03

—Ey, cálmate. Tal vez vivir con Nayet no sea tan malo—desde la otra línea Diana intenta consolarme pero lo único que logra es alterarme.

— ¡No me digas que me calme! ¡Nunca le digas a alguien histérico que se calme! Es como si te dieran laxantes y te dijeran: Ey, no cagues. Tal vez la m****a no se filtre por tus entrañas.

— ¡No seas tan cochina! —grita mi padre desde la habitación.

—Okey, tal vez si sea algo malo debido a sus historiales—dice Megan, silenciando a la alterada rubia que intentaba insultarme—. Pero no por eso tienes que hacer un drama. Si tanto te molesta, ignóralo.

Ignorar a quien odias no es tan fácil, siempre querrás clavarle un cuchillo o meterle un cactus.

— ¿Qué tal si pasa como tus novelas?

¡Y dale con lo mismo!

—Me tienen hasta la madre con eso —les digo.

Megan era una no tan anónima escritora en una tal página naranja. Sacó provecho de su popularidad en Belmont para que el nombre de Mengum Wes pasara de boca en boca y así poder ganarle a Urano de Plata "un anónimo y pervertido escrito porno, practicador de plagio y sin talento". Palabras de Megan, no mías.

Jamás me tomé la molestia de leer sus historias pero si me molestaba cuando Diana hacia absurdos comentarios fabricando comparaciones conmigo y las protagonistas. Sobre todo con Nayet.

—Pisa tierra, Diana. El único sentimiento entre esos dos es el mismo que el mismo de Tom y Jerry.

Gracias por decirme que me caerá un piano.

Corto la llamada sin despedirme. Regreso a mi habitación encontrando a mi padre saltando frenéticamente sobre una maleta intentado cerrarla.

—Paapii, habla con tu esposa.

— ¡Debrah! Es de tu madre de quien estás hablando—me mira ofendido—, sabes que es imposible hablar con ella.

Era la última maleta que faltaba por bajar. Nayet estaba abajo esperándome para irnos a casa de la tía Amber con su fachada de niño bueno.

— ¡Listo! —emite al por fin cerrar la maleta—. Tomatito, sabes que haría cualquier cosa por ti y créeme, yo fui el primero en negarse a la idea de mandarte a vivir con el pene con patas.

Me trago las ganas de reír para elevar mi labio y hacer que mis ojos comiencen a humedecerse ocasionando que mi nariz se ponga roja. Mi padre era celoso y eso me beneficiaba mucho, enceguecía por mí, por lo que era muy fácil de manipular; de niña descubrí el extraordinario poder que tengo para manejarlo a mi antojo.

Me toma de la barbilla y yo lo miro con los ojos llorosos. Traga grueso.

—No me convencerás con eso. Tu madre ya me amenazó por si te hacía caso—se lamenta dándome un beso en la frente.

Rayos.

— ¿Pero por qué insisten tanto en que nos llevemos bien? Si no me agrada, no me agrada y punto—expongo, ya al borde de este ridículo dilema.

Si crías a dos depredadores, aprovecharan la mínima oportunidad para devorarse el uno al otro. Con todo y los programas de Animal Planet siguen insistiendo en juntarme con Nayet.

—No te quejes, que cuando supimos que venían en camino esas dos locas ya planeaban la boda.

Me petrifique a mitad de la escalera, horrorizada, en shock. Con ganas de vomitar.

—Que ustedes hayan sido amigos no nos obligaba a Nayet y a mí a...

— ¿Ya estas lista, Debrah? —me interrumpe, dejando el vaso de agua en la mesa y se levanta con una resplandeciente sonrisa quitándome rápidamente la pesada maleta de las manos.

Hipócrita.

No respondo. Miro a papi antes de tomar mi bolso y despedirme de mis padres y de los de Nayet. Él ya se encontraba dentro del carro esperándome y al momento de sentarme y cerrar la puerta, lo hago de un portazo.

—Si vuelve a tirar la puta puerta, te meteré en la guantera —amenaza feroz. Se tira en su asiento de mala gana y el auto comienza a moverse.

Bipolar.

Tripolar.

