Miller Entreprice

Tomé un taxi y me dirigí a las oficinas de Miller Enterprise. Estaba ubicado en el piso 23 de un importante edificio de negocios. Dos puertas enormes de vidrio con el logo de la empresa y la leyenda “Miller Enterprise” daban la bienvenida. Luego en el recibidor un gran mostrador de metal repetía el logo y una mujer con una enorme sonrisa me saludaba, me anuncié y pregunté cuál era la oficina de Tomy. Crucé todo el interminable bloque de cubículos y despachos hasta llegar al de él.

—Buenos días, ¿En qué la puedo ayudar? —preguntó una dulce voz. La secretaria de Tomy, imaginaba.

—Hola, busco a Thomas ¿Está?

—¿A quién anuncio?

—Lexy —la mujer habló unos segundos y me indicó que pasara. Entré y Tomy estaba sentando tras su escritorio con cara de preocupado, se lo veía ansioso. Eso me alteró un poco.

—Lexy ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien, no te preocupes —le di un beso en la mejilla y me senté frente a él.

—¿Tomas un café?

—Claro, capuchino si puede ser —los pidió y cortó.

—¿Qué haces aquí? Nunca antes habías venido.

—Bueno, tenía mis motivos para no pisar la empresa, pero eso cambió. Vengo de ver a Dante —bajó su mirada y supe que sabía lo que le iba a decir. La mujer entró con los capuchinos.

—¿Te ha dicho qué fue a verme verdad?

—Sí y también me enteré que no le diste la carta que te pedí.

—Es cierto y no voy a disculparme por eso.

—Thomas, esa decisión no te corresponde a ti, si te pedí que se la entregaras es porque yo no podía hacerlo. Me has defraudado. Confié en ti.

—Mira cariño, sabes cuánto te quiero, eres más que una hermana para mí y me duele que te lastimen, y él lo hizo, te hizo daño, y no voy a olvidarlo, por su culpa casi te pierdo.

—No Thomas, no fue por su culpa, fue por la mía, soy responsable de las decisiones que tomo, tanto de haberle ocultado quién soy y hacer que él me abandonara como de volver a caer en los mismos errores del pasado, es solo mi responsabilidad, y que te la tomes con él, no está bien y no es justo.

—Bien, pero eso no cambia nada, dejé que te hiciera daño y jamás me lo perdonaré, ni a él.

—En principio Tomy, no puedes culparte por las idioteces que hago, no puedes cuidarme siempre, debo aprender a hacerlo sola, el doctor Pérez tiene razón, dependo mucho de ti, y no es justo para ninguno de los dos. Debo aprender a lidiar conmigo misma. Tienes que dejarme hacerlo. No puedes evitar que me lastime, pero puedes ayudarme a levantarme. Sabes que Dante no es mala persona, y que se merece una explicación, ponte en su lugar. ¿No querrías lo mismo? —se lo pensó unos minutos y finalmente habló.

—De acuerdo, tienes razón. Ha estado mal de mi parte y lo siento.

—No me debes solo a mí esa disculpa y lo sabes.

—Ni de broma voy a disculparme con ése.

—¡Thomas no seas niño!

—Lo siento, pero no lo haré —rebuscó en un cajón y me entregó la carta que le di en la clínica.

—Bien, yo lo haré por ti.

—Haz lo que quieras.

—Debo irme, tengo que conseguir loquero. ¿Te veo luego? —volví a acercarme a él y esta vez le di dos besos y me fui. Saliendo de la oficina de Tomy me crucé a mi tío Patrick el padre de él.

—Alexandra, que milagro verte por aquí —dijo con verdadera sorpresa.

—Hola tío Patrick, ¿cómo estás?

—Bien ¿Y tú?

—Bien, gracias.

—Me alegro, hasta pronto.

—Adiós —me metí al ascensor y me fui. Caminé un buen rato por la ciudad, hacía demasiado frío y comenzaba a nevar, llegué al consultorio de la doctora Paula Aguilar, era una de las terapeutas que el doctor Pérez me había recomendado. Esperé pacientemente en la recepción mientras ojeaba una revista.

—Señorita Miller pase, por favor —aún no me acostumbraba a ser de vuelta una Miller así que tardé en reaccionar, a la segunda vez, me levanté.

