V

La ignoro cuando entro en la oficina y me siento con pesadez en mi escritorio. Sé que me observa porque mi cuerpo no tarda en intimidarse bajo su escrutinio. Sigue con la burla de las gafas y se apega a ella infantil. Sé, asimismo, que lo hace para fastidiarme.

Reprimo un resoplido y deslizo la mirada por la pila de carpetas que tengo encima del escritorio.

—Hoy tampoco saborearemos la calle o el bosque —comenta sabiendo qué pienso. Bueno, en realidad deduce mi pensar por cómo miro los folios.

—Te vas a empecinar en seguir jodiéndome, ¿verdad? —escupo de repente.

Suelta una carcajada aguda.

—Oh, vamos, Desmond, solo fue un juego…

Interrumpo su melodiosa voz al darle un golpe seco a la madera vieja de mi escritorio.

No se inmuta, antes sonríe con fuerza, como si mi arrebato le agrada.

—¿Podrías, por lo menos, detenerte por un tiempo? —La encaro frustrado.

Se toquetea el mentón, pensativa.

—¿Qué me darás a

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