Desde que entramos a la carretera íbamos en silencio, en un muy abrumador silencio. Mis parpados comenzaban a pesarme y sin yo quererlo caían llevándose parte de mi cabeza con ellos. Anoche no dormí nada diciéndoles a las chicas que a partir de ahora viviré con Nayet Maslow.

Me acomodo en el asiento quitándome los zapatos y de la guantera busco algo que me sirva para cubrirme del frio, una no pequeña tosecita me da entender que le molesta que rebusque entre sus cosas.

—Multas, dinero, condones, tu cerebro... —enumere.

¡Aja!

El viejo suéter de Batman, tenía meses sin verlo, no sé porque pensé que se le había olvidado en la cama de una de sus amiguitas. Me lo pongo y me recuesto en el asiento hasta que no sé ni de mi misma.

—Y cuando yo haga lo mismo que mastique y trague.

Recordé esa enigmática frase con un órgano vital hecho pedazo.

Logré mi prometido, me vengue de mi ex pagándole con la misma moneda; pero como consecuencia no volví a ser la misma, más bien, me convierte en algo que nunca pensé que sería.

Me convertí en él. Adrián Greed.

Volví a esos tiempos en el que no era un asco de persona. Él me entregaba un collar y un dulce beso, para luego empujarme y caer justo en un tejado pero no era el de mi casa o de ninguna que yo conocía.

Era casi como una película de horror, me veía a mí misma llorar mientras estaba decidida a lanzarme al vacío. Pero alguien me interrumpe, no reconozco su rostro pero si sus ojos verde. Se aferra a mí, acorralándome en sus brazos y en vez de detenerme se lanza conmigo al abismo.

Abrí mis ojos pensando que había despertado, pero no. Escucho los sollozos de Adrián, el mismo dolor de cuando descubrió que después de haberlo "perdonarlo" y decirle que ya todo había quedado en el pasado, me acosté con su mejor amigo.

Como él hizo conmigo.

Desperté exaltada y algo sudada. Para cerciorarme de mi cordura clavo mis uñas en la palma de la mano siento que el dolor es real.

Nayet me mira de reojo y vuelve su atención a la carretera.

Parpadeo un par de veces, acostumbrándome al atardecer, me sujeto el pecho acariciando el collar que colgaba de mi cuello. Era una especie de piedra celeste neón en forma de corazón envuelta en raíces plateadas.

— ¿Ya llegamos? —miro a quién alguna vez fue el mejor amigo de Adrián.

—Falta poco.

Ese falta poco se convirtió en un hora.

Cuando salí del carro se escuchó con claridad como todos mis huesos volvían a sus sitios. A parte de ser hermosa y estar buena también estoy crocante.

Miro al sarnoso que saca nuestros equipajes del auto.

Los postes de luz iluminan el vecindario y la enorme casa de color gris, desde afuera se ve angosta y alta, como una especie de edificio de dos pisos. Me dispongo a observarla más de cerca pero en cuando piso el césped una mano me detiene.

—Cariño, ve a ayudar a los muchachos.

«¿Muchachos?» Pff. Uno es un viejo de cuarenta años y el otro ni siquiera se puede llamar hombre.

Viendo su cálida expresión, no me queda de otra que buscar las maletas. Con Nayet a mi lado, entramos a la casa donde dejamos parte del equipaje en el recibidor. La sala es bastante espaciosa y de un muy bonito color marfil combinado con sofás blancos. Un fuerte eructo de parte de Nayet es mi bienvenida a la casa.

Dejando eso a un lado. Un cosquilleo comienza desde la punta de mis pies y se instala en mi estómago por la emoción de revisar todas las habitaciones para escoger las más grandes y...

Mis neuronas crean un chispazo al darme cuenta de que el Cerdo tendrá la misma idea que yo de escoger la mejor habitación.

Lo empujo haciendo que choque la cabeza contra la pared, pero mi fuga es interrumpida por un agarrare en mi cintura que me obliga a terminar de cara al piso, me levanto y corro hacia las escaleras llegando al pasillo superior exhausta, veo a Nayet entrando a una habitación.

Me reincorporo y suspiro, camino hasta la habitación que está cerca del gran ventanal con un enorme jarrón de girasoles. Giro la perilla, observando la amplia y vacía habitación color celeste; es muy linda, perfecta para amanecer viendo película. Marco territorio dejando mi mochila en la cama.

