejor ánimo y semblante.

Los médicos se retiraron y yo me metí de inmediato a refrescarme. Al salir, Dan intentaba levantarse de la cama.

—¿Qué crees que haces cariño? —lo regañé.

—Levantarme, quiero tomar un baño.

—Vale, pero espera que llame a la enfermera, quédate quieto.

—No es necesario nena, yo puedo.

—¡Y un coño Dante! Quédate quieto. Por una vez en tu vida, déjame ganar.

—Vale —dijo sonriendo.

Llamé a la enfermera que vino de inmediato, y preparó a Dante para que pudiera levantarse, cerró la cánula del suero, le quitó otros cables de encima, le dio unas férulas inflables para que no se mojen y le acercó una muleta.

—Está bien, del resto ya me ocupo yo. Muchas gracias —le advertí cuando ella trataba de llevar a Dan hasta el baño.

Lo cogí por la cintura haciendo que apoyara su peso en mí, mientras con su mano sana se ayudaba con la muleta. Nos metimos al baño y lo ayudé a sentarse en la ducha, le quité la bata médica y le di un suave beso en la boca.

—Quédate quieto. Busco la maleta con el neceser y regreso —hizo una mueca de fastidio y salí en voladas del baño. Busqué las cosas y regresé. Cerré la puerta detrás de mí y me quité la remera para no mojarla. Sus ojos viajaron directo a mis pechos e inmediatamente se oscurecieron de deseo. Sentí como mi cuerpo volvía a responder ante sus silenciosas pretensiones. Pero no era el momento así que callé las voces en mi cabeza que me reclamaban sus manos, su boca, su miembro…

—Cambia esa cara nene, no obtendrás nada aún. Soy una profesional —le guiñé el ojo y rebuscaba por los artículos de higiene.

—Esto va a excitarme Lex, lo sabes. Te deseo, te anhelo.

—Y yo a ti cariño, pero ya sabes, aún no puedes.

—¿Quién lo dice?

—Lo digo yo. Ahora sé un buen paciente y déjame encargarme de ti.

—No podré resistirme, espero que lo tengas claro.

—Compórtese señor Navarro.

Abrí la ducha de mano y templé el agua.

—Tira la cabeza hacia atrás cariño —declaré dulcemente mientras comenzaba a mojarlo, el agua se tiñó de rojo por los restos del accidente y el corazón se me estrujó en el pecho. Una vez comenzó a salir limpia, le puse el champú y comencé a masajearlo delicadamente. Tenía miedo de dañarlo de alguna manera.

—Tranquila nena, no me harás daño —me indicó al notar que estaba temblando. Puso su mano sana en mi cintura para tratar de calmarme y lo consiguió. Lavé su cabello varias veces hasta que quedó perfecto, luego seguí con su cuerpo. Tomé la esponja y le puse el jabón líquido, me dispuse a enjuagar su cuerpo, busqué sus ojos y seguían oscuros, sabía lo que estaba pensando, pero estaba demasiado concentrada en no dañarlo, de ninguna manera obtendría lo que quería hoy. Suavemente pasé la esponja de mano por cada centímetro de su hermoso cuerpo. Y no pude evitar sentir la humedad de mi entrepierna, todo él me excitaba, lo deseaba profundamente, despertaba mis más retorcidos y perversos morbos. Nada había cambiado en éste tiempo separados, aún tenía ese poder sobre mí.

—Ni se te ocurra, o mi autocontrol se irá al infierno. No tienes idea de la concentración que requiere no arrancarte la ropa y ponerte sobre mí —dijo tomándome por la muñeca para impedir que pudiera avanzar hasta donde pretendía, su hermoso y delicioso miembro. Involuntariamente me mordí el labio inferior. Por supuesto que lo entendía, yo libraba la misma batalla.

—Vale, hazlo tú —lo dejé pasar, no quería ponérselo más difícil. Luego retomé mi tarea y terminé de bañarlo y enjuagarlo. Cogí la toalla y sequé su cabello con cuidado y luego su cuerpo, cuando llegué a su pelvis le entregué el mando. Ayudé a que se pusiera de pie y salimos de la ducha.

—Ponte la remera por favor —insistió de inmediato, y así lo hice.

Le puse un bóxer negro pequeño y ajustado, de esos que me encantan, un pantalón de entrenamiento negro que se ajustaba a la cintura y una remera blanca de escote en V. incluso convaleciente aún se veía como un dios griego, suspiré con resignación, jamás dejaría de sorprenderme su belleza. Le entregué el cepillo de dientes y la pasta para que él mismo lo hiciera. Acomodé las cosas en el baño, cuando terminó lo llevé de vuelta a la cama y llamé a la enfermera para que volviera a conectarle los medicamentos.

—Te ves mucho mejor cariño —anuncié mientras peinaba su cabello.

—Gracias Lex, eres la mejor enfermera que tuve y sin duda la más sexy —confesó mientras besaba mi mentón y le daba un ligero mordisco.

—Es un placer estar a su servicio señor Navarro —contesté juguetona. Y le di un casto beso en los labios, que él devolvió gustoso. La enfermera entró y volvió a conectarlo a las distintas máquinas.

—Se lo ve mucho mejor señor Navarro —dijo con timidez mientras miraba ruborizada a mi hombre. Me reí en silencio.

—Gracias. Lo siento no sé tu nombre.

—Alejandra, señor.

—Entonces, gracias Alejandra —contestó Dante haciendo gala de sus encantos, sabía perfectamente como ruborizar a una mujer.

—Llámeme si necesita cualquier cosa —señaló temblorosa mientras se alejaba. Al cruzarse con mi mirada divertida sus mejillas ardieron de vergüenza y yo no pude contener la risa. Dante me miró con reprobación.

—Eres una chica mala Lex.

—No es mi culpa, tú te has aprovechado de ella.

—No te preocupes cariño, saldaremos cuentas luego. Tengo una memoria privilegiada —comentó con una mueca macabra y mi sonrisa se esfumó.

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