—Doctora Aguilar, es un placer, soy Lexy.

—¡Qué bello nombre! Pasa por favor, ponte cómoda.

—Gracias, el doctor Pérez me recomendó que la vea.

—Sí, ya he hablado con él, y me ha puesto al día con tu historia clínica, no te preocupes. Pero me gustaría que me cuentes que te trae aquí —parecía simpática y era una mujer joven, difícilmente llegaba a los 40 años, me sentí cómoda hablando con ella, no dije demasiado, le conté un poco por arriba. De la última recaída, y de qué la había ocasionado. Una hora después nos despedimos y acordamos que la vería una vez a la semana durante una hora. Cada lunes a las 2pm.

Mientras caminaba de regreso a mi piso compré un emparedado, no había notado el hambre que tenía hasta que lo probé. Me senté en una banca a comer, pero hacía demasiado frío y me estaba congelando, busqué el sobre con la carta para Dante, escribí su nombre en el dorso y el mío en el frente. Pasé por su edificio y la dejé en su buzón y me encaminé a casa.

Xander me recibió con más besos y abrazos de los de costumbre, subí la calefacción y rápidamente entré en calor. Me quité los zapatos y me tiré en el sofá con el IPad, busqué grupos de apoyo para adictos que quedaran cerca, encontré uno que se reunían los miércoles a las 8pm. Tendría que ir a ver cómo estaba. Me sentí satisfecha de llevar a cabo lo que tenía que hacer. Dos cosas menos en la lista, ahora podía dedicarme a la nueva exhibición y a recuperar a Dan. Elegí un pantalón de chándal blanco y una camiseta manga larga con la lengua de los Rolling Stones que usaba para dormir y unas medias abrigadas de lana que me había tejido mi querida abuela materna Dora y tenían casi tantos años como yo. Me saqué el maquillaje y me solté el pelo, rellené el plato de Xander, me preparé un chocolate caliente y me senté en el escritorio a preparar las muestras. La música comenzó a sonar y la dulce voz de Adele cantando Rolling in the Deep me atrapó. Rebuscando en las fotos encontré las de Dante jugando con Xander en el parque, se veía tan hermoso y sencillo, al verlo nadie pensaría que era un empresario exitoso y poderoso, ahí parecía solo un joven divirtiéndose. Extrañé con locura nuestros momentos juntos, sobre todo los cotidianos. Era extraño lo que uno puede llegar a añorar del otro, las cosas más banales y simples son las que más se anhelan. Me obligué a concentrarme en el trabajo, aún me faltaban unas cuantas fotos para completar la muestra, por lo que mañana debería ir a tomarlas. Separé las que tenían potencial y las metí dentro de un portafolio. Cuando volví a mirar la hora daban cerca de las 7pm, el móvil sonó y mi corazón saltó de mi pecho. Lo busqué desesperadamente, era un mensaje de Caty.

Caty: Cenamos juntas?

Yo: Me encantaría, por qué no te vienes y preparo algo?

Caty: Claro, en 1h. estoy por allá, llevo el postre.

Yo: Vale! Te espero!

Aproveché el rato para repasar un poco la casa y ordenar algunas cosas, suponía que daban las 8pm ya que la puerta sonó con un suave golpeteo.

—¡Llegas 10 minutos tarde! No tienes remedio.

—Lo siento, un cliente me entretuvo.

—Sí, claro —nos dirigimos a la cocina y ella me entregó un paquete que metí en la heladera— ¿Qué tienes ganas de comer?

—Lo que quieras.

—¿Qué te parecen unos ricos tacos mexicanos?

—¡Me encanta! —me puse a preparar la masa y el relleno mientras bebíamos unas coronitas y hablábamos, me contó de su nuevo novio, se llamaba Salvador y tenía 29 años, era profesor de historia y se conocieron cuando él fue a la librería buscando un libro antiguo, se la notaba feliz, y eso me hacía feliz a mí. También me contó que varias veces Dante pasó por el local y le preguntó por mí, pero ella se limitó a decirle que estaba bien, y que me encontraba de viaje, no le había contado nada de la clínica. Ahora entendía mejor eso del “viajecito” que había dicho él. Luego de la cena y el postre Caty se fue. Lavé la vajilla y me puse a ver una película.

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