Vuelvo al auto y del maletero término de sacar mis últimos bolsos. Al cerrar el capó mi atención se fija en un chico bastante guapo, con rostro fino, afilado y una sonrisa tentadora. Su cabello era puramente rubio, muy espeso, con un estilo bastante rebelde; la mirada que me dedicaba era bastante penetrante pero lo que más destacó fue el escorpión tatuado en su cuello.

🌻 🌻 🌻

Las cortinas se abren dejando entrar la luz. Me volteo irritado para evitar que se me derritieran los ojos.

¡Maldito bombillo del espacio!

Pase otra noche en vela, pero no por hablar con las chicas y quejarme de Nayet, sino porque soy de ese tipo de personas que cuando están en otra casa se le dificulta conciliar el sueño, y no suficiente eso, el desvelo provocaba pensamientos lamentables de las cosas que hice, que no hice y que posiblemente haré para luego arrepentirme.

—Despierta, princesa. Ya hice el desayuno.

Se escucha la puerta cerrarse y me levanto de la cama, me agarro el cabello con un moño y bostezo. Por suerte no tenemos que estarnos peleando por quien entra primero, cada habitación tiene un baño privado. Luego de bañarme y arreglarme, bajo a comer.

—Buenos días —saludo, sin recibir respuesta alguna.

Cretinos.

Me acerco hasta la mesa y arrimo la silla al lado de Anton. Amber sale de la cocina con un gran tazón el cual deja frente a mí.

—Como sé que estas a dieta...

La risa escandalosa de Nayet y el pequeño atraganto de mi tío al tomar café la interrumpen.

— ¡Antón! —Le regaña Amber.

—La vimos tragando tres hamburguesas en su casa.

—Sin mencionar todo lo otro que se traga —la indirecta de Nayet me hizo querer partirle la silla de madera en la cara.

—No los escuches, linda. Aquí tienes: tostadas (sin gluten) y yogurt light con banana. ¿Te siguen gustando no?

Abro la boca para responder, pero Nayet se adelanta.

—Y vaya que le gustan las bananas.

Anton vuelve a reír y le doy un rápido pero fuerte golpe en la frente a Nayet.

—Gracias tía.

Luego que ella se nos une el ambiente se volvió repentinamente silencioso e incómodo. En lo que va de desayuno, Nayet y Anton no han comentado nada, mas mi tía y yo nos pusimos a hablar de un sinfín de cosas.

—Eres una chica muy guapa, Debrah. ¿Debes de tener un novio?

— ¿Uno?

Piso a Nayet debajo de la mesa, haciendo que ahogue un gemido de dolor.

—No, tía—contesto—, por ahora solo me quiero concentrar en mis estudios.

Clavo aún más el tacón en su pie al escucharlo reír. Anton se percata de nuestra riña e intenta detenerla.

—Es hora de que se vayan.

Que sutil.

Subo a cepillarme, bajo las escaleras dando saltitos y cuando solo me faltaban dos escalones doy un gran salto; miro a Nayet que estaba frente a mí mirándome con una expresión burlona.

— ¿No piensas abrirme? —le digo burlona.

Su respuesta no se hace espera, me abre la puerta con tanta violencia que me termina dando en el pecho.

—Móntame—me ordena el príncipe azul, abriéndome la puerta de su negra carroza.

— ¿Qué? —abro los ojos, sorprendida.

—Que te montes, carajo.

Debí de escuchar mal.

Miro la hora del teléfono y solo faltaban diez minutos para entrar, ni siquiera les había pasado la nueva dirección a Megan para que me vinieran a buscar. Ruedo los ojos y al momento de ceder, escucho el ruido de un motor encendiéndose, es él, el chico bello de anoche dispuesto a irse en su bella moto.

Vuelvo a mirar a Nayet y le dedico una sonrisa, por un momento me mira sin entender nada y luego dirige sus ojos a nuestro vecino.

—Que ni se te ocurra... —lo corto cerrando la puerta en su cara.

— ¡Ey! —Corro hasta el chico antes de que se vaya, voltea con su casco puesto y me detengo en sus ojos azules casi grises—. ¿Me llevas